El dragón de hocico afilado que cambió la historia de los mares jurásicos

En las aguas de los inicios del Jurásico temprano, un reptil depredador de hocico alargado surcaba los mares que hoy bañan la costa de Dorset. El hallazgo de este ictiosaurio, bautizado como Xiphodracon goldencapensis, pone de manifiesto una revolución silenciosa en la evolución de los antiguos dragones marinos.

Por Enrique Coperías

Con un hocico estrecho y dientes cónicos finos, el Xiphodracon goldencapensis era un reptil cazador de unos tres metros de longitud especializado en peces y cefalópodos. Imagen generada con DALL-E

En la costa jurásica de Dorset, donde la primera paleontóloga reconocida como tal, Mary Anning, desenterró hace dos siglos los primeros fósiles que cambiarían para siempre la historia natural, acaba de aparecer otro protagonista inesperado.

Se llama Xiphodracon goldencapensis o dragón de espada de Golden Cap, y su hallazgo arroja nueva luz sobre un periodo oscuro de la evolución de los ictiosaurios —esos reptiles marinos del Jurásico con cuerpo de delfín y alma de dragón— en el Jurásico temprano.

El estudio, publicado en la revista Papers in Palaeontology por el paleontólogo británico Dean Lomax y sus colegas Judy Massare y Erin Maxwell, describe el ejemplar más completo conocido del Pliensbaquiense, hace unos 190 millones de años, una etapa escasamente representada en el registro fósil. Su importancia va mucho más allá del valor anatómico: este animal parece situarse justo en el momento en que los ictiosaurios experimentaron un profundo relevo faunístico, reemplazando linajes antiguos por otros más especializados que dominarían los mares del Jurásico medio.

Un fósil excepcional del Pliensbaquiense

El espécimen, catalogado como ROM VP52596, procede de los acantilados de Golden Cap, entre Charmouth y Seatown, en el suroeste de Inglaterra, una zona declarada Patrimonio de la Humanidad por su riqueza geológica. Fue descubierto y preparado inicialmente por el coleccionista local Chris Moore y más tarde adquirido por el Royal Ontario Museum de Toronto, donde se completó su restauración.

A diferencia de la mayoría de los fósiles de ictiosaurio, fragmentarios y aplastados, este ejemplar conserva un esqueleto casi completo, que incluye un cráneo tridimensional de 64 centímetros y parte del tronco y las aletas. Solo faltan la punta de la cola y una aleta trasera. Su longitud total se estima en unos tres metros, un tamaño medio entre los ictiosaurios tempranos. En la roca que lo rodea se preservan incluso posibles restos de tejidos blandos y una masa indeterminada cerca del estómago, quizá los restos de una presa.

El contexto geológico lo sitúa en la zona Davoei del Pliensbaquiense inferior, dentro de la Formación Charmouth Mudstone, una capa rica en belemnites y amonites que permite datar el fósil con precisión. Este detalle es crucial: apenas se conocen ictiosaurios del Pliensbaquiense, un vacío temporal que separa las faunas más antiguas del Hettangiense y Sinemuriense (hace 201–192 millones de años) de las posteriores del Toarciense (hace 183 millones), mucho más abundantes. Xiphodracon llena, literalmente, un hueco en el tiempo.

Esqueleto del ictiosaurio Xiphodracon goldencapensis, procedente de Golden Cap

El esqueleto del ictiosaurio Xiphodracon goldencapensis, procedente de Golden Cap, se conserva en vista ventrolateral: el cráneo ha sido completamente preparado fuera de la roca, mientras que la mayor parte del cuerpo permanece aún incrustada en la matriz. La aleta anterior izquierda, preservada en tres dimensiones, sobresale hacia arriba. Cortesía: Dean R. Lomax, Judy A. Massare & Erin E. Maxwell

El dragón de Golden Cap: origen del nombre y morfología

El nombre científico del ictiosario Xiphodracon goldencapensis combina el griego xiphos, espada; y drakon, dragón, en alusión a su hocico estrecho y al apelativo popular de estos animales: dragones marinos. El epíteto específico recuerda el lugar de su hallazgo, Golden Cap.

El aspecto de este reptil marino debió de ser elegante y aerodinámico, como el de los delfines modernos. Poseía un cuerpo fusiforme y un largo hocico provisto de pequeños dientes cónicos, ideales para atrapar peces y cefalópodos.

Pero lo que realmente ha entusiasmado a los paleontólogos es la anatomía de su cráneo, una mezcla sorprendente de rasgos antiguos y modernos que lo convierte en una pieza clave para entender cómo evolucionaron los ictiosaurios después de la extinción masiva del Triásico-Jurásico, la cuarta de las cinco extinciones masivas que han azotado a la vida en la Tierra.

Un cráneo de diseño singular

El análisis detallado del cráneo reveló una combinación única de características. La más llamativa es su lacrimal, el hueso que forma parte del borde anterior de la órbita, ornamentado con una serie de seis proyecciones en forma de espina o dientes óseos. Ningún otro ictiosaurio conocido muestra esta estructura. El prefrontal, otro hueso del borde del ojo, se entrelaza con el lacrimal mediante proyecciones similares, como si ambas piezas encajaran como los dientes de una cremallera.

Los autores sugieren que este peculiar patrón podría estar relacionado con la presencia de glándulas de sal, estructuras que ayudaban a estos reptiles a regular la concentración salina, al igual que lo hacen hoy las aves marinas. En Xiphodracon, un pequeño foramen o abertura detrás del orificio nasal externo podría haber albergado la salida de dichas glándulas.

