La plaga que nunca ocurrió: el estudio que desmonta la supuesta epidemia egipcia de Akenatón

Un nuevo análisis bioarqueológico revela que Ajetatón, la ciudad del faraón Akenatón, no fue arrasada por ninguna plaga. Los huesos hallados en el desierto egipcio cuentan otra historia: la de una sociedad agotada, pero no enferma.

Por Enrique Coperías

Recreación artística de un médico egipcio atendiendo a un enfermo en Amarna, la ciudad fundada por el faraón Akenatón hacia 1350 a. C. S

Recreación artística de un médico egipcio atendiendo a un enfermo en Amarna, la ciudad fundada por el faraón Akenatón hacia 1350 a. C. Según un nuevo estudio bioarqueológico, los habitantes sufrían agotamiento y carencias nutricionales, pero no una epidemia como se había creído durante décadas. Imagen generada con DALL-E

Egiptólogos y bioarqueólogos han debatido durante años si la misteriosa ciudad de Akenatón, el faraón hereje que desafió a los dioses del antiguo Egipto y adoró solo al disco solar Atón, fue escenario de una gran epidemia en Egipto. La hipótesis, apoyada en coincidencias cronológicas y en algunos textos hititas que hablaban de una plaga llegada desde Egipto, ha sido tan sugerente como persistente.

Pero un nuevo estudio publicado en el American Journal of Archaeology pone freno a esa narrativa: según las investigadoras Gretchen R. Dabbs, de la Universidad del Sur de Illinois Carbondale (Estados Unidos); y Anna Stevens, de la Universidad de Cambridge (Reino Unido), no hay pruebas sólidas de que Amarna, la región egipcia situada en la ribera oriental del Nilo célebre por ser el enclave donde Akenatón mandó construir la ciudad de Ajetatón, sufriera una crisis de mortalidad masiva.

Su trabajo, fruto de dos décadas de excavaciones en los cementerios de Amarna, revisa los restos de casi novecientos individuos y el contexto urbano del asentamiento fundado por Akenatón hacia 1350 a. C. El resultado de la investigación es contundente, ya que no se observan los patrones arqueológicos ni demográficos típicos de una epidemia. Lejos de una catástrofe sanitaria, los datos apuntan a una población sometida a duras condiciones laborales y nutricionales, pero no a una peste devastadora.

El mito de la plaga de Amarna

El mito de la plaga de Amarna hunde sus raíces en los llamados rezos de la peste del rey hitita Muršili II (siglo XIV a. C.), que relataban cómo una enfermedad mató durante veinte años a los habitantes de Hatti y a varios miembros de la familia real. En esos textos, el propio monarca atribuía el brote a prisioneros egipcios capturados en el norte del Levante.

Los egiptólogos vieron ahí un paralelismo irresistible: en los mismos años, Egipto vivía la turbulenta reforma religiosa de Akenatón y, poco después, una serie de muertes reales —la reina madre Tiye, varias princesas, el propio faraón y sus sucesores inmediatos— que parecían demasiado concentradas para ser casualidad. ¿Había golpeado una plaga en el Antiguo Egipto, precipitando el final del faraón solar?

Las investigadoras advierten, sin embargo, que ninguna fuente egipcia contemporánea menciona una epidemia, y que las coincidencias cronológicas entre ambos reinos son demasiado vagas. «El supuesto brote en Hatti podría haberse producido incluso después de que Amarna fuera abandonada», señalan. Además, los restos arqueológicos y los textos de la ciudad —que apenas conservan correspondencia diplomática (Cartas de Amarna) e inscripciones oficiales— no muestran rastros de crisis sanitaria, funeraria ni social.

Amarna, una ciudad efímera convertida en laboratorio arqueológico

Amarna ofrece un escenario excepcional para probar estas hipótesis. A diferencia de otras ciudades egipcias, fue ocupada solo durante unos veinte años y quedó casi intacta tras su abandono. Los equipos británicos y estadounidenses que trabajan allí desde hace décadas han excavado tanto el área urbana como cuatro grandes cementerios periféricos, donde reposan entre 11.000 y 13.000 personas.

Los investigadores analizaron 889 enterramientos bien documentados. La mayoría eran simples fosas individuales, sin momificación ni ajuar, en las que los cuerpos fueron envueltos en lino y esteras vegetales. Solo un tercio de las tumbas contenía más de un individuo. En Amarna, los enterramientos múltiples habían alimentado la idea de una catástrofe sanitaria, pero el nuevo estudio propone otra lectura.

«En todos los cementerios, excepto uno, los entierros múltiples son escasos y responden a razones familiares o prácticas», explica Stevens. El caso más llamativo, el del cementerio de las Tumbas del Norte, donde la mitad de las fosas albergan varios cuerpos, tampoco apunta a una peste fulminante: allí los esqueletos pertenecen casi exclusivamente a jóvenes de entre 5 y 25 años, muchos con signos de esfuerzo extremo y lesiones vertebrales por sobrecarga física

«Probablemente eran obreros de la construcción de Amarna, sometidos a trabajos intensivos —añade Dabbs—. Su alta mortalidad refleja agotamiento y estrés, no un brote epidémico».

Enterramiento intacto en el cementerio de las Tumbas del Norte de Amarna, con tres individuos envueltos juntos en una misma estera funeraria antes de ser sepultados

Enterramiento intacto en el cementerio de las Tumbas del Norte de Amarna, con tres individuos envueltos juntos en una misma estera funeraria antes de ser sepultados. Los restos de la estera aún se conservan en los laterales y la base de la tumba. Cortesía del Amarna Project.

