Liangzhu: los huesos humanos que revelan el nacimiento de la primera ciudad china

Entre canales de arroz y templos de jade, los habitantes de Liangzhu tallaban huesos humanos hace 5.000 años. Un hallazgo arqueológico nos descubre cómo el nacimiento de la primera ciudad china transformó también la forma de entender la muerte.

Por Enrique Coperías

Cráneo infantil de la cultura Liangzhu con dos perforaciones posteriores, uno de los pocos ejemplares completos hallados y ejemplo del trabajo sistemático sobre restos humanos hace 5.000 años.

Cráneo infantil de la cultura Liangzhu con dos perforaciones posteriores, uno de los pocos ejemplares completos hallados y ejemplo del trabajo sistemático sobre restos humanos hace 5.000 años. Cortesía: Sawada et al. 2025

Hace unos cinco milenios, en los márgenes del delta del río Yangtsé, floreció una de las primeras sociedades urbanas de Asia. La cultura o civilización de Liangzhu, célebre por su jade neolítico y su sofisticada red de canales, acaba de añadir un capítulo inesperado a su historia: el uso sistemático de huesos humanos como materia prima para fabricar objetos.

Un equipo internacional de antropólogos y arqueólogos japoneses y chinos ha documentado cómo, entre los años 5.000 y 4.550 antes del presente, los habitantes de aquella protociudad cortaban, pulían y perforaban restos humanos con una regularidad que sugiere algo más que un rito aislado.

El hallazgo, publicado en la revista Scientific Reports por Junmei Sawada, de la Universidad de Salud y Bienestar de Niigata (Japón), Minoru Yoneda, de la Universidad de Tokio (Japón), y colaboradores, propone que este fenómeno —inédito hasta entonces en la prehistoria china— podría estar vinculado con los profundos cambios sociales y simbólicos que acompañaron el surgimiento de la vida urbana neolítica.

Liangzhu, reconocida por la UNESCO como Patrimonio Mundial, no solo levantó diques y templos: también reinventó la relación de los vivos con los muertos.

Una civilización de arroz, jade y canales

La cultura Liangzhu (5300 a. C–4500 a. C.) surgió en torno a la actual Hangzhou, sobre un paisaje pantanoso que sus habitantes domesticaron con un ambicioso sistema hidráulico neolítico: diques, esclusas y canales que permitían controlar las inundaciones y sostener la agricultura del arroz.

Sus asentamientos amurallados, sus jerarquías sociales y su arte en jade —símbolo de poder y espiritualidad— la convierten en una de las civilizaciones fundadoras de Asia Oriental.

En el corazón de esa urbe se excavaron cementerios de élites con ajuares suntuosos, pero también depósitos arqueológicos en los que los restos humanos aparecían mezclados con fragmentos de cerámica y huesos de animales. No estaban enterrados: parecían desechados. Y muchos de ellos mostraban señales inequívocas de haber sido trabajados con herramientas prehistóricas.

El hallazgo: huesos humanos trabajados como artefactos

Sawada, Yoneda y sus colegas analizaron 183 huesos humanos recuperados en cinco yacimientos arqueológicos de Liangzhu, sobre todo en Zhongjiagang, un lugar que los arqueólogos identifican como una zona de talleres neolíticos. De esas piezas, 52 (un 28%) presentaban modificaciones artificiales: cortes, pulidos, perforaciones o superficies aplanadas.

El examen microscópico descartó cualquier indicio de violencia o canibalismo ritual: no había marcas de desmembramiento, cortes en los ligamentos ni señales de fuego. Tampoco se detectaron fracturas defensivas ni heridas curadas. Todo apunta, explican los autores, a que los huesos se trabajaban tras la descomposición natural de los cuerpos, no a partir de víctimas sacrificadas o ejecutadas.

El repertorio de objetos obtenidos es sorprendentemente variado. Los investigadores clasifican las piezas en seis grandes tipos:

✅ Cuencos craneales neolíticos elaborados a partir de la parte superior del cráneo, pulida y recortada hasta formar recipientes.

✅ Máscaras faciales humanas, separadas por la mitad anterior del cráneo, como una careta.

✅ Placas óseas pequeñas, recortes irregulares del cráneo sin acabar.

✅ Cráneos infantiles perforados, probablemente colgados o exhibidos.

✅ Mandíbulas pulidas, sin paralelos conocidos.

✅ Huesos largos trabajados, algunos funcionales, quizá empleados como herramientas neolíticas.

