¿Por qué tratamos a los perros como hijos? Ciencia, emociones y una nueva forma de familia
En una era de soledad creciente y familias en transformación, los perros han dejado de ser solo mascotas para ocupar roles afectivos antes reservados a los hijos. Un fenómeno que revela tanto de ellos como de nosotros.
Por Enrique Coperías
Cuidar de un perro permite canalizar el instinto de crianza sin las exigencias de tener un hijo, señala Laura Gillet, coautora del estudio. Foto: Chewy
El auge de la «parentalidad perruna» en las sociedades modernas
En muchas ciudades de Europa, América, Asia o Australia ya no es raro ver perros en cochecitos, asistir a fiestas de cumpleaños perrunos o escuchar a sus dueños referirse a sus mascotas como «mis niños peludos».
En paralelo, muchos países, especialmente aquellos con economías avanzadas y altos niveles de desarrollo, experimentan bajas tasas de natalidad. Es el caso, por ejemplo, de Corea de Sur, Taiwán, Japón, Chile, Uruguay, Costa Rica, Italia, Grecias y España. Y no es una coincidencia que en estos lugares crezca el número de mascotas. En España, sin ir más lejos, se estima que hay aproximadamente 9,2 millones de perros; y en Italia, alrededor de 8,8 millones.
Cabe pues preguntarse si estamos ante una sustitución afectiva y si las mascotas están reemplazando a los hijos. Según un estudio publicado recientemente en la revista European Psychologist, la respuesta es compleja. Sus autoras nos advierten de que no se trata tanto de reemplazo como de reconfiguración emocional y cultural.
El impulso de cuidar a otro ser vivo
Un equipo de investigadores del Departamento de Etología de la Universidad de Budapest, ha revisado decenas de estudios para analizar este fenómeno creciente en las sociedades desarrolladas.
Su conclusión es clara: los perros no ocupan el lugar de los hijos en términos absolutos, pero sí pueden satisfacer, en algunos casos, una necesidad profundamente humana de cuidado, compañía, vínculo de apego y sentido de propósito, esto es, la sensación de que nuestra vida tiene dirección, significado y metas valiosas que nos motivan a actuar.
«Para algunas personas, convivir con un perro representa una forma de canalizar el impulso de cuidar a otro ser vivo, pero sin asumir las exigencias que implica criar a un hijo», explica Laura Gillet, autora principal del estudio y doctoranda en la universidad húngara.
Su trabajo examina tanto los aspectos evolutivos como los socioculturales de esta nueva forma de relación humano-animal.
De asistentes a miembros de la familia
En la mayoría de los países europeos, la tasa de fertilidad, como ya se ha mencionado, está por debajo del nivel de reemplazo generacional y, en contraste, la tenencia de perros no deja de crecer. Entre un cuarto y la mitad de los hogares del continente conviven con al menos un perro, y su estatus dentro del hogar ha evolucionado. De guardianes o ayudantes en el campo han pasado a ser miembros del núcleo familiar.
En una encuesta representativa llevada a cabo en Hungría, el 70% de los dueños de mascota afirmaba que consideraba a su perro como parte de la familia. Y si bien solo el 16% lo ve como un hijo, en otros estudios no representativos esa proporción es mucho mayor. Para algunos, el perro no solo es un compañero; es «como un hijo», y así se le cuida, se le mima y se le educa.
«Existe la idea generalizada de que los perros sustituyen a los hijos, pero esto no refleja del todo la realidad —matiza Enikő Kubinyi, catedrática de Etología y directora del grupo Companion Animals de ELTE. Y añade—: La mayoría de los propietarios no trata a sus perros exactamente como a niños. Más bien, los eligen precisamente porque no lo son. Reconocen sus diferencias y necesidades específicas como animales».
Numerosos estudios han mostrado que los perros son hábiles para leer gestos humanos, interpretar miradas y responder a la entonación emocional de la voz. Foto: Courtney Coles
¿Por qué elegimos la compañía de un perro en lugar de tener hijos?
La explicación del fenómeno no puede entenderse solo desde una óptica biológica. Aunque cuidar de otro ser es una conducta profundamente enraizada en nuestra evolución —como especie caracterizada por la crianza cooperativa—, en contextos modernos la cultura toma el relevo.
El comportamiento humano, incluido el tener o no hijos, se ve cada vez más moldeado por normas sociales, estilos de vida y valores individuales, según las autoras del estudio.