Comparación de Amarna con las verdaderas epidemias históricas

El equipo cotejó los datos de Amarna con los indicadores arqueológicos de epidemia establecidos por estudios de plagas medievales, como la peste negra. Entre esos signos estarían la aparición de fosas comunes, la alteración de los rituales funerarios, el abandono repentino de las ciudades y cambios bruscos en la demografía.

Nada de eso se observa en la ciudad de Akenatón. Las excavaciones no muestran entierros masivos ni improvisados, los ritos funerarios se mantienen estables y las estructuras urbanas no reflejan interrupciones drásticas. Tampoco hay evidencias de incendios, guerras o hambrunas. El abandono de Amarna, unos pocos años después de la muerte del faraón, parece responder más a razones políticas y religiosas —la restauración del culto a Amón y el retorno de la corte a Tebas— que a una emergencia sanitaria.

En los restos óseos, los investigadores solo hallaron casos aislados de tuberculosis y posibles signos de malaria, enfermedades endémicas del valle del Nilo desde tiempos predinásticos. Ninguna muestra ADN del agente patógeno Yersinia pestis, causante de la peste bubónica, que no está documentado en África hasta más de mil años después.

La presencia de pulgas humanas (Pulex irritans) en un poblado de trabajadores, descubierta hace años, fue interpretada por algunos como prueba de peste, pero las autoras aclaran que esa especie es un vector ineficaz. «La entomología de Amarna no demuestra la existencia de Yersinia pestis, solo condiciones higiénicas precarias», puntualizan Stevens y Dabbs.

Una población agotada, no enferma

El retrato bioarqueológico que emerge del estudio es el de una sociedad joven y exhausta. La estatura media baja, las lesiones de columna, las articulaciones deformadas y los dientes con marcas de estrés nutricional pintan un cuadro de dureza cotidiana. Muchos niños murieron antes de los quince años, y las mujeres jóvenes presentan signos de partos repetidos y carencias alimentarias.

«La vida en Amarna fue dura, pero no excepcionalmente mortal», resume Dabbs. Las poblaciones preindustriales sufrían altas tasas de mortalidad infantil y enfermedades endémicas, pero nada en la muestra indica una crisis súbita o desproporcionada. Incluso la aparente supermortalidad femenina en algunos sectores podría deberse a sesgos de identificación o a la composición social de los barrios excavados.

El estudio concluye que la mortalidad de Amarna encaja en lo esperable para una comunidad urbana del Egipto faraónico, con desigualdades sociales marcadas y condiciones laborales severas, pero sin señales de colapso demográfico. Los datos no niegan que hubiera enfermedades, como malaria o tuberculosis, pero las sitúan en un contexto de endemia, no de epidemia.

Relieve que muestra al faraón Akenatón y a la reina Nefertiti junto a tres de sus hijas bajo los rayos del disco solar Atón, símbolo central de la religión instaurada en Amarna.

Relieve que muestra al faraón Akenatón y a la reina Nefertiti junto a tres de sus hijas bajo los rayos del disco solar Atón, símbolo central de la religión instaurada en Amarna. Cortesía: Neoclassicism Enthusiast, CC BY-SA 4.0, vía Wikimedia Commons.

Reescribiendo la historia, del mito a la evidencia

¿Por qué, entonces, la idea de una plaga en tiempos de Akenatón ha perdurado tanto? Las autoras apuntan a una combinación de factores: el aura enigmática del faraón monoteísta, su repentina desaparición y el atractivo narrativo de una ciudad maldita abandonada en el desierto.

«Durante décadas, la egiptología ha tendido a explicar lo extraordinario con lo catastrófico», escriben Stevens y Dabbs. Pero el rigor de los datos arqueológicos obliga a matizar.

En su revisión, las investigadoras insisten en que las crisis sanitarias del pasado deben evaluarse integrando arqueología, bioantropología y textos, y no solo interpretando fuentes literarias o iconográficas.

«La historia de las epidemias en la Antigüedad no puede basarse solo en relatos escritos; necesitamos los huesos, los suelos, las tumbas», afirma Stevens.

En Amarna, esos testimonios materiales narran una historia más prosaica y humana: la de miles de trabajadores anónimos que levantaron una capital efímera bajo un sol implacable.

El legado de una ciudad solar

El legado de Amarna sigue fascinando porque condensa, en apenas dos décadas, un experimento político, religioso y urbano sin precedentes. Akenatón rompió con siglos de tradición, fundó una nueva capital en el desierto egipcio y concentró allí a artesanos, sacerdotes y funcionarios para servir al dios solar Atón. Cuando murió, sus sucesores —entre ellos Tutankamón— desmantelaron el proyecto y devolvieron a Egipto al politeísmo tradicional.

Durante siglos, el desierto selló esa historia. Hoy, los cementerios excavados por el Amarna Project, que dirige la Universidad de Cambridge, permiten reconstruir las vidas de quienes habitaron aquella utopía solar. Lejos de los dramas bíblicos y las plagas divinas, lo que revelan sus huesos es la cotidianidad del Antiguo Egipto, marcada por el esfuerzo, la desigualdad y la esperanza.

«La pregunta ya no es si hubo una plaga —concluyen las autoras—, sino cómo vivía y moría la gente común en Amarna, una de las ciudades más breves y extraordinarias del mundo antiguo». ▪️

  • Fuente: Gretchen R. Dabbs and Anna Stevens. Mortality Crisis at Akhetaten? Amarna and the Bioarchaeology of the Late Bronze Age Mediterranean Epidemic. American Journal of Archaeology (2025). DOI: https://doi.org/10.1086/736705

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