El seiche que sacudió al mundo: ¿cómo un fiordo en Groenlandia generó una señal sísmica global?

Una misteriosa señal sísmica sacudió el planeta cada 90 segundos durante días, sin que nadie supiera por qué. Ahora, científicos revelan que fue el eco de un suerte de megatsunami de 200 metros de altura oculto en un fiordo del Ártico.

Por Enrique Coperías

El fiordo Dickson (Groenlandia), en agosto de 2023. Apenas unas semanas más tarde, un enorme deslizamiento de rocas y hielo caería por esta misma quebrada, desencadenando un megatsunami y una onda estacionaria que sacudiría la Tierra entera.

El fiordo Dickson (Groenlandia), en agosto de 2023. Apenas unas semanas más tarde, un enorme deslizamiento de rocas y hielo caería por esta misma quebrada, desencadenando un megatsunami y una onda estacionaria que sacudiría la Tierra entera. Cortesía: Wieter Boone / Flanders Marine Institute

En septiembre de 2023, un fenómeno desconcertante comenzó a resonar en los sismógrafos de todo el planeta: cada 90 segundos, una señal sísmica de frecuencia extremadamente baja —10,88 milhercio​s— agitaba la Tierra de manera casi imperceptible, pero constante.

Esta vibración persistió durante nueve días, como una especie de latido global sin explicación aparente. Un mes después, el mismo patrón reapareció, aunque con menor intensidad y duración.

Casi un año más tarde, y tras un arduo esfuerzo científico multidisciplinario, un equipo de investigadores de la Universidad de Oxford, en el Reino Unido, ha confirmado la causa de este extraño fenómeno: dos megatsunamis desencadenados por deslizamientos masivos de rocas y hielo en un remoto fiordo del este de Groenlandia.

¿Qué causó el seiche de Groenlandia?

Pero lo que hizo de este caso algo verdaderamente único no fue el tsunami en sí, sino lo que vino después: el agua quedó atrapada en el fiordo y comenzó a oscilar de un lado a otro en forma de un seiche, una onda estacionaria acuática que, en este caso, terminó sacudiendo al mundo.

Aunque los seiches son conocidos por ocurrir en lagos, bahías o piscinas, nunca antes se había documentado uno capaz de generar señales sísmicas globales durante tantos días.

Y lo más sorprendente del suceso es que no había evidencia visual directa de su existencia. Incluso un buque de la armada danesa que navegó por el fiordo tres días después del primer evento no logró detectar movimiento alguno en la superficie del agua.

SWOT: el satélite que lo cambió todo

Esto cambió con la llegada de una nueva generación de tecnología satelital. En su estudio, cuyos resultados han sido publicados por la revista Nature Communications, los investigadores utilizaron datos del satélite SWOT (Surface Water and Ocean Topography), lanzado en diciembre de 2022.

A diferencia de los altímetros convencionales, que solo recogen información justo debajo del satélite y generan perfiles lineales (1D), SWOT está equipado con un interferómetro de radar de banda Ka (KaRIn) que puede medir con altísima precisión (hasta 2,5 metros de resolución) los niveles del agua en franjas de hasta 50 kilómetros de ancho.

Gracias a estos datos, el equipo logró generar mapas de elevación del fiordo de Dickson en diversos momentos posteriores a los deslizamientos. En ellos se observaron claramente pendientes de hasta dos metros a lo ancho del fiordo, alternando de un lado al otro, lo que evidenciaba un vaivén de agua de gran escala: el tan buscado seiche.

Imagen del satélite Sentinel-2 de Copernicus del fiordo Dickson, en Groenlandia oriental. Crédito: Thomas Monahan.

Una huella sísmica global

Lo más fascinante del hallazgo fue comprobar que esta oscilación del agua había generado una fuerza horizontal lo suficientemente grande como para deformar levemente la corteza terrestre. Estas deformaciones, aunque diminutas, pudieron ser detectadas por estaciones sísmicas a miles de kilómetros, lo que explica el origen de la misteriosa señal sísmica global.

Para reconstruir la dinámica del fenómeno, los científicos combinaron los datos satelitales con observaciones sísmicas de la estación II.ALE, situada a más de 1.300 km del fiordo. Usando modelos estadísticos bayesianos y herramientas de aprendizaje automático, lograron estimar con precisión el comportamiento de la onda estacionaria incluso en los periodos en que no había observaciones directas por satélite.

El resultado: una estimación independiente y empírica que sitúa la amplitud inicial del seiche en aproximadamente 7,9 metros, lo que concuerda con los cálculos más sofisticados hechos previamente por simulación numérica.

Ni las mareas ni el viento: solo el agua

Para validar su hipótesis, los investigadores se aseguraron de descartar otras posibles causas. Examinaron en detalle las condiciones meteorológicas y mareales del momento, incluido el impacto del transporte de Ekman.

Hay que decir que el transporte de Ekman no es otra cosa que el movimiento del agua en el océano causado por el viento y el efecto Coriolis. En el hemisferio norte, provoca que el agua se desplace aproximadamente 90° a la derecha de la dirección del viento; en el sur, a la izquierda. Este efecto ocurre principalmente en la capa superficial del océano y juega un papel clave en la circulación oceánica y el afloramiento costero.

