El planeta en sincronía: cómo un El Niño más fuerte podría cambiar el clima global para siempre

Un nuevo estudio advierte de que el fenómeno de El Niño podría entrar en una fase de resonancia global, sincronizando los patrones climáticos del planeta y amplificando sus impactos. La Tierra podría pasar de un caos irregular a un pulso climático más rítmico… y más extremo.

Por Enrique Coperías

El Niño y La Niña son las dos caras opuestas de un mismo fenómeno oceánico en el Pacífico tropical

El Niño y La Niña son las dos caras opuestas de un mismo fenómeno oceánico en el Pacífico tropical: cuando el mar se calienta, El Niño altera los vientos y provoca sequías e inundaciones; cuando se enfría, La Niña invierte el patrón. Juntos marcan el pulso del clima global. Cortesía: NOAA

Durante décadas, el fenómeno de El Niño–Oscilación del Sur (ENSO) ha sido el metrónomo del clima global: sus pulsos irregulares de calor y lluvia en el Pacífico tropical modulan las sequías, las inundaciones y las cosechas desde América hasta África y Asia.

Pero un nuevo estudio científico publicado en la revista Nature Communications advierte de que este ritmo natural podría transformarse profundamente a lo largo del siglo XXI.

Según los autores, encabezados por los oceanógrafos Malte F. Stuecker, del Departamento de Oceanografía, Universidad de Hawái en Mānoa, y Axel Timmermann, de la Universidad Nacional de Pusan, en Corea del Sur, el sistema climático podría entrar en una fase de resonancia global, en la que El Niño no solo se intensifica, sino que impone su compás regular a otros modos del clima planetario: desde la oscilación del Atlántico Norte (NAO) hasta el dipolo del océano Índico (IOD), también conocido como el Niño indio.

Un mundo con El Niño amplificado y más predecible

Stuecker, Timmermann y sus colegas han utilizado uno de los modelos climáticos más avanzados —el AWI-CM3, del Instituto Alfred Wegener— para simular la evolución del clima bajo un escenario de altas emisiones (SSP5-8.5). El resultado es inquietante, ya que hacia mediados de siglo, el modelo predice una rápida transición de un ENSO irregular y de intensidad moderada, como el actual, a un ciclo más fuerte, más predecible y más rítmico, con oscilaciones regulares cada dos a cinco años.

El fenómeno, explican los investigadores, se debe a la intensificación de los acoplamientos aire-mar, que rozan un punto crítico —una bifurcación de Hopf, en lenguaje físico— y a un incremento del ruido atmosférico, es decir, de las variaciones meteorológicas que alimentan al propio El Niño. Cuando ambos factores se refuerzan, el sistema entra en resonancia climática: un pequeño impulso atmosférico basta para disparar grandes oscilaciones oceánicas.

«El Pacífico tropical puede experimentar un tipo de punto de inflexión climático, pasando de un comportamiento estable a uno oscilatorio inestable. Es la primera vez que se identifica de forma inequívoca este tipo de transición en un modelo climático complejo —explica Stuecker. Y añade—: Un acoplamiento aire-mar más intenso en un clima en calentamiento, combinado con una mayor variabilidad meteorológica en los trópicos, conduce a una transición en la amplitud y la regularidad del fenómeno».

De un océano tropical a un clima sincronizado

El estudio muestra que este nuevo El Niño hipersensible sincroniza su pulso con otros patrones climáticos. En las simulaciones, la Oscilación del Atlántico Norte (NAO), el dipolo del Índico (IOD), el modo del Atlántico tropical (TNA) y la llamada Modo Meridional del Pacífico Norte comienzan a oscilar al mismo compás que el Pacífico ecuatorial.

Esa resonancia climática global no es un mero tecnicismo: implica que regiones antes solo débilmente conectadas al ENSO podrían empezar a sentir sus efectos con una regularidad casi mecánica. En Europa, por ejemplo, la correlación entre El Niño y el invierno atlántico se vuelve más fuerte y más coherente.

«Esta sincronización provocará fluctuaciones más intensas en las precipitaciones en regiones como el sur de California y la península ibérica, aumentando el riesgo de efectos climáticos de tipo látigo o whiplash, advierte Timmermann. Y apunta—: La mayor regularidad de El Niño podría mejorar las predicciones climáticas estacionales; sin embargo, los impactos amplificados exigirán una planificación y unas estrategias de adaptación reforzadas».

