«Homo naledi»: la primera evidencia de entierro intencional en la prehistoria
En una cueva inaccesible de Sudáfrica, un homínido de cerebro diminuto desafía lo que creíamos saber sobre la evolución. El hallazgo sugiere que el «Homo naledi» enterraba a sus muertos decenas de miles de años antes que los neandertales y los primeros «Homos sapiens».
Por Enrique Coperías
Recreación artística de un grupo de Homo naledi en la cueva Rising Star (Sudáfrica), depositando y cubriendo con tierra el cuerpo de un congénere hace más de 300.000 años. El hallazgo sugiere que esta especie de cerebro pequeño practicaba entierros intencionales, adelantando en miles de años las primeras prácticas funerarias conocidas de neandertales y Homo sapiens. Imagen generada con DALL-E
En el corazón de Sudáfrica, bajo la superficie rocosa de una colina aparentemente anodina, se esconde un laberinto de cuevas tan estrechas que durante mucho tiempo parecían inexplorables. Allí, en el sistema de cuevas Rising Star, se han ido acumulando durante más de una década hallazgos que desafían nuestra visión de lo que significa ser humano.
El más reciente, publicado en eLife por un equipo internacional liderado por el paleoantropólogo y arqueólogo estadounidense Lee Berger, de la Universidad del Witwatersrand, en Sudáfrica, propone algo que hasta hace poco parecía impensable: que el Homo naledi, una especie de homínido de cerebro reducido (unos 500 cm³), una estatura de 1,5 metros y un peso de 45 kilos, practicaba entierros intencionales.
El anuncio ha generado una oleada de debate porque, de confirmarse, estaríamos ante la evidencia más antigua de comportamientos funerarios en la evolución humana, y adelantaría en más de cien mil años las prácticas semejantes que atribuíamos en exclusiva a neandertales y Homo sapiens.
Rising Star: el escenario hostil del descubrimiento
El sistema Rising Star, a unos 40 kilómetros de Johannesburgo, forma parte del yacimiento paleontológico conocido como la Cuna de la Humanidad, declarado en 1999 Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Desde su hallazgo en 2013, la cueva, un sistema de cavidades kársticas, ha sido objeto de expediciones que parecen salidas de una novela de aventuras. Para acceder a la cámara principal, los investigadores deben atravesar pasadizos de menos de 25 centímetros de ancho, descolgarse por chimeneas verticales y arrastrarse en absoluta oscuridad.
Fue precisamente en una de esas cámaras, bautizada Dinaledi, donde se localizaron miles de fragmentos óseos pertenecientes a al menos quince individuos de Homo naledi. El hallazgo ya resultaba desconcertante: ¿cómo habían llegado allí esos cuerpos enteros, en una cavidad tan profunda y de acceso tan complicado, sin señales de arrastre por agua, sin restos de grandes depredadores ni evidencias de caídas accidentales masivas?
La nueva investigación aporta un elemento adicional que reconfigura el enigma.
Excavaciones más allá del «Puzzle Box»
Las primeras campañas de excavación se habían centrado en un área de apenas 80 centímetros de lado, donde los huesos aparecían amontonados y en ocasiones articulados, como si la descomposición se hubiese producido bajo el sedimento. Este sector, al que los investigadores apodaron Puzzle Box por el complejo encaje de huesos, alimentó la hipótesis de que los cuerpos habían sido depositados allí deliberadamente. Sin embargo, quedaban dudas: ¿podría tratarse de simples acumulaciones naturales, quizá reforzadas por el colapso de sedimentos?
Para resolverlo, en 2017 y 2018 el equipo amplió la excavación a nuevas áreas del sistema: la Antecámara de la colina (Hill Antechamber) y otra sección de la propia Dinaledi. Allí aparecieron concentraciones de restos aún más reveladoras. En particular, dos conjuntos —bautizados como Hill Antechamber Feature y Dinaledi Feature 1— mostraban esqueletos parcial o totalmente articulados, con huesos en posiciones anatómicas que solo podían explicarse si habían sido cubiertos por tierra cuando todavía conservaban tejido blando.
El hallazgo de dientes en orden de oclusión, costillas alineadas, manos y pies preservados en bloque reforzó la conclusión: no se trataba de huesos sueltos acumulados al azar, sino de cuerpos depositados y cubiertos rápidamente.
Mapa del subsistema Dinaledi con detalle del espacio de la cámara Dinaledi y la Antecámara de la colina, donde se localizaron restos de Homo naledi asociados a posibles prácticas de entierro intencional. Cortesía: eLife (2025). DOI: 10.7554/eLife.89106.3
Evidencia contra los procesos naturales
El análisis sedimentológico fue crucial. Los científicos estudiaron la textura, la composición y la disposición de los sedimentos que rodeaban los restos. Si los huesos hubieran llegado allí arrastrados por el agua, deberían mostrar abrasiones, orientación uniforme o acumulación selectiva. Nada de eso apareció.
Tampoco encajaba la hipótesis de hundimientos o deslizamientos internos: las fracturas observadas en los huesos eran postdeposicionales, producidas cuando la estructura ósea ya había perdido resistencia, y muchas piezas se mantenían en posición vertical, algo imposible en un proceso de cobertura lenta y gradual.
En las zonas adyacentes tampoco había restos de otros animales que hubieran podido compartir el mismo destino. A diferencia de cuevas con depósitos fósiles mezclados, en Rising Star la presencia era exclusivamente homínida.