Otra de sus rarezas es la forma del hocico alargado y afilado: extremadamente estrecho, con la mandíbula superior y el maxilar formando casi todo el borde inferior del orificio nasal, algo inusual entre los ictiosaurios del Jurásico temprano. Este diseño, más parecido al de sus ancestros triásicos, sugiere una adaptación muy especializada para capturar presas pequeñas, quizá mediante rápidos golpes laterales del morro, como hacen los delfines de pico largo actuales.

Su dentición también cuenta una historia. Los dientes son finos y delicados, con estrías que llegan casi hasta el ápice, y varios muestran deformaciones en la raíz, probablemente causadas por alguna lesión o infección durante la vida del animal. Es una ventana directa a su biología: no era un depredador de grandes presas, sino un cazador ágil de peces y cefalópodos, quizá con una mordida no demasiado potente pero extremadamente precisa.

Cráneo de Xiphodracon goldencapensis: Fotografía (A) e ilustración interpretativa (B) en vista lateral izquierda, y (C) fotografía en vista lateral derecha. Se aprecian las inusuales proyecciones múltiples en el borde anterodorsal del lacrimal y las estructuras interdigitadas más pequeñas del prefrontal. Cortesía: Dean R. Lomax, Judy A. Massare & Erin E. Maxwell

Transición evolutiva: del Triásico al Jurásico

El estudio no se limita solo a describir la anatomía, sino que también aborda su posición evolutiva. Los investigadores realizaron análisis filogenéticos que sitúan a Xiphodracon dentro de una nueva rama, Hauffiopterygia, incluida en la familia Leptonectidae. Esta agrupa ictiosaurios de hocico largo como Leptonectes o Excalibosaurus, y se considera precursora de formas más avanzadas como Hauffiopteryx.

El resultado sugiere que Xiphodracon está más emparentado con los ictiosaurios del Toarciense, como el Hauffiopteryx, que con los géneros más antiguos del Sinemuriense (Leptonectes, Ichthyosaurus). En otras palabras: pertenece a una generación de transición que anuncia el cambio profundo en la fauna marina del Jurásico temprano. Hacia el final del Pliensbaquiense, los viejos linajes estaban desapareciendo y eran sustituidos por grupos con morfologías más modernas y tal vez hábitos ecológicos distintos.

Lomax y sus colegas interpretan este hallazgo como la evidencia de una rotación faunística —una renovación completa de las especies dominantes— que aconteció unos diez millones de años después del Triásico. Este proceso culminaría en el Toarciense, cuando los ictiosaurios adoptaron formas más hidrodinámicas y diversificadas. Xiphodracon sería, por tanto, uno de los últimos representantes de una estirpe en transformación, un eslabón entre los antiguos y los nuevos dragones del mar.

Huellas de vida y muerte en el fósil

Más allá de su valor evolutivo, el fósil conserva huellas biográficas del propio animal. Los dientes deformes indican problemas durante su desarrollo, quizá tras un golpe o una enfermedad.

Cerca del hueso hioides, los autores encontraron una masa de fragmentos óseos que podría corresponder a los restos de una presa parcialmente digerida, lo que sugiere que el animal murió poco después de alimentarse. Incluso se conservan posibles vestigios de tejidos blandos alrededor de las aletas y el vientre, un detalle poco habitual que permitirá estudiar su musculatura y contorno corporal.

El esqueleto, aplastado en posición ventral, muestra que el animal quedó depositado de espaldas en el fondo marino, donde los sedimentos finos del Jurásico lo cubrieron con rapidez. Esta conservación excepcional ha permitido reconstruir su anatomía con una precisión poco frecuente en los fósiles de esta época.

El doctor Dean Lomax y la profesora Judy Massare posan junto al esqueleto del recién nombrado Xiphodracon goldencapensis, en el Royal Ontario Museum de Toronto (Canadá). Cortesía: Dr. Dean Lomax.

Dorset, tierra eterna de dragones marinos

La costa de Dorset, donde apareció Xiphodracon, ha sido durante más de dos siglos un laboratorio natural para la paleontología. Desde que Mary Anning desenterró los primeros ictiosaurios en Lyme Regis en el siglo XIX, la región ha proporcionado cientos de ejemplares, pero la mayoría pertenecen a estratos más antiguos. El nuevo hallazgo demuestra que incluso en formaciones tan estudiadas aún quedan tesoros fósiles escondidos.

Lomax, investigador de las universidades de Bristol y Mánchester, destaca la colaboración entre científicos y recolectores locales, como Moore, para hacer posible descubrimientos de este tipo.

«Este fósil nos recuerda que aún hay capítulos enteros de la historia de los ictiosaurios por escribir”, afirma este paleontólogo. La réplica del ejemplar se expone ya en el Museo Estatal de Historia Natural de Stuttgart, en Alemania.

Xiphodracon goldencapensis no es el mayor ni el más extravagante de los ictiosaurios, pero su valor reside en lo que representa: un testigo clave de la evolución marina del Jurásico. Su hocico afilado y sus extraños huesos nasales hablan de experimentación anatómica, de linajes que se adaptaban a un mundo en cambio.

Entre los sedimentos jurásicos de la costa de Dorset, este dragón de espada emerge como un puente entre eras, recordando que la evolución rara vez avanza en línea recta, sino a través de pequeñas transiciones, como las olas que modelan, paciente y silenciosamente, los acantilados de Dorset.

  • Fuente: Dean R. Lomax, Judy A. Massare, Erin E. Maxwell. A new long and narrow-snouted ichthyosaur illuminates a complex faunal turnover during an undersampled Early Jurassic (Pliensbachian) interval. Papers in Paleontology (2025). DOI: https://doi.org/10.1002/spp2.70038

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