La gestión forestal proactiva reduce los incendios forestales de sexta generación y estabiliza el carbono durante las sequías extremas

En plena era de megaincendios y sequías extremas, un estudio demuestra cómo la gestión forestal proactiva puede reducir en un 88 % los incendios de sexta generación y mantener estables los sumideros de carbono. Una evidencia científica que redefine cómo convivir con el fuego en tiempos de cambio climático.

Por Enrique Coperías

Más de un siglo de políticas de supresión de incendios, tala intensiva y sequías crecientes han convertido los bosques en un polvorín: árboles hacinados y materia muerta que alimentan incendios imposibles de contener.

Más de un siglo de políticas de supresión de incendios, tala intensiva y sequías crecientes han convertido los bosques en un polvorín: árboles hacinados y materia muerta que alimentan incendios imposibles de contener. Foto: Geralt

En el corazón de la Sierra Nevada, en California, se libra una batalla cada vez más difícil entre el bosque y el fuego. El cambio climático, sumado a más de un siglo de supresión de incendios, ha convertido lo que antes eran ecosistemas adaptados al fuego en auténticos polvorines. Árboles apiñados, acumulación de madera muerta, plagas y sequías históricas son el caldo de cultivo de incendios forestales cada vez más intensos, que los expertos clasifican como de sexta generación: fenómenos imposibles de contener que devoran todo a su paso y transforman para siempre el paisaje.

Pero un nuevo estudio científico publicado en la revista Frontiers in Forests and Global Change ofrece una dosis de esperanza y evidencia sólida: la gestión forestal proactiva puede reducir en un 88 % los incendios de alta gravedad y, al mismo tiempo, estabilizar el carbono almacenado en los árboles incluso durante sequías extremas.

👉 En otras palabras, la intervención humana bien planificada puede devolver a los bosques su capacidad de resistir y adaptarse.

De los incendios naturales a los megaincendios en el oeste de Estados Unidos

Durante milenios, los bosques mixtos de coníferas del oeste de Estados Unidos convivieron con incendios frecuentes y de baja intensidad. Lejos de destruirlos, estos fuegos naturales los mantenían sanos: despejaban el sotobosque, reciclaban nutrientes y creaban claros que facilitaban la regeneración forestal. Eran incendios funcionales, parte del equilibrio ecológico.

Sin embargo, desde finales del siglo XIX, las políticas federales apostaron por suprimir cualquier incendio, bajo la idea de que el fuego era siempre enemigo. A esto se sumó la tala intensiva y, en las últimas décadas, una sequía cada vez más extrema asociada al cambio climático. El resultado ha sido la creación de bosques sobrecargados, homogéneos y frágiles, con árboles compitiendo por agua y nutrientes y con grandes reservas de combustible forestal listo para arder. Cuando un rayo o una chispa humana prende fuego en estas condiciones, las llamas se convierten en muros de fuego imposibles de contener

«Después de 130 años de supresión de incendios, la mayor parte del oeste de Estados Unidos carga con una enorme deuda de fuego —resume Katharyn Duffy, coautora del estudio y científica senior en Vibrant Planet. Y añade—: No es una cuestión de si estos bosques arderán, sino de cuándo y dónde. Cada año tiramos los dados del fuego. Un año los grandes incendios estallan en Arizona y Nuevo México; al siguiente, en Oregón o Washington. Pero no hay error posible: en algún lugar del Oeste, los dados siempre caen».

El experimento natural de Sierra Nevada

Para comprobar si es posible revertir esta tendencia, el equipo liderado por Duffy y Ethan Yackulic analizó 216 tratamientos forestales de aclareo y reducción de combustible realizados en 2016 en Sierra Nevada central. Los siguieron durante siete años, hasta 2023, un periodo marcado por las devastadoras sequías de 2020–2021 y los megaincendios Dixie, Caldor y North Complex.

El enfoque metodológico fue clave: en lugar de basarse en simulaciones teóricas, los científicos diseñaron un experimento natural. Compararon los bosques tratados con áreas equivalentes sin ningún tipo de intervención, lo que les permitió crear un contrafactual robusto: ¿qué habría pasado en cada lugar si no se hubiera actuado? La diferencia permitió medir con precisión los efectos reales de la gestión forestal.

De esta forma, Duffy y Yackulic pudieron aislar el efecto real de las intervenciones sobre la gravedad de los incendios y la dinámica del carbono en los árboles.

«Empezamos intentando simular el comportamiento actual del fuego, pero los modelos fallaban al predecir la magnitud y la gravedad de los incendios de 2020 y 2021 —explica Yackulic, que es miembro de la American Forest Foundation, en un comunicado de Vibrant Planet. Y añade—: Los nueve incendios más grandes de la historia de California han ocurrido en la última década. Ningún modelo podía anticipar eso. Este tipo de experimento natural nos da respuestas verificables, porque no hay simulación que capture lo que realmente estamos viendo».

