Ecosistemas vírgenes y crisis de los insectos: cómo el cambio climático está vaciando las montañas de vida

Incluso en paraísos intactos, los insectos desaparecen a un ritmo vertiginoso. Un estudio en Colorado confirma que el cambio climático erosiona la vida en las montañas.

Por Enrique Coperías

El declive de los insectos ya no se limita a la agricultura intensiva o a los pesticidas: un estudio en Ecology revela que incluso en ecosistemas vírgenes las mariposas y otros polinizadores desaparecen, impulsados por el cambio climático.

El declive de los insectos ya no se limita a la agricultura intensiva o a los pesticidas: un estudio en Ecology revela que incluso en ecosistemas vírgenes las mariposas y otros polinizadores desaparecen, impulsados por el cambio climático. Foto: Sonika Agarwal

Durante años, la llamada crisis de los insectos se ha asociado a entornos agrícolas intensivos, pesticidas o urbanización masiva. El relato era lógico: si transformamos el hábitat, fumigamos cultivos y fragmentamos paisajes, los insectos desaparecen.

Pero ¿qué ocurre en lugares donde apenas ha llegado la huella humana? Un nuevo estudio, publicado en la revista Ecology, responde con crudeza a este interrogante: incluso en ecosistemas vírgenes, los insectos empiezan a desaparecer.

La investigación, liderada por el biólogo Keith W. Sockman de la Universidad de Carolina del Norte, en Estados Unidos, ha seguido durante dos décadas a las poblaciones de insectos voladores en un prado subalpino de Colorado, un paisaje remoto enmarcado por bosques de abetos y cumbres que rozan los 4.000 metros.

Resultados clave: un declive del 72% en veinte años

Allí no ha habido urbanizaciones, carreteras nuevas ni agricultura intensiva. Apenas una carretera secundaria, dos campamentos rudimentarios y la lejana presencia de un pequeño pueblo. Un ecosistema, en suma, casi intacto.

«Los insectos ocupan una posición única, aunque aunque frágil y vulnerable, en la crisis de biodiversidad debido a los servicios ecológicos que prestan, como el reciclaje de nutrientes y la polinización, y a su vulnerabilidad al cambio ambiental —explica Sockman, profesor asociado de Biología en UNC-Chapel Hill. Y añade—: Los insectos son necesarios para que los ecosistemas terrestres y de agua dulce funcionen».

El resultado de la investigación recoge una caída del 72,4% en la abundancia de insectos entre 2004 y 2024, lo que equivale a un desplome medio del 6,6% cada año. Una sangría que sitúa a este enclave prístino al mismo nivel de colapso que los campos agrícolas europeos donde se han documentado desplomes de más del 80% en apenas tres décadas.

Un laboratorio natural en las Montañas Rocosas

El escenario del estudio es un prado húmedo de unas 15 hectáreas en Molas Pass (Colorado), a 3.200 metros de altitud. Allí, la vegetación alterna manchas de sauces y zonas abiertas de juncos de montaña. Es un ecosistema típicamente subalpino, expuesto a inviernos largos y veranos cortos, donde la nieve marca el ritmo de la vida.

La ubicación es ideal para investigar a los insectos: se trata de un entorno sin grandes alteraciones humanas en los últimos cuarenta años. Un observatorio casi perfecto para aislar la influencia del cambio climático en ausencia de factores como pesticidas, urbanización y agricultura intensiva. «Es difícil encontrar sitios donde la naturaleza esté tan poco perturbada en Norteamérica, y por eso este estudio resulta tan revelador», subraya Sockman.

Durante quince veranos repartidos en veinte años, este biólogo y sus colegas instalaron seis trampas amarillas, elevadas a un metro del suelo, que permanecían activas entre principios de junio y mediados de julio. Cada semana recogían los insectos capturadosmoscas, chinches, himenópteros y otros órdenes de insectos voladores—, los conservaban en etanol y los contaban manualmente. El ritual, repetido con disciplina, fue tejiendo una de las series temporales más largas disponibles sobre insectos en alta montaña.

