¿Es contagiosa la agresividad? Un estudio en ratones muestra cómo la violencia se transmite socialmente
Observar la violencia de un compañero puede encender la chispa de la agresividad propia. Un estudio en The Journal of Neuroscience desvela el mecanismo cerebral que explicaría cómo la violencia se transmite socialmente, al menos en ratones.
Por Enrique Coperías
La violencia se contagia sobre todo dentro de grupos cercanos, lo que podría explicar dinámicas humanas en pandillas juveniles, colectivos carcelarios o entornos familiares violentos. Foto: Evgeniy Smersh
La violencia no solo se ejerce: también se aprende, se imita y, en cierto modo, se contagia. Desde hace décadas, la psicología ha documentado cómo los niños que crecen en entornos marcados por la agresión —ya sea en casa, en el colegio o a través de la televisión— tienden a reproducir comportamientos similares en el futuro.
El célebre experimento del muñeco Bobo, realizado en los años sesenta por el psicólogo Albert Bandura, mostró con crudeza esa transmisión: bastaba con que un niño observara a un adulto golpear a un muñeco de plástico para que, minutos después, repitiera los mismos golpes.
Pero ¿qué ocurre en el cerebro cuando la violencia se transmite por observación? ¿Cuáles son los circuitos neuronales que hacen que la agresión de un compañero pueda encender la chispa de la violencia propia? Un estudio recién publicado en The Journal of Neuroscience por un equipo de la Universidad de Medicina del Sur de Illinois (Estados Unidos) ofrece respuestas sorprendentes: la agresión puede, efectivamente, propagarse socialmente, pero solo bajo ciertas condiciones. La clave, según revelan los experimentos, es la familiaridad.
El hallazgo: la «agresión socialmente transmitida»
El equipo liderado por Jacob Nordman ha acuñado el término agresión socialmente transmitida (STA) para describir un fenómeno en el que un animal —en este caso, un ratón— aumenta su propia violencia tras observar cómo un compañero agrede a un intruso. Sin embargo, el hallazgo no es tan simple como decir que «la violencia se contagia»: los investigadores comprobaron que este efecto solo se producía si el ratón observador conocía previamente al agresor.
En otras palabras, los ratones que observaban a un compañero de jaula atacar a un intruso se volvían más agresivos en sus propios encuentros posteriores. Pero si el agresor era un extraño, la escena no tenía ningún efecto. El lazo social, la familiaridad, actuaba como un interruptor que determinaba si la agresión se transmitía o no.
El resultado recuerda a algo profundamente humano: lo que hacen nuestros amigos, hermanos o compañeros nos influye más que lo que hacen los desconocidos. En términos evolutivos, puede tener sentido: prestar atención a las conductas de quienes nos rodean en el día a día es más útil para adaptarnos al entorno que observar a un extraño al azar.
PARA SABER MÁS
El papel de la amígdala medial en el contagio de la violencia
Para comprender qué ocurre en el cerebro durante esta transmisión social de la agresión, los investigadores se centraron en una región conocida como amígdala medial posterior-ventral (MeApv). Este núcleo, ya implicado en conductas de agresión y defensa, se activa cuando un animal pelea directamente. La pregunta era si también se encendía cuando un ratón era solo espectador de la violencia ajena.
La respuesta fue afirmativa, pero con matices: la MeApv se activaba únicamente cuando el agresor observado era un animal familiar. Para demostrarlo, el equipo utilizó técnicas de fotometría de fibras, que permiten registrar en tiempo real la actividad neuronal, y métodos de manipulación genética y optogenética capaces de encender o apagar grupos específicos de neuronas.
Los resultados fueron contundentes: si se inhibían las neuronas excitadoras de la MeApv, desaparecía el efecto de la agresión socialmente transmitida. Por el contrario, si esas neuronas se activaban artificialmente, incluso la observación de un agresor desconocido bastaba para provocar el contagio de la violencia. Es decir, la amígdala medial actúa como una compuerta que integra la información social (“¿conozco a este agresor?”) y la convierte en predisposición a la agresión propia.
