La desinformación es inevitable: la biología explica por qué la mentira existe en toda la naturaleza

La desinformación no es una anomalía moderna, sino una consecuencia inevitable de la comunicación entre seres vivos. La biología muestra que allí donde hay señales, aprendizaje social y decisiones colectivas, también surgen errores, engaños y cascadas de información falsa.

Por Enrique Coperías

Una bandada de aves puede levantar el vuelo tras una señal errónea: en la naturaleza, como muestra la biología, los mensajes sociales pueden propagarse rápidamente y generar reacciones colectivas incluso cuando no existe una amenaza real.

Una bandada de aves puede levantar el vuelo tras una señal errónea: en la naturaleza, como muestra la biología, los mensajes sociales pueden propagarse rápidamente y generar reacciones colectivas incluso cuando no existe una amenaza real, un ejemplo de cómo la desinformación es inherente a los sistemas vivos. Foto: Yousef Hussain

En los últimos tiempos, la palabra desinformación se ha convertido en un término omnipresente. Elecciones contaminadas por bulos, teorías conspirativas que se propagan como virus; dudas infundadas sobre vacunas; bulos sobre el cambio climático… Todo parece indicar que vivimos una época excepcionalmente vulnerable a la mentira organizada.

Sin embargo, una nueva revisión científica invita a replantear esa idea desde una perspectiva mucho más amplia y, en cierto modo, inquietante: la desinformación no es un fallo o tara reciente de las redes sociales ni una anomalía cultural humana, sino una consecuencia inevitable de cómo funciona la comunicación en la naturaleza.

Esa es la tesis central de un trabajo publicado en el Journal of the Royal Society Interface por investigadores de la Universidad de Cornell, en Estados Unidos, que propone algo tan provocador como sólido: siempre que existan sistemas biológicos que intercambian información, existirán también errores, malentendidos y mensajes que alejan a los organismos de la realidad. No como excepción, sino como regla.

Qué es la desinformación desde el punto de vista biológico

Desde bacterias hasta aves, desde células inmunitarias hasta grupos humanos, la vida depende de señales. Los organismos observan, interpretan y reaccionan a lo que otros hacen. Esa capacidad ha sido clave para la evolución de la cooperación, el aprendizaje social y la inteligencia colectiva. Pero la otra cara de la moneda es menos amable: los mismos canales de comunicación que transmiten conocimiento también propagan información equivocada.

Los autores llaman a este fenómeno historia natural de la desinformación. No se trata solo de mentiras deliberadas, sino de cualquier mensaje que, al ser interpretado, empuja las creencias de un receptor en la dirección equivocada. Un animal puede alarmarse sin motivo, una célula puede interpretar mal una señal química, un grupo puede aferrarse a una creencia obsoleta. En todos esos casos, la información no solo falla, sino que se convierte en un problema biológico.

Un ejemplo clásico ocurre en bandadas de aves. Cuando un individuo emite una llamada de alarma, los demás huyen de inmediato. Esa reacción rápida salva vidas frente a depredadores reales. Pero no todas las alarmas son auténticas. A veces el estímulo inicial es inofensivo: una sombra, una hoja, un error de percepción. Aun así, el aviso se propaga de pájaro en pájaro, y genera una estampida colectiva sin amenaza alguna. Lo que comenzó como un error individual se transforma en una cascada de desinformación social.

Una falsa alarma se propaga por una bandada sin que exista un peligro real: una señal inicial es percibida, interpretada y retransmitida por otros individuos, generando una cascada de reacciones colectivas que ilustra cómo la desinformación puede transmitirse socialmente en la naturaleza. Cortesía: J R Soc Interface

Falsas alarmas, engaño y errores colectivos en la naturaleza

Estos falsos positivos no son anecdóticos. En algunas especies, la mayoría de las alarmas resultan ser falsas. Y, sin embargo, el sistema persiste porque ignorar una señal verdadera sería mucho más costoso que reaccionar ante una falsa. La desinformación, en este caso, no es un fallo del sistema, sino el precio que se paga por una comunicación rápida y eficiente.

El fenómeno no se limita a errores accidentales. En muchos casos, la desinformación puede ser ventajosa para quien la emite. Algunas aves utilizan falsas alarmas de forma deliberada para ahuyentar a competidores y quedarse con la comida.

En términos biológicos, esto equivale a una estrategia de engaño que explota la confianza del receptor. Siempre que los individuos no puedan distinguir con total certeza entre señales honestas y falsas, la puerta al engaño queda abierta.

Bacterias, células y el origen microscópico del engaño

Algo similar ocurre a escalas mucho más pequeñas. Las bacterias, por ejemplo, se comunican mediante moléculas químicas para coordinar comportamientos colectivos, un proceso conocido como percepción de cuórum o autoinducción.

Pero algunas especies han aprendido a interferir en ese sistema, absorbiendo o degradando las señales químicas de otras. El resultado es que sus rivales creen estar en minoría cuando no lo están, y toman decisiones equivocadas.

De nuevo, la desinformación surge no por mal funcionamiento, sino porque la comunicación biológica es vulnerable por diseño.

