¿Por qué los bebés ven borroso al nacer? Un estudio del MIT revela cómo esta «limitación» ayuda a organizar el cerebro visual
Los bebés nacen viendo el mundo borroso y sin color, pero esta aparente limitación podría ser una estrategia clave del cerebro para aprender a ver. Un estudio del MIT dice que empezar con una «vista pobre» ayuda a organizar las rutas visuales que usamos toda la vida.
Por Enrique Coperías
Un estudio del MIT sugiere que una entrada visual de baja calidad en las primeras etapas de la vida puede contribuir al desarrollo de vías clave en el sistema visual del cerebro. Foto: Brandon Day
Ver el mundo con nitidez y en color es algo que damos por hecho. Pero en los primeros días de vida, la experiencia visual humana es radicalmente distinta: borrosa, poco colorida y limitada.
Lejos de ser una tara, esta limitación temprana podría ser precisamente lo que permite al encéfalo organizar sus complejas rutas de procesamiento visual de forma eficiente. Así lo sugiere un estudio reciente de investigadores del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), en Estados Unidos, publicado en la revista Communications Biology, que propone una sorprendente hipótesis: que la mala visión de los recién nacidos es una ventaja evolutiva.
La investigación, liderada por el profesor Pawan Sinha y los investigadores postdoctorales Marin y Lukas Vogelsang, apunta a que este arranque visual empobrecido contribuye directamente a la diferenciación de dos rutas fundamentales en el sistema visual del cerebro humano, que procesan información distinta:
✅ La vía magnocelular (magno): es rápida y global, pero tiene baja resolución y no capta bien el color. Se encarga de captar el movimiento, los contrastes y las formas generales.
✅ La vía parvocelular (parvo): se enfoca en el detalle fino, el color y la alta resolución. Es más lenta, pero permite una percepción detallada y rica en información cromática.
Una hipótesis que nace de la experiencia clínica
Esta teoría surgió de un proyecto con profundo impacto social. Nos referimos al Project Prakash, una iniciativa liderada por Sinha en la India que ofrece cirugía correctiva a niños que nacen con ceguera reversible, como las cataratas congénitas. Tras recuperar la visión, muchos de estos pequeños participan en estudios que analizan cómo se desarrolla su percepción visual desde cero.
Los datos obtenidos en estos estudios clínicos son reveladores. «Nos percatamos de que estos niños, una vez operados, mostraban dificultades en reconocer objetos en imágenes en blanco y negro, a pesar de hacerlo bien con imágenes en color», explica Sinha en un comunicado del MIT.
Este hallazgo fue contraintuitivo: se podría pensar que el acceso a una imagen más rica en color debería facilitar el reconocimiento, no dificultarlo. Pero lo que revelaba, según los investigadores, era que esos encéfalos, al no haber pasado por la etapa inicial en la que la visión es borrosa y poco colorida —como ocurre en el desarrollo visual típico—, no habían desarrollado mecanismos visuales suficientemente robustos para enfrentar situaciones con pérdida de color.
Este fenómeno, bautizado como degradación inicial adaptativa, sugiere que empezar con señales visuales pobres puede actuar como un entrenamiento para el cerebro infantil, que le permite desarrollar estructuras resistentes a cambios futuros. Sinha lo resume de la siguiente manera: «Negarle al sistema acceso a estímulos ricos desde el principio parece ser una estrategia poderosa para generar resiliencia».
¿Cómo se probó esta hipótesis con inteligencia artificial?
Con esta idea en mente, el equipo del MIT trasladó su hipótesis a un entorno computacional. Si esa progresión de inputs visuales –de borrosos y en blanco y negro a nítidos y en color– era importante en humanos, ¿podría replicarse en modelos de inteligencia artificial? Para responder, entrenaron redes neuronales artificiales con dos enfoques distintos:
✅ El primer grupo de redes fue alimentado con imágenes de alta resolución y en color desde el inicio, como suele hacerse en sistemas de visión artificial.
✅ El segundo grupo, en cambio, siguió un régimen biomimético: imágenes borrosas y en escala de grises en la primera mitad del entrenamiento, seguidas de imágenes nítidas y a color en la segunda mitad.
¿Qué ventajas mostraron los modelos biomiméticos?
Los resultados fueron contundentes. Las redes biomiméticas desarrollaron una organización interna que reflejaba la división parvo-magno del cerebro humano. Algunas “neuronas” artificiales se especializaron en inputs de baja frecuencia espacial y sin color –como las magnocelulares–, mientras que otras mostraron mayor sensibilidad al color y al detalle, imitando a las parvocelulares. En las redes entrenadas solo con imágenes de alta calidad, en cambio, no surgió esta distinción.
