Hace 4.000 años, una mujer ya mascaba la psicoactiva nuez de areca: la ciencia lo descubre en su sarro dental

Oculta durante milenios en los dientes una mujer en Tailandia, la nuez de areca revela ahora su huella más antigua en Asia. La arqueología molecular ahonda en la costumbre ancestral de masticar esta semilla junto con otras hierbas psicoactivas con fines rituales, sociales y curativos.

Por Enrique Coperías

Recreación artística de una mujer del Sudeste Asiático hace 4.000 años mascando un quid de betel. La nuez de areca —en realidad una semilla de la palmera tropical Areca catechu, común en Asia— se envuelve tradicionalmente en hojas de betel (Piper betle) junto con pasta de cal. A veces, se añaden tabaco o corteza de Senegalia catechu. Esta combinación forma el llamado buyo de betel, masticado durante milenios por sus efectos psicoactivos y su profundo valor cultural. Imagen generada con DALL-E

Desde tiempos inmemoriales, mascar nuez de betel, también llamada nuez de areca, ha sido un rito cotidiano y ceremonial en múltiples culturas del Sudeste Asiático. Pero hasta ahora, no se había podido probar de forma directa y biomolecular cuándo comenzó esta práctica ancestral.

Un nuevo estudio internacional ha roto esa barrera temporal al encontrar en el sarro dental de una mujer enterrada hace unos 4.000 años en Tailandia las huellas químicas del consumo de este fruto con propiedades psicoactiva e la palmera areca (Areca catechu).

El hallazgo, publicado en la revista Frontiers in Environmental Archaeology, no solo adelanta el primer uso conocido de la nuez de betel en Asia continental, sino que marca una revolución metodológica: demuestra que incluso en ausencia de huellas visibles como dientes manchados o utensilios, la placa dental fosilizada puede ser un archivo preciso de determinados hábitos culturales.

«Identificamos derivados de plantas en el cálculo dental de una mujer del yacimiento arqueológico Nong Ratchawat, en Tailandia central —explica Piyawit Moonkham, arqueólogo de la Universidad de Chiang Mai, en Tailandia, y autor principal del estudio. Y añade—: Es la evidencia biomolecular directa más antigua del consumo de nuez de areca en el Sudeste Asiático».

Hacer visible lo invisible

La clave de este descubrimiento estuvo en analizar lo que durante mucho tiempo se consideró un simple residuo orgánico: el sarro dental. Durante milenios, este depósito mineralizado puede conservar trazas de los compuestos químicos que entran en contacto con la cavidad bucal, como los presentes en plantas psicoactivas.

Gracias a técnicas modernas de cromatografía líquida y espectrometría de masas, el equipo tailandés logró extraer y detectar estas huellas moleculares ocultas durante siglos en las piezas dentales.

«Demostramos que el cálculo o sarro dental puede preservar firmas químicas de plantas psicoactivas durante milenios, incluso cuando la evidencia arqueológica convencional está completamente ausente —afirma Shannon Tushingham, coautora principal del estudio y curadora de Antropología en la California Academy of Sciences. Y continúa—: En esencia, hemos desarrollado una forma de hacer visible lo invisible, para revelar comportamientos y prácticas que se habían perdido en el tiempo».

Este avance no solo representa un hito técnico. También es una puerta de entrada para entender aspectos profundos y personales de sociedades antiguas: lo que comían, lo que celebraban y cómo se relacionaban con su entorno vegetal. Y, en este caso, lo que masticaban.

¿Qué es la nuez de areca?

La nuez de areca no es en realidad una nuez, sino la semilla de una palmera tropical (Areca catechu), muy común en Asia. Para mascarla, tradicionalmente se envuelve en hojas de betel (Piper betle) con una pasta de cal, y a veces se le agregan ingredientes como tabaco o corteza de Senegalia catechu. Esta mezcla se convierte en el famoso buyo de betel.

Los efectos de mascar buyo son múltiples: genera una sensación de bienestar, alerta, euforia y relajación muscular. En regiones de la India, Sri Lanka y el sur de China, la nuez de areca no solo se consume masticada con hojas de betel, sino que también forma parte de la preparación de remedios en la medicina ayurvédica y la medicina tradicional china.

Además, el buyo de betel tiñe los dientes de un tono rojizo o negro, que en muchas culturas ha sido símbolo de belleza, estatus o madurez. El jugo rojo que se produce durante la masticación es tan característico que ha sido asociado con su consumo incluso en sitios donde no quedaban otros restos.

Ingredientes modernos de los buyos de areca: hoja de Piper betle, nuez de areca, pasta de caliza, tabaco (Nicotiana tabacum) y filamentos de corteza de Senegalia catechu. Crédito: Piyawit Moonkham

El hallazgo de Nong Ratchawat

El yacimiento arqueológico de Nong Ratchawat, ubicado en la cuenca del río Tha Chin, ha sido protagonista de campañas de excavación arqueológica desde 2003. Hasta hoy se han descubierto 156 enterramientos humanos que datan de entre 4.400 y 3.000 años antes del presente. Para este estudio, los investigadores tomaron 36 muestras de sarro dental de seis individuos.

Tras el análisis químico en el laboratorio, solo tres muestras —todas de molares de una mujer del llamado Entierro 11— revelaron la presencia de compuestos activos derivados del la nuez de areca: la arecolina y la arecaidina. Estos alcaloides, similares a los presentes en la cafeína o la nicotina, son los responsables de los efectos estimulantes de la planta.

