¿Los bebés más curiosos desarrollan una mayor inteligencia? Un estudio muestra cómo la curiosidad infantil impulsa el desarrollo cognitivo

Un seguimiento científico desde los ocho meses hasta los tres años y medio revela que la curiosidad no es solo una chispa infantil, sino un motor real del aprendizaje. Los bebés que buscan más información hoy podrían tener mejores herramientas para pensar mañana.

Por Enrique Coperías

Mirar más no significa ver más, salvo cuando lo que se mira sirve para aprender. Un nuevo estudio sugiere que esa atención selectiva en la cuna podría anticipar la inteligencia que florecerá en la infancia.

Mirar más no significa ver más, salvo cuando lo que se mira sirve para aprender. Un nuevo estudio sugiere que esa atención selectiva en la cuna podría anticipar la inteligencia que florecerá en la infancia. Foto de Jonathan Borba

¿Nacen algunos bebés con una mirada más atenta al mundo que otros? Y si es así, ¿esa curiosidad temprana podría moldear su desarrollo cognitivo años después?

Un nuevo estudio longitudinal realizado en los Países Bajos y liderado por Eline R. de Boer, del Donders Institute for Brain, en la Universidad Radboud de Nimega, sugiere que sí: los lactantes que, con apenas ocho meses de vida, mostraban una mayor tendencia a fijarse en aquello que les podía aportar información nueva, alcanzaron mejores puntuaciones de inteligencia a los tres años y medio.

La investigación, publicada en la revista Developmental Science, ofrece una de las primeras pruebas directas de que la curiosidad infantil —entendida no como un rasgo vago, sino como una sensibilidad medible hacia los estímulos informativos— se relaciona con la trayectoria cognitiva futura.

Qué investigó el estudio y por qué es relevante para el desarrollo cognitivo

La curiosidad infantil ha intrigado a psicólogos y pedagogos desde hace décadas. Se sabe que los bebés muestran preferencia por lo novedoso y lo sorprendente, pero esa inclinación no basta para explicar su ritmo de aprendizaje, extraordinariamente rápido en comparación con otras especies.

El nuevo trabajo apunta a una idea que gana terreno en los modelos actuales de aprendizaje temprano: los bebés no solo miran aquello que llama la atención, sino aquello de lo que pueden aprender. Y algunos lo hacen mucho más que otros.

El estudio siguió a noventa niños reclutados durante su primer año de vida, aunque por cuestiones de seguimiento y calidad de los datos las conclusiones finales se basan en solo sesenta de ellos. Cuando tenían ocho meses, los investigadores registraron sus movimientos oculares (eye-tracking) mientras observaban secuencias visuales en una pantalla.

Los estímulos aparecían y desaparecían en distintas posiciones siguiendo patrones estadísticos que ofrecían más o menos información útil en función del momento: algunos ensayos aportaban datos claros para anticipar dónde aparecería después el estímulo, otros apenas nada. Midiendo el tiempo que cada bebé dedicaba a mirar estos momentos particularmente informativos, los científicos pudieron estimar su grado de sensibilidad a la información: una medida objetiva y continua de curiosidad temprana.

Resultados: la curiosidad temprana predice la inteligencia infantil

Tres años después, alrededor de los tres años y medio, los mismos niños volvieron al laboratorio para someterse a una prueba estandarizada de inteligencia infantil, el test WPPSI —el referente internacional en esta franja de edad—. La puntuación resultante, el conocido cociente intelectual (CI), ofrece una estimación global de las capacidades cognitivas, acompañada de tres subíndices: comprensión verbal, razonamiento visual-espacial y memoria de trabajo.

La pregunta clave era si la forma en que los bebés distribuyeron su atención con apenas ocho meses podía predecir cómo pensarían, resolverían problemas y usarían el lenguaje años más tarde.

La respuesta, según los datos, es sí. Pero no de cualquier manera. El equipo usó un tipo de análisis estadístico que permite detectar relaciones no lineales, y eso fue crucial: cuando se buscó simplemente una relación directa —a más curiosidad, más inteligencia—, la asociación parecía débil. Pero al aplicar modelos más flexibles, la tendencia emergió con claridad.

Los bebés que mostraron más sensibilidad a los ensayos ricos en información, es decir, aquellos cuya atención parecía modularse con mayor precisión por lo que podían aprender, obtuvieron puntuaciones de CI notablemente más altas. La curiosidad, al menos en su grado más elevado, se asociaba a un efecto de impulso cognitivo claro años después.

Qué pasa con los bebés menos curioso

Lo llamativo es que la relación no era simplemente gradual, del tipo «cuanto más curioso, mejor». La curva era más compleja: los niños situados en la mitad baja y media de la sensibilidad a la información mostraban variaciones cognitivas poco relacionadas con esa medida.

En cambio, entre los bebés más curiosos —el tercio superior— sí aparecía una asociación marcada. Dicho de otra forma, la curiosidad infantil extrema parece actuar más como un acelerador del desarrollo cognitivo que como un requisito básico.

Ser menos curioso a los ocho meses no implica quedar rezagadose; pero ser especialmente curioso puede abrir una senda de aprendizaje temprano más fértil.

