Descubren una nueva simbiosis marina: peces y anémonas cooperan en la oscuridad del océano

En las profundidades del océano abierto, diminutos peces y anémonas larvales sellan un pacto inesperado: protección a cambio de movimiento. Un hallazgo captado con fotografía blackwater redefine la vida oculta del mar nocturno.

Por Enrique Coperías

Un pez juvenil de la familia Carangidae sostiene una anémona en la boca. Fue fotografiado durante una inmersión blackwater.

Un pez juvenil de la familia Carangidae sostiene una anémona en la boca. Fue fotografiado durante una inmersión blackwater. Cortesía: Linda Ianniello

En la oscuridad absoluta del océano abierto, a decenas de metros de profundidad y lejos de cualquier arrecife de coral, los buceadores expertos en fotografía blackwater —una disciplina que consiste en sumergirse de noche en aguas pelágicas para observar el plancton y las criaturas que flotan en la columna de agua— están revelando una nueva cara del mar profundo.

Lo que hasta hace poco era un territorio casi invisible para la ciencia, la noche líquida donde prosperan larvas y organismos diminutos, se está convirtiendo en escenario de descubrimientos marinos sorprendentes. Uno de ellos acaba de cambiar lo que creíamos saber sobre las relaciones entre peces y anémonas.

Un equipo de investigadores encabezado por Gabriel V. F. Afonso, del Instituto de Ciencias Marinas de Virginia, en Estados Unidos, ha documentado por primera vez una asociación entre peces juveniles y anémonas larvales en mar abierto.

Las imágenes, tomadas durante inmersiones blackwater frente a las costas de Florida y Tahití, muestran a diminutos peces —de apenas unos milímetros— que nadan, se aferran o incluso sostienen con la boca a larvas de anémonas del grupo de los antozoos, los mismos parientes de los corales y las anémonas de mar de los arrecifes.

Del pez payaso a nuevas formas de simbiosis

La escena, recogida en el Journal of Fish Biology, podría parecer anecdótica: un pez diminuto sujetando una anémona flotante. Pero para los biólogos marinos supone una ampliación radical del concepto de simbiosis marina.

Hasta ahora, las asociaciones entre peces y anémonas se consideraban exclusivas de los fondos marinos, como en el célebre caso del pez payaso (género Amphiprion) y sus anémonas hospedadoras. Afonso y su equipo demuestran que estas relaciones también ocurren en la superficie epipelágica, en pleno océano abierto y durante las fases larvarias de ambos grupos.

«El campo emergente de la fotografía blackwater, esto es, las imágenes capturadas por buceadores nocturnos, hizo posible este estudio», explica Afonso.

Cuatro familias de peces y tres familias de anémonas

El hallazgo no proviene de un laboratorio ni de una expedición oceanográfica con redes de arrastre, sino de las cámaras de buceadores nocturnos.

Durante inmersiones nocturnas entre 8 y 20 metros de profundidad, los fotógrafos Richard Collins, Linda Ianniello y Fabien Michenet registraron con objetivos macro alevines de cuatro familias de peces pelágicos —lijas (Monacanthidae), pastorcillos (Ariommatidae), brámidos (Bramidae) y jureles (Carangidae)— interactuando con anémonas marinas de tres familias distintas (Cerianthidae, Arachnactidae y Sphenopidae).

En las imágenes, los peces se muestran en actitudes tan inesperadas como sujetar anémonas larvales con la boca o “montarlas” con las aletas pélvicas, como si las cabalgaran.

La revolución de la fotografía blackwater

La investigación, explican los autores, no implicó capturas ni manipulación de los animales: se basó exclusivamente en observaciones y fotografías in situ. Las muestras de anémonas recogidas fueron depositadas en el Museo de Historia Natural de Florida.

«Estas inmersiones de buceadores blackwater están abriendo una ventana a un mundo que antes era inaccesible», señalan los investigadores. Gracias a los aficionados y fotógrafos submarinos de esta comunidad —una suerte de ciencia ciudadana submarina— los científicos están empezando a conocer el comportamiento de especies que, hasta hace poco, solo se estudiaban disecadas en los museos.

«Algunas especies de peces larvales o juveniles vulnerables utilizan especies de invertebrados marinos aparentemente con fines defensivos —explica Rich Collins, uno de los buceadores y coautor del estudio. Y añade—: Buscan algo que sea urticante o desagradable, y simplemente lo llevan consigo».

