La gran ola que agita la Vía Láctea: el hallazgo del telescopio Gaia que cambia cómo entendemos nuestra galaxia
El telescopio espacial Gaia ha detectado una gigantesca ondulación en el disco estelar de la Vía Láctea, una «gran ola» que se propaga como un eco cósmico. Este hallazgo revela que nuestra galaxia es mucho más dinámica y turbulenta de lo que creíamos.
Por Enrique Coperías
El telescopio espacial Gaia ha revelado que la Vía Láctea alberga una gran ola que se expande desde su centro. En la imagen se muestran las posiciones de miles de estrellas brillantes, superpuestas al mapa lateral de nuestra galaxia elaborado por Gaia. Cortesía: ESA/Gaia/DPAC, S. Payne-Wardenaar, E. Poggio et al. (2025)
Durante décadas, los astrónomos han cartografiado el disco de la Vía Láctea como si fuese un océano tranquilo, surcado por brazos espirales y deformado en sus bordes por un conocido alabeo, el llamado warp.
Sin embargo, los nuevos datos del telescopio espacial Gaia, de la Agencia Espacial Europea (ESA), revelan que nuestro hogar cósmico es mucho más agitado de lo que se pensaba. En el corazón del disco galáctico se esconde una ola gigantesca, una ondulación que recorre el plano estelar a lo largo de decenas de miles de años luz, como si la propia galaxia hubiese recibido un golpe que todavía resuena.
El hallazgo, publicado en la revista Astronomy & Astrophysics, se ha convertido en uno de los descubrimientos más llamativos de Gaia en sus nueve años de actividad. Y no es para menos: esta gran ola obliga a repensar la estabilidad de la Vía Láctea y abre nuevas preguntas sobre el papel de las galaxias satélite, el gas interestelar y los procesos dinámicos que esculpen el disco galáctico.
Un océano estelar lleno de corrientes
La Vía Láctea tiene unos 100.000 años luz de diámetro y alberga alrededor de 200.000 millones de estrellas. Su disco galáctico, donde se concentra la mayoría de ellas, no es perfectamente plano. Desde los años cincuenta se sabe que está alabeado: hacia un lado se curva hacia arriba y hacia el contrario hacia abajo, un efecto similar al de un vinilo que se ha doblado con el calor. Ese warp, visible en estrellas y en nubes de gas, se atribuía a la influencia gravitatoria de galaxias vecinas, como la de Sagitario y la Gran Nube de Magallanes.
Gaia, con su capacidad sin precedentes para medir posiciones y movimientos de casi 2.000 millones de estrellas, ya había confirmado este warp y revelado que no es estático: en 2020, un análisis de datos mostró que oscila en el tiempo, como un trompo que tambalea mientras gira. Pero el nuevo estudio va más allá: el disco galáctico no solo está alabeado, sino que late con una ondulación gigante, un patrón que recuerda a las ondas que deja caer una piedra en un estanque.
«Lo intrigante no es solo la apariencia visual de la estructura ondulatoria en el espacio 3D, sino también su comportamiento de ola cuando analizamos los movimientos de las estrellas que la forman», explica Eloisa Poggio, astrónoma del Istituto Nazionale di Astrofisica (INAF), en Italia, y autora principal del estudio, en un comunicado de la ESA.
Cómo se descubrió: la precisión de Gaia
Los investigadores analizaron dos muestras complementarias de estrellas jóvenes: unas 17.000 gigantes jóvenes a distancias de hasta 7.000 pársecs (unos 23.000 años luz) y unas 3.400 cefeidas clásicas, estrellas variables que sirven como faros cósmicos y que se extienden hasta los 15.000 pársecs del Sol (casi 50.000 años luz). Estas poblaciones, por su corta edad, conservan la huella del gas interestelar del que se formaron y son trazadores privilegiados de la dinámica galáctica.
El análisis reveló que, además del warp, existe una ondulación adicional: una corrugación vertical con una amplitud de entre 150 y 200 pársecs (unos 600 años luz) que se extiende por lo menos 10.000 años luz y tal vez hasta el doble. Lo más llamativo es que esta estructura no está quieta: las estrellas que la componen muestran velocidades sistemáticas hacia afuera del disco y hacia arriba o abajo del plano, con valores de 10 km/s a 15 km/s.
