¿Por qué las mujeres políticas son juzgadas más duramente por los votantes?
Aunque compiten en las mismas urnas, las mujeres políticas juegan con reglas más estrictas. Un nuevo estudio analiza cómo el género condiciona la confianza, el castigo y el voto por parte del electorado.
Por Enrique Coperías
Una candidata política se enfrenta con firmeza a un debate público mientras es observada con escepticismo, ilustrando así cómo las mujeres en campaña suelen ser evaluadas con mayor dureza por los votantes incluso dentro de su propio partido, según revela un estudio reciente. Imagen generada con DALL-E
A pesar de los avances en materia de igualdad de género, las mujeres que compiten por cargos políticos en Estados Unidos siguen enfrentándose a una desventaja significativa respecto a sus colegas hombres. Así lo demuestra un reciente estudio publicado en la revista Politics & Gender, que revela que las mujeres candidatas son juzgadas con mayor dureza por los votantes cuando se desvían de las expectativas partidistas, cometen algún error o se enfrentan a escándalos. Incluso sus propios correligionarios muestran menos indulgencia con ellas que con sus equivalentes masculinos.
El estudio, desarrollado por Tessa Ditonto, David J. Andersen y David A. M. Peterson, de la Universidad de Durham, en el Reino Unido, propone una mirada precisa y empírica sobre un fenómeno que, aunque ampliamente discutido, pocas veces se ha investigado con tanta profundidad, rigor y solidez metodológica.
La principal conclusión es contundente: cuando una mujer política se aparta de lo que se espera de ella, el castigo de los electores es más severo. Pero también revela un matiz más inquietante: incluso antes de que se produzca cualquier transgresión, los votantes ya muestran más dudas, reservas e incertidumbre respecto a las políticas candidatas que frente a los hombres políticos.
Simulación digital de una campaña electoral ficticia
Para llegar a estas conclusiones, los investigadores crearon un experimento informático que simulaba una campaña electoral al Congreso. Participaron 1.700 personas adultas estadounidenses, que debían seguir una campaña ficticia, conocer a los candidatos, leer información sobre ellos, y finalmente emitir su voto.
La clave del diseño estaba en la variabilidad: el candidato del mismo partido político que el votante podía ser hombre o mujer; podía ser leal al ideario del partido o presentar posturas ideológicamente discordantes; y podía —o no— verse envuelto en un escándalo político.
Los nombres, pronombres y fotos utilizadas permitían construir la identidad de género del candidato, mientras que el adversario siempre era un hombre blanco de posturas moderadas. A lo largo del proceso, se ofrecía a los voluntarios diversa información: desde la trayectoria laboral y familia hasta las posturas políticas en temas clave, editoriales de prensa y noticias de escándalos simulados.
Uno de los aspectos innovadores del estudio fue el seguimiento de los hábitos de búsqueda de información de los votantes. El entorno digital permitía ver cuántos y cuáles de estos datos eran consultados por cada participante, lo que permitió rastrear no solo sus opiniones políticas, sino también el proceso cognitivo que las sostenía.
Cuando el escándalo no pesa… salvo que seas mujer
Uno de los hallazgos más reveladores es que los escándalos menores no tienen, en general, un impacto significativo en la intención de voto de los electores, salvo cuando afectan a mujeres políticas que además presentan incongruencias ideológicas. Entre los escándalos diseñados por el estudio estaban ver pornografía en público, reírse de una persona sin hogar, destruir una copia de la Constitución o malversar fondos públicos para remodelar su casa.
De todos ellos, solo el último —el de la malversación— tuvo un efecto realmente negativo y consistente, y lo tuvo por igual para hombres y mujeres. Los demás escándalos no alteraron significativamente las evaluaciones de los votantes, excepto cuando la persona implicada era una mujer candidata que además sostenía posturas políticas contrarias a su partido político. En esos casos, el efecto negativo fue tan grave como el del escándalo más grave.
La conclusión: los hombres políticos tienen más margen de error ante los votantes. Estos parecen dispuestos a perdonar o relativizar ciertos comportamientos —e incluso algunas incongruencias ideológicas— cuando se trata de un varón. Pero si la candidata es del sexo femenino, cualquier desviación se magnifica, se asocia con falta de lealtad y reduce su valoración.
Una desventaja desde la línea de salida
«La diferencia fundamental está en el punto de partida —explica la autora principal del estudio, Ditonto, politóloga y profesora de Género y Política en la Universidad de Durham. Y añade—: Los hombres, que siguen siendo la mayoría abrumadora entre los cargos electos en Estados Unidos, se benefician de una suposición inicial: los votantes dan por hecho que se comportarán como se espera, que encajan con el molde partidista».
Para las mujeres, en cambio, el punto de partida es la duda.