En enfermedades autoinmunes, los linfocitos (células inmunitarias) pierden la capacidad de distinguir lo propio de lo extraño y atacan erróneamente los tejidos del propio cuerpo, causando inflamación y daño.

En enfermedades autoinmunes, los linfocitos (células inmunitarias) pierden la capacidad de distinguir lo propio de lo extraño y atacan erróneamente los tejidos del propio cuerpo, causando inflamación y daño. Cortesía: NIAID

El sistema inmunitario como red vulnerable a la desinformación

Incluso dentro del propio cuerpo humano encontramos ejemplos llamativos. Sin ir más lejos, el sistema inmunitario funciona como una red de detección y respuesta distribuida: células que reconocen amenazas, envían señales químicas y reclutan refuerzos. Cuando todo va bien, el organismo se defiende con precisión.

Pero a veces el sistema se equivoca. Identifica tejidos propios como enemigos y lanza una respuesta masiva. Las enfermedades autoinmunes pueden entenderse, desde esta perspectiva, como grandes cascadas de desinformación interna, donde una señal inicial mal interpretada se amplifica hasta causar daño sistémico.

Para comprender por qué estos errores son inevitables, los autores proponen un marco teórico basado en la teoría de la información. En esencia, cualquier organismo mantiene creencias internas sobre el estado del mundo: si hay peligro, si hay alimento, si conviene moverse o quedarse. Las señales que recibe modifican esas creencias. Una señal es informativa si acerca al organismo a la realidad; es desinformativa si lo aleja.

Cuando una señal verdadera desata la desinformación

Lo crucial es que el valor de una señal no depende solo de su contenido, sino también de cómo se interpreta. Incluso una señal verdadera puede generar desinformación si el receptor utiliza reglas de interpretación inadecuadas.

Y esas reglas —las llamadas funciones de decodificación— nunca son perfectas, porque ningún organismo conoce por completo el sistema del que forma parte.

De ahí que la desinformación pueda surgir de varias maneras. A veces sucede por puro azar: un mensaje poco habitual aparece en el momento equivocado. En otras ocasiones, por una mala interpretación sistemática, cuando los supuestos que usamos para entender a los demás dejan de ser válidos. Y, muy a menudo,ocurre por dinámicas colectivas que distorsionan el significado de las señales.

¿La desinformación es solo un problema humano? No. La desinformación aparece en múltiples sistemas biológicos, desde animales sociales hasta bacterias y células del sistema inmunitario.

¿La desinformación es solo un problema humano, agravado por internet? No. La desinformación aparece en múltiples sistemas biológicos, desde animales sociales hasta bacterias y células del sistema inmunitario. Foto: Kayla Velasquez

Por qué los grupos amplifican los errores

Uno de los mecanismos más interesantes es la llamada distorsión colectiva. En muchos grupos animales, el comportamiento del conjunto puede adoptar distintos estados estables ante las mismas condiciones externas. El grupo puede moverse, detenerse o cambiar de dirección sin que haya una causa ambiental clara.

En estos casos, las señales que circulan dentro del grupo dejan de reflejar el entorno y pasan a reflejar el estado interno del colectivo. Para un individuo, distinguir entre ambos se vuelve casi imposible.

Este fenómeno tiene consecuencias profundas. Cuando los grupos se vuelven excesivamente dependientes de la información social, pueden perder la capacidad de responder a cambios reales del entorno. La investigación muestra que, en ciertos modelos evolutivos, la selección natural puede empujar a las poblaciones hacia estados frágiles, altamente susceptibles a colapsos colectivos. No porque los individuos sean irracionales, sino porque seguir a los demás suele ser rentable… hasta que deja de serlo.

Qué nos enseña la biología sobre la desinformación humana

Las similitudes con la desinformación humana son evidentes, aunque los autores advierten contra comparaciones simplistas. Las redes sociales humanas, la psicología y la cultura introducen factores propios. Pero los mecanismos básicos —pérdida de contexto, mutación del mensaje, amplificación colectiva— son sorprendentemente universales.

Desde esta perspectiva, combatir la desinformación no significa aspirar a eliminarla por completo, algo probablemente imposible, sino aprender a gestionar sus efectos. En la naturaleza existen estrategias biológicas para ello: umbrales de respuesta más altos, mecanismos de regulación, aprendizaje individual que corrige errores sociales, o sistemas donde la influencia social se redistribuye hacia los individuos mejor informados.

El mensaje final del estudio es tan sobrio como inquietante. La desinformación no es una patología que pueda extirparse sin más. Es una consecuencia directa de comunicar bajo incertidumbre. Allí donde haya vida social, habrá errores compartidos. Comprenderlos, en lugar de negarlos, puede ser el primer paso para convivir mejor con ellos. ▪️

  • Fuente: Ling-Wei Kong, Lucas Gallart, Abigail G. Grassick, Jay W. Love, Amlan Nayak, Andrew M. Hein. A brief natural history of misinformation. Journal of the Royal Society Interface (2025). DOI: https://doi.org/10.1098/rsif.2025.0161

Anterior
Anterior

Crear electrodos con luz: científicos desarrollan polímeros conductores libres de químicos tóxicos

Siguiente
Siguiente

Una sustancia del chocolate negro podría ralentizar el envejecimiento biológico