La gestión forestal proactiva, mediante clareos y reducción de combustible, puede reducir en un 88 % los incendios de alta severidad y, al mismo tiempo, estabilizar el carbono almacenado en los árboles durante sequías extremas.

La gestión forestal proactiva, mediante clareos y reducción de combustible, puede reducir en un 88 % los incendios de alta severidad y, al mismo tiempo, estabilizar el carbono almacenado en los árboles durante sequías extremas. Foto: Pixabay

Resultados contundentes: 88 % menos incendios extremos

Los datos hablan por sí solos: los tratamientos forestales redujeron un 32 % la gravedad media de los incendios y disminuyeron en un 88 % la probabilidad de incendios de alta intensidad, aquellos que arrasan todo a su paso y convierten el bosque en un paisaje de cenizas.

En términos de carbono, los bosques tratados no solo resistieron mejor, sino que en tres de cada cuatro casos recuperaron o superaron los niveles de carbono de sus áreas de referencia en solo siete años, a pesar de la sequía histórica y los megaincendios. La ganancia media fue de 12,8 toneladas de carbono por hectárea.

«Aunque las intervenciones que monitorizamos tuvieron un coste de carbono inicial, por la retirada de biomasa, lo que vimos después fue una señal inequívoca de resiliencia —afirma Yackulic. Y continúa—: Mientras otros estudios muestran beneficios a escala de parcela, aquí comprobamos la eficacia a escala de paisaje. Eso es crucial, porque nos dice que estas prácticas pueden aplicarse masivamente en regiones enteras».

El tamaño sí importa: tratamientos grandes y estratégicos

No todos los tratamientos forestales fueron igual de efectivos. El estudio muestra que los de más de seis hectáreas y aquellos acompañados de mantenimiento posterior, como quemas controladas o retirada adicional de biomasa forestal, ofrecieron los beneficios más claros, tanto en reducción del riesgo de incendios como en estabilidad del carbono.

Además, la ubicación estratégica fue clave: cuando los tratamientos se encontraban cerca de los perímetros de incendios, actuaban como auténticos cortafuegos naturales, lo que frenaban la propagación de las llamas y facilitaban el trabajo de los equipos de extinción.

Por otro lado, un punto crítico del debate sobre la gestión forestal es su impacto en el carbono. Talas y clareos reducen temporalmente la biomasa y, con ella, el carbono almacenado en los árboles. ¿No sería esto contraproducente en plena emergencia climática? Los datos de Sierra Nevada ofrecen una respuesta matizada pero esperanzadora.

En los primeros años tras los tratamientos, los bosques tratados sí mostraron un descenso en sus niveles de carbono, consecuencia directa de la retirada de árboles. Sin embargo, cuando llegaron los incendios masivos de 2020 y 2021, se produjo un giro inesperado. Mientras las áreas no tratadas sufrieron pérdidas drásticas de carbono por la combustión de grandes masas forestales, los bosques gestionados resistieron mejor.

De hecho, en casi tres cuartas partes de los casos, los niveles de carbono en los bosques tratados igualaron o superaron a los de sus áreas de referencia al cabo de siete años, con una ganancia media de 12,8 toneladas de carbono por hectárea.

En otras palabras: un sacrificio inicial se traduce en mayor estabilidad y resiliencia a largo plazo. La gestión no solo protege a los bosques del fuego, sino que los ayuda a seguir funcionando como sumideros de carbono incluso bajo condiciones extremas. «Lo que sacrificas al principio se compensa con creces en resiliencia a largo plazo», resumen los autores.

La sequía como prueba de fuego

El estudio también demuestra que la gestión forestal proactiva no solo protege frente a los incendios forestales, sino que refuerza la resiliencia de los bosques a la sequía.

Duffy, Yackulic y sus colegas comprobaron que durante los años 2020 y 2021, en plena aridez récord, los bosques tratados siguieron secuestrando carbono, mientras que en las áreas no gestionadas el almacenamiento se estancó o cayó en picado.

La explicación es sencilla: menos densidad significa menos competencia. Los árboles que permanecen tras los clareos forestales tienen más agua y nutrientes disponibles para soportar el estrés hídrico. Así, la gestión forestal se revela como una herramienta de adaptación climática no solo frente al fuego, sino frente a los extremos climáticos.

