Violencia y ritual en el Neolítico: las fosas comunes de Alsacia sacan a la luz sacrificios, guerras salvajes y mortificaciones a los derrotados
Las enigmáticas fosas de Achenheim y Bergheim, en el corazón de Alsacia, revelan que hace 6.000 años la violencia no solo mataba: también cohesionaba. Entre brazos amputados, cráneos fracturados y animales sacrificados, los arqueólogos descifran uno de los primeros rituales de guerra en la historia europea.
Por Enrique Coperías
Vista aérea de depósitos humanos masivos relacionados con la violencia del Neolítico Medio tardío de la región de Alsacia, en Francia, analizados en este estudio. Cortesía: Fanny Chenal / INRAP
En 1973, en la localidad francesa de Achenheim, los arqueólogos desenterraron un pozo que parecía un extraño collage de huesos humanos y animales. Cráneos con fracturas, mandíbulas desordenadas, fémures mezclados con costillas de ganado. A poco más de diez kilómetros, en Bergheim, un hallazgo parecido añadía misterio: otra fosa común con restos humanos, fracturas craneales y, entre ellos, cerámicas cuidadosamente depositadas.
Durante décadas, la interpretación de estas acumulaciones de huesos dividió a los especialistas. ¿Eran pruebas de masacres neolíticas? ¿Tal vez restos de sacrificios rituales? ¿O quizá despojos de guerras prehistóricas olvidadas?
Un reciente estudio publicado en la revista Science Advances intenta arrojar luz sobre estos yacimientos arqueológicos, analizando con lupa los huesos, las fracturas y los patrones de depósito, o sea, la disposición espacial de los materiales y las características asociadas con la actividad humana en el lugar.
La conclusión, lejos de confirmar un relato unívoco de violencia extrema, abre un abanico de interpretaciones más complejo y profundamente humano: aquellos pozos podrían haber sido escenarios de prácticas sociales donde la violencia, los rituales y la memoria colectiva se entrelazaban.
Los hallazgos de Achenheim y Bergheim
El equipo multidisciplinar, dirigido por Teresa Fernández-Crespo, del Departamento de Prehistoria, Arqueología, Antropología social y Ciencias y Técnicas Historiográficas de la Universidad de Valladolid, en España, y compuesto por arqueólogos, antropólogos forenses y especialistas en arqueozoología, examinó minuciosamente los restos óseos.
✅ En Achenheim se documentaron al menos 47 individuos, entre hombres, mujeres y niños.
✅ En Bergheim aparecieron restos de al menos 14 personas.
En ambos casos, la mezcla con huesos de animales y objetos de cerámica llamó la atención de los expertos. Ahora bien, uno de los hallazgos más llamativos fueron las fracturas craneales: en Achenheim, hasta la mitad de los cráneos mostraban traumatismos, mayoritariamente en la región frontal y parietal. En Bergheim, el patrón era similar, con golpes contundentes compatibles con armas de piedra como mazas o hachas de combate.
Pero no todos los huesos mostraban señales de violencia. De hecho, muchos estaban intactos, lo que sugiere que los restos pertenecían a personas con historias vitales distintas: algunos murieron violentamente, y otros no.
El estado de conservación también ofrecía pistas intrigantes. Algunos huesos presentaban señales de exposición prolongada al aire antes de ser enterrados, como si hubiesen sido manipulados, trasladados o incluso exhibidos. Otros aparecían depositados en posiciones cuidadas, lo que denota cierta intencionalidad ritual.
¿Masacre, sacrificio o ritual?
La primera tentación de los arqueólogos fue interpretar estos hallazgos como las evidencias tangibles de masacres prehistóricas. Razones no les faltaban: el Neolítico europeo tiene varios precedentes. En Talheim (Alemania) y Schöneck-Kilianstädten, por ejemplo, se hallaron fosas comunes con docenas de esqueletos que mostraban heridas de violencia extrema, escenas que remiten a auténticos genocidios prehistóricos.
Pero los casos de Achenheim y Bergheim no encajan del todo en este patrón. Para empezar, la diversidad de los restos indica que no pertenecen a un único episodio violento. Los huesos parecen haberse acumulado a lo largo del tiempo, como si el foso hubiese funcionado como un depósito recurrente. Además, la combinación de víctimas con individuos sin huellas de violencia contradice la idea de una matanza indiscriminada.
La hipótesis que gana fuerza es que estamos ante depósitos rituales. En este escenario, los restos humanos no serían simplemente cadáveres abandonados, sino elementos activos en ceremonias destinadas a reforzar la identidad del grupo, celebrar victorias o rememorar episodios de confrontación.
La violencia como ritual social
Los investigadores subrayan que, aunque los cráneos fracturados son testimonio innegable de violencia, esta no debe entenderse como un acto caótico o puramente destructivo. Más bien, formaría parte de un entramado social donde golpear, herir o incluso matar podía estar regulado por normas culturales.