«El hallazgo sugiere un posible mecanismo del surgimiento de la distinción magnocelular/parvocelular, que es uno de los principios organizadores clave de la vía visual en el cerebro de los mamíferos», afirma Sinha.
Lukas Vogelsang, coautor principal, lo resume de la siguiente manera: «Esto respalda la idea de que la correlación que observamos en el sistema biológico podría ser una consecuencia directa de los tipos de estímulos disponibles en los diferentes momentos del desarrollo visual».
La hipótesis de que la mala visión de los bebés es una ventaja evolutiva, surgió de un proyecto con profundo impacto social: Project Prakash, una iniciativa liderada por Sinha en la India que ofrece cirugía correctiva a niños que nacen con ceguera reversible, como cataratas congénitas. Cortesía: Project Prakash
Forma antes que textura: la mirada humana
Pero los investigadores no se limitaron a observar la arquitectura interna de las redes. También examinaron cómo tomaban decisiones. Para ello, aplicaron un test curioso: presentar imágenes híbridas en las que la forma de un objeto no coincide con su textura: por ejemplo, una figura con la forma de un gato pero con la piel rugosa de un elefante.
Este tipo de estímulos permite averiguar si un sistema de visión se guía más por las formas globales o por las texturas locales. Los humanos tienden a priorizar la forma: veríamos «un gato raro» en lugar de «un elefante extraño». Las redes biomiméticas se comportaron igual: clasificaban más por forma que por textura, como lo haría una persona.
Ahora bien, las redes entrenadas con imágenes de alta calidad desde el inicio, en cambio, mostraban una fuerte inclinación por la textura.
Para confirmar el papel de las unidades magnocelulares en este sesgo hacia la forma, los investigadores realizaron una ablación: eliminaron selectivamente estas unidades del sistema. Al hacerlo, desaparecía el sesgo hacia la forma. Este experimento reveló que las unidades artificiales con propiedades magnocelulares son claves para interpretar el mundo de manera global, tal como lo hace el cerebro humano.
Incorporando el tiempo: ver en movimiento
La vía magnocelular también es responsable de percibir cambios rápidos en el entorno: movimientos, transiciones, parpadeos. Para explorar esta dimensión temporal, los investigadores entrenaron redes neuronales en vídeos, no solo imágenes fijas. Así incorporaron una tercera dimensión: el tiempo.
Una vez más, las redes biomiméticas revelaron resultados fascinantes. Las unidades que mostraban más sensibilidad a los cambios rápidos eran precisamente las que, en la dimensión espacial, también respondían poco al color y al detalle: las magnocelulares artificiales.
Esta convergencia respalda aún más la idea de que una visión degradada en las primeras etapas del desarrollo estimula la emergencia de una vía visual global, rápida y eficiente.
¿Nacemos con la división parvo-magno o la aprendemos?
El estudio no niega que pueda haber factores innatos en la organización visual del cerebro. Pero muestra, con elegancia, que un sistema genérico de procesamiento visual, expuesto a estímulos que imitan la experiencia del desarrollo humano, puede autoorganizarse en estructuras funcionales similares a las del cerebro biológico.
«La progresión del desarrollo parece estar cuidadosamente estructurada para proporcionarnos ciertas habilidades perceptivas —reflexiona Sinha—. Y podría tener consecuencias incluso en cómo se organiza el cerebro en términos de arquitectura funcional».
Este hallazgo, además de sus implicaciones teóricas, tiene aplicaciones prácticas. En inteligencia artificial, los modelos entrenados siguiendo principios del desarrollo humano muestran una mayor robustez a perturbaciones visuales, como pérdida de color o desenfoque. Es decir, ver mal al principio les enseña a ver mejor después.
Una mirada más amplia
Este estudio se suma a una corriente creciente de investigaciones que reivindican las etapas iniciales del desarrollo sensorial —pobres en estímulos, pero ricas en impacto organizativo— como elementos fundamentales para la maduración del cerebro. No solo en la visión: hay hallazgos similares en el desarrollo auditivo, en el aprendizaje del lenguaje y en la percepción táctil.
En definitiva, lo que propone este trabajo es una inversión del paradigma habitual: no aprendemos a ver bien a pesar de nuestra mala visión inicial, sino gracias a ella.
La borrosidad, la falta de color, la limitada percepción del recién nacido serían, más que carencias, una guía silenciosa que ayuda al cerebro a construir las herramientas necesarias para comprender el mundo visual con eficiencia, precisión y humanidad. ▪️
Información facilitada por MIT News
Fuente: Vogelsang, M., Vogelsang, L., Pipa, G. et al. Potential role of developmental experience in the emergence of the parvo-magno distinction. Communications Biology (2025). DOI: https://doi.org/10.1038/s42003-025-08382-4