Los primeros humanos modernos de la península ibérica eran unos excelentes cazadores

Hace más de 36.000 años, los primeros Homo sapiens que se adentraron en el interior ibérico aprendieron a sobrevivir en un entorno gélido gracias a la caza experta de ciervos, caballos y rebecos. El abrigo de la Malia, en Guadalajara, revela cómo estos grupos dominaron la Meseta mucho antes de lo que se creía.

Por Enrique Coperías

Recreación de un campamento de caza en el abrigo de la Malia (Guadalajara) hace más de 30.000 años.

Recreación artística de un campamento de caza en el abrigo de la Malia (Guadalajara) hace más de 30.000 años. Los primeros Homo sapiens del interior de la península ibérica procesaban ciervos y caballos en grupo, alrededor del fuego, mostrando su dominio del territorio y sus avanzadas estrategias de subsistencia en pleno Paleolítico superior. Imagen generada con DALL-E

Durante décadas, los manuales de prehistoria repitieron una misma idea: el interior de la península ibérica, esa vasta altiplanicie conocida como la Meseta, había sido prácticamente un desierto humano durante los tiempos más fríos del Paleolítico superior. Según esa visión, los primeros Homo sapiens que llegaron a Europa prefirieron los climas más suaves de la costa cantábrica o mediterránea, y apenas se aventuraron hacia las duras tierras del centro, donde el frío, la aridez y la escasez de recursos habrían hecho imposible una ocupación estable.

Sin embargo, las excavaciones en el abrigo de la Malia, en Tamajón (Guadalajara), están desmontando ese relato. Un equipo internacional de arqueólogos, zooarqueólogos y tafónomos ha demostrado que aquellos primeros grupos de humanos modernos no solo llegaron hasta el corazón de Iberia hace más de 36.000 años, sino que además se asentaron allí de manera recurrente durante milenios, perfeccionando estrategias de caza altamente eficaces para sobrevivir en un entorno hostil.

El estudio, liderado por Edgar Téllez, investigador del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH), y publicado en la revista Quaternary Science Advances, analiza miles de fragmentos óseos, huellas de corte, restos de hogares y herramientas de piedra hallados en el yacimiento. Su conclusión es clara: estos grupos de cazadores-recolectores fueron capaces de explotar con éxito los recursos de la Meseta, y llegaron a convertirse en auténticos expertos en la captura y el procesado de grandes herbívoros, como ciervos, caballos y rebecos.

Contexto arqueológico: ¿qué es el abrigo de la Malia?

El abrigo de la Malia fue descubierto en 2017 y ha sido excavado de forma sistemática desde 2018. Los niveles arqueológicos estudiados corresponden a las culturas Auriñaciense y Gravetiense, dos fases iniciales del Paleolítico superior, con cronologías entre 36.200 y 26.200 años antes del presente. Se trata de la evidencia más antigua hasta ahora de presencia de Homo sapiens en el interior peninsular.

El hallazgo rompe con la hipótesis tradicional que hablaba de una tierra de nadie despoblada tras la desaparición de los neandertales. Según esa visión, la Meseta ibérica habría permanecido prácticamente vacía hasta el final de la última glaciación. La Malia demuestra lo contrario: hubo ocupaciones repetidas durante al menos 10.000 años, incluso en momentos de fuerte deterioro climático.

Los datos paleoecológicos apuntan a que, durante la fase más antigua (LU-V), el paisaje era relativamente húmedo y boscoso. Más tarde, en el nivel LU-IV, las condiciones se volvieron más frías y áridas, con menos agua disponible y un entorno más abierto dominado por pinares. Lejos de retirarse, los grupos humanos se adaptaron a esas variaciones, ajustando sus estrategias de subsistencia.

Estrategias de subsistencia y caza en la Meseta

El análisis zooarqueológico revela un patrón recurrente: la caza de ungulados medianos y grandes. Ciervos, caballos y cabras monteses aparecen entre las presas principales, aunque también se aprovecharon animales de menor tamaño, como conejos y aves.

Las marcas de corte en los huesos muestran un procesamiento completo de las carcasas: desde el desollado hasta la extracción de médula ósea. Este detalle confirma que la carne era transportada y consumida en el propio abrigo, donde se encendían hogueras para cocinar y calentar el refugio.

Un aspecto clave es la casi total ausencia de actividad de carnívoros sobre los restos. A diferencia de otros yacimientos donde los huesos muestran señales de hienas o lobos, en la Malia la intervención humana es dominante. Eso indica que los Homo sapiens eran los verdaderos dueños del territorio y que accedían en primer lugar a las presas, sin depender de la carroña.

El patrón se repite en ambas fases, aunque con matices:

En LU-V, más antiguo, se explotaron recursos locales como el rebeco, típico de zonas montañosas.