Un niño desplazado se cepilla los dientes frente a un refugio temporal en Lima, Perú, tras las inundaciones causadas por un fuerte episodio de El Niño. Estos eventos extremos, cada vez más intensos y regulares según un nuevo estudio, podrían multiplicar sus impactos en regiones vulnerables como la costa del Pacífico sudamericano. Foto: UNICEF/Jose Vilca.

La física del cambio: menos amortiguadores, más realimentación

En el estudio, los autores no se limitaron a usar el gran modelo climático (AWI-CM3), sino que además crearon modelos más sencillos —llamados osciladores de recarga— que reproducen los mecanismos esenciales del fenómeno de El Niño. Estos modelos reducidos sirven para entender qué procesos lo intensifican y cuáles lo frenan, como si diseccionaran el sistema para ver qué engranajes lo hacen oscilar.

Encontraron que dos engranajes clave se debilitan: la amortiguación de la termoclina, la capa que separa las aguas cálidas superficiales de las frías profundas, y la capacidad del océano de disipar energía mediante ondas de Rossby. Estas son grandes ondulaciones del aire o del agua que se forman por la rotación de la Tierra. Actúan como olas planetarias que se mueven lentamente de oeste a este y ayudan a equilibrar el clima, transportando energía, calor y movimiento entre regiones.

Al mismo tiempo, aumenta el efecto Bjerknes, un bucle positivo por el que las aguas cálidas intensifican los vientos alisios que, a su vez, calientan aún más el Pacífico oriental. El resultado neto es una mayor inestabilidad climática: las oscilaciones crecen más fácilmente y tardan más en apagarse.

El modelo incluso resuelve fenómenos de pequeña escala, como las ondas de inestabilidad tropical, que actúan como frenos naturales. En un planeta más cálido, esos frenos se debilitan, dejando vía libre a las oscilaciones gigantes.

Un planeta en modo «whiplash»: del diluvio a la sequía

Los autores acuñan una expresión llamativa: impactos látigo (whiplash impacts). A medida que los eventos de El Niño y La Niña se alternan con mayor regularidad y potencia, las transiciones entre extremos de sequía e inundación también se aceleran. Regiones como América del Sur, el Cuerno de África o el sudeste asiático, ya vulnerables al vaivén del Pacífico, podrían sufrir un aumento drástico de la variabilidad hidroclimática. Esto es, unos años de lluvias torrenciales seguidos casi de inmediato por periodos de aridez.

En teoría, un ENSO más periódico podría facilitar la predicción estacional: si los pulsos se vuelven rítmicos, anticipar el siguiente episodio sería más sencillo. Pero esa aparente ventaja va acompañada de riesgos mayores, porque los impactos climáticos de cada evento serían más intensos y globales. La regularidad sustituiría la sorpresa, pero no el daño.

«Nuestros resultados de la simulación, que cuentan con el respaldo de algunos otros modelos climáticos, muestran que el comportamiento futuro de El Niño podría volverse más predecible, pero sus impactos amplificados supondrán desafíos significativos para las sociedades de todo el mundo», apunta Sen Zhao, coautor principal del estudio e investigador en la Universidad de Hawái en Mānoa.

Ecos en el Atlántico y el Índico

El fenómeno no se detiene en el Pacífico. El estudio detecta un incremento del 40% al 75 % en la variabilidad de los principales modos oceánicos tropicales: el Atlántico Norte tropical, el Índico Ecuatorial y el modo meridional del Pacífico Norte.

En el Atlántico, la sincronización entre El Niño y la NAO significa que los inviernos húmedos en la península ibérica y las borrascas atlánticas podrían volverse más frecuentes tras cada evento de El Niño. En el Índico, el dipolo que alterna aguas cálidas frente a África y frías junto a Indonesia tendería a vibrar en fase con el Pacífico, reforzando sus efectos sobre los monzones.

El modelo sugiere además que, a igualdad de temperatura en el Pacífico, la atmósfera del futuro responderá con mayor sensibilidad: una anomalía térmica de solo un grado generará perturbaciones atmosféricas más amplias. Esto se debe a un reordenamiento de la circulación atmosférica, con un chorro del Pacífico más fuerte y extendido hacia el este, que amplifica la propagación de las ondas planetarias hacia el Atlántico y el Ártico.

La Niña suele venir acompañada de sequías y calor extremo en zonas como la costa occidental de Sudamérica y el sur de Estados Unidos.

