Cómo el entrenamiento musical mejora la cognición espacial y refina el mapa corporal

La práctica musical no solo afina el oído: también recalibra la percepción del propio cuerpo en el espacio. Un nuevo estudio revela que años de entrenamiento con un instrumento transforman la cognición espacial y fortalecen el mapa interno que usamos para orientarnos sin darnos cuenta.

Por Enrique Coperías

Un estudio muestra que años de práctica musical afinan no solo el oído, sino también la percepción del propio cuerpo en el espacio, mejorando la cognición espacial y la integración multisensorial incluso sin referencias visuales.

Un estudio muestra que años de práctica musical afinan no solo el oído, sino también la percepción del propio cuerpo en el espacio, mejorando la cognición espacial y la integración multisensorial incluso sin referencias visuales. Foto: Vinícius Caricatte

No es un secreto que la música moldea el cerebro. Ni que mejora la memoria, la atención e incluso ciertas destrezas cognitivas. Pero un nuevo trabajo sugiere que su influencia va más allá de lo que ocurre en el pentagrama o en el aula de solfeo: los músicos poseen un mapa corporal más preciso, una capacidad afinada para saber dónde está su cuerpo en el espacio aun cuando todos los sentidos que normalmente lo orientan están desenchufados.

La investigación, publicada en la revista Cortex, explora un aspecto sorprendentemente poco estudiado: la relación entre la formación musical y la cognición espacial, entendida aquí no como la habilidad para orientarse por una ciudad o imaginar un objeto rotado mentalmente, sino como la capacidad, íntima y silenciosa, de mantener el cuerpo estable y bien representado en su entorno.

La música como motor de plasticidad y cognición espacial

El punto de partida del estudio, según su coordinador, Daniel Paromov, audiólogo de la Facultad de Medicina en la Universidad de Montreal (Canadá), es que para orientarnos y no caernos, el cerebro integra señales de múltiples sistemas sensoriales. La vista, el tacto, la propiocepción, el equilibrio y, aunque sorprenda, el oído contribuyen a sostener esa brújula interna.

Cuando uno camina con los ojos cerrados o trata de mantenerse erguido sin referencias visuales, surgen errores en esa representación, y el cuerpo puede girar o desplazarse sin que el individuo se dé cuenta.

La música, por su parte, constituye un entrenamiento multisensorial continuo: exige coordinar los movimientos del cuerpo con la retroalimentación auditiva y táctil del instrumento, seguir patrones rítmicos complejos, ajustar la producción sonora y mantener la atención en múltiples fuentes a la vez. Los autores plantean por ello una pregunta central: ¿puede este aprendizaje prolongado mejorar la representación espacial del cuerpo?

El experimento: caminar a ciegas para medir la representación espacial

Para investigar esta cuestión, el equipo reclutó a 38 participantes, divididos en dos grupos: diecinueve músicos con entre seis y veintiocho años de experiencia —y un promedio de veinte horas semanales de práctica— y diecinueve no músicos sin entrenamiento formal.

A todos se les sometió a una prueba clásica: la Fukuda–Unterberger, que se utiliza para evaluar la orientación espacial. Básicamente consiste en caminar en el mismo sitio, con los ojos vendados, levantando los pies a un ritmo constante durante un minuto. El participante cree que permanece en su lugar, pero la mayoría acaba girando o desplazándose sin saberlo.

En este estudio, la prueba se realizó en cuatro condiciones:

1️⃣ Sin sonido.

2️⃣ Con sonido frontal (0°).

3️⃣ Con sonido diagonal (45°).

4️⃣ Con sonido lateral (90°).

El sonido —una señal estandarizada— proviene de un altavoz que funciona como ancla auditiva, aunque su eficacia disminuye cuanto más lateral es. Se midieron tres parámetros:

Giro corporal.

Distancia recorrida.

Desviación respecto al sonido.

Resultados clave: los músicos se desorientan menos y aprovechan mejor el sonido

Los resultados fueron meridianamente claros: los músicos se desorientan menos que el resto de la pobñación. Sin sonido, los voluntarios de cada grupo giraron de manera similar, pero los músicos se desplazaron mucho menos. Mientras los no músicos recorrieron una distancia mediana de 142 cm, los músicos apenas 95 cm.

Esa diferencia indica un mejor control de la representación corporal: los músicos son más capaces de mantenerse en su sitio incluso cuando desaparecen todas las referencias.