En términos astronómicos, esto equivale a una auténtica ola que viaja por el disco galáctico hacia el exterior. Y no se trata de un detalle local: la perturbación afecta a regiones situadas entre 30.000 y 65.000 años luz del centro de la galaxia, lo que significa que cubre una fracción enorme de la Vía Láctea.
«Lo que hace que esto sea aún más fascinante es nuestra capacidad, gracias a Gaia, de medir también los movimientos de las estrellas dentro del disco galáctico», subraya Poggio.
Ilustración de la gran ola de la Vía Láctea. Cortesía: ESA/Gaia/DPAC, S. Payne-Wardenaar, E. Poggio et al. (2025)
El estadio cósmico: una ola mexicana de estrellas
El equipo describe la estructura con una metáfora muy gráfica: la ola galáctica se comporta como una ola mexicana en un estadio. Si congeláramos la imagen en un momento determinado, veríamos personas de pie (las regiones donde las estrellas están más altas), otras sentándose tras pasar la ola (estrellas que vuelven al plano) y otras comenzando a levantarse (estrellas que inician el movimiento vertical).
«En este símil, las personas de pie corresponden a las regiones coloreadas en rojo en nuestros mapas en vista cenital y de perfil. Y, si consideramos los movimientos, los individuos con los mayores desplazamientos verticales positivos son quienes están comenzando a levantarse, por delante de la ola que se aproxima», añade Poggio.
La comparación no es solo un recurso narrativo: en los mapas de Gaia, las zonas en rojo indican estrellas por encima del plano y las azules, por debajo. Las flechas blancas que representan las velocidades muestran el desfase característico de una ola: los máximos de posición y de velocidad no coinciden exactamente, un comportamiento que solo puede explicarse con una oscilación propagándose.
Diferencias con la Radcliffe Wave
El hallazgo recuerda inevitablemente a otro descubrimiento reciente: la Radcliffe Wave, una estructura de gas y regiones de formación estelar cercana al Sol, de unos 9.000 años luz de longitud. Sin embargo, las similitudes son superficiales.
La Radcliffe es mucho más pequeña, más delgada y se encuentra a apenas unos 500 años luz del Sistema Solar. La gran ola identificada por Gaia, en cambio, está a distancias diez veces mayores y afecta a regiones mucho más amplias del disco.
«Sin embargo, la Radcliffe Wave es un filamento mucho más pequeño, y se encuentra en una zona diferente del disco galáctico respecto a la ola que hemos estudiado. Puede que ambas ondas estén relacionadas, o puede que no lo estén. Por eso queremos seguir investigando», reconoce Poggio.
Posibles orígenes de la ola galáctica
Los astrónomos aún no saben con certeza cuál es el origen de esta ondulación. Una posibilidad es que se trate de la cicatriz de una colisión galáctica pasada con una galaxia enana, como Sagitario, que se sabe ha atravesado varias veces el disco de la Vía Láctea en su órbita en torno a ella. También podría deberse a la influencia gravitatoria continua de la Gran Nube de Magallanes, una compañera masiva que parece estar alterando el halo galáctico.
Otra hipótesis es que la ola surja de la interacción entre mecanismos internos de la propia galaxia, como la barra central y los brazos espirales, capaces de generar ondas de densidad y oscilaciones verticales.
En cualquier caso, lo que queda claro es que el disco de la Vía Láctea no es un sistema estático ni en equilibrio, sino un entorno dinámico que sigue resonando con perturbaciones recientes.
Implicaciones para la evolución de la galaxia
Más allá de la explicación concreta, el hallazgo es un ejemplo de la potencia de Gaia para revelar la Vía Láctea como un organismo vivo. Su visión en seis dimensiones —tres posiciones y tres velocidades— permite crear mapas tanto cenitales como de perfil, algo imposible hasta hace pocos años. Ninguna nave podrá viajar más allá de la galaxia, pero el telescopio espacial ofrece una perspectiva casi omnisciente desde nuestra atalaya solar.
