El sorprendente hallazgo de miel de hace 2.500 años en un santuario griego de Paestum (Italia)

Un nuevo análisis científico confirma que unas vasijas encontradas en un santuario griego contienen miel del siglo V antes de Cristo. El hallazgo resuelve un enigma arqueológico que llevaba décadas sin respuesta.

Por Enrique Coperías

Así es probablemente como se ve la miel de 2.500 años de antigüedad, según nuevas pruebas realizadas con técnicas modernas.

Así es probablemente como se ve la miel de 2.500 años de antigüedad, según nuevas pruebas realizadas con técnicas modernas. Crédito: Luciana da Costa Carvalho

Durante más de medio siglo, un enigmático residuo ceroso y aromático contenido en antiguas vasijas de bronce fue motivo de polémica entre arqueólogos y químicos: ¿era miel, la sustancia divina y símbolo de inmortalidad en la Antigüedad, o simplemente una mezcla de grasas y resinas degradadas por el paso del tiempo?

Ahora, un equipo de investigadores ha confirmado por fin que ese material pegajoso hallado en el santuario subterráneo de Paestum, en el sur de Italia, es efectivamente el vestigio químico de miel antigua dejada como ofrenda hace unos 2.500 años.

Este descubrimiento arqueológico, publicado en la revista Journal of the American Chemical Society, no solo resuelve una vieja controversia arqueológica, sino que también abre un nuevo capítulo en el estudio de residuos orgánicos antiguos, gracias al uso de tecnologías analíticas de vanguardia.

Qué encontraron los arqueólogos en Paestum

Todo comenzó en 1954, cuando arqueólogos italianos excavaban en Paestum, una ciudad griega fundada en la costa del mar Tirreno, al sur de Nápoles. Allí, bajo tierra, hallaron un santuario griego antiguo: un recinto cerrado e inaccesible, con una cama de hierro vacía en su centro, rodeada por ocho vasijas de bronce, seis hidrias y dos ánforas.

Las vasijas estaban selladas con discos de corcho y en su interior contenían una pasta espesa y aromática con un fuerte olor a cera. Los arqueólogos de entonces supusieron que se trataba de miel ofrecida a una deidad, probablemente en forma de panales, símbolo de inmortalidad y alimento de los dioses.

Sin embargo, esa interpretación fue desmentida por las tres primeras rondas de análisis químicos realizados en las décadas de 1950, 1970 y 1980. Los estudios concluyeron que el residuo arqueológico era una mezcla de grasas, ceras y resinas, sin rastro de azúcares ni proteínas. La hipótesis de la miel antigua quedó archivada como una conjetura romántica más que como una certeza científica.

Pero en 2019, con motivo de una exposición en el Ashmolean Museum de Oxford sobre banquetes en la antigüedad, una muestra del famoso residuo fue enviada al Reino Unido. Allí, en colaboración con la Universidad de Oxford, un equipo liderado por la arqueóloga y química Luciana da Costa Carvalho y el especialista en espectrometría James S. O. McCullagh aprovechó los avances en tecnología analítica para reexaminar el material y tratar de resolver el viejo misterio.

¿Es posible encontrar miel conservada tras más de dos milenios?

A diferencia de los estudios previos, el nuevo análisis aplicó un enfoque multianalítico que incluyó:

✅ FTIR (espectroscopía infrarroja): detecta grupos funcionales en moléculas orgánicas.

✅ TSP-GC/MS (cromatografía de gases con espectrometría de masas): identifica compuestos volátiles y ácidos grasos.

✅ AEC-MS (cromatografía iónica para detectar azúcares).

✅ Proteómica dirigida: identifica proteínas específicas, como las presentes en la jalea real.

Los resultados fueron contundentes. En primer lugar, el residuo presentaba una huella química similar a la miel y a la cera de abejas modernas. Por ejemplo, la señal del grupo carbonilo —un átomo de carbono con un doble enlace a un átomo de oxígeno—, aparecía desplazada, lo que indica una transformación química compatible con el envejecimiento de compuestos orgánicos como los que contiene la miel antigua.

Una sacerdotisa griega vierte miel desde un panal como ofrenda en un santuario subterráneo de Paestum, hacia el 520 a. C., rodeada por vasijas de bronce que recientemente revelaron contener restos de miel de hace 2.500 años

Una sacerdotisa griega vierte miel desde un panal como ofrenda en un santuario subterráneo de Paestum, hacia el 520 a. C., rodeada por vasijas de bronce que recientemente revelaron contener restos de miel de hace 2.500 años, en uno de los hallazgos arqueológicos más dulces y simbólicos de la Antigüedad. Ilustración generada con DALL-E

Hallada la huella de la jalea real de la abeja melífera

Además, los investigadores encontraron en el residuo compuestos de degradación de azúcares, como el 5-metilfurfural y la levoglucosenona, especialmente en las áreas del material que estuvieron en contacto con el bronce antiguo. «Estas zonas contenían también compuestos de cobre, producto de la interacción química entre el contenido ácido de la miel y las paredes metálicas de las vasijas”, explican los autores.