Prado subalpino en Molas Pass (Colorado), a 3.200 metros de altitud: un ecosistema húmedo de sauces y juncos, marcado por inviernos largos y veranos breves. Se trata de un ecosistema casi virgen en el que los insectos están menguando a un ritmo preocupante desde hace décadas. Cortesía: Keith Sockman (UNC-Chapel Hill)

Un descenso implacable

Los números hablan por sí solos. Al comparar los conteos iniciales de 2005 con los más recientes de 2024, el declive es devastador: tres de cada cuatro insectos han desaparecido del aire. Lo que antes era un zumbido constante en las trampas se ha ido convirtiendo en un silencio creciente.

El patrón no es lineal, pero sí inequívoco. En los primeros años del estudio aún se registraban picos notables de abundancia a principios de julio. Sin embargo, a partir de 2017 esas explosiones poblacionales se fueron apagando. Los máximos de mediados de verano se han ido difuminando, hasta el punto de que hoy los registros apenas se distinguen de los mínimos.

El análisis estadístico de 59 modelos distintos muestra que el factor más influyente no fue la lluvia ni la nieve, sino la temperatura del verano anterior. Cuanto más cálido fue el estío, especialmente en sus mínimas nocturnas, menos insectos emergieron al año siguiente. El dato es contundente: las temperaturas mínimas estivales han aumentado 0,8 ºC por década en este rincón de las Montañas Rocosas durante los últimos 38 años. Un ritmo de calentamiento superior a la media global y comparable al de los polos.

«Varios estudios recientes informan de descensos significativos de insectos en una variedad de ecosistemas alterados por los seres humanos, particularmente en Norteamérica y Europa —denuncia Sockman—. La mayoría de esos trabajos se refieren a ecosistemas directamente impactados por el ser humano o rodeados de áreas degradadas, lo que plantea preguntas sobre los declives de insectos y sus causas en áreas más naturales».

El calor nocturno, un enemigo invisible

El hallazgo más inquietante del equipo de Sockman es el papel de las noches más cálidas. En la montaña, las mínimas frías funcionan como un respiro para organismos ectotermos —como los insectos— que regulan su temperatura corporal con el ambiente. Esas pausas frescas favorecen la recuperación metabólica y permiten completar sus ciclos de vida.

Con noches cada vez más cálidas, tanto el aire como el suelo dejan de ofrecer a los insectos un respiro, y estos terminan sometidos a un estrés térmico constante.

«Los veranos más cálidos no solo reducen la abundancia de insectos en el momento, sino que dejan una huella en el año siguiente, como si las poblaciones no consiguieran reponerse del esfuerzo», explica Sockman. El mecanismo puede ser directo —estrés fisiológico, mayor mortalidad— o indirecto, por cambios en las plantas que dependen de la nieve o el agua disponible. En cualquier caso, el patrón se repite: tras un verano de mínimas elevadas, la siguiente temporada de vuelo trae menos insectos.

Más allá del cambio climático

Aunque el estudio identifica el aumento térmico como principal correlato del declive, los autores reconocen que pueden influir otros factores invisibles: la sucesión ecológica del prado, la elevación del CO₂ y del nitrógeno atmosférico, o incluso la pérdida de nutrientes en las plantas, que se vuelven menos ricas en proteínas y minerales al crecer en un aire más cargado de carbono.

No obstante, lo decisivo aquí es que no hay agricultura, ni presión urbanística ni pesticidas en decenas de kilómetros a la redonda. Es decir, si los insectos caen en un santuario natural como Molas Pass, la conclusión es que el cambio climático por sí solo basta para erosionar las comunidades de insectos en alta montaña.

Ecosistemas al borde del colapso

El declive de los insectos no es un detalle menor. En la base de los ecosistemas, estos pequeños artrópodos sostienen funciones críticas:

Polinización, que garantiza la reproducción de las plantas.

Reciclaje de nutrientes, gracias a la descomposición de materia orgánica.

Control de plagas, al ser depredadores de otros insectos herbívoros.

Alimento clave para aves, murciélagos y pequeños mamíferos.

La desaparición de un 70% de su abundancia compromete cada uno de estos engranajes. En un ecosistema montano, donde las especies suelen estar especialmente adaptadas al frío y a la altitud, la capacidad de sustitución es baja.

