La pesca de krill en el Antártico: cómo compite «peligrosamente» con ballenas, focas y pingüinos, según un estudio con IA

Los barcos pesqueros rivalizan con ballenas, pingüinos y focas por el krill antártico, el alimento que sustenta el frágil ecosistema de la Antártida. Un estudio con inteligencia artificial y datos acústicos revela los puntos críticos de esta lucha invisible bajo el hielo, y advierte de la la urgente necesidad de acometer una gestión pesquera más sostenible de krill en la zona.

Por Enrique Coperías

Pingüinos, focas y ballenas compiten con los barcos pesqueros por el krill, cada vez más demandada como fuente de omega-3 para la fabricación de suplementos y como alimento para la acuicultura.

Pingüinos, focas y ballenas compiten con los barcos pesqueros por el krill, cada vez más demandada como fuente de omega-3 para la fabricación de suplementos y como alimento para la acuicultura. Foto: Paul Carroll

Por primera vez, un equipo internacional de científicos ha logrado utilizar los registros acústicos que recopilan rutinariamente los barcos pesqueros para identificar los momentos y lugares donde se intensifica la competencia entre la pesca de krill y sus depredadores naturales, como ballenas, focas y pingüinos.

El hallazgo, publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), podría sentar las bases de nuevas estrategias de gestión sostenible en uno de los ecosistemas más sensibles del planeta.

El krill antártico (Euphausia superba), un diminuto crustáceo que forma enormes enjambres en las gélidas aguas del sur, constituye el alimento esencial de una larga lista de especies marinas. No obstante, la creciente presión pesquera sobre esta especie, motivada por su uso en suplementos de omega-3 y alimento para acuicultura, plantea serios interrogantes sobre su sostenibilidad ecológica.

Un estudio pionero con ecosondas e IA revela los puntos de conflicto

Para entender mejor esta interacción, investigadores del Instituto Alfred Wegener (AWI), en Alemania; y del Instituto Noruego de Investigación Marina, en Bergen, analizaron más de 30.000 horas de grabaciones de ecosonda procedentes de tres buques de pesca comercial que faenaron durante seis años en el océano Antártico.

«Gracias a la inteligencia artificial y a modelos de segmentación, logramos filtrar las señales acústicas de ballenas, pingüinos y focas cuando se sumergen cerca de los barcos», explica Dominik Bahlburg, biólogo del AWI y uno de los autores del trabajo.

Las grabaciones revelan que durante estos encuentros tanto los buques como los animales persiguen los mismos bancos de krill, y que, por tanto, compiten directamente por este recurso alimenticio. El análisis permitió identificar los patrones espacio-temporales en los que estas interacciones son más intensas.

Ejemplar de krill antártico (Euphausia superba), un diminuto crustáceo que forma enormes enjambres en las gélidas aguas de la Antártida y que constituye el alimento esencial de una larga lista de especies marinas. Cortesía: Uwe Kils

Estacionalidad de la competencia: verano, invierno y otoño

Uno de los hallazgos más relevantes del estudio apunta a que estas colisiones ecológicas no son aleatorias. Existen patrones estacionales diferenciados según la especie depredadora. Por ejemplo, los encuentros con pingüinos y lobos marinos se concentran en verano e invierno en las islas Orcadas del Sur y Georgia del Sur, mientras que las ballenas aparecen con menor frecuencia, aunque su presencia aumenta en otoño en la península Antártica.

«Las Orcadas del Sur son un auténtico punto caliente para las interacciones con pingüinos —señala Bahlburg en un comunicado del AWI. Y añade—: Curiosamente, estas zonas han recibido menos atención que la península Antártica en el debate sobre el impacto de la pesca de krill, a pesar de albergar colonias importantes que no están bajo vigilancia sistemática».

El estudio sugiere que las actuales restricciones voluntarias de pesca en la península Antártica no eliminan la competencia con pingüinos durante la cría, sino que la desplazan hacia las islas del norte, como las Orcadas del Sur. Esto plantea la necesidad de revisar las zonas de exclusión pesquera para adaptarlas a los movimientos reales de las especies afectadas.

¿El invierno es realmente menos conflictivo?

Los investigadores también se sorprendieron al descubrir que los encuentros entre barcos y depredadores ocurren con frecuencia similar en invierno que en verano, algo que contrasta con la suposición previa de que la temporada invernal implicaba un menor riesgo ecológico.

«En invierno, como los animales no están anclados a sus colonias, se pensaba que la pesca era menos conflictiva —explica Bahlburg. Y advierte—: Sin embargo, el hecho de que se produzcan tantos encuentros también en esa época sugiere que esta estrategia debe replantearse».

En otoño, la situación se invierte: las ballenas, que acumulan reservas de grasa antes de migrar hacia zonas de cría tropicales, se convierten en las principales competidoras de los pesqueros en la península Antártica. Las focas y los pingüinos, en cambio, son menos frecuentes en esas aguas en esa estación.

Tecnología accesible y escalable para monitoreo ecológico

“Lo más relevante es que estos patrones se mantuvieron estables a lo largo de seis años para todas las especies analizada —subraya Sebastian Menze, del Instituto Noruego de Investigación Marina. Y continúa—: Eso indica que los datos acústicos de los buques pesqueros, combinados con aprendizaje automático, pueden proporcionar una base sólida y económica para vigilar las interacciones entre la pesca y el ecosistema».

Además de su bajo coste, ya que se recogen como un subproducto de la actividad pesquera, estos datos ofrecen una cobertura espacial y temporal inigualable. La empresa Aker Biomarine, una de las mayores del sector, ha facilitado los registros a través de la plataforma pública HUBOcean, permitiendo así que puedan ser reutilizados para fines científicos y de conservación.

Buque de pesca de krill en el océano Austral. Considerado un superalimento, la pesca no regulada de estos crustáceos amenaza el equilibrio ambiental del Polo Sur.

Buque de pesca de krill en el océano Austral. Considerado un superalimento, la pesca no regulada de estos crustáceos amenaza el equilibrio ambiental del Polo Sur. Cortesía: Alfred-Wegener-Institut

Hasta ahora, el uso de ecosondas en pesquerías de krill se limitaba a estimaciones de biomasa. «Con este enfoque, ampliamos radicalmente su utilidad ecológica —destaca Bettina Meyer, del AWI y representante científica de Alemania en la Convención para la Conservación de los Recursos Vivos Marinos Antárticos (CCAMLR). Y añade—: Los datos acústicos permiten evaluar rápidamente el impacto de cambios en la gestión pesquera o en el comportamiento de la flota, incluso en regiones y momentos poco cubiertos por los programas de investigación tradicionales».

El estudio plantea un modelo en el que la propia industria pesquera puede participar activamente en la vigilancia del ecosistema, no solo como sujeto regulado, sino también como fuente de datos valiosos para su protección. Un pequeño crustáceo, el krill, vuelve a recordarnos que en la Antártida todo está conectado. ▪️

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