Uno de los descubrimientos más llamativos fue la detección de azúcares de tipo hexosa, los principales componentes de la miel natural, en concentraciones diez veces superiores a las que presenta la cera de abeja moderna. También se hallaron ácidos orgánicos y marcadores propios de panales envejecidos.

Pero fue el análisis proteómico el que arrojó la prueba más definitiva: en el residuo aparecieron proteínas específicas de la jalea real, como las MRJP-1, MRJP-2 y MRJP-3, secretadas exclusivamente por las abejas de la especie Apis mellifera. Estas proteínas solo se producen en las glándulas de las abejas obreras y son esenciales para la alimentación de las larvas y de la reina.

«La detección de estas proteínas es un hallazgo sin precedentes en arqueología química —afirma Da Costa Carvalho. Y añade—: No se trata solo de compuestos asociados con las abejas, sino de biomarcadores altamente específicos que no se encuentran en ningún otro contexto. La presencia de jalea real sugiere con gran certeza que lo que se almacenó en esas vasijas fue miel, y tal vez panales enteros».

Miel, fertilidad e inmortalidad

El uso de la miel en rituales religiosos no es motivo de sorpresa. En las culturas del Mediterráneo antiguo, la miel se asociaba con la fertilidad, la regeneración y la inmortalidad. Según la mitología griega, el mismísimo Zeus fue alimentado con miel por las ninfas cuando era un niño oculto en el monte Ida. También se utilizaba como ungüento, en ofrendas funerarias y como componente esencial de preparados médicos y cosméticos.

El santuario de Paestum, con su cama vacía y su acceso restringido, sugiere un lugar de culto a una deidad invisible, y la presencia de miel en vasijas selladas refuerza esa lectura simbólica.

«Lo que vemos aquí es una ofrenda sagrada pensada para perdurar en el tiempo, un regalo para la divinidad —comenta McCullagh—. La elección de una sustancia que no solo es nutritiva, sino también incorruptible y luminosa, como la miel, no puede haber sido casual».

Además, la detección de taurina —un aminoácido poco común en productos vegetales, pero presente en la fisiología de las abejas— refuerza aún más la hipótesis de un origen apícola del residuo. Aunque no se puede descartar una posible actividad microbiana posterior, los investigadores consideran que su alta concentración puede deberse a procesos de fermentación ocurridos durante los siglos de almacenamiento subterráneo.

Qué relevancia tiene este hallazgo para la arqueología moderna

Este descubrimiento no solo resuelve un antiguo misterio, sino que también sienta las bases para futuras investigaciones de residuos arqueológicos. Muchos museos albergan materiales orgánicos deteriorados que fueron descartados por ser irreconocibles con las tecnologías del siglo pasado. Pero como demuestra el caso de Paestum, la aplicación de métodos científicos avanzados permite ahora identificar compuestos en concentraciones mínimas y obtener datos taxonómicos precisos.

«Los residuos antiguos no son simplemente restos de comida o productos rituales —señala Da Costa Carvalho. Y continúa—: Son ecosistemas químicos complejos, donde interactúan grasas, azúcares, proteínas, metales y microorganismos. Estudiarlos no solo nos dice qué había allí originalmente, sino cómo esos materiales evolucionaron con el tiempo».

El equipo sugiere que este enfoque, basado en hipótesis específicas —en este caso, probar si el residuo era miel—, puede ser más eficaz que intentos de análisis abiertos sin una dirección clara. Esta estrategia permitió combinar distintas tecnologías en busca de un objetivo concreto, y el resultado fue una identificación robusta y científicamente sólida.

Esta vasija de bronce expuesta en el Museo Ashmolean contenía una sustancia misteriosa ( primer plano) que con casi toda seguridad es miel antigua.

Esta vasija de bronce expuesta en el Museo Ashmolean contenía una sustancia misteriosa ( primer plano) que con casi toda seguridad es miel antigua. Cortesía: Adapted from the Journal of the American Chemical Society 2025, DOI: 10.1021/jacs.5c04888

Un legado entre la ciencia y la mitología

El residuo de Paestum nos recuerda que, en ocasiones, los mitos antiguos tienen una base material. Aquello que los primeros arqueólogos intuyeron por el olor, la textura y el contexto ritual, ha sido ahora confirmado por espectrometría, cromatografía y proteínas únicas.

La miel, símbolo de vida eterna, descansaba intacta bajo tierra desde el siglo VI a. C., esperando el momento en que la ciencia pudiera escucharla.

Hoy sabemos que aquellos griegos del sur de Italia ofrecieron panales de miel a su dios desconocido, sellados en bronce y escondidos en la oscuridad. Y gracias a este estudio, esos panales —o al menos, su firma molecular— han vuelto a ver la luz. La historia, como la miel, a veces se conserva en las formas más dulces y sorprendentes. ▪️

  • Información facilitada por la Sociedad Estadounidense de Química

  • Fuente: Luciana da Costa Carvalho, Elisabete Pires, Kelly Domoney, Gabriel Zuchtriegel, James S. O. McCullagh. A Symbol of Immortality: Evidence of Honey in Bronze Jars Found in a Paestum Shrine Dating to 530–510 BCE. Journal of the American Chemical Society (2025). DOI: https://doi.org/10.1021/jacs.5c04888

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