«El comportamiento observado es coherente con lo que esperaríamos de una ola», sintetiza Poggio.
La investigadora y su equipo han demostrado que las cefeidas y las gigantes jóvenes se mueven con la ola galáctica, lo que sugiere que incluso el gas interestelar podría estar implicado en el corrugado. Eso significa que la propia materia prima para formar estrellas estaría participando en esta danza cósmica, y que las nuevas generaciones de soles heredarían la huella de la perturbación.
El disco galáctico deformado de la Vía Láctea oscila como una peonza. Cortesía: Stefan Payne-Wardenaar
El futuro con Gaia DR4
El descubrimiento no es un punto final, sino el inicio de nuevas investigaciones. Queda por resolver si la gran ola y la Radcliffe Wave forman parte de un mismo fenómeno multiescala, si están causadas por el mismo evento o si son ondulaciones independientes. También falta entender cómo estas ondas galácticas influyen en la evolución del disco y en la formación estelar a lo largo de miles de millones de años.
Las próximas entregas de datos de Gaia serán decisivos. La cuarta publicación de datos (DR4), prevista para los próximos años, ofrecerá posiciones y movimientos todavía más precisos, incluyendo mejores mediciones para estrellas variables como las cCefeidas.
«La próxima cuarta entrega de datos de Gaia incluirá posiciones y movimientos aún mejores de las estrellas de la Vía Láctea, incluidas estrellas variables como las Cefeidas. Esto ayudará a los científicos a elaborar mapas aún más precisos y, con ello, avanzar en nuestra comprensión de estas características tan singulares de nuestra galaxia», afirma Johannes Sahlmann, científico del proyecto Gaia en la ESA.
La ola galáctica que cambia la percepción de la Vía Láctea
El descubrimiento de la gran ola no solo enriquece nuestro mapa de la galaxia, sino que plantea una lección más profunda: la Vía Láctea está lejos de ser un remanso de paz. Es un océano cósmico agitado, con mareas y corrientes invisibles que solo ahora comenzamos a detectar.
Comprender estas oscilaciones galácticas no es una mera curiosidad: ayuda a reconstruir la historia de encuentros de nuestra galaxia, a descifrar el papel de la materia oscura en su dinámica y a anticipar su evolución futura.
Como en un estadio donde la ola recorre a miles de personas, la gran ola galáctica avanza silenciosa por el disco estelar. Y Gaia, con su mirada precisa y paciente, nos permite ver cómo la multitud de soles se levanta y se sienta al compás de un movimiento que comenzó hace millones de años y que todavía resuena en nuestro hogar cósmico. ▪️
Preguntas & Respuestas: La gran ola de la Vía Láctea
🔹 ¿Qué ha descubierto exactamente Gaia?
Una ola galáctica de 150–200 parsecs de amplitud que se propaga por el disco de la Vía Láctea afectando a estrellas jóvenes y al gas interestelar.
🔹 ¿En qué se diferencia del warp galáctico?
El warp es un alabeo estático del disco. La gran ola es una ondulación dinámica, en movimiento, como una ola en un estanque.
🔹 ¿Está relacionada con la Radcliffe Wave?
Podría haber relación, pero la Radcliffe es más pequeña, cercana al Sol y formada por gas. La gran ola es mayor, más lejana y afecta a estrellas y gas.
🔹 ¿Cuál es el origen de la gran ola?
Se estudian tres hipótesis principales: colisiones con galaxias satélite, influencia de la Gran Nube de Magallanes o procesos internos de la Vía Láctea.
🔹 ¿Qué importancia tiene este descubrimiento?
Confirma que la Vía Láctea es dinámica, ayuda a entender su historia de colisiones y su evolución futura, y mejora los modelos de formación estelar.
Información facilitada por la ESA
Fuente: E. Poggio et al. The great wave: Evidence of a large-scale vertical corrugation propagating outwards in the Galactic disc. Astronomy and Astrophysics (2025). DOI: https://doi.org/10.1051/0004-6361/202451668