En palabras de Nordman, «anteriormente descubrimos que estas neuronas están involucradas en un efecto de «preparación para la agresión», lo que significa que ser autor de un ataque aumenta la probabilidad de volver a atacar. Por ejemplo, imagina que tienes una discusión con un compañero de trabajo o un familiar. Después, tu agitación y frustración te hacen más propenso a tener otro arrebato».
La comparación conecta la neurobiología animal con la experiencia humana cotidiana.
Esquema del experimento: los ratones observan durante 10 minutos cómo un compañero conocido o un extraño ataca a un intruso. Solo tras presenciar la agresión de un par familiar, los machos muestran conductas violentas media hora después, un efecto mediado por la activación de neuronas en la amígdala medial. Cortesía: Jacob Nordman via BioRender.
Diferencias de género: por qué las hembras no imitan la agresión
Uno de los hallazgos más llamativos del estudio es que este efecto de contagio de la violencia solo se observó en ratones machos. Las hembras, aun siendo testigos de ataques de sus compañeras, no mostraron un aumento posterior en su propia agresividad.
Nordman y sus colegas reconocen que no está claro si esta diferencia refleja una auténtica particularidad biológica o si se debe a que la cepa de hembras empleada es, de por sí, poco agresiva.
Lo cierto es que otros experimentos han mostrado que las hembras tienden a expresar la agresión de formas distintas y menos frecuentes que los machos, lo que plantea preguntas interesantes sobre la base neurobiológica del género en los comportamientos sociales.
Violencia observada como aprendizaje vicario
El concepto de que la violencia puede extenderse socialmente no es nuevo, pero este trabajo aporta por primera vez una base neurobiológica precisa. Hasta ahora, se sabía que la exposición repetida a la violencia en la infancia humana está asociada con una mayor probabilidad de conductas antisociales en la edad adulta. Sin embargo, no estaba claro qué mecanismos cerebrales permitían que la mera observación se transformara en acción.
El estudio sugiere que lo que ocurre en los ratones podría tener un paralelismo directo con los humanos: la violencia observada en un entorno familiar —ya sea en casa, entre amigos o en el vecindario— tiene un mayor potencial de ser interiorizada que la violencia observada en un entorno distante o ajeno.
En palabras de los autores, se trataría de un caso de primado vicario: una experiencia que no vivimos en carne propia, pero que deja una huella en nuestros circuitos neuronales y nos predispone a repetirla.
Cuando la violencia se vuelve contagiosa en grupo
Los investigadores advierten de que la agresión socialmente transmitida no es un simple efecto anecdótico. Podría ser el germen de cómo la violencia se propaga en colectivos cerrados: pandillas juveniles, grupos carcelarios o incluso unidades militares. En estos entornos, la familiaridad entre individuos es máxima, lo que aumenta la probabilidad de que la agresión de uno se multiplique en los demás.
Otros estudios en animales han mostrado algo similar con la ansiedad y la depresión: un ratón que observa a un compañero sufrir una derrota social desarrolla síntomas parecidos a los de la depresión.
En el caso de la agresión, el mecanismo parece ser paralelo: la violencia vista entre conocidos reconfigura los circuitos neuronales y facilita que esa violencia resurja después.
Cuestiones en el aire
Aunque los hallazgos son sólidos, el equipo señala varias limitaciones. En primer lugar, no lograron observar este fenómeno en hembras, lo que abre interrogantes sobre su generalidad. En segundo lugar, los experimentos se centraron en activaciones poblacionales de neuronas, y todavía no se sabe si existe un subgrupo específico de neuronas espejo de la agresión que respondan tanto a la violencia ejercida como a la observada.
Tampoco está claro hasta qué punto un único episodio de agresión observada deja efectos duraderos. En los experimentos, bastó con ver una pelea para que el efecto se produjera, pero en la vida real los individuos suelen estar expuestos de forma repetida a escenas violentas. Los autores sospechan que esta repetición podría consolidar cambios sinápticos más estables en la amígdala medial, fijando un patrón de agresividad que se prolonga en el tiempo.
Otro factor pendiente de explorar es la jerarquía social. En los grupos de ratones, como en los seres humanos, la posición en la escala de dominancia podría modular la respuesta. Quizá un ratón subordinado que observa la victoria de un compañero dominante se sienta más predispuesto a imitar esa conducta, mientras que otro de rango bajo podría reaccionar con sumisión o miedo.
