Murayghat: el santuario olvidado de Jordania que emergió de una crisis hace 5.500 años
Arqueólogos de la Universidad de Copenhague han descubierto en Murayghat un complejo ceremonial que muestra cómo las sociedades del Bronce Antiguo en Jordania reconstruyeron su mundo tras el colapso del Calcolítico.
Por Enrique Coperías
Dólmen hallado en el yacimiento de Murayghat, en Jordania. Cortesía: Susanne Kerner / Universidad de Copenhague
A unos doce kilómetros al suroeste de Madaba, en las colinas pedregosas que dominan el valle del río Zarqa Ma’in, se alza un paisaje que parece sacado de un relato mítico: centenares de dólmenes derruidos, hileras de piedras erguidas y estructuras circulares que el tiempo ha ido devorando. Pero bajo esa quietud pétrea late la memoria de una sociedad que, hace más de cinco milenios, trató de reinventarse tras una profunda crisis.
El yacimiento arqueológico de Murayghat, excavado desde 2014 por un equipo de la Universidad de Copenhague, en Dinamarca, bajo la dirección de la arqueóloga Susanne Kerner, se ha revelado como uno de los enclaves más singulares del Bronce Antiguo en el sur de Jordania.
Sus monumentos funerarios y sus alineaciones de piedras no formaban parte de un poblado, sino de un centro ceremonial que sirvió de punto de encuentro, negociación y cohesión para comunidades que atravesaban una época de transformación radical.
Un paisaje de piedra y memoria ancestral
Murayghat no es un asentamiento arqueológico en el sentido tradicional: no hay casas, hornos ni restos de vida doméstica. Lo que sí hay son casi un centenar de dólmenes —tumbas megalíticas formadas por grandes losas de caliza—, varias hileras de ortostatos —grandes losas de piedra colocadas verticalmente que se usaban en la antigüedad para formar muros, cámaras funerarias o recintos rituales en monumentos megalíticos— y un conjunto de estructuras en forma de herradura o rectángulo, levantadas con bloques de piedra erguida. Todo ello, según la datación cerámica, pertenece al Bronce Antiguo I, alrededor del 3500 a. C.
Las prospecciones arqueológicas han revelado que el núcleo del sitio se encuentra en una colina central —el llamado knoll— rodeada de otros promontorios donde se agrupan los dólmenes. Desde allí se domina un amplio horizonte: un escenario perfecto para los rituales, pero también para la visibilidad simbólica. Las tumbas se disponen siguiendo las terrazas naturales del terreno, a menudo orientadas hacia el cerro principal, como si los muertos miraran al corazón del santuario.
Entre esas estructuras destaca el Hadjar al-Mansub, una piedra solitaria de más de dos metros de altura, suavemente tallada y con un surco grabado en su cara oriental. Se alza frente al wadi, un cauce seco que solo lleva agua durante las lluvia, de espaldas al yacimiento, y parece marcar una frontera entre el mundo cotidiano y el espacio de lo sagrado. «Su posición, su forma y su aislamiento evocan un monolito ritual, un punto de referencia en el paisaje espiritual de la época», escribe Kerner.
Vista general del cerro central (Área 1) desde el norte, donde se aprecian varias hileras de piedras erguidas. Cortesía: Proyecto The Ritual Landscapes of Murayghat / Susanne Kerner
El final del Calcolítico: crisis, sequía y cambio cultural
Para entender Murayghat hay que remontarse unos siglos atrás, al final del Calcolítico, cuando el Próximo Oriente vivió una de las grandes transiciones de su historia. Las aldeas agrícolas, que habían florecido durante milenios, comenzaron a decaer; los templos desaparecieron, y con ellos la organización jerárquica que los sostenía. Las causas fueron múltiples: un cambio climático más seco que redujo las cosechas, el colapso de las redes comerciales del cobre y, quizá, una crisis de valores e identidades.
«Las viejas formas de vida, las creencias y los símbolos dejaron de funcionar —explica la arqueóloga—. En ausencia de templos y autoridades, las comunidades tuvieron que buscar nuevas maneras de estructurar la vida y la muerte».
En ese contexto, los grandes monumentos visibles —los dólmenes, los círculos de piedra, los menhires— se convirtieron en los nuevos marcadores del territorio y de la memoria colectiva. La piedra sustituyó al metal como medio de expresión simbólica.
Un santuario para una sociedad en transición
Murayghat parece encarnar esa búsqueda de nuevas formas de cohesión. Las excavaciones muestran tres tradiciones arquitectónicas distintas:
✅ Hileras de piedras erguidas sobre la roca madre.
✅ Muros curvos o rectos formados por ortostatos unidos con piedras pequeñas.
✅ Recintos circulares con muros dobles.
Las construcciones no presentan uniformidad, como si distintos grupos hubieran aportado sus propias técnicas.
«En lugar de los grandes asentamientos domésticos con pequeños santuarios característicos del Calcolítico, nuestras excavaciones en el yacimiento de Murayghat del Bronce Antiguo muestran agrupaciones de dólmenes (monumentos funerarios de piedra), piedras erguidas y grandes estructuras megalíticas que apuntan a reuniones rituales y entierros comunitarios, más que a espacios habitacionales», explica Susanne Kerner, directora del proyecto Ritual Landscapes of Murayghat en la Universidad de Copenhague.