Los autores sugieren que esto podría deberse a una integración más fina de señales vestibulares y propioceptivas, aunque no hay evidencia de un sistema vestibular superior. Hay que recordar que las señales vestibulares se corresponden con la información que procede del oído interno y que le dice al cerebro cómo se mueve la cabeza, si estamos en equilibrio, si giramos o aceleramos. Es el sensor de movimiento del cuerpo. Por su parte, las señales propioceptivas tienen que ver con la información que envían los músculos, articulaciones y tendones para indicar en qué posición están las partes del cuerpo y cómo se están moviendo. Es el GPS interno de nuestras extremidades.

Ahora bien, sí existen estudios que evidencian una mayor sensibilidad somatosensorial de los músicos, lo que explicaría parte de esta ventaja.

Por qué ocurre esto? La música como entrenamiento multisensorial del cuerpo

Las diferencias se acentúan cuando se introduce el sonido. En los tres ángulos citados, los músicos mostraron una desviación angular mucho menor respecto al altavoz: su cuerpo sabía mejor dónde estaba el origen del sonido, incluso caminando a ciegas.

Este rendimiento coincide con estudios anteriores sobre la mejor discriminación auditiva en músicos, especialmente de las señales binaurales que permiten localizar sonidos en el espacio. Esta precisión parece extenderse a tareas no musicales.

La práctica instrumental implica coordinar señales auditivas, motoras y táctiles, lo que genera cambios neuroplásticos en el cerebro. Además, la música fortalece procesos como la atención sostenida, el control ejecutivo y la memoria de trabajo, esenciales para representar y organizar el espacio alrededor del cuerpo.

Otros trabajos también han mostrado que los músicos destacan en tareas espaciales, como la rotación mental, y en resistir ciertas ilusiones perceptivas. Pero la relación directa entre música y representación corporal, especialmente durante la marcha, seguía inexplorada.

El papel de la experiencia: ¿cuánto entrenamiento hace falta?

Un hallazgo peculiar del estudio es que la edad de inicio, los años de experiencia y las horas de práctica no influyeron en la ventaja observada. Esto sugiere, según Paramov y sus colegas, dos posibles explicaciones:

1️⃣ La mejora puede aparecer tras un periodo relativamente corto.

2️⃣ La música podría actuar como un filtro natural, atrayendo a personas con mejores habilidades espaciales.

Para resolverlo, los autores plantean llevar a cabo en el futuro estudios con entrenamiento musical en no músicos, que permitirían evaluar el cambio de forma causal.

La práctica instrumental obliga al cerebro a integrar señales auditivas, motoras y táctiles, impulsando cambios neuroplásticos que refuerzan la atención, el control ejecutivo y la memoria de trabajo, claves para organizar el espacio que nos rodea.

La práctica instrumental obliga al cerebro a integrar señales auditivas, motoras y táctiles, impulsando cambios neuroplásticos que refuerzan la atención, el control ejecutivo y la memoria de trabajo, claves para organizar el espacio que nos rodea. Foto de Pavel Danilyuk

Aplicaciones prácticas: música para la salud, la rehabilitación y el envejecimiento

Más allá del ámbito académico, el estudio tiene implicaciones prácticas. Eatas son algunas de las que proponen los autores de la investigación:

Prevención de caídas. Personas mayores podrían beneficiarse de intervenciones musicales que fortalezcan:

  • equilibrio,

  • orientación espacial,

  • integración auditiva,

  • estabilidad durante la marcha.

Rehabilitación neuromotora. La música ya se usa en ictus y trastornos motores. Ahora podría incorporarse para:

  • entrenar la cognición espacial,

  • reforzar anclas auditivas,

  • mejorar la propiocepción y estabilidad.

Mejora de habilidades sensoriales en población general. Un programa breve y accesible podría mejorar:

  • la percepción del espacio,

  • el equilibrio,

  • la capacidad de orientación corporal.Una mirada distinta al cuerpo del músico

El estudio invita a reconsiderar la idea de que el músico simplemente tiene “buen oído”. Lo que emerge aquí es otra imagen: el músico tiene un cuerpo que escucha, un sistema perceptivo que utiliza el sonido como herramienta de orientación.

Ese trabajo silencioso revela un mapa interno más preciso, construido a lo largo de años de práctica. Una brújula afinada nota a nota. ▪️

  • Fuente: Daniel Paromov, Thomas MD Augereau, Maxime Maheu, Benoit-Antoine Bacon, Andréanne Sharp, François Champoux. Musical training shapes spatial cognition. Cortex (2025). DOI: https://doi.org/10.1016/j.cortex.2025.10.002.

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