La hipótesis del mono borracho: ¿por qué nos atrae el alcohol?

Los chimpancés silvestres ingieren a diario pequeñas dosis de alcohol al comer frutas fermentadas: el equivalente a dos copas de vino. Un nuevo estudio demuestra que nuestra atracción por el güisqui o la cerveza hunde sus raíces en un legado evolutivo que comenzó mucho antes de la agricultura.

Por Enrique Coperías

La hipótesis del mono borracho vuelve a escena con pruebas sólidas que conectan la atracción humana por el alcohol con los hábitos alimenticios de nuestros primos evolutivos, como los chimpancés.

La hipótesis del mono borracho vuelve a escena con pruebas sólidas que conectan la atracción humana por el alcohol con los hábitos alimenticios de nuestros primos evolutivos, como los chimpancés. Imagen generada con Gemini

En la espesura húmeda de los bosques tropicales africanos, entre los cantos de aves y los chillidos de monos, se esconde una pista inesperada sobre uno de los grandes misterios de nuestra especie: por qué los humanos sentimos tanta atracción por el alcohol.

Un nuevo estudio científico acaba de aportar pruebas contundentes a la llamada hipótesis del mono borracho, la idea de que nuestra relación con las bebidas fermentadas no es un capricho cultural relativamente reciente, sino que tiene raíces mucho más antiguas, inscritas en millones de años de evolución compartida con otros primates frugívoros.

El trabajo, coordinado por Aleksey Maro, de la Universidad de California en Berkeley, y publicado en la revista Science Advances, muestra que los chimpancés silvestres ingieren de manera habitual pequeñas dosis de etanol a través de las frutas que constituyen la base de su dieta, en concentraciones comparables a las de una copa diaria de vino en el ser humano.

Frutas fermentadas, una exposición crónica al etanol

Maro y sus colegas midieron el contenido de alcohol en frutos en cientos de muestras de chimpancés en libertad en dos poblaciones distintas: una en el parque nacional de Kibale, en Uganda, y otra en el parque nacional de Taï, en Costa de Marfil. Sus análisis revelaron que la pulpa madura de estas frutas contiene etanol de media en torno a un 0,3%, un subproducto natural de la fermentación causada por levaduras presentes de forma ubicua en el medio.

A primera vista, esa cifra parece baja, muy lejos del 5% de una cerveza o el 12% de un vino. Pero lo decisivo es la cantidad de fruta que un chimpancé come a diario: entre 4 y 5 kilos. Así, el animal acaba ingiriendo entre 13 y 15 gramos de alcohol puro cada día, el equivalente a una o dos unidades estándar de bebida alcohólica en un adulto humano. Y, dado que los chimpancés pesan bastante menos que nosotros, la dosis relativa de alcohol en su organismo resulta incluso más elevada.

«Hay que tener en cuenta el hecho de que los chimpancés pesan una media de 40 kilogramos, frente a los 70 kilos de los humanos —afirma Maro—. Con esta corrección, podríamos decir que los chimpancés consumen el equivalente a dos copas de vino al día para nosotros».

La conclusión a la que han llegado los investigadores es que la exposición crónica a pequeñas cantidades de etanol es un fenómeno natural y extendido en primates frugívoros. Dicho de otro modo, el consumo de alcohol no nació hace unos 10.000 años, con la invención de la agricultura y la fermentación dirigida en las primeras sociedades humanas, sino que ya estaba presente, en dosis bajas pero constantes, en la dieta de nuestros antepasados del Pleistoceno y mucho antes.

Beber está en nuestra naturaleza: los humanos solo perfeccionamos lo que ya practicaban nuestros antepasados en la selva.

¡Chinchín! Beber está en nuestra naturaleza: los humanos solo perfeccionamos lo que ya practicaban nuestros antepasados en la selva. Foto: Quan Nguyen

La hipótesis del mono borracho

El atractivo que sentimos por el vino, la cerveza o los licores podría ser, en última instancia, un vestigio biológico de esa convivencia con frutas fermentadas de manera espontánea en los trópicos.

La hipótesis del mono borracho fue formulada a comienzos de los años 2000 por el biólogo Robert Dudley, de la Universidad de California en Berkeley, uno de los autores principales del nuevo estudio. Dudley planteaba que el alcohol pudo ser una señal sensorial evolutivamente ventajosa: el olor y el sabor del etanol indicaban que un fruto estaba maduro, cargado de azúcares y calorías.

Los animales que aprendieron a detectar y buscar ese aroma tuvieron más probabilidades de alimentarse bien y transmitir sus genes. Con el tiempo, esa atracción quedó fijada en el linaje humano. El problema, argumenta Dudley, es que en la actualidad el alcohol ya no aparece diluido en frutas blandas y poco alcohólicas, sino concentrado en botellas, lo que genera el potencial de abuso y adicción que tanto nos preocupa.