👉 «La resiliencia de estas comunidades es limitada: si un insecto polinizador desaparece, no siempre hay otro preparado para ocupar su lugar», apunta el artículo.

Además, las montañas concentran una elevada proporción de especies endémicas. Es decir, insectos que no existen en ningún otro lugar del planeta. Sockman subraya la urgencia de estos resultados para la conservación de la biodiversidad: «Las montañas albergan un número desproporcionadamente alto de especies endémicas adaptadas localmente, incluidos insectos. Así, el estatus de las montañas como puntos calientes de biodiversidad puede estar en peligro si los descensos mostrados aquí reflejan tendencias más amplias».

En España, mariposas, abejas, cigarras –arriba— y otros insectos muestran un declive alarmante, reflejo de una pérdida de biodiversidad global que exige más investigación, políticas eficaces y conciencia social.

En España, mariposas, abejas, cigarras –arriba— y otros insectos muestran un declive alarmante, reflejo de una pérdida de biodiversidad global que exige más investigación, políticas eficaces y conciencia social. Foto: Ramona Edwards

¿Un fenómeno global?

Colorado no es un caso aislado. Estudios en Alemania documentaron una reducción del 82% de la biomasa de insectos voladores en áreas protegidas en apenas tres décadas. En Norteamérica, las emergencias masivas de efemerópteros o efímeras en ríos como el Misisipi han caído más del 50%. Y en el Ártico, los mosquitos y las mariposas muestran respuestas similares al calentamiento.

El paralelismo es inquietante: tanto en paisajes agrícolas intensivos como en refugios naturales remotos, las curvas de abundancia de insectos apuntan en la misma dirección: hacia abajo. El fenómeno parece universal, aunque con ritmos y causas variadas.

Otro punto llamativo del estudio es la invisibilidad social de este colapso. Mientras el mundo debate sobre osos polares o incendios forestales, los insectos desaparecen sin titulares. Y, sin embargo, su función es esencial para el funcionamiento de los ecosistemas y para la seguridad alimentaria humana.

El trabajo de Sockman muestra que el efecto refugio de las montañas no es infalible. Allí donde los insectos parecían a salvo del asfalto, los pesticidas y las talas, el cambio climático actúa como un depredador silencioso. La temperatura mínima de una noche cálida puede ser tan letal como un bulldozer.

¿Qué podemos hacer?

El artículo concluye con cautela. Se necesitan más estudios científicos que identifiquen qué grupos de insectos sufren más, qué mecanismos concretos los afectan y cómo se puede reforzar su resiliencia. El muestreo en Molas Pass no clasificó a los insectos más allá de órdenes generales, lo que limita la precisión. Saber si son los polinizadores, los descomponedores o los depredadores quienes más caen resulta clave para prever impactos en cascada.

Aun así, el mensaje no se puede obviar: proteger hábitats ya no basta. La lucha contra el cambio climático es, en sí misma, una acción de conservación de insectos. Sin reducir las emisiones y limitar el calentamiento, ni los parques nacionales ni las áreas vírgenes podrán frenar la pérdida.

La caída de insectos en Molas Pass es, en palabras del propio Sockman, un «mal augurio» para todos los ecosistemas de montaña del planeta. Si en apenas veinte años el aire de un prado alpino ha perdido tres cuartas partes de sus insectos, ¿qué ocurrirá en otras cordilleras, desde los Andes hasta el Himalaya?

El futuro inmediato podría traer menos flores polinizadas, menos aves insectívoras, menos materia orgánica reciclada y menos biodiversidad. Un silencioso derrumbe en cadena que empieza en criaturas diminutas y termina en paisajes enteros.

La gran paradoja es que muchos de estos insectos, adaptados durante millones de años al frío extremo, no encuentran ya refugio más arriba: las cumbres son islas sin salida. La pregunta, en última instancia, es si seremos capaces de frenar el calor a tiempo o si estamos asistiendo, en directo y sin prestarle atención, al colapso de la vida menuda que sostiene el mundo. ▪️

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