Una lija juvenil transporta una larva de Palythoa en la boca.

Una lija juvenil transporta una larva de Palythoa en la boca. Foto: Rich Collins

Un archivo fotográfico de encuentros improbables

En una de las escenas más llamativas, un ejemplar juvenil de Aluterus schoepfii, un pez lija o de cuerpo plano y hocico puntiagudo, aparece nadando con una larva de Palythoa (un tipo de zoántido) entre los dientes. La imagen es tan inusual que los investigadores la comparan con el anclaje dental que practican las lijas adultas en los arrecifes de coral, cuando se sujetan a corales para descansar durante la noche.

En el caso de los juveniles, sin embargo, la conducta parece tener otro propósito: usar la anémona como escudo frente a depredadores.

Otra fotografía muestra a un Ariomma regulus, un pequeño pez pelágico, desplazándose junto a una larva de anémona tubular del género Isarachnactis, mientras un Brama brama —la conocida japuta o palometa— sostiene otra anémona en sus diminutas mandíbulas.

En Tahití, un Brama myersi fue visto montado sobre una anémona larval, en lo que los autores describen como un comportamiento de cabalgadura. Por último, un jurel blanco (Caranx latus) juvenil nadaba en círculos alrededor de una anémona de la familia Cerianthidae, colocándola siempre entre su cuerpo y la cámara del buceador, como si la utilizara para ocultarse.

Estas observaciones, repetidas en diferentes lugares y años, confirman que no se trata de encuentros casuales, sino de un comportamiento recurrente entre ciertas especies de peces marinos en sus primeras etapas de vida.

Interpretación: protección, camuflaje y transporte

La interpretación más inmediata de los científicos es que los peces jóvenes obtienen protección. Las anémonas marinas, incluso en estado larval, ya poseen nematocistos, las células urticantes características de los cnidarios, capaces de liberar toxinas y ahuyentar a posibles depredadores.
Sostener o nadar cerca de una anémona, explican Afonso y su equipo, podría funcionar como una forma de camuflaje químico o físico: el pez se disfraza de organismo urticante o se protege tras él.

«La picadura de una anémona larval quizá no sea lo bastante fuerte como para matar a un depredador, pero sí sería desagradable poco apetecible», comenta Afonso.

Alianzas entre organismos pelágicos

Lo novedoso es que los autores proponen que la relación también podría beneficiar a las anémonas, lo que convertiría el vínculo en una forma de mutualismo marino, y no solo de comensalismo. Las anémonas larvales, a diferencia de los peces, son nadadoras muy limitadas: dependen de las corrientes oceánicas para desplazarse.

Si un pez las transporta activamente mientras busca refugio, la anémona gana movilidad y puede colonizar zonas lejanas, incrementando así sus posibilidades de asentarse en nuevos ecosistemas bentónicos. Es decir, el pez obtiene protección, y la anémona, un viaje de dispersión.

«Las anémonas tienen una velocidad relativamente baja en comparación con los peces juveniles —dice Afonso. Y continúa—: Hasta donde sé, esta es la primera relación documentada en la que un pez de aguas abiertas interactúa físicamente con una anémona marina de una manera que parece implicar que transporta al invertebrado».

El artículo plantea esta hipótesis con prudencia —“será necesario confirmarlo experimentalmente”, advierten—, pero abre la puerta a reconsiderar las dinámicas ecológicas del plancton. En la vastedad del océano abierto, donde la tridimensionalidad del arrecife desaparece y el refugio escasea, las alianzas entre organismos pelágicos podrían ser mucho más comunes de lo que se pensaba.

Ecosistema sin refugio: adaptaciones del plancton

En el mar abierto, donde no hay corales, rocas ni algas, la supervivencia de las larvas de peces depende de estrategias creativas. Algunas se esconden dentro de salpas o medusas; otras imitan a organismos tóxicos en un caso de mimetismo batesiano, y algunas, como las descritas en este estudio, se asocian físicamente con invertebrados pelágicos.

Hasta ahora se conocían más de veinte familias de peces que establecen relaciones con medusas, sifonóforos o tunicados, pero nunca se había registrado una asociación con anémonas pelágicas. Este descubrimiento, según los autores, amplía «el número y la diversidad de invertebrados con los que los peces pueden asociarse durante su fase larvaria».

Las ventajas evolutivas son evidentes: un pez marino que logra camuflarse o escudarse detrás de un organismo urticante tiene más probabilidades de llegar con vida a su fase juvenil. Pero la naturaleza del beneficio para la anémona —si lo hay— sigue siendo un misterio.