Resultados clave: frutas, etanol y chimpancés

Hasta ahora, sin embargo, las pruebas empíricas de la hipótesis eran limitadas. Se sabía que algunos mamíferos frugívoros, como los murciélagos y ciertos roedores, podían consumir néctar o frutas con niveles altos de etanol. También se habían documentado casos de chimpancés robando savia de palma fermentada en aldeas africanas. Pero faltaba una medición sistemática del alcohol ingerido por grandes simios en condiciones naturales, con los frutos que realmente forman parte de su dieta cotidiana.

Eso es precisamente lo que aporta el nuevo estudio, tras varios años de trabajo de campo en condiciones a menudo precarias, recolectando frutos recién caídos, analizando su grado de madurez y midiendo las concentraciones de etanol con distintos métodos de laboratorio portátiles.

Los resultados fueron consistentes en los dos lugares de estudio, separados por miles de kilómetros: un promedio del 0,31% en Costa de Marfil y del 0,32% en Uganda. La coincidencia sugiere que no se trata de un fenómeno puntual, sino de una característica general de las frutas tropicales.

Además, las especies que más tiempo ocupan en la dieta de los chimpancés —como las higueras Ficus mucuso en Uganda y la Parinari excelsa en Taï— son precisamente las que registraron concentraciones más elevadas de etanol, alrededor del 0,4%. Esto refuerza la idea de que el consumo regular de alcohol no es un accidente, sino una consecuencia directa de la especialización frugívora de estos primates.

Alcohol y evolución fisiológica

La investigación va más allá de la mera cuantificación. Sus autores discuten cómo este consumo cotidiano de alcohol podría haber modelado la fisiología y el comportamiento de nuestros ancestros. Los grandes simios —y los humanos con ellos— poseen mutaciones específicas en genes de alcohol deshidrogenasa, las enzimas encargadas de metabolizar el etanol.

Una de esas variantes, compartida por chimpancés, gorilas y humanos, multiplica por cuarenta la eficiencia en la degradación del alcohol, lo que sugiere una presión selectiva intensa y prolongada. En otras palabras: el contacto con frutas fermentadas fue tan constante que resultó ventajoso desarrollar mecanismos bioquímicos para procesar mejor el etanol y evitar intoxicaciones graves.

También hay indicios de que el alcohol pudo influir en la ecología social de los chimpancés. En el parque de Kibale, por ejemplo, los árboles de Ficus mucuso —ricos en azúcares y con niveles relativamente altos de etanol— atraen a grandes grupos de individuos, lo que desencadena interacciones sociales más frecuentes, desde alianzas entre machos hasta patrullas territoriales.

Impacto social en los chimpancés

No está demostrado que el alcohol sea el motor de esos comportamientos, pero su papel como estimulante del apetito y modulador de la conducta abre preguntas sugerentes. Pero ¿pudo el etanol contribuir indirectamente a cohesionar a los grupos, a facilitar la cooperación o incluso a catalizar el surgimiento de rituales en los humanos primitivos?

La magnitud de las dosis resulta igualmente llamativa. Según los cálculos del equipo, un chimpancé ingiere cada día por término medio una cantidad de alcohol equivalente a entre dos y tres copas para un humano adulto de 70 kilos, como ya ha apuntado Maro. Eso no significa que los simios anden tambaleándose por la selva: su metabolismo del alcohol está adaptado a esas dosis, y el etanol se procesa con rapidez. Pero sí implica que el consumo es constante y nada despreciable.

«Hablamos de una exposición crónica al alcohol, sostenida a lo largo de toda la vida, que debe tener efectos fisiológicos y probablemente también conductuales”, señala Robert Dudley, otro de los autores del estudio.

Limitaciones y precauciones

Este nuevo trabajo no está exento de limitaciones. Los autores admiten que las técnicas de medición variaron entre campañas, lo que introduce cierto margen de error.

También es posible que, al recolectar frutos caídos, se hayan subestimado las piezas más apetecibles, aquellas que los propios chimpancés seleccionan en lo alto de los árboles.

Si, como se sospecha, los animales se sienten atraídos por frutos con mayor fermentación, la ingesta real de alcohol podría ser incluso superior. Aun así, los resultados son sólidos y se alinean con estudios previos sobre etanol en frutas.