La Niña suele venir acompañada de sequías y calor extremo en zonas como la costa occidental de Sudamérica y el sur de Estados Unidos. Sobre estas líneas, una voluntaria de Greenpeace en una zona del lago Peñuelas afectada por la sequía, en 2024. Cortesía: Greenpeace

Más allá del modelo: ¿predicción científica o advertencia global?

Aunque el escenario proviene de un modelo único, los autores compararon sus resultados con los de 49 modelos del proyecto de intercomparación de modelos de clima acoplados de la sexta fase (CMIP6).

Más de la mitad también proyectan un aumento de la regularidad de El Niño y el 82 % un incremento de su amplitud. Solo unos pocos —entre ellos EC-Earth3 y E3SM-1-1— reproducen una transición tan marcada como la del AWI-CM3.

Esa disparidad, admiten, refleja las incertidumbres persistentes: cada modelo representa de forma distinta los vientos, las corrientes y las nubes del Pacífico tropical. Sin embargo, el hecho de que varios sistemas independientes converjan en la misma dirección refuerza la hipótesis de un ENSO más extremo.

Consecuencias socioeconómicas: adaptación y riesgo simultáneo

En un planeta sincronizado por un El Niño amplificado, los efectos se encadenan: un mismo evento puede provocar inundaciones en el Perú, incendios en Australia, sequías en la India y tormentas invernales en Europa, todo dentro de un patrón repetitivo y más intenso. La regularidad podría facilitar la planificación agrícola o energética, pero también multiplicar los daños si no se adaptan infraestructuras y políticas de gestión del agua.

Los investigadores subrayan que estos impactos látigo exigen estrategias de adaptación más flexibles. Los sistemas de alerta temprana deberían contemplar no solo la probabilidad de un evento de El Niño, sino también su posible resonancia con otros modos regionales. En la práctica, una mayor sincronía global podría traducirse en crisis simultáneas: cosechas arrasadas, picos de precios y presiones migratorias.

«Nuestros hallazgos ponen de relieve la necesidad de una preparación global para afrontar una variabilidad climática intensificada y sus efectos en cascada sobre los ecosistemas, la agricultura y los recursos hídricos», recalca Timmermann.

Imagen del Pacífico oriental que muestra el patrón típico de temperaturas superficiales durante un episodio de La Niña, con aguas frías en el ecuador y estructuras onduladas al oeste de las islas Galápagos

Imagen del Pacífico oriental que muestra el patrón típico de temperaturas superficiales durante un episodio de La Niña, con aguas frías en el ecuador y estructuras onduladas al oeste de las islas Galápagos, simuladas por un modelo climático de alta resolución. Según los científicos, el calentamiento global podría intensificar tanto La Niña como El Niño y hacer más regular su sucesión. Cortesía: Institute for Basic Science

Un cambio de fase planetario

La idea de que el sistema climático global pueda comportarse como un conjunto de osciladores acoplados no es nueva, pero este estudio ofrece la primera evidencia numérica de una resonancia tan amplia inducida por el calentamiento antropogénico.

En palabras de Stuecker y Timmermann, «el Niño no solo tocará más fuerte, sino que arrastrará al resto de la orquesta».

El hallazgo sugiere que el calentamiento global no solo eleva las temperaturas medias o intensifica los fenómenos extremos, sino que reconfigura la estructura misma de la variabilidad climática: el planeta podría pasar de un régimen caótico e irregular a otro de oscilaciones más ordenadas, pero también más potentes.

Un aviso desde el futuro

Paradójicamente, esa mayor regularidad podría ofrecer una ventana de oportunidad para la ciencia del clima. Si los ciclos climáticos se vuelven más estables, los modelos de predicción estacional podrían ganar precisión, permitiendo preparar con antelación cosechas, reservas de agua o sistemas de prevención de incendios.

El problema es que la amplitud de las oscilaciones —la diferencia entre un El Niño cálido y una La Niña fría— también crecería, amplificando los extremos climáticos. La previsibilidad del látigo no evita el golpe.

En cualquier caso los autores se muestran prudentes, pues reconocen que la resonancia global es, por ahora, una proyección teórica dependiente de un modelo, no una certeza observacional. Pero el mensaje es claro: si las emisiones de gases de efecto invernadero continúan su curso actual, el Pacífico podría entrar en una fase de super-El Niños regulares, con consecuencias planetarias.

En ese escenario, la humanidad no solo calentaría la atmósfera, sino que alteraría el propio pulso del clima, transformando la sinfonía irregular de la Tierra en una partitura más rítmica, pero también más extrema.▪️

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