«Si se demuestra que las anémonas son transportadas de esta manera, estaríamos ante un ejemplo de simbiosis mutualista completamente nuevo en el mar abierto», escriben los autores.

Del arrecife a la columna de agua: una simbiosis que se expande

La relación entre peces y anémonas es uno de los emblemas del mutualismo marino. El pez payaso protege a su anémona de los depredadores y limpia sus tentáculos; a cambio, la anémona le ofrece refugio entre sus brazos urticantes. Pero esa es una relación bentónica, asociada al fondo del mar y a especies adultas.

El nuevo estudio demuestra que algo análogo puede suceder en la etapa larvaria y en plena columna de agua, extendiendo el rango ecológico de este tipo de interacciones simbióticas.

En ese sentido, el trabajo de Afonso y sus colegas sugiere que la simbiosis entre peces y anémonas podría ser más antigua y versátil de lo imaginado. Tal vez surgió no en los arrecifes, sino en el propio plancton marino, como una estrategia compartida durante la juventud de ambos linajes. Con el tiempo, algunas especies habrían trasladado esa relación al fondo marino, donde evolucionó el vínculo icónico entre Amphiprion y sus anémonas de mar.

Un pez juvenil de la familia Bramidae sostiene una anémona en la boca, retratado durante una inmersión blackwater.

Un pez juvenil de la familia Bramidae sostiene una anémona en la boca, retratado durante una inmersión blackwater. Foto: Linda Ianniello

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La revolución de la fotografía blackwater

Más allá del hallazgo específico, el estudio refleja una transformación metodológica en la biología marina. Durante décadas, el conocimiento sobre larvas de peces se basó en ejemplares recogidos por redes de plancton o en laboratorio, donde se perdían rasgos esenciales como el color, la postura o la conducta.

Las inmersiones blackwater, popularizadas en los últimos años por fotógrafos submarinos especializados, están ofreciendo una visión inédita del plancton vivo en su entorno natural. Las cámaras digitales, las lentes macro y los focos de alta potencia permiten observar detalles imposibles hace una década: la textura de una aleta, los movimientos de caza, las interacciones efímeras entre especies marinas que nunca antes se habían registrado.

Afonso subraya la importancia de esta colaboración entre científicos y comunidad de buceadores.

«Espero que este artículo arroje más luz sobre el mundo antes invisible que revela la fotografía blackwater y despierte la curiosidad de la gente sobre las muchas interacciones entre peces e invertebrados marinos de todas las formas y colores», dice el investigador.

Un océano de preguntas abiertas

El descubrimiento plantea más preguntas que respuestas. ¿Qué motiva a los peces marinos a acercarse a organismos potencialmente tóxicos? ¿Cómo evitan los efectos de las células urticantes? ¿Qué porcentaje de las anémonas larvales logra asentarse gracias a este transporte accidental? Y, sobre todo, ¿hasta qué punto estas asociaciones marinas influyen en la dispersión de especies bentónicas en los océanos?

Para los autores, el siguiente paso será documentar más casos y analizar genéticamente las anémonas transportadas para comprobar si alcanzan nuevas áreas de asentamiento. También proponen explorar si los peces eligen activamente a ciertas especies de anémonas o si el encuentro es puramente oportunista.

Mientras tanto, las imágenes de estos diminutos peces sosteniendo anémonas en la noche pelágica siguen circulando entre la comunidad de buceadores. En ellas, el océano se revela no como un vacío azul, sino como un ecosistema de relaciones complejas e insospechadas, donde cada organismo —por pequeño que sea— puede ser aliado, escudo o transporte de otro.

En palabras de los investigadores, «la oscuridad del océano abierto no es un desierto, sino un tapiz de interacciones efímeras que sostienen la vida marina desde sus primeros minutos».

Y ahora sabemos que, en ese tapiz invisible, también nadan juntos peces y anémonas.▪️

  • Información facilitada por el Virginia Institute of Marine Science

  • Fuente: Gabriel V. F. Afonso, G. David Johnson, R. Collins, Murilo N. L. Pastana. Associations between fishes (Actinopterygii: Teleostei) and anthozoans (Anthozoa: Hexacorallia) in epipelagic waters based on in situ records. Journal of Fish Biology (2025). DOI: https://doi.org/10.1111/jfb.70214

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