Desde hace décadas, la psicología social y la neurociencia han documentado cómo los niños que crecen en entornos marcados por la agresión —ya sea en casa, en el colegio o a través de los medios— tienden a reproducir esos comportamientos en el futuro. Foto: yang miao
Implicaciones para la salud pública
Más allá de la neurociencia básica, este estudio tiene implicaciones sociales y clínicas. La violencia no solo causa daños inmediatos; también deja cicatrices que se transmiten de forma invisible en quienes la observan. En niños y adolescentes, crecer expuestos a episodios de violencia doméstica o escolar puede actuar como un contagio neuronal que aumenta la probabilidad de repetir esos patrones en el futuro.
Los autores del estudio sugieren que comprender los circuitos de la agresión socialmente transmitida podría abrir nuevas vías para intervenciones terapéuticas. Si se identifican los nodos neuronales que facilitan este contagio, podrían diseñarse fármacos o terapias de estimulación cerebral para reducir la probabilidad de que la violencia observada se transforme en violencia ejercida.
Según Nordman, «este hallazgo podría servir de base para el desarrollo de intervenciones neuronales y conductuales contra la violencia aprendida».
La violencia, ¿una epidemia social?
La idea de que la agresividad puede transmitirse como un virus social no es meramente metafórica. Igual que los contagios biológicos se expanden con mayor facilidad en entornos de contacto cercano, la violencia parece propagarse con más fuerza entre quienes se conocen bien.
Este estudio pone nombre y mecanismo a ese proceso: la agresión socialmente transmitida, mediada por la amígdala medial y regulada por la familiaridad.
No obstante, también abre la puerta a un mensaje esperanzador: si la violencia puede transmitirse, quizá también lo puedan hacer la cooperación, la empatía y la calma. Otros trabajos han mostrado que emociones como el miedo o la alegría también se contagian más fácilmente entre individuos familiares. Si entendemos los circuitos de la violencia, tal vez podamos aprender a fortalecer los de la convivencia.▪️
Contagio comportamientos agresivos: Preguntas & Respuestas
🥊 ¿Puede la violencia ser contagiosa?
Sí. El estudio en ratones demuestra que observar la agresión de un compañero conocido puede aumentar la probabilidad de conductas violentas posteriores. Este fenómeno se denomina agresión socialmente transmitida.
🥊 ¿Qué parte del cerebro está implicada en el contagio de la agresión?
La amígdala medial posterior-ventral (MeApv). Es un núcleo cerebral que regula la predisposición a la agresión y actúa como “interruptor” según la familiaridad con el agresor observado.
🥊 ¿La agresión observada afecta por igual a machos y hembras?
No. El efecto se observó en ratones machos, pero no en hembras. Los investigadores creen que puede deberse a diferencias biológicas o al bajo nivel de agresividad en la cepa estudiada.
🥊 ¿Qué relación tiene este hallazgo con los seres humanos?
Los resultados sugieren un paralelismo con la violencia vicaria en humanos: niños y adolescentes expuestos a violencia doméstica o escolar tienen más probabilidades de reproducir esos comportamientos en el futuro.
🥊 ¿Qué aplicaciones puede tener este descubrimiento?
Identificar el circuito neuronal de la agresión observada podría ayudar a diseñar terapias neurológicas y conductuales para prevenir la violencia aprendida y reducir el impacto en la salud pública.
🥊 ¿Qué diferencia hay entre contagio social de la violencia y contagio emocional?
Ambos son fenómenos de neurociencia social. En el caso de la violencia, la observación de ataques de conocidos activa la amígdala medial. En emociones como el miedo o la alegría, otros circuitos permiten un contagio más rápido de estados afectivos.
Información facilitada por la Sociedad de Neurociencia
Fuente: Magdalene P. Adjei, Elana Qasem, Sophia Aaflaq, Jessica T. Jacobs, Savannah Skinner, Fletcher Summa, Claudia Spotanski, Rylee Thompson, Mikaela L. Aholt, Taylor Lineberry, Jacob C. Nordman. Familiarity gates socially transmitted aggression via the medial amygdala. Journal of Neuroscience (2025). DOI: https://doi.org/10.1523/JNEUROSCI.1018-25.2025