Según los cálculos del equipo, un chimpancé ingiere cada día una cantidad de alcohol equivalente a entre dos y tres copas para un humano adulto de 70 kilos

Según los cálculos del equipo, un chimpancé ingiere cada día una cantidad de alcohol equivalente a entre dos y tres copas para un humano adulto de 70 kilos. Foto: Annika Persin

Alcohol y cultura humana

Más allá de los detalles técnicos, la investigación reabre un debate fascinante sobre la relación que tenemos con el alcohol. Las bebidas fermentadas aparecen en contextos arqueológicos desde hace al menos 13.000 años, en morteros de piedra en Israel y en cerámicas neolíticas de China. Algunos antropólogos han sugerido que la fermentación fue un motor de la invención de la cerámica y, más tarde, de la agricultura, con la cerveza como protagonista.

Sin embargo, el nuevo trabajo recuerda que esos hitos culturales se apoyaban en una predisposición biológica al alcohol mucho más antigua, forjada en los bosques tropicales donde nuestros ancestros competían por las frutas más dulces y aromáticas.

La hipótesis del mono borracho no pretende hacer un relato romántico del consumo de alcohol ni ignorar sus riesgos actuales. Al contrario, subraya una paradoja: lo que fue una ventaja adaptativa en un entorno de escasez se ha convertido en una vulnerabilidad en sociedades donde el alcohol se produce en abundancia y en formas altamente concentradas.

👉 Nuestro cerebro sigue respondiendo al etanol como señal de calorías fáciles, aunque en la práctica el consumo excesivo acarree problemas de salud. Entender ese origen evolutivo del alcohol puede ayudar a diseñar políticas de prevención más realistas, que tengan en cuenta no solo la dimensión cultural del alcohol, sino también su arraigo biológico.

Una paradoja moderna

El hallazgo también invita a reconsiderar nuestra visión de la naturaleza. Durante mucho tiempo, los científicos imaginaron a los animales como consumidores sobrios, ajenos al mundo del alcohol. La realidad es más matizada: en la selva, la fermentación natural es omnipresente, y muchos vertebrados —aves, murciélagos, roedores, primates— conviven con pequeñas dosis de etanol a diario. En ese sentido, los humanos no somos una excepción, sino la prolongación cultural de un fenómeno ecológico muy antiguo.

El equipo de investigación planea ahora extender sus análisis de etanol en frutas tropicales a otras especies de primates y a más regiones, para comprobar hasta qué punto la presencia de etanol en la dieta natural es un patrón universal. También quieren explorar cómo varía el comportamiento animal según el grado de fermentación, y qué implicaciones tiene eso para la ecología de los bosques y la dispersión de semillas.

«El alcohol no es solo un producto cultural humano, sino un actor silencioso en la evolución de plantas, microbios y animales», resume Dudley.

Al final, la imagen que emerge es provocadora: un chimpancé comiendo higos maduros no está tan lejos del humano que descorcha una botella de vino al final del día. Ambos están respondiendo a la misma señal ancestral de fermentación que promete energía rápida. La diferencia es que nosotros aprendimos a concentrar y multiplicar esa señal, con consecuencias ambivalentes: placer y sociabilidad, pero también dependencia y enfermedad.

Entender de dónde viene esa atracción quizá no resuelva nuestros dilemas modernos, pero sí nos recuerda que beber alcohol forma parte de nuestra naturaleza evolutiva. ▪️

Por qué nos gusta el alcohol: Preguntas & Respuestas

🍺 ¿Qué es la hipótesis del mono borracho?

Es la teoría que plantea que la atracción humana por el alcohol proviene de un rasgo evolutivo compartido con primates frugívoros. El olor y sabor del etanol indicaban que un fruto estaba maduro y aportaba energía rápida.

🍺 ¿Qué descubrieron los científicos en chimpancés?

Que los chimpancés silvestres consumen cada día etanol de frutas fermentadas, en dosis equivalentes a una o dos copas de vino humano.

🍺 ¿El alcohol apareció con la agricultura?

No. El estudio demuestra que el consumo de alcohol ya estaba presente en los antepasados del Pleistoceno, mucho antes de la fermentación controlada y la invención de la cerveza o el vino.

🍺 ¿Por qué los primates metabolizan bien el alcohol?

Porque poseen mutaciones en enzimas de la alcohol deshidrogenasa, que multiplican por 40 la eficiencia para degradar etanol. Esta adaptación fue clave para procesar frutas fermentadas sin intoxicarse.

🍺 ¿Qué implicaciones tiene para los humanos actuales?

Nuestra atracción por el alcohol es un legado evolutivo. Lo que en la selva fue una ventaja adaptativa se ha convertido en un riesgo moderno, al existir bebidas alcohólicas concentradas que pueden causar adicción y enfermedades.

  • Fuente: Aleksey Maro et al. Ethanol ingestion via frugivory in wild chimpanzees. Science Advances (2025). DOI:10.1126/sciadv.adw1665

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