Curiosidad infantil y lenguaje: por qué la comprensión verbal se beneficia más

Pero ¿de dónde vendría este efecto? El estudio no puede responderlo del todo, pero De Boer y sus colegas sugieren una explicación plausible: los bebés que siguen con más atención lo que pueden aprender tenderían a exponerse a más oportunidades de aprendizaje, en los meses y años siguientes.

Esa exploración podría traducirse en interacciones más ricas con el entorno, con sus juguetes y, sobre todo, con sus cuidadores. Cuando los niños pequeños señalan un objeto extraño o hacen un gesto de demanda informativa, suelen obtener respuestas lingüísticas contingentes: palabras, explicaciones, descripciones.

Si piden información con más frecuencia —porque su curiosidad les empuja a ello—, podrían recibir más lenguaje a cambio. Y el lenguaje es una de las bases del desarrollo cognitivo, especialmente en la comprensión verbal, justo la subescala donde se encontró el vínculo más claro entre curiosidad temprana e inteligencia posterior.

En esa línea, el resultado más sólido del estudio se dio precisamente en esa dimensión lingüística: la sensibilidad a la información en bebés predijo la comprensión verbal infantil, mientras que la relación con otras habilidades cognitivas fue más tenue. Esto sugiere que la curiosidad puede estar más estrechamente asociada a procesos que dependen de la exposición cultural, como es la adquisición del lenguaje, que a capacidades más estructurales como la memoria de trabajo o el razonamiento espacial.

La curiosidad no solo mueve al mundo: también moldea las primeras mentes que lo exploran. Cuando un bebé mira con insistencia, quizá ya está escribiendo el futuro de su pensamiento. Foto de Yuri Li

Limitaciones: ¿es posible generalizar estos hallazgos?

Pese a lo prometedor del descubrimiento, los autores advierten de que el estudio tiene limitaciones significativas:

1️⃣ Por un lado, la muestra estaba formada mayoritariamente por familias de nivel socioeconómico alto y medio, en las que el desarrollo cognitivo suele contar con mayor apoyo ambiental. En ese contexto, la curiosidad infantil podría funcionar como un plus: quienes ya tienen entornos ricos en estímulos podrían beneficiarse aún más de esa exploración temprana.

Pero no está claro qué ocurriría en contextos más vulnerables, donde la falta de recursos o interacciones podría apagar, o quizá al contrario, potenciar el impacto de la curiosidad. Para entender si la falta de curiosidad también podría asociarse a riesgos cognitivos —algo que este estudio no muestra— serían necesarios análisis en poblaciones más diversas .

2️⃣ Por otro lado, el artículo no resuelve una pregunta central: ¿es la curiosidad causa del mejor desarrollo cognitivo, o es simplemente una manifestación temprana de las capacidades que se observarán más adelante? Los autores reconocen que, aunque los datos longitudinales ofrecen pistas, aún faltan estudios que manipulen el entorno para estimular la curiosidad y midan si eso modifica el desarrollo cognitivo futuro. Si así fuera, potenciar la curiosidad infantil podría convertirse en una herramienta educativa con impacto real en la primera infancia —la etapa en que el cerebro es más plástico y receptivo—.

👉 «Demostramos que las diferencias individuales existentes desde temprana edad en el aprendizaje impulsado por la curiosidad desempeñan un papel importante en el desarrollo cognitivo y permiten predecir diferencias en la capacidad cognitiva a lo largo de un periodo de casi tres años, lo que respalda la dirección que están tomando las teorías modernas al enfatizar el papel de la curiosidad infantil en el aprendizaje temprano. A partir de este descubrimiento, los resultados sugieren que encontrar formas de estimular la curiosidad podría ser una vía prometedora para impulsar el comportamiento exploratorio y apoyar el aprendizaje en la primera infancia», concluyen los autores del estudio.

Implicaciones educativas: por qué fomentar la curiosidad podría impulsar el aprendizaje temprano

Aun con sus incógnitas, la investigación abre una ventana fascinante sobre los mecanismos que conectan el mirar curioso del bebé con el pensamiento del niño. No todos los estímulos enseñan lo mismo, y los bebés parecen intuirlo desde muy temprano. Ese mecanismo, a menudo invisible incluso para los padres, podría estar guiando silenciosamente la manera en que los niños construyen su relación con el conocimiento.

En un momento en que la educación infantil se debate entre métodos tradicionales, enfoques basados en el juego y tecnologías cada vez más invasivas, el estudio recuerda algo esencial: quizá el motor más poderoso para aprender no sea el contenido que ofrecemos, sino el deseo de descubrir que ya está dentro de los niños. Si, como sugieren los autores, aprender es intrínsecamente gratificante, la misión adulta no sería tanto enseñar más, sino preservar esa chispa natural de exploración.

Y tal vez baste con observar: cuando un bebé fija la mirada con insistencia en un objeto que ya nos parece trivial —el cubo que cae siempre en el mismo sitio, la pelota que cambia misteriosamente de trayectoria— podría estar dándonos una pista de su futuro. No porque vaya a ser más o menos inteligente, sino porque está demostrando la capacidad humana más básica y más transformadora: querer entender.▪️

  • Fuente: Eline R. de Boer, Francesco Poli, Marlene Meyer, Rogier B. Mars, Sabine Hunnius. Individual Differences in Infants’ Curiosity Are Linked to Cognitive Capacity in Early Childhood. Developmental Science (2025). DOI: https://doi.org/10.1111/desc.70090

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