Bosques más resistentes, paisajes más resilientes

El estudio también desmonta una falsa dicotomía: la idea de que reducir el riesgo de incendios y conservar carbono son objetivos enfrentados. Los resultados indican lo contrario: gestionar para disminuir el fuego extremo también refuerza la capacidad de los bosques para mantener su función climática.

Además, al evitar la conversión de bosques en matorrales o pastizales tras incendios devastadores, se preserva la biodiversidad, los suelos y los servicios ecosistémicos que sustentan a comunidades humanas y a la fauna.

«Tratar los bosques consiste en restablecer la relación recíproca entre los seres humanos y la Tierra —señala Sophie Gilbert, coautora del estudio y directora de estrategia científica en Vibrant Planet. Y añade—: Requiere atención sostenida y esfuerzo. A cambio, los bosques nos recompensan con abundantes servicios ecosistémicos: no solo carbono, también agua limpia y abundante, biodiversidad y suelos fértiles. Y, por supuesto, seguridad para las comunidades que viven junto a ellos».

La investigación no se limita al ámbito ecológico: sus conclusiones pueden influir en la financiación de la gestión forestal. Si se reconoce que estas prácticas estabilizan el carbono de manera duradera, podrían integrarse en los mercados de créditos de carbono, ofreciendo así nuevas fuentes de recursos económicos para restaurar bosques a gran escala.

La buena gestión en el mantenimiento de las masas forestales no solo protege a los bosques del fuego, sino que los ayuda a seguir funcionando como sumideros de carbono incluso bajo condiciones extremas.

La buena gestión en el mantenimiento de las masas forestales no solo protege a los bosques del fuego, sino que los ayuda a seguir funcionando como sumideros de carbono incluso bajo condiciones extremas. Foto: Melike

Un cambio de paradigma necesario

El mensaje de los autores es claro: la inacción ya no es una opción. El futuro del oeste de Estados Unidos, y de muchos otros paisajes del mundo propensos al fuego, depende de un cambio de paradigma en la gestión forestal.

«Una de las grandes preguntas que enfrentan los gestores hoy es: cuánto tratamiento hay que hacer, con qué intensidad y dónde, para reducir el riesgo de un bosque frente al fuego y la sequía», reflexiona Gilbert. Parte de la respuesta, añade, «está en comprometerse con una relación sostenible con la Tierra».

Ese compromiso implica pasar de proyectos aislados y reactivos a estrategias integrales de paisaje, que combinen tratamientos en mosaico, quemas prescritas y un seguimiento continuo. No se trata de eliminar el fuego, sino de devolverlo a su papel natural de regulador ecológico, evitando que se convierta en catástrofe.

Gestionar para salvar

El estudio de Sierra Nevada marca un antes y un después. Demuestra que la gestión forestal proactiva reduce drásticamente la probabilidad de incendios catastróficos, estabiliza el carbono incluso en sequías históricas y devuelve resiliencia a los ecosistemas.

En un contexto de cambio climático, donde los incendios extremos se multiplican en todo el planeta —desde Canadá hasta Chile, desde Australia hasta el Mediterráneo—, las lecciones de California son universales. No se trata solo de salvar árboles: se trata de proteger comunidades, mitigar el cambio climático y preservar los servicios ecosistémicos que los bosques nos ofrecen.

Como resume Duffy, «cada año lanzamos los dados del fuego. Pero con una gestión forestal adecuada, podemos dejar de depender del azar y empezar a inclinar la balanza a favor de la resiliencia».▪️

Gestión bosques e incendios. Preguntas & Respuestas

🔥 ¿Qué es la gestión forestal proactiva?
Conjunto de técnicas (clareos, quemas prescritas, reducción de biomasa) aplicadas para reducir el riesgo de incendios extremos y mejorar la salud del bosque.

🔥 ¿Cuánto reduce la gestión forestal los incendios extremos?
Hasta un 88 % menos de incendios de alta severidad según el estudio de Frontiers in Forests and Global Change.

🔥 ¿Cómo afecta al almacenamiento de carbono?
Tras una pérdida inicial, los bosques tratados recuperan el carbono en siete años y lo estabilizan frente a sequías e incendios.

🔥 ¿Se puede aplicar en otros países?
Sí, además de en Estados Unidos, especialmente en regiones afectadas por megaincendios: Mediterráneo, Australia, Chile, Canadá.

  • Información facilitada por Vibrant Planet

  • Fuente: Ethan Yackulic, Micah Elias, Joe Shannon, Sophie Gilbert, Michael Koontz, Spencer Plumb, Matthew Sloggy, Katharyn Duffy. Rising from the ashes: treatments stabilize carbon storage in California’s frequent-fire forests. Frontiers in Forests and Global Change (2025). DOI: https://doi.org/10.3389/ffgc.2025.1498430

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