Los autores del trabajo concluyeron que ni las mareas, que presentaban una distribución uniforme y amplitudes menores, ni el viento, que soplaba en dirección y velocidad inadecuadas, podían haber generado el patrón observado. Todo indicaba que el responsable era efectivamente el seiche.

Una voz desde el Ártico profundo

La historia comienza con el retroceso glaciar, una de las manifestaciones más contundentes del cambio climático en el Ártico. El fiordo de Dickson, ubicado en una zona remota del este de Groenlandia, alberga glaciares que han ido debilitando sus laderas por el deshielo progresivo. Este debilitamiento generó dos deslizamientos masivos, uno el 16 de septiembre y otro el 11 de octubre de 2023, ambos en la misma quebrada, el corredor por donde se deslizaron las rocas y el hielo.

El primero produjo un megatsunami que alcanzó alturas de hasta 200 metros cerca del lugar del colapso, y dejó rastros visibles incluso a 72 kilómetros de distancia, en la estación científica de Ella+. El segundo fue menos violento, pero también generó un seiche que osciló durante varios días, como su predecesor.

Lo notable es que estos desastres, lejos de producirse en silencio, hablaron al planeta entero a través de ondas sísmicas casi hipnóticas. Pero nadie sabía exactamente qué estaban diciendo… hasta ahora.

Groenlandia y el cambio climático: ¿una advertencia desde el Ártico?

Thomas Monahan, autor principal del estudio y estudiante de doctorado en el Departamento de Ingeniería de la Universidad de Oxford, explica la importancia del hallazgo con claridad meridina:

«El cambio climático está dando lugar a extremos nuevos e invisibles. Y esos extremos están evolucionando más rápidamente en regiones remotas como el Ártico, donde nuestra capacidad para medirlos es muy limitada. Este estudio demuestra cómo podemos aprovechar la nueva generación de tecnologías de observación satelital para estudiar estos procesos».

Para Monahan, el satélite SWOT ha cambiado las reglas del juego: «SWOT es revolucionario para estudiar procesos oceánicos en regiones como los fiordos, que los satélites anteriores no podían observar con claridad».

«Este estudio es un ejemplo de cómo la nueva generación de datos satelitales puede ayudarnos a resolver fenómenos que hasta ahora eran un misterio —dice el profesor Thomas Adcock, coautor del estudio, que destaca el valor científico y tecnológico de estos nuevos datos. Y añade—: Podremos obtener nuevas perspectivas sobre eventos extremos como tsunamis, marejadas y olas monstruo. Pero para aprovechar realmente estos datos, tendremos que innovar y combinar el aprendizaje automático con nuestro conocimiento de la física oceánica».

Imagen del satélite Sentinel-2 de Copernicus del fiordo Dickson en el este de Groenlandia con las mediciones de la altura de la superficie del mar observadas desde el satélite SWOT de la ola que sacudió la Tierra el 11 de octubre superpuestas.

Imagen del satélite Sentinel-2 de Copernicus del fiordo Dickson en el este de Groenlandia con las mediciones de la altura de la superficie del mar observadas desde el satélite SWOT de la ola que sacudió la Tierra el 11 de octubre superpuestas. Crédito: Thomas Monahan.

Implicaciones más allá del Ártico

En palabras de Monahan, este descubrimiento no solo confirma la existencia de un fenómeno que antes solo existía en simulaciones, sino que también alerta sobre un futuro en el que este tipo de eventos extremos podrían ser más frecuentes. El derretimiento del permafrost —la capa de suelo congelado permanentemente— y la pérdida de masa glaciar en regiones polares podrían aumentar la frecuencia de deslizamientos y, con ellos, de tsunamis confinados que desencadenen nuevos seiches.

Estas ondas, al alterar el nivel del mar dentro de fiordos, pueden generar efectos peligrosos en comunidades cercanas o en infraestructuras críticas.

La posibilidad de que eventos localizados tengan un alcance sísmico global refuerza la necesidad de invertir en monitoreo especializado, según el profesor Adcock. Él y sus colegas destacan que, aunque SWOT ha demostrado su utilidad, su cobertura temporal es limitada. Por eso abogan por futuras misiones satelitales que permitan una monitorización más continua, especialmente en latitudes altas donde la actividad climática extrema está en auge.

Ciencia, tecnología y clima: el nuevo triángulo de la vigilancia planetaria

Sin duda alguna, el estudio del seiche groenlandés es un caso ejemplar de cómo la ciencia de frontera, la tecnología espacial avanzada y la preocupación climática convergen. Se trata de un fenómeno acuático casi fantasmal, que osciló en un rincón remoto del planeta, pero que dejó una huella medible en la corteza terrestre. Y gracias a la combinación de datos satelitales, inteligencia artificial y análisis sísmico, ha sido finalmente descifrado.

Es también una muestra de lo mucho que aún no sabemos sobre los efectos del cambio climático, y de cómo fenómenos que antes habrían pasado desapercibidos pueden ahora estudiarse con herramientas innovadoras.

En palabras de sus propios protagonistas, este descubrimiento no solo resuelve un enigma geofísico: marca un nuevo comienzo en la forma en que observamos y entendemos nuestro planeta cambiante. ▪️

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