¿Ves lo mismo que yo? Nuestro cerebro percibe los colores de manera universal
Aunque cada persona describa los colores con sus propias palabras, la ciencia demuestra que nuestros cerebros responden casi al unísono ante los mismos tonos. Un hallazgo que revela la sorprendente universalidad de la percepción visual humana.
Por Enrique Coperías
Un estudio reciente muestra que los patrones cerebrales asociados a la visión del color no solo son similares entre individuos, sino que permiten predecir qué color está viendo una persona basándose en la actividad cerebral de otros. Imagen generada con Gemini
La escena es cotidiana: dos amigos contemplan juntos un cuadro en un museo. Uno comenta lo vibrante que luce el rojo de una tela; el otro asiente, fascinado por el mismo matiz. Más allá de las diferencias culturales o personales, ¿es posible que sus cerebros estén respondiendo de manera casi idéntica a ese color? Una nueva investigación sugiere que sí.
Y no solo eso: los científicos han demostrado que pueden predecir qué color está viendo una persona utilizando únicamente la actividad cerebral registrada en otras personas.
El hallazgo, fruto del trabajo de Michael Bannert y Andreas Bartels, del Departamento de Psicología en la Universidad de Tübingen (Alemania), aporta una pieza clave a la comprensión de cómo percibimos los colores. Publicado en la revista JNeurosci, el estudio combina experimentos de resonancia magnética funcional (fMRI) y sofisticados algoritmos de análisis para mostrar que existen sesgos espaciales en la representación del color en la corteza visual que se repiten de forma sistemática en los cerebros humanos.
La ciencia detrás de la visión del color
Durante décadas, la visión del color se ha entendido como un proceso altamente especializado y en cierto modo individual. Desde la retina, donde las células fotorreceptoras conocidas como conos, sensibles a distintas longitudes de onda y que descomponen la luz en información básica, hasta áreas específicas del cerebro, como la V4 —una región de la corteza visual localizada en el lóbulo occipital que juega un papel clave en el procesamiento del color y la forma—, se pensaba que el color seguía su propio carril neuronal, separado del procesamiento espacial o de la forma.
Sin embargo, la neurociencia está matizando esa visión. El procesamiento del color no ocurre en un vacío: se entrelaza con la manera en que el cerebro organiza el espacio visual, es decir, cómo mapea qué ocurre en cada punto del campo de visión. A este mapa se le llama retinotopía, y funciona como una cartografía neuronal en la que se ubica cada estímulo que entra por los ojos.
El estudio de Bannert y Bartels parte de una pregunta aparentemente sencilla: ¿las preferencias de nuestro cerebro para distintos colores siguen un patrón compartido entre personas o, por el contrario, son completamente idiosincrásicas? Si la respuesta fuera lo primero, sería posible entrenar un algoritmo con la actividad cerebral de varios individuos y después utilizarlo para adivinar qué color está viendo un voluntario completamente nuevo.
El experimento: colores, anillos y resonancia magnética
Para comprobarlo, los investigadores analizaron datos de quince participantes jóvenes con visión normal. El protocolo tenía dos fases principales:
1️⃣ En la primera, se registraba la actividad cerebral de cada persona mientras observaba patrones en blanco y negro —unos tableros de ajedrez giratorios y expansivos— que servían para cartografiar la retinotopía de cada individuo. En esta etapa no había colores implicados: se trataba de construir un lenguaje común espacial entre cerebros.
2️⃣ En la segunda llegaba el plato fuerte: se mostraban estímulos cromáticos en forma de anillos concéntricos que cambiaban lentamente. Los colores elegidos fueron tres muy básicos —rojo, verde y amarillo—, cada uno presentado con alta y baja luminancia (intensidad). Mientras tanto, los participantes permanecían en el escáner de fMRI, que registraba cambios de oxigenación en distintas regiones del cerebro como un proxy de la actividad neuronal.
Los científicos utilizaron después un modelo de respuesta compartida (Shared Response Model, SRM) que alineaba los cerebros entre sí basándose en la información espacial obtenida con los estímulos en blanco y negro. Así, podían traducir la actividad cromática de un cerebro al idioma común y compararla con la de otros.
Nuestros cerebros comparten mapas neuronales universales para procesar los colores, aunque la experiencia subjetiva de cada tono pueda variar entre personas. Cortesía: Patric Hagmann (2006) / Abrams Books
Resultados: ¿qué descubrieron los científicos?
Los análisis arrojaron varias conclusiones llamativas. La primera es que los colores podían decodificarse de forma fiable dentro de un mismo individuo: el algoritmo distinguía con éxito si el participante estaba viendo el rojo, el verde o el amarillo, y si la luminancia era alta o baja. Hasta aquí, nada radicalmente nuevo: estudios previos ya habían mostrado que es posible leer la percepción cromática de un individuo a partir de su actividad cerebral.
