Bebés pterosaurios del Jurásico: cómo una tormenta hace 150 millones de años los abatió y hundió en el mar
Pequeños pterosaurios recién nacidos surcaban los cielos jurásicos hasta que una violenta tormenta quebró sus alas y los hizo caer al mar. Hoy, 150 millones de años después, sus fósiles dan pistas de cómo murieron y por qué se conservaron tan bien en Solnhofen (Alemania).
Por Enrique Coperías
Recreación artística de una diminuta cría de Pterodactylus luchando contra una violenta tormenta tropical, inspirada en los hallazgos fósiles. Ilustración: Rudolf Hima.
Hace unos 150 millones de años, en lo que hoy es Baviera, un archipiélago de islas tropicales parecía el paraíso de los reptiles voladores. El sol bañaba lagunas jurásicas, separadas del mar abierto por arrecifes coralinos, y en el aire planeaban miles de pterosaurios de una gran variedad de especies. Algunos de estos lagartos alados eran adultos de gran envergadura, pero otros apenas acababan de romper el cascarón. Eran crías tan frágiles y diminutas como un ratón de campo.
Pero lo que hoy conocemos de aquel mundo no es una postal idílica, sino una historia de tragedia. En esos mismos cielos, tormentas acompañadas de furiosos vendavales atraparon a unas crías de pterosaurio; sus alas no soportaron la tensión del aire turbulento, sus huesos se fracturaron y sus pequeños cuerpos acabaron hundidos en aguas salinas y sin oxígeno.
El resultado, paradójico y fascinante, es que esas muertes violentas crearon las condiciones perfectas para que los pequeños cuerpos quedaran conservados con un detalle excepcional. Enterrados en lodos finísimos, los pterosaurios de Solnhofen nos devuelven hoy no solo su anatomía, sino también pistas del instante mismo de su muerte.
Quiénes eran Lucky y Lucky II
Un nuevo estudio encabezado por el paleontólogo Robert (Rab) Smyth, de la Universidad de Leicester, en el Reino Unido, ha reabierto la historia fosilizada de aquellos días de tormenta. Tras examinar dos de los ejemplares más jóvenes jamás encontrados de Pterodactylus antiquus —el pterosaurio clásico de Solnhofen—, los investigadores descubrieron fracturas en los huesos de sus alas.
Se trata de pruebas inequívocas de que aquellos neonatos ya volaban, y de que su final se produjo en pleno vuelo, víctimas de una catástrofe atmosférica. El hallazgo no solo ilumina un capítulo dramático de la vida de estos reptiles voladores, sino que también aporta una explicación al sesgo extraño de este célebre yacimiento: la abrumadora abundancia de individuos juveniles frente a la escasez de adultos.
Smyth y sus colegas también han puesto nombre a dos de estos protagonistas involuntarios: Lucky y Lucky II. Diminutos, con una envergadura de apenas 20 centímetros, ambos muestran fracturas limpias en los húmeros de las alas que alguna vez les permitieron alzar el vuelo. Para los paleontólogos, esas marcas son la firma inconfundible de un vendaval jurásico.
«Los pterosaurios tenían esqueletos increíblemente ligeros. Huesos huecos y finos ideales para el vuelo pero pésimos para la fosilización. Las probabilidades de preservar uno ya son bajas y encontrar un fósil que te diga cómo murió el animal es aún más raro», explica Smyth en un comunicado de la Universidad de Leicester.
En otras palabras, no solo estamos ante fósiles excepcionalmente preservados: estamos ante un caso de autopsia prehistórica, un relato forense escrito en piedra.
La cría de Pterodactylus, apodada Lucky, iluminada con luz ultravioleta. Tanto la parte como la contrapartida muestran los delicados huesos de este diminuto pterosaurio, con un ala fracturada capturada con un detalle extraordinario. Crédito: Universidad de Leicester.
Solnhofen: el laboratorio natural del Jurásico Superior
Para entender la magnitud del descubrimiento, conviene situarse en el lugar de los hechos. La historia de Lucky y Lucky II tiene como escenario uno de los yacimientos fósiles más famosos del mundo: las calizas laminadas de Solnhofen, en el sur de Alemania. Datadas en el Jurásico Superior (entre 153 y 148 millones de años), estas rocas actúan como un archivo de la vida de aquel tiempo.
El llamado archipiélago de Solnhofen era en aquellos tiempos jurásicos una red de lagunas costeras separadas del mar abierto por arrecifes de esponjas y corales. Las aguas eran tranquilas, pero muy especiales: salinas, estratificadas y pobres en oxígeno en el fondo. Esa combinación se convirtió en una trampa de conservación excepcional.