El estudio concluye que los cuerpos no se descompusieron en superficie ni en depresiones naturales, sino que fueron colocados en cavidades excavadas en el sedimento y cubiertos deliberadamente.
¿Enterramientos en regla?
Aquí se plantea la cuestión terminológica. En arqueología, un entierro intencional suele definirse como un hoyo excavado para depositar un cadáver, posteriormente rellenado con tierra u otros materiales.
En el caso del Homo naledi, los indicios coinciden con esa definición mínima: cuerpos colocados en depresiones artificiales, cubiertos antes de la completa descomposición y sin acción natural evidente.
No hay ajuar funerario ni objetos asociados. Pero esto no sorprende a los especialistas: gran parte de la historia funeraria humana se caracteriza por sepulturas sin ofrendas. El gesto de cubrir el cuerpo ya constituye una acción cultural cargada de significado.
Quién era «Homo naledi»
La paradoja de Homo naledi es que presenta una combinación insólita de rasgos. Su cuerpo, de estatura media y proporciones modernas, se acompañaba de un cerebro diminuto, de entre 465 y 610 centímetros cúbicos, casi la mitad del nuestro y similar al de los australopitecos.
La datación de los fósiles lo sitúa entre hace 335.000 y 241.000 años, una época en la que en África también vivía ya el Homo sapiens.
¿Cómo reconciliar un cerebro pequeño con un comportamiento tan complejo como enterrar a los muertos? Para muchos paleoantropólogos, esta es la gran revolución conceptual: no necesariamente hace falta un gran volumen cerebral para desarrollar conductas simbólicas o sociales sofisticadas.
PARA SABER MÁS
Debate abierto en la comunidad científica
Como ocurre con los grandes descubrimientos, la propuesta no está exenta de controversia. Algunos expertos consideran que la evidencia aún no es definitiva y que podrían existir explicaciones naturales no contempladas.
La revisión por pares de eLife muestra esa división: un evaluador cree que los datos demuestran de forma convincente el entierro intencional, mientras que otro los considera insuficientes para afirmarlo sin ambigüedad.
La cautela se entiende: aceptar entierros en Homo naledi obligaría a reescribir un capítulo entero de la prehistoria, desplazando el origen de las prácticas funerarias a una especie inesperada en el puzle del género Homo.
Más allá de las discusiones técnicas, el hallazgo plantea una cuestión de fondo: ¿qué nos hace humanos? Hasta ahora, los arqueólogos situaban la frontera simbólica en la capacidad de elaborar herramientas, producir arte o enterrar a los muertos. Con cada nuevo hallazgo, esa frontera se torna más difusa.
Que un homínido de cerebro pequeño y sin aparente sofisticación tecnológica decidiera cubrir a sus muertos nos obliga a replantear el vínculo entre cognición, simbolismo y cultura. Tal vez la compasión, el cuidado por los miembros del grupo y el respeto a los cuerpos no sean monopolio del Homo sapiens.
Representación de las partes esqueléticas en Dinaledi. Los fragmentos excavados aparecen en gris oscuro, junto con las secciones de mandíbula identificadas con certeza en el yacimiento. Otros materiales, tanto en el depósito como en la colección excavada, se asignan a una región anatómica aunque no siempre a un elemento específico. Cortesía: eLife (2025). DOI: 10.7554/eLife.89106.3
La cueva como santuario
El carácter inaccesible de la cámara añade otra dimensión. Introducir un cuerpo por pasadizos de apenas medio metro de ancho exige planificación, cooperación y esfuerzo colectivo. No parece una casualidad ni un accidente.
La ausencia de herramientas líticas o restos de fuego en las inmediaciones también sugiere que la cueva no era un espacio de vida cotidiana, sino un lugar reservado para una función muy concreta: deshacerse de los muertos.
En ese sentido, Rising Star pudo haber sido un santuario funerario, un espacio simbólico en plena Edad Media de la evolución humana.
Una lección de humildad evolutiva
El equipo de Berger continúa explorando nuevas galerías del sistema Rising Star. El material excavado en los últimos años, aún pendiente de análisis detallado, podría reforzar o matizar la hipótesis del entierro intencional. Las tecnologías de escaneo 3D, microtomografía y análisis geoquímicos seguirán proporcionando pistas sobre cómo se formaron estos depósitos.
Mientras tanto, el hallazgo ha desatado la imaginación del público y de la prensa internacional. La idea de que una especie hasta hace poco desconocida, con un cerebro del tamaño de una naranja, pudiera haber desarrollado ritos funerarios es tan fascinante como perturbadora.
En el fondo, el caso del Homo naledi es una llamada a la humildad. Nos recuerda que la evolución humana no fue una línea recta de progreso intelectual, sino un mosaico de especies con habilidades sorprendentes. Que los símbolos de nuestra humanidad —el duelo, el respeto a los muertos, el deseo de trascendencia— pudieran haber nacido en un homínido diferente, nos obliga a abandonar la visión narcisista de nuestra propia singularidad.
Quizá, hace más de 300.000 años, en la penumbra de una cueva sudafricana, un grupo de Homo naledi se reunió en silencio para cubrir con tierra a uno de los suyos. Y ese gesto, invisible en el tiempo hasta que los científicos lo desenterraron, resuena hoy como una de las páginas más emocionantes de la prehistoria.▪️
Fuente: Lee R Berger et al. Evidence for deliberate burial of the dead by Homo naledi. eLife (2025). DOI: https://doi.org/10.7554/eLife.89106.3