El paralelismo con prácticas etnográficas es inevitable: en muchas sociedades tradicionales, las luchas rituales —unas veces mortales y otras no— cumplen funciones de cohesión social o de marcaje de jerarquías. En este sentido, los pozos de Alsacia podrían reflejar celebraciones marciales, rituales de humillación de enemigos vencidos o incluso mecanismos simbólicos para transformar la violencia en memoria colectiva.
Una idea central del estudio es que la frontera entre víctimas y participantes voluntarios no siempre es clara. Algunos individuos podrían haber muerto en combates ritualizados, mientras que otros fueron depositados como parte de un gesto conmemorativo. De hecho, la presencia de cerámicas cuidadosamente colocadas refuerza la idea de una puesta en escena ritual.
Recreación artística de un ritual neolítico en Alsacia: alrededor de un pozo se exhiben cráneos, miembros amputados y cerámica, mientras la comunidad celebra la derrota de enemigos cautivos. Imagen generada con DALL-E
El simbolismo de animales y cerámica
Otro elemento revelador es la presencia de huesos animales en ambos depósitos. En Achenheim, por ejemplo, se hallaron restos de bóvidos y suidos mezclados con huesos humanos. Los investigadores plantean que estos animales sacrificados pudieron formar parte de ceremonias conmemorativas, una práctica bien documentada en otras culturas neolíticas.
La cerámica también tiene un papel simbólico. En Bergheim, los fragmentos depositados junto a los cuerpos sugieren que los objetos no eran simples desechos, sino ofrendas cargadas de significado.
Todo ello apunta a un complejo entramado ritual en el que los huesos humanos, los animales sacrificados y los objetos materiales se combinaban en un mismo lenguaje simbólico.
Memoria colectiva en el Neolítico
Quizá el aspecto más fascinante de esta investigación es cómo sus autores replantean la visión que tenemos de la violencia en la prehistoria. Lejos de reducirse a episodios brutales de exterminio, la violencia podía convertirse en un recurso cultural para construir narrativas colectivas.
Los huesos fracturados, como ocurre con algunas tibias, serían así no solo testimonio de dolor, sino también de identidad y pertenencia.
El hecho de que las fosas se usaran durante un periodo prolongado refuerza esta idea: eran lugares de memoria, escenarios donde se depositaban restos que evocaban victorias, derrotas o alianzas. Un archivo colectivo, pero escrito en material óseo.
Ciencia forense y arqueología de la violencia
Para llegar a estas conclusiones, el equipo aplicó técnicas de análisis forense propias de la criminología moderna: estudios de microfracturas, reconstrucción de trayectorias de impacto, análisis tafonómicos de exposición y manipulación de huesos... También recurrieron a la arqueozoología para diferenciar el tratamiento de restos humanos y animales.
Los resultados muestran una imagen matizada: sí hubo violencia, pero no toda muerte fue brutal; sí hubo fracturas letales, pero no todos los fracturados fueron víctimas pasivas; sí hubo sacrificios, pero insertos en un entramado simbólico mucho más rico. Los brazos izquierdos amputados, por ejemplo, pudieron ser trofeos de combate; y los cuerpos completos serían cautivos sacrificados en celebraciones de victoria militar.
En última instancia, este estudio nos invita a repensar la vida —y la muerte— en las comunidades agrícolas del Neolítico. La transición a la agricultura no solo trajo estabilidad y excedentes, también conflictos por tierras, tensiones sociales y nuevas formas de organizar la violencia.
Los pozos de Achenheim y Bergheim, lejos de ser simples basureros humanos, podrían haber sido escenarios donde las comunidades negociaban su memoria colectiva: quiénes eran los héroes, quiénes los enemigos, qué batallas merecían ser recordadas.
Del Neolítico a hoy: ¿qué hacemos con la violencia?
Aunque hablemos de hace más de seis mil años, la pregunta de fondo resuena con fuerza contemporánea: ¿qué hacemos las sociedades con la violencia? ¿La ocultamos, la olvidamos, la convertimos en tabú? ¿O la integramos en rituales que, paradójicamente, cohesionan a los grupos?
Los investigadores no ofrecen una respuesta definitiva, pero el estudio deja claro que los huesos de Alsacia no son simples reliquias macabras. Son testigos de cómo la humanidad aprendió a domesticar la violencia, a darle forma social, a inscribirla en la memoria.
Cuando los arqueólogos contemporáneos bajan la vista al pozo de Achenheim o al de Bergheim, no ven únicamente fracturas y huesos dispersos. Ven un relato sobre cómo las primeras comunidades campesinas europeas lidiaron con la violencia y la convirtieron en ritual. Ven el germen de lo que hoy llamaríamos memoria histórica.
En ese sentido, estos depósitos no hablan solo del Neolítico. Hablan también de nosotros: de cómo seguimos construyendo narrativas en torno a la guerra, la muerte y la memoria. Porque, al fin y al cabo, los huesos no son mudos. Solo esperan a que alguien sepa escucharlos. ▪️
Fuente: Teresa Fernández-Crespo et al. Multi-isotope biographies and identities of victims of martial victory celebrations in Neolithic Europe.Sci. Adv.11,eadv3162(2025).DOI:10.1126/sciadv.adv3162