En LU-IV, más reciente y árido, se mantuvo la preferencia por grandes herbívoros, pero con señales de una mayor movilidad y versatilidad.

Campamentos estacionales y movilidad

Lejos de ser poblados permanentes, los investigadores interpretan la Malia como un campamento de caza estacional. Los grupos —pequeños, quizá de unas decenas de personas— acudían al abrigo de manera repetida en el marco de expediciones cinegéticas.

La evidencia de hogares, el reducido número de herramientas líticas y la ausencia de elementos de arte mueble o estructuras domésticas apuntan a ocupaciones breves, centradas en la caza y el procesamiento de animales.

Este modelo encaja con lo observado en otros refugios del Paleolítico europeo, como Cova Eirós, en Galicia, y Cova de les Malladetes, en Valencia. Allí también se han identificado campamentos efímeros vinculados a batidas cinegéticas. La diferencia es que la Malia se sitúa en pleno Sistema Central, a más de mil metros de altitud, lo que demuestra una capacidad de adaptación notable de nuestros lejanos ancestros.

Campaña de excavación en el Abrigo de la Malia, en 2024.

Campaña de excavación en el Abrigo de la Malia, en 2024. Cortesía: Gabriela Villeco

Adaptación al clima del Pleistoceno

El estudio subraya la resiliencia de estos primeros grupos de Homo sapiens que colonizaron la Meseta. Durante el estadio isotópico marino 3 (MIS-3), entre 60.000 y 27.000 años atrás, la península ibérica atravesó oscilaciones climáticas bruscas, con episodios de aridez extrema. A pesar de ello, los humanos modernos mantuvieron su presencia en la Meseta, y ajustaron su dieta y movilidad para sobrevivir.

Los modelos ecológicos indican que la disponibilidad de biomasa herbívora fluctuaba con el clima, y que aumentaba en periodos de clima más templado. Los Homo sapiens aprovecharon esas ventanas de oportunidad para establecerse, pero no desaparecieron cuando el frío arreció. La clave estuvo en su flexibilidad: podían cazar en bosques húmedos o en llanuras abiertas, en montaña o en valle.

Un nuevo mapa de la colonización

Las conclusiones de la investigación obligan a revisar los modelos de ocupación del Paleolítico superior en Iberia. Hasta ahora, se consideraba que la colonización del interior había sido tardía y escasa. La Malia demuestra que los primeros hombres y mujeres modernos llegaron pronto y permanecieron durante milenios.

Eso plantea preguntas fascinantes: ¿cómo organizaban sus rutas de movilidad?, ¿existían conexiones entre los grupos del interior y los de la costa?, ¿qué papel jugaron estos cazadores paleolíticos en la difusión de innovaciones culturales y tecnológicas?

Téllez y sus colegas sugieren que la ausencia de arte mueble —conjunto de manifestaciones artísticas prehistóricas realizadas en objetos transportables, a diferencia del arte rupestre, que se plasma en paredes de cuevas o abrigos rocosos— y de restos humanos en Malia puede deberse simplemente al carácter logístico del campamento. Otros refugios cercanos, aún por excavar, podrían aportar evidencias de ocupaciones más residenciales.

falange de rebeco con marcas de corte.

Falange de rebeco con marcas de corte. Cortesía: Edgar Téllez

El valor del «trabajo de hormiga»

Detrás de estas conclusiones hay años de excavaciones arqueológicas meticulosas. Cada hueso fue analizado con lupa para identificar marcas de corte, fracturas intencionales o huellas de dientes.

Los restos de microvertebrados y plantas se estudiaron para reconstruir el paleoambiente. Incluso se aplicaron análisis isotópicos para inferir la dieta y movilidad de los herbívoros cazados.

Ese trabajo de laboratorio ha permitido construir una imagen detallada de la vida en la Meseta hace 30.000 años: un paisaje duro, frío y cambiante, habitado por pequeños grupos de cazadores-recolectores que supieron adaptarse con inteligencia.

Una historia que resuena hoy

Más allá de la arqueología, el hallazgo de la Malia tiene una resonancia contemporánea. Habla de la capacidad de los seres humanos para colonizar territorios difíciles, explotar recursos limitados y sobrevivir frente a un clima adverso.

En un mundo actual marcado por la crisis climática, la historia de aquellos cazadores del Paleolítico nos recuerda que la resiliencia y la adaptación forman parte de nuestro ADN.

El abrigo de la Malia, una pequeña cavidad en la roca caliza de Tamajón, se ha convertido así en una ventana al pasado. Allí, en un rincón de la Sierra Norte de Guadalajara, resuenan aún los ecos de las hogueras encendidas por los primeros sapiens que se atrevieron a conquistar el corazón helado de Iberia.▪️

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