Cuando algún organismo caía al agua y se hundía, la descomposición se ralentizaba al extremo. Posteriormente, capas de fango calizo —depositadas muchas veces de golpe tras tormentas— cubrían los restos y los convertían en fósiles de detalle casi fotográfico.
De allí nos viene el «Archaeopteryx»
De estas calizas laminadas han salido verdaderos iconos de la paleontología: allí se descubrió el primer ejemplar de Archaeopteryx, el ave más antigua conocida. Allí se han preservado peces con estómagos intactos, medusas, insectos y, sobre todo, más de 500 pterosaurios. Gracias a ellos conocemos desde las membranas de sus alas hasta detalles de sacos gulares —estructuras blandas situadas en la zona de la garganta o región gular— o colas en forma de timón.
Las condiciones en Solnhofen eran únicas: aguas estancadas, cargadas de sal y pobres en oxígeno en el fondo. Cuando un animal caía al agua, se hundía y apenas se descomponía, hasta que una capa de fango lo cubría y lo sellaba para siempre.
El misterio, sin embargo, siempre ha estado en la desproporción. La mayoría de los fósiles encontrados son de ejemplares pequeños, juveniles o neonatos, muchos de ellos perfectamente articulados y completos. Los adultos grandes, en cambio, son rarezas: apenas se encuentran fragmentos de cráneos o huesos largos. Esto es contraintuitivo, porque lo normal es que los animales grandes tengan más probabilidades de fosilizarse.
La respuesta, como demuestra el nuevo estudio, está en el clima extremo del Jurásico.
Lucky II, otra cría de Pterodactylus, preservada en parte y contrapartida bajo luz ultravioleta. Al igual que el otro ejemplar, presenta un ala fracturada, lo que ofrece una visión poco común de cómo incluso los pterosaurios más jóvenes sufrían lesiones. Crédito: Universidad de Leicester.
Dos bebés con las alas rotas
Smyth se topó con el primero de los pequeños pterosaurios fósiles casi por casualidad. «Cuando Rab vio a Lucky nos emocionamos muchísimo, pero pensamos que era un hallazgo aislado —recuerda el coautor David Unwin, también de la Universidad de Leicester. Y añade—: Un año después, al encontrar a Lucky II, supimos que no era una rareza, sino la prueba de cómo estos animales estaban muriendo».
Tras un análisis osteológico detallado, los autores confirmaron que Lucky y Lucky II no eran simplemente ejemplares juveniles pequeños: eran neonatos, es decir, crías que apenas llevaban días o semanas fuera del huevo. Su esqueleto mostraba rasgos de inmadurez, como la falta de osificación completa en huesos de manos y pies.
La sorpresa llegó al observar sus húmeros —el hueso que conecta el ala al cuerpo—. Ambos presentaban fracturas oblicuas, limpias y sin signos de curación. En paleontología, estas señales son inequívocas de que el hueso se rompió cuando el animal aún estaba vivo o justo en el momento de morir, no después de la fosilización.
¿Podían volar las crías de pterosaurio?
Además, la disposición de los fragmentos indica que la rotura se produjo por torsión y sobrecarga, no por aplastamiento del sedimento ni por acción de los carroñeros. En otras palabras: se quebraron en pleno vuelo, igual que ocurre hoy en día con aves jóvenes que quedan atrapadas en turbulencias.
Esto resulta ser crucial, ya que algunos paleontólogos habían cuestionado si los pterosaurios recién nacidos podían volar. Tal vez dependían de cuidados parentales, como los polluelos de muchas aves modernas. Sin embargo, las fracturas encontradas demuestran lo contrario: estas crías ya estaban en el aire, y su propia capacidad de vuelo fue lo que las expuso al desastre.
Apodarlos Lucky puede sonar irónico, pero refleja la suerte improbable de que sus frágiles esqueletos se conservaran durante 150 millones de años y llegaran hasta nuestras manos.
La tormenta jurásica que los mató y los inmortalizó
Pero ¿cómo acabaron aquellos lindos pterosaurios en el fondo de la laguna? El equipo reconstruyó la secuencia en un modelo que llaman CATT (Catastrophic–Attritional Taphonomic model). Según este esquema, la secuencia de la tragedia pudo ocurrir de la siguiente manera:
1️⃣ Tormenta repentina: ráfagas violentas golpean a los pterosaurios jóvenes mientras vuelan sobre el archipiélago.
2️⃣ Fractura letal: el viento rompe el húmero y los deja incapaces de volar.
3️⃣ Caída al agua: los reptiles caen a la laguna y se ahogan.