«Encontramos estos compuestos en el sarro de una sola persona, pero esto no significa que fuera la única que mascaba areca en su comunidad — aclara Tushingham—. Es posible que las demás muestras no conservaran los residuos o que las personas consumieran el betel de otras formas, como en infusión o que se limpiaran los dientes con frecuencia».

¿Por qué no hay dientes manchados?

Uno de los rasgos más característicos del betel es, como ya se ha mencionado, la coloración rojiza que deja en los dientes tras años de consumo. Sin embargo, los dientes del Entierro 11 no presentaban estas manchas.

«La ausencia de tinción podría deberse a múltiples factores —explica Moonkham—. Entre ellos, cabe citar diferencias en el método de consumo, prácticas de higiene posingesta o procesos post mortem que hayan borrado las manchas en los 4.000 años transcurridos».

Esto confirma la hipótesis de que el consumo de betel puede permanecer arqueológicamente invisible en muchos casos, a menos que se apliquen métodos biomoleculares como los de este estudio.

Mascar areca en el laboratorio

Para asegurar la validez de sus hallazgos, el equipo también elaboró sus propios buyos de areca. Así es, pare ello utilizaron nuez seca, hojas de Piper betle, pasta de cal rosa y, en algunos casos, corteza de catecú (Senegalia catechu) y tabaco. Luego trituraron todos estos ingredientes con saliva humana para simular las condiciones reales de consumo.

«Suministrar los materiales y crear los buyos de areca experimentales fue un proceso tan interesante como divertido —recuerda Moonkham. Y añade—: Estos controles nos permitieron comprobar que los compuestos activos son detectables mediante nuestra técnica, y también entender cómo interactúan entre sí».

El hallazgo de areca en una sola tumba podría parecer anecdótico, pero abre múltiples caminos. Aunque el Entierro 11 no parece diferenciarse de otros en términos de ajuar funerario, algunos elementos, como las cuentas de piedra y la forma de las vasijas, podrían sugerir una identidad particular.

«El estudio de más enterramientos en Nong Ratchawat y en otros sitios similares podría ayudarnos a entender cuándo, por qué y quién recibía ciertos objetos en su tumba — señala Tushingham—.

Esto, a su vez, podría ofrecernos pistas sobre el acceso al betel, su valor simbólico o sus vínculos con el género y el estatus social».

Una tradición ancestral, hoy en peligro

De hecho, en estudios previos en otras regiones del Sudeste Asiático se ha observado que el betel se asociaba más frecuentemente con hombres, aunque en entrevistas recientes realizadas por Moonkham a mujeres tailandesas se evidencia una tendencia inversa en tiempos modernos: ellas son hoy las principales consumidoras, mientras que los hombres prefieren el tabaco.

A pesar de su profunda raíz cultural, la costumbre de mascar ereca ha sido marginada por las políticas de modernización, sobre todo en entornos urbanos. En Tailandia, por ejemplo, su consumo público fue prohibido en 1941. Desde entonces, se ha asociado con el mundo rural y con prácticas ancestrales, y se ha ignorando su dimensión ritual, social y curativa.

«El uso tradicional de plantas psicoactivas como la areca, la coca o el tabaco indígenas ha sido muchas veces reducido al concepto de droga, desconectándolo de su contexto espiritual y comunitario —denuncia Moonkham—. Nuestro objetivo es poner en valor este conocimiento ancestral y mostrar que estas prácticas representan siglos —y a veces milenios— de saberes culturales».

Entierros con artefactos asociados en el yacimiento de Nong Ratchawat.

Entierros con artefactos arqueológicos asociados en el yacimiento de Nong Ratchawat. Cortesía: Piyawit Moonkham.

Un nuevo horizonte para la arqueología

El éxito de esta investigación sienta las bases para estudios futuros en otras partes del mundo. Si el sarro dental puede conservar rastros de betel durante 4.000 años, también podría hacerlo con otras sustancias: alimentos, medicamentos, plantas rituales e incluso huellas de agentes patógenos.

«Este enfoque puede revolucionar nuestra comprensión de los modos de vida antiguos —afirma Tushingham. Y añade—: Nos permite descubrir prácticas cotidianas que nunca dejan restos físicos visibles. El cálculo dental se convierte así en una cápsula del tiempo que conecta directamente con las experiencias individuales de personas que vivieron hace milenios».

Como dice Tushingham, no sabemos ni su nombre, ni su historia personal, ni las razones exactas por las que la mujer de Nong Ratchawat mascaba betel. Pero gracias a un pequeño rastro químico atrapado en su boca, hoy sabemos que una mujer que vivió en Tailandia hace cuatro milenios formaba parte de una red cultural más amplia, donde las plantas eran compañeras sociales, espirituales y medicinales.

«La arqueología no es solo estudiar huesos y objetos —comenta Moonkham. Y concluye—: También es escuchar lo que el cuerpo calla, lo que el sarro susurra, lo que el tiempo no logró borrar». Y en ese susurro mineral, entre los pliegues del sarro, la nuez de areca sigue contando su historia.▪️

  • Información facilitada por Frontiers

  • Fuente: Piyawit Moonkham, Shannon Tushingham, Mario Zimmermann, Korey J. Brownstein, Charmsirin Devanwaropakorn, Suphamas Duangsakul, David R. Gang. Earliest direct evidence of bronze age betel nut use: biomolecular analysis of dental calculus from Nong Ratchawat, Thailand. Frontiers in Environmental Archaeology (2025). DOI: https://doi.org/10.3389/fearc.2025.1622935

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