Nuestros grandes cerebros pueden haber evolucionado gracias a las hormonas sexuales de la placenta

Un órgano del que casi nunca nos acordamos podría haber sido el motor oculto de nuestra inteligencia. Un nuevo estudio sugiere que la placenta moldeó el cerebro humano y nuestra capacidad para vivir en sociedad.

Por Enrique Coperías

La exposición a hormonas en el útero durante el desarrollo embrionario —arriba, secuencia desde la fecundación— podría afectar al crecimiento del cerebro humano.

La exposición a hormonas en el útero durante el desarrollo embrionario —arriba, secuencia desde la fecundación— podría afectar al crecimiento del cerebro humano. Cortesía: The Virtual Human Embryo (VHE)

Una nueva hipótesis científica sostiene que la evolución del cerebro humano —grande, complejo y socialmente adaptado— podría deberse, en gran parte, a un órgano que raramente se asocia con la inteligencia: la placenta.

Investigadores de las universidades de Cambridge y Oxford, en el Reino Unido, proponen que las hormonas sexuales producidas durante el embarazo desempeñaron un papel decisivo tanto en el crecimiento del cerebro como en el surgimiento de comportamientos sociales únicos en nuestra especie.

«El cerebro humano es notable y único, pero no se desarrolla en el vacío —explica Alex Tsompanidis, investigador principal del Autism Research Centre de la Universidad de Cambridge y autor principal del nuevo estudio, publicado en Evolutionary Anthropology. Y añade—: Nuestra hipótesis pone el embarazo en el centro de la historia de nuestra especie».

La hipótesis: ¿cómo influye la placenta en el tamaño y la conectividad del cerebro?

Durante décadas, la comunidad científica ha sabido que vivir en grupos sociales grandes y complejos está relacionado con un aumento en el tamaño del encéfalo. Sin embargo, los mecanismos que vinculan esta evolución física con la del comportamiento han permanecido elusivos.

«Sabemos desde hace tiempo que los grupos sociales más grandes están asociados con cerebros más voluminosos —afirma Robin Dunbar, biólogo evolutivo de la Universidad de Oxford y coautor del trabajo. Y añade—: Pero aún no sabemos qué mecanismos vinculan esas adaptaciones conductuales y físicas en los humanos».

La nueva propuesta apunta a las hormonas sexuales prenatales, caso de la testosterona y los estrógenos, como los posibles catalizadores. Estas hormonas, producidas por la placenta y compartidas entre la madre y el feto, influyen en el desarrollo del cerebro y en los rasgos sociales desde etapas muy tempranas.

De hecho, estudios previos ya habían revelado que pequeñas variaciones en estos niveles hormonales durante la gestación pueden predecir la velocidad del aprendizaje social y cognitivo en bebés, e incluso la probabilidad de desarrollar autismo.

¿Qué pruebas respaldan esta teoría?

Los científicos se han apoyado en investigaciones recientes con minicerebros u organoides neuronales—conjuntos de células neuronales humanas cultivadas en laboratorio a partir de células madre— que permiten observar cómo la testosterona puede aumentar el tamaño cerebral, mientras que los estrógenos mejoran la sinapsis y la conectividad entre neuronas.

Estos efectos apuntan a un delicado equilibrio hormonal que habría favorecido el desarrollo de encéfalos grandes y altamente interconectados.

«El papel de la placenta en la evolución humana va más allá de regular la duración del embarazo o el suministro de nutrientes —subraya el profesor Graham Burton, director fundador del Loke Centre of Trophoblast Research en Cambridge y coautor del artículo. Y continúa—: Podría ser una pieza clave para entender por qué nuestros cerebros son tan grandes en comparación con otros primates».

Placenta humana, órgano que se forma en el vientre o útero durante un embarazo.

Placenta humana, órgano que se forma en el vientre o útero durante un embarazo. La placenta está conectada al bebé en desarrollo por el cordón umbilical, que es una estructura similar a un conducto. Foto: João Paulo de Souza Oliveira

El papel de la enzima aromatasa

Dos estudios anteriores mostraron que los niveles de estrógenos durante la gestación son más altos en embarazos humanos que en otras especies de primates. Esta diferencia podría haber facilitado la formación de sociedades humanas más extensas y cohesionadas, algo que no se observa en otras especies, incluidas las extintas como los neandertales.

A su vez, este entorno hormonal también podría haber contribuido a reducir la competencia entre machos por recursos y pareja, lo que favorece la estabilidad social.

Una posible explicación está en la acción de la enzima aromatasa, que convierte la testosterona en estrógenos. Los humanos presentan niveles más altos de esta enzima que los macacos, y sorprendentemente los varones podrían tener niveles ligeramente superiores a los de las mujeres.

Esto indicaría un equilibrio hormonal más feminizado, con efectos no solo en el cuerpo, como la menor cantidad de vello corporal o la proporción entre los dedos índice y anular, sino también en la conducta social y reproductiva.

Un freno a la agresividad masculina

«Llevamos veinte años estudiando cómo los esteroides sexuales prenatales afectan al neurodesarrollo, y descubrimos que son fundamentales para la neurodiversidad humana», dice Simon Baron-Cohen, director del Autism Research Centre en Cambridge y coautor del estudio.

En palabras de Baron-Cohen, «esta nueva hipótesis da un paso más al sugerir que estas hormonas también podrían haber moldeado la evolución del cerebro humano».

Según los autores del estudio, este mecanismo hormonal no solo explicaría la expansión del cerebro humano, sino también una mayor cooperación social, mayor fertilidad femenina y menor agresividad masculina: factores que habrían facilitado la formación de comunidades complejas y extensas.

En otras palabras, la placenta no solo nutre al feto, sino que podría haber nutrido el surgimiento de lo que nos hace humanos.▪️

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