4️⃣ Hundimiento rápido: pierden flotabilidad y se precipitan al fondo.
5️⃣ Sepultura rápida: el mismo temporal los cubre con lodos finos.
Ese proceso explica no solo la conservación perfecta de Lucky y Lucky II, sino también la abundancia de otros pterosaurios juveniles en Solnhofen.
«Durante siglos, los científicos creyeron que los ecosistemas de Solnhofen estaban dominados por pterosaurios pequeños —comenta Smyth— Pero ahora sabemos que esa visión está sesgada. Muchos eran juveniles de islas cercanas arrastrados por las tormentas».
¿Cómo morían los pterosaurios adultos?
Los pterosaurios adultos no morían todos a la vez en una tormenta, sino «uno aquí, otro allá», por causas naturales diversa, como la edad, enfermedades y depredación. Normalmente seguían el camino attricional, lo que significa que la acumulación de restos de individuos grandes fue lenta y progresiva, no debida a un único evento.
Al morir en circunstancias normales, los cuerpos de los pterosaurios flotaban durante más tiempo debido a los huesos huecos y el aire atrapado. Eso los hacía presa de la descomposición, el oleaje y los carroñeros, de modo que al fondo de la laguna llegaban solo restos fragmentados. Por eso el registro fosilífero ofrece un sesgo: crías y juveniles completos, adultos apenas representados por huesos sueltos.
El contraste con otro pterosaurio contemporáneo, Rhamphorhynchus, es revelador. Este sí aparece abundante en todas las tallas, pero con esqueletos generalmente desarticulados, lo que indica que vivía de forma habitual en las lagunas y que su acumulación fue paulatina, no catastrófica. Los Pterodactylus y parientes, en cambio, eran visitantes ocasionales, forasteros arrastrados al escenario de Solnhofen por las tormentas.
(A) Normalmente, los pterosaurios tenían pocas probabilidades de fosilizarse: los grandes dejaban huesos sueltos y los pequeños se perdían. (B) Las tormentas cambiaban todo: arrastraban crías a aguas profundas, removían aguas tóxicas sin oxígeno y los cuerpos quedaban protegidos de la descomposición. El lodo calizo los enterraba rápido, explicando la conservación excepcional de Solnhofen. Cortesía: University of Leicester
El vuelo precoz de los pterosaurios
La presencia de fracturas en pterosaurios recién nacidos confirma que ya podían volar desde muy pequeños. Durante años hubo debate sobre si los pterosaurios eran precoces o altriciales. Lucky y Lucky II resuelven la cuestión: estaban en el aire, y solo así pudieron romperse las alas en pleno vuelo.
Esto cambia nuestra percepción de su biología. Imaginemos a pterosaurios bebé levantando vuelo días después de nacer, explorando islas y mares, pero también expuestos a tormentas tropicales. Una estrategia arriesgada, que multiplicaba las posibilidades de morir jóvenes, pero que permitía colonizar nuevos hábitats.
El caso de Solnhofen ilustra cómo los procesos naturales sesgan el registro fósil. No vemos una muestra aleatoria de la vida del Jurásico, sino el resultado de tormentas catastróficas que atraparon sobre todo a los más pequeños.
Otros yacimientos muestran sesgos diferentes. En Brasil o en Estados Unidos abundan los adultos de gran tamaño y escasean las crías. Es el efecto de taphonomías distintas, de circunstancias ambientales que favorecieron la preservación de unos individuos y no de otros.
Una ventana al Jurásico
Más allá de la ciencia, los descubrimientos tienen también un lado emocional. Unwin recuerda con claridad el instante en que examinaron a Lucky II bajo luz ultravioleta:
«Cuando iluminamos a Lucky II con nuestras linternas UV, literalmente saltó de la roca hacia nosotros, y se nos paró el corazón. Nunca olvidaremos ese momento».
La historia de Lucky y Lucky II es un recordatorio de la vulnerabilidad de la vida. Criaturas que nacían con alas listas para volar, pero frágiles frente a la fuerza de la naturaleza.
Gracias a las tormentas jurásicas que las destruyeron, hoy podemos conocer su anatomía, sus hábitos y hasta el instante de su muerte. Lo que para ellas fue tragedia, para la ciencia es una ventana al Jurásico y a la evolución de los pterosaurios. ▪️
Información facilitada por la Universidad de Leicester
Fuente: Smyth, Robert S.H. et al. Fatal accidents in neonatal pterosaurs and selective sampling in the Solnhofen fossil assemblage. Current Biology (2025). DOI: 10.1016/j.cub.2025.08.006