En conjunto, ocho de cada diez piezas estaban inacabadas, como si se hubieran abandonado en mitad del proceso. Esa proporción es mucho más alta que en otros casos arqueológicos conocidos —por ejemplo, solo un 15% en Teotihuacan (México)—, lo que sugiere que el material humano neolítico no era escaso ni sagrado.

Una práctica sin precedentes en la prehistoria china

La antropología ofrece precedentes de restos humanos convertidos en objetos rituales: cráneos-copa en Europa del Paleolítico, huesos tallados en Irán o máscaras funerarias en Anatolia. En la mayoría de los casos, el motivo es religioso o simbólico: veneración de ancestros o trofeos de guerra. Liangzhu, sin embargo, rompe ese patrón.

Los análisis de edad y sexo no muestran ninguna selección especial: los huesos pertenecen a hombres y mujeres adultos, jóvenes y niños en proporciones similares. Tampoco hay señales de que fueran familiares o enemigos concretos. El equipo de Sawada sostiene que el trabajo sobre huesos humanos se practicaba de manera estandarizada y persistente durante al menos dos siglos, lo que apunta a una costumbre establecida.

La mayoría de los restos proviene de zonas hidráulicas —canales y fosos— y no de templos o tumbas. Esto sugiere, según los autores, que los huesos eran tratados como material reutilizable, quizá con fines experimentales, utilitarios o simbólicos aún no bien comprendidos. Solo en algunos contextos funerarios, como los yacimientos de Fuquanshan (Shanghái) y Jiangzhuang (Jiangsu), se han hallado cuencos craneales depositados como ofrendas, probablemente con un valor ritual o de prestigio.

Fragmento de cráneo trabajado en forma de máscara facial hallado en Liangzhu, una de las piezas más enigmáticas del uso de huesos humanos en la China neolítica.

Fragmento de cráneo trabajado en forma de máscara facial hallado en Liangzhu, una de las piezas más enigmáticas del uso de huesos humanos en la China neolítica. Cortesía: Sawada et al. 2025

Un laboratorio del cambio social

Liangzhu es, para muchos arqueólogos, la primera sociedad china que puede considerarse una ciudad en sentido pleno: miles de habitantes, planificación urbana y estratificación social. Esa complejidad pudo transformar la manera de concebir la identidad y la muerte.

En las aldeas neolíticas anteriores, los muertos solían enterrarse dentro o cerca del poblado, y todos los individuos eran objeto de algún tipo de conmemoración funeraria. Las comunidades pequeñas mantenían vínculos de parentesco que se extendían también al más allá. Liangzhu rompió esa lógica. En una sociedad de mayor escala, los habitantes dejaron de conocerse entre sí. La masa anónima de ciudadanos incluía, por primera vez, otros: forasteros, esclavos, marginados o simples desconocidos.

En ese nuevo contexto, algunos cadáveres dejaron de ser sujetos de memoria y pasaron a ser recursos materiales. Los huesos humanos, una vez liberados de su carga simbólica, podían convertirse en herramientas o artefactos. La coexistencia de entierros suntuosos y restos manipulados y desechados en los canales refleja una sociedad con jerarquías marcadas y concepciones divergentes sobre el cuerpo y la muerte.

Los talleres del otro lado del muro

El yacimiento de Zhongjiagang, epicentro de este hallazgo, era probablemente una zona artesanal. Allí se elaboraban herramientas y objetos tanto en hueso animal como en hueso humano. Pero los productos humanos eran burdos, toscamente cortados y casi nunca pulidos hasta el final.

Esa diferencia —precisión en el hueso animal, improvisación en el humano— apunta a usos distintos. Mientras las piezas animales servían para la vida cotidiana o el intercambio, las humanas parecen carecer de función práctica. Podrían haber sido ensayos técnicos, objetos demostrativos o incluso ejercicios simbólicos, una manera de experimentar con los límites de lo permitido en un momento de transición social.

La cronología radiocarbónica sitúa la producción de estos objetos entre 4.800 y 4.600 años antes del presente, justo cuando Liangzhu se enfrentaba a tensiones ambientales y climáticas: los registros paleoclimáticos indican una caída en las lluvias y el declive de las infraestructuras hidráulicas. En ese contexto de crisis, los ritos o costumbres relacionadas con la muerte pudieron adquirir nuevas funciones sociales o expresivas.

Los huesos como espejo de la desigualdad

Los análisis paleopatológicos, que estudian las huellas de enfermedades o carencias nutricionales, revelaron un patrón inquietante. Varios de los individuos cuyos huesos fueron trabajados mostraban signos de estrés y malnutrición en la infancia, como líneas hipoplásicas en los dientes o lesiones por anemia. Los restos de las tumbas de élite, en cambio, correspondían a personas más sanas.