Tampoco hay indicios de viviendas permanentes ni de techumbres: los espacios eran abiertos, pensados para reuniones y ceremonias más que para habitar. En el interior de algunos recintos, como el Edificio 1, se hallaron piedras verticales colocadas en el centro —auténticos menhires domésticos— junto a grandes morteros de piedra y fragmentos de cuencos monumentales.
Uno de ellos, conocido como el cuenco de Murayghat, tenía más de medio metro de diámetro y podía contener unos 25 litros: utensilios pensados para preparar o servir alimentos en contextos colectivos, posiblemente banquetes rituales.
Las excavaciones también recuperaron herramientas de basalto, espátulas de sílex, husos de cerámica, agujas de cobre y huesos de cabras y gacelas. En algunos molinos se detectaron restos de ocre, un pigmento que sugiere usos ceremoniales más que culinarios. Todo apunta, según Kerner, a un espacio de culto y reunión, donde se celebraban comidas comunales, se discutían asuntos sociales y se honraba a los antepasados enterrados en los dólmenes circundantes.
Los dólmenes: tumbas, símbolos y territorio
Aunque la mayoría de los dólmenes de Murayghat están vacíos, pues han sido víctimas del tiempo, los saqueos y los terremotos, su forma y orientación recuerdan a las necrópolis de Monte Nebo o Jebel Mutawwaq, también del Bronce Antiguo. Todo indica que se trataba de enterramientos colectivos, visibles desde lejos, que transformaban la naturaleza en paisaje humano.
Kerner insiste en esa visibilidad: los dólmenes, los monolitos y los recintos de piedra son, ante todo, actos de apropiación del territorio. En una época sin templos ni ciudades, erigir un monumento era una forma de afirmar la presencia de una comunidad, de inscribir su historia en la roca.
«El paisaje se convierte en texto —dice Kerner—, una manera de comunicar pertenencia y continuidad».
Comunidades sin jerarquía ni templos
Lo más revelador del hallazgo no son las piedras en sí, sino lo que dicen sobre la gente que las levantó. La arqueología del Bronce Antiguo temprano muestra un mundo sin grandes centros urbanos, sin palacios ni templos: una sociedad descentralizada, pastoril y agrícola, en busca de nuevas formas de organización. Murayghat habría funcionado como un foro ritual, donde los grupos dispersos del altiplano se reunían para deliberar, intercambiar bienes o sellar alianzas.
Como resume Kerner, «Murayghat nos ofrece, creemos, nuevas y fascinantes perspectivas sobre cómo las sociedades antiguas afrontaron las crisis construyendo monumentos, redefiniendo los roles sociales y creando nuevas formas de comunidad».
La comparación con la Europa posterior a la caída del Muro de Berlín que propone Kerner es sorprendente pero ilustrativa: cuando se derrumban los sistemas políticos y simbólicos, las comunidades deben reinventarse. En el sur de Levante, esa reinvención tomó la forma de piedras erigidas y tumbas monumentales. «Murayghat fue un intento de construir sentido en medio de la incertidumbre», afirma la arqueóloga.
Dólmen L.7008, con una plataforma construida a la izquierda y un muro de conexión en la esquina inferior izquierda. Cortesía: Proyecto The Ritual Landscapes of Murayghat / Susanne Kerner
Arqueología del encuentro y la memoria
Hoy, entre los restos de muros semicirculares y ortostatos derrumbados, los arqueólogos leen las huellas de aquellos encuentros. En los recintos abiertos se celebraban festines —quizá para honrar a los muertos, quizá para reafirmar alianzas—; en torno al gran menhir se pronunciaban decisiones y juramentos; y en las terrazas, los dólmenes recordaban a los antepasados comunes.
No era un templo, sino un espacio compartido, un lugar especial, como lo define Kerner, en el que lo sagrado y lo social se entrelazaban.
Su construcción exigió coordinación entre distintos grupos y un profundo conocimiento del entorno: la roca caliza local, que se fractura en grandes losas, fue la materia prima perfecta para transformar un paisaje natural en un paisaje antropogénico, un territorio modelado por la memoria.
El eco de una civilización olvidada
Cinco milenios después, Murayghat sigue cumpliendo su función simbólica: nos obliga a mirar de nuevo los comienzos de la civilización en Jordania y en el Próximo Oriente. Lejos de ser simples tumbas, los dólmenes fueron instrumentos de comunicación y cohesión, testigos de una sociedad que, tras la caída de sus templos, encontró en la piedra un nuevo lenguaje.
El proyecto de Kerner y su equipo continúa analizando la distribución y orientación de los monumentos, los residuos de pigmentos y los microrestos orgánicos. Cada hallazgo amplía la historia de un lugar que, más que una necrópolis, fue un experimento social y espiritual.
En un tiempo de crisis y transformación, los habitantes del altiplano de Madaba eligieron mirar al horizonte y construir con piedras su esperanza. Sus monumentos, diseminados sobre las colinas, son el eco pétreo de una humanidad que buscó en la memoria y en el rito la manera de seguir siendo comunidad cuando todo lo demás se derrumbaba.▪️
Información facilitada por la Universidad de Copenhagen
Fuente: Susanne Kerner. Dolmens, standing stones and ritual in Murayghat. Levant (2025). DOI: https://doi.org/10.1080/00758914.2025.2513829