Lo realmente novedoso vino después. Usando solo la información espacial común y las respuestas cromáticas de otros voluntarios, el modelo fue capaz de predecir con éxito qué color estaba viendo una persona que nunca había participado en el entrenamiento. Dicho de otro modo: los patrones de activación cerebral asociados a cada color no son caprichosos ni únicos de cada individuo, sino que siguen reglas comunes compartidas por todos los cerebros humanos.
Además, Bannert y Bartels descubrieron que estas preferencias no son uniformes en toda la corteza visual. Cada región analizada —V1, V2, V3, hV4 y LO1, entre otras— mostraba sesgos específicos hacia ciertos colores en determinadas zonas del campo visual. Por ejemplo, un área podía responder de manera más intensa al amarillo en la periferia del campo de visión y al rojo en el centro.
Estos mapas de sesgo cromático se repetían sistemáticamente entre cerebros distintos, lo que apunta a un sustrato funcional o incluso evolutivo común.
¿Por qué compartimos mapas de color en el cerebro?
La existencia de estos patrones compartidos plantea una pregunta intrigante: ¿qué propósito cumplen? Los autores especulan con varias posibilidades:
✅ Una es que estos sesgos cromáticos reflejen adaptaciones evolutivas ligadas al entorno visual humano. No vemos colores en un vacío, sino en escenas naturales donde ciertos matices se asocian más a menudo con objetos centrales (como los frutos rojizos en medio del follaje) y otros con fondos periféricos. El cerebro habría aprendido a organizar sus mapas de modo que facilite detectar lo relevante en cada contexto.
✅ Otra posibilidad es que se trate de restricciones funcionales derivadas de cómo se conectan entre sí las neuronas en las distintas áreas visuales. El color, la forma y la posición no se procesan por separado, sino que se integran en representaciones conjuntas. Que estas representaciones sean similares entre personas podría ser simplemente una consecuencia de compartir una misma arquitectura biológica.
Aplicaciones y futuro de esta investigación
Más allá de la curiosidad académica, los hallazgos abren la puerta a aplicaciones insospechadas. El hecho de que pueda predecirse lo que alguien ve basándose en la actividad cerebral de otros sugiere un potencial para la neurotecnología de interfaz cerebro-computadora.
En el futuro, podría diseñarse software capaz de reconstruir experiencias visuales sin necesidad de entrenar cada sistema desde cero para cada usuario.
También tiene implicaciones en campos como la neuropsicología clínica. Entender cómo se organiza el color en cerebros sanos puede servir de referencia para diagnosticar alteraciones en pacientes con lesiones visuales o trastornos de la percepción. Incluso podría influir en el diseño de prótesis visuales o en terapias de rehabilitación neuronal.
Un debate en marcha
Por supuesto, no todo está resuelto. El propio estudio reconoce limitaciones. La muestra era pequeña (quince personas) y relativamente homogénea en edad y origen. Además, se trabajó solo con tres colores básicos y en condiciones muy controladas de laboratorio.
Falta por saber si estos mapas compartidos del color se mantienen con paletas cromáticas más complejas, en escenas naturales o en culturas con diferentes categorías lingüísticas para los colores.
Otro interrogante es hasta qué punto estas representaciones compartidas influyen en la experiencia subjetiva del color. La ciencia puede mostrar que dos cerebros reaccionan de manera similar al rojo, pero ¿garantiza eso que ambos individuos ven exactamente el mismo rojo? La filosofía de la percepción sigue recordándonos que hay un componente ineludiblemente subjetivo en la experiencia sensorial.
Una ventana a la universalidad perceptiva
Aun con estas cautelas, el trabajo de Bannert y Bartels constituye un paso importante para desentrañar la universalidad de la percepción visual. Si nuestros cerebros comparten mapas espaciales de color, se refuerza la idea de que el mundo cromático que experimentamos no es un simple constructo cultural, sino que tiene raíces biológicas profundas y compartidas.
Es como si la naturaleza hubiera establecido un lienzo común sobre el que cada individuo pinta después sus matices personales. Podemos discutir si un verde es más alegre o más apagado, pero el hecho de que nuestra corteza visual se active de manera tan similar al verlo apunta a que la base es la misma.
En palabras de los autores, «las representaciones espaciales específicas del color y su conservación entre individuos sugieren presiones funcionales o evolutivas aún por dilucidar». La ciencia del color todavía tiene mucho que explicar, pero este estudio nos acerca un poco más a entender por qué compartimos un arcoíris en la mente.
La próxima vez que admiremos un atardecer con alguien, quizá convenga recordar que, más allá de las diferencias en metáforas o descripciones, nuestros cerebros probablemente estén vibrando al unísono ante los mismos tonos rojizos y dorados. Y que en esa sincronía silenciosa reside una parte de nuestra común humanidad. ▪️
Fuente: Michael M. Bannert and Andreas Bartels. Large-scale color biases in the retinotopic functional architecture are region specific and shared across human brains. Journal of Neuroscience 8 September (2025). DOI: https://doi.org/10.1523/JNEUROSCI.2717-20.2025