👉 La hipótesis es que los huesos tallados pertenecían a individuos de baja condición social, quizá trabajadores o esclavos sin derecho a sepultura. Su conversión en objetos o utensilios habría sido una forma de despersonalización social: la materialización del «otro» en la sociedad urbana naciente.

Sawada y sus colegas evocan un paralelo moderno: el clásico debate sociológico sobre la pérdida de comunidad en las grandes ciudades, formulado por el sociólogo alemán Ferdinand Tönnies y el sociólogo estadounidense Louis Wirth. Liangzhu, sostienen, pudo ser el primer escenario urbano de ese fenómeno en la historia humana: un lugar donde la densidad poblacional y la jerarquía diluyeron los lazos de parentesco y, con ellos, el respeto universal a los muertos.

Una revolución simbólica discreta

En el neolítico chino, la manipulación de restos humanos era hasta entonces desconocida. Culturas contemporáneas como la Hemudu (5500 a. C. al 3300 a. C.)​ o Majiabang (5000 a. C–3350 a. C.), también en el delta del Yangtsé, habían dejado abundantes esqueletos enterrados con cuidado. Liangzhu marca un punto de inflexión: la irrupción del cuerpo humano como materia de trabajo arqueológico.

Esa innovación coincide con la emergencia de otras expresiones de complejidad social neolítica: la arquitectura monumental, las ofrendas de jade y las primeras formas de estratificación política. No parece casual que el momento en que la sociedad empezó a clasificar a los vivos coincidiera con el momento en que empezó a clasificar también a los muertos.

👉 Los investigadores lo resumen así: la práctica de trabajar huesos humanos no era un rito de culto a los antepasados, sino un síntoma del nuevo orden urbano de Liangzhu. Una cultura que había aprendido a controlar el agua, a planificar el espacio y a organizar a las personas necesitaba también redefinir los límites entre lo sagrado y lo profano, entre la memoria y la materia.

Copa craneal elaborada a partir de un cráneo humano en Liangzhu, ejemplo del sorprendente uso ritual y cotidiano de restos humanos en la China neolítica.

Copa craneal elaborada a partir de un cráneo humano en Liangzhu, ejemplo del sorprendente uso ritual y cotidiano de restos humanos en la China neolítica. Cortesía: Sawada et al. 2025

Los límites de la interpretación

Aun así, el estudio deja muchas preguntas abiertas: ¿Quiénes eran exactamente esos individuos convertidos en objetos? ¿Eran forasteros, enemigos o miembros marginados de la comunidad?

Las pruebas actuales no permiten saberlo. Los autores proponen recurrir en el futuro a análisis de ADN antiguo e isótopos para determinar el origen geográfico y los lazos de parentesco de los huesos.

Tampoco está claro el destino de las piezas acabadas. Algunas pudieron usarse en rituales funerarios neolíticos, pero la mayoría fue arrojada a los canales, junto con los restos de la vida cotidiana. Es posible que su propio carácter inacabado tuviera un sentido simbólico: objetos que no debían completarse, o trabajos interrumpidos deliberadamente.

Una mirada contemporánea

El hallazgo conmueve porque, más allá de la arqueología, plantea una pregunta universal: ¿cuándo deja un cuerpo de ser persona y se convierte en cosa?. En Liangzhu, esa frontera parece haberse desdibujado justo cuando la humanidad daba sus primeros pasos hacia la vida urbana antigua.

Los huesos tallados neolíticos, inertes pero elocuentes, hablan de una sociedad que aprendía a convivir con el anonimato, la desigualdad y la muerte sin rostro. En ellos resuena el eco de nuestras propias ciudades, donde los vínculos se diluyen y los otros —los desconocidos, los sin nombre— siguen siendo los grandes ausentes del recuerdo colectivo.

La investigación de Junmei Sawada y su equipo no solo ilumina una práctica arqueológica singular: revela el coste humano del nacimiento de la civilización urbana. Detrás del brillo del jade y de las murallas de Liangzhu, había un taller de huesos humanos. Y en cada fragmento inacabado, quizá, la historia muda de los primeros ciudadanos del mundo. ▪️

  • Fuente: Sawada, J., Uzawa, K., Yoneda, M. et al. Worked human bones and the rise of urban society in the neolithic Liangzhu culture, East Asia. Scientific Reports (2025). DOI: https://doi.org/10.1038/s41598-025-15673-7

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