«Los votantes no están convencidos desde el principio de que una candidata mujer sea una buena representante del partido. Pueden llegar a convencerse, pero necesitan pruebas. Por eso las campañas políticas deben ser más activas, más claras y más informativas si quieren asegurar incluso el voto de sus propios correligionarios», explica Ditonto.
El estudio sugiere que las mujeres políticas tienen que trabajar más duro, no solo para conquistar a votantes indecisos o contrarios a su partido, sino incluso para consolidar el respaldo de quienes, en teoría, comparten su ideología política.
¿Qué es el «tipping point» político?
Uno de los aportes más conceptuales del estudio es el análisis del llamado tipping point o punto de inflexión, ese umbral a partir del cual los votantes partidistas dejan de justificar a sus candidatos y consideran votar a partido político. En teoría, los votantes filtran toda la información nueva a través de su identidad partidista, esto es, el sentido de pertenencia o afinidad emocional que una persona tiene con un partido político, independientemente de sus posturas concretas sobre temas, lo que se traduce en una especie de razonamiento motivado.
Sin embargo, cuando la cantidad o gravedad de las transgresiones acumuladas se vuelve insostenible, los votantes cruzan esa barrera, podemos leer en el estudio. Lo llamativo de esta decisión es que ese umbral se alcanza antes cuando el candidato es una mujer.
«Cualquier atributo del candidato que se desvíe de lo que se espera de un representante típico del partido empuja a los votantes hacia ese punto de quiebra. Y cuando el candidato es mujer, ese punto llega más rápido», subraya Ditonto.
El estudio también revela que los votantes esperan de las mujeres candidatas una adhesión estricta a la línea partidista, mientras que a los hombres se les permite más fácilmente romper el molde.
Kamala Harris se ha convertido en la vicepresidenta estadounidense peor valorada de la historia, con un índice de rechazo del 54%. Su trayectoria se ha visto empañada no solo por sus bajos índices de popularidad, sino también por una serie de errores que posiblemente fueron amplificados por el mero hecho de ser mujer, según las conclusiones del nuevo estudio. Foto: Colin Lloyd
Más escrutinio, más exigencias, más esfuerzo
Otro aspecto que refuerza la desigualdad de género en política es el grado de escrutinio al que se someten las mujeres candidatas. Los investigadores comprobaron que los votantes tienden a buscar más información sobre ellas, que están más dispuestos a leer detalles sobre su trayectoria y que esa información influye más en su evaluación electoral.
En contraste, en el caso de los hombres, los votantes se sienten cómodos decidiendo con menos información sobre ellos.
Este hallazgo coincide con estudios previos que indican que las mujeres líderes deben demostrar competencia política de forma más explícita que los hombres para obtener reconocimiento de la ciudadanía.
¿Una carrera de obstáculos para ellas?
Aunque el estudio reconoce, como no puede ser de otro modo, que las mujeres pueden y ganan elecciones, también pone de relieve que su camino no es igual al de los hombres. La carrera electoral se parece más a una pista con obstáculos cuando quien compite es mujer. Sus posturas deben estar más alineadas con sus votantes, sus comportamientos más medidos, su historial más pulcro y su comunicación más clara.
«Esto no significa que las mujeres no puedan tener éxito en política—aclara Ditonto. Pero sí que deben someterse a campañas electorales en la que han de enfrentarse a una mayor vigilancia y a estándares más estrictos. Es una forma de inequidad silenciosa pero persistente».
¿La solución? A juicio de los autores, la clave podría estar en cómo se estructura la campaña política: la calidad, el volumen y el tipo de información disponible para los votantes resulta crucial. Las campañas políticas bien diseñadas podrían ayudar a mitigar la carga adicional a la que se enfrentan las mujeres, ofreciendo a los votantes más datos para que se formen opiniones basadas en sustancia y no en estereotipos.
Mujeres que se salen del molde
En palabras de Ditonto, este trabajo no solo arroja luz sobre las dinámicas de género en la política electoral estadounidense, que pueden extenderse con matices a otros países, sino que plantea preguntas universales sobre la justicia, la representación y la manera en que las identidades condicionan nuestras decisiones políticas.
En tiempos de polarización creciente, repensar cómo tratamos a quienes se atreven a desafiar el molde —y en particular, a las mujeres que lo hacen desde dentro del sistema— es más urgente que nunca.
Como sugiere este estudio, no basta con que las reglas sean iguales para todos: hay que mirar también las expectativas desiguales que configuran el terreno político.▪️
Información facilitada por la Cambridge University Press
Fuente: Ditonto T, Andersen D. J., Peterson D. A. M. The Gendered Risks of Violating Expectations and the Importance of Information for Women Candidates. Politics & Gender (2025:1-31). DOI: https://doi.org/10.1017/S1743923X25100159