La crianza de perros, en este sentido, permite expresar ese impulso de cuidado sin las implicaciones a largo plazo que conlleva la paternidad biológica. Los perros ofrecen compañía, afecto, rutina y estructura emocional. Al mismo tiempo, son percibidos como más manejables: no crecerán para independizarse ni exigirán las inversiones económicas y emocionales que conlleva la crianza humana.
«Los perros tienen una vida más corta, y eso también influye —afirma Gillet—. Las personas esperan sobrevivir a su perro, pero no a un hijo. Esto reduce la carga emocional a futuro, aunque no elimine el duelo cuando el perro muere».
Como niños de dos a tres años
Parte de la capacidad de los perros para asumir este papel simbólico reside en sus peculiares características cognitivas y sociales. Numerosos estudios han mostrado que los perros son hábiles para leer gestos humanos, interpretar miradas y responder a la entonación emocional de la voz.
En pruebas comparativas, su desempeño se asemeja al de niños de entre dos y tres años. Por otro lado, los peludos también son dependientes y muestran conductas de apego hacia sus dueños que evocan a las de los niños humanos hacia sus cuidadores.
Además, muchas razas han sido seleccionadas por su aspecto enternecedor. En efecto, razas como el carlino y o bulldog francés, con ojos grandes, cabezas redondeadas y hocicos cortos, activan en los seres humanos respuestas de ternura conocidas como baby schema.
En palabras de Gillet, estos rasgos activan respuestas instintivas de cuidado en nosotros. Es decir, nos resulta difícil no sentir ternura ante un perro con apariencia de cachorro, incluso en edad adulta.
Muchas razas de perro, con ojos grandes y hocicos cortos, despiertan ternura al activar en nosotros el llamado baby schema. Foto: Karsten Winegeart
Desde hijos hasta compañeros de vida, sustitutos de pareja y confidentes
Pero estas características también implican riesgos. Las razas braquicéfalas, como las dos razas anteriormente citadas, sufren con frecuencia problemas respiratorios y otras afecciones ligadas a su morfología. «Buscar perros que se parezcan a bebés puede llevarnos a ignorar su bienestar animal —advierte Kubinyi. Y continúa—: La crianza excesivamente protectora o la selección de razas por estética antes que por salud, plantea serios dilemas éticos».
Ahora bien, no todos los dueños ven a sus perros como hijos. Algunos los consideran amigos, compañeros de vida o incluso sustitutos de pareja. En otros casos, la relación cambia con el tiempo: un perro puede ser el primer hijo de una pareja joven, luego el compañero de juegos de los niños de la casa y más adelante el confidente silencioso en la vejez.
«La relación humano-perro no se limita al modelo padre-hijo —apunta Gillet. Y añade—: Integra elementos de amistad, compañerismo, afecto y cuidado, formando un vínculo con una dinámica propia».
Esta flexibilidad es, quizás, una de las claves del éxito de los perros como animales de compañía.
Durante la pandemia decovid-19, por ejemplo, muchos encontraron en sus perros un salvavidas emocional. Estudios posteriores llevados a cabo después de la pandemia muestran que algunas personas hicieron sacrificios personales, desde cambiar de vivienda hasta renunciar a una relación, para preservar el bienestar de su perro. También se disparó el gasto en productos para mascotas, un sector que mueve miles de millones de euros cada año.
¿Qué dice esta conducta de nuestras sociedades?
Más allá del afecto individual, el estudio sugiere que la forma en que tratamos a los perros revela mucho sobre nuestras sociedades contemporáneas. En contextos donde la familia tradicional se ha debilitado y el aislamiento social ha aumentado, los perros pueden llenar vacíos emocionales y dar sentido a rutinas diarias.
Sin embargo, también se corre el riesgo de proyectar sobre ellos expectativas humanas inadecuadas. «Interpretar que el perro «siente culpa» cuando rompe algo o asumir que entiende ciertas normas como un niño puede generar malentendidos”», señalan Gillet y Kubinyi. Esto puede derivar en castigos o frustraciones injustificadas, que afectan al bienestar del animal.
En última instancia, el fenómeno de la parentalidad perruna plantea una pregunta más amplia: ¿cómo queremos vivir nuestras relaciones afectivas en un mundo donde la comunidad se fragmenta y la familia cambia de forma? El perro, con su capacidad de adaptación, su lealtad y su sociabilidad, parece ofrecer respuestas provisionales a esta pregunta. ▪️
Información facilitada por la Universidad de Budapest
Fuente: L. Gillet and E. Kubinyi. Redefining Parenting and Family – The Child-Like Role of Dogs in Western Societies. European Psychologist (2025). DOI: 10.1027/1016-9040/a000552.