Los mayas y su reloj de los eclipses: cómo anticiparon el oscurecimiento del Sol durante siglos

Durante siglos, los astrónomos mayas registraron el pulso del cielo con una precisión asombrosa. Un nuevo estudio revela cómo lograron predecir los eclipses solares con un método matemático que rivaliza con la ciencia moderna.

Por Enrique Coperías

Ilustración artística de un astrónomo maya observa un eclipse solar desde Chichén Itzá con el Códice de Dresde en sus manos, donde se conservan las tablas que permitieron a esta civilización predecir los eclipses durante siglos.

Ilustración artística de un astrónomo maya observa un eclipse solar desde Chichén Itzá con el Códice de Dresde en sus manos, donde se conservan las tablas que permitieron a esta civilización predecir los eclipses durante siglos. La imagen recrea la precisión matemática y el sentido ritual con que los mayas transformaron el cielo en un reloj celeste. Imagen generada con DALL-E

Hace casi mil años, en algún observatorio del Yucatán, los astrónomos mayas sabían cuándo el Sol se apagaría en pleno día. No lo adivinaban: lo calculaban.

En sus manos tenían una tabla, escrita en logogramas y glifos mayas sobre corteza de amate, que condensaba siglos de observación y un dominio asombroso del tiempo. Esa tabla, conocida como la Tabla de Eclipses del Códice de Dresde, ha fascinado a los investigadores durante más de un siglo. ¿Cómo fue posible que una civilización sin telescopios ni relojes mecánicos predijera con tanta precisión los eclipses solares?

Un nuevo estudio de los antropólogos John Justeson y Justin Lowry, de la Universidad de Albany (Estados Unidos), publicado en la revista Science Advances, propone una respuesta radical. Propone que los mayas desarrollaron un modelo matemático basado en la observación continua de los ciclos lunares, capaz de anticipar todos los eclipses solares visibles desde su territorio durante al menos siete siglos. Y lo hicieron mediante un mecanismo de reajuste y superposición de tablas que mantenía sus predicciones válidas durante generaciones.

Un calendario para comprender el cielo

La investigación parte de un dato conocido: los mayas utilizaban varios calendarios a la vez. Uno de ellos, el Tzolk’in, de 260 días, tenía un carácter ritual y adivinatorio; otro, el Haab’, de 365 días, marcaba el ciclo solar.

Hacia el año 500 a.C., los sacerdotes-astrónomos —los ah k’in o guardianes de los días— comenzaron a asociar estas cuentas con los movimientos de la Luna. Anotaban la primera aparición del fino creciente lunar tras la luna nueva y seguían su evolución noche tras noche. Con el tiempo, convirtieron esas anotaciones en un verdadero calendario lunar de 405 meses, que más tarde serviría de base para la predicción de eclipses.

Justeson y Lowry muestran que este ciclo de 405 lunaciones (11.960 días) no fue diseñado originalmente para eclipses, sino como una herramienta general para medir el tiempo lunar y hacerlo coincidir con el calendario sagrado. Pero los guardianes de los días se dieron cuenta de algo crucial: los eclipses no ocurrían de forma aleatoria, sino siguiendo un patrón astronómico que se repetía cada cierto número de lunas. A partir de ahí, desarrollaron un sistema para identificar las estaciones del ciclo lunar en los que era probable que el Sol o la Luna se oscurecieran.

La máquina de los eclipses

La Tabla de Eclipses del Códice de Dresde, un manuscrito que sobrevivió milagrosamente a la quema colonial y hoy se conserva en Alemania, contiene 69 fechas de luna nueva distribuidas a lo largo de 405 meses. De ellas, 55 correspondían a días en los que podía ocurrir un eclipse solar visible en el área maya.

Los astrónomos mayas separaban estos momentos por intervalos de seis lunaciones (unos 177 días), que marcaban las oportunidades sucesivas de que la Luna pasara por los nodos de su órbita, los puntos en los que puede alinearse con el Sol y la Tierra.

El hallazgo de Justeson y Lowry está en el modo en que los mayas reajustaban y superponían las tablas astronómicas para mantener su validez. En lugar de comenzar cada nueva tabla justo al final de la anterior, como creían los investigadores hasta ahora, los astrónomos mayas adelantaban o retrasaban el inicio del nuevo ciclo lunar unos cuantos meses (223 o 358 lunaciones).

Esa estrategia, descubren los autores, corregía los desfases acumulados y permitía mantener las predicciones astronómicas correctas durante milenios. En términos modernos, era como recalibrar un reloj celeste sin desviarse nunca más de unas pocas horas.

El eclipse como fenómeno cíclico

Para probar su hipótesis, los investigadores calcularon todos los eclipses solares totales, anulares e híbridos visibles en Mesoamérica entre los años 350 y 1150 de nuestra era. Encontraron 145 casos. Lo sorprendente fue que los intervalos entre esos eclipses reales coincidían de manera casi exacta con los intervalos anotados en la tabla del Códice de Dresde.

El ciclo más fiable resultó ser el de 669 meses, equivalente a tres saros, el periodo de 223 lunaciones conocido también por los astrónomos babilonios. Cada 669 meses —unos 54 años— los eclipses solares volvían a producirse en lugares y horarios similares. Para los mayas, que llevaban siglos observando el cielo desde el mismo territorio, ese patrón habría sido un hallazgo decisivo.

A partir de ahí, perfeccionaron el modelo introduciendo intervalos secundarios de 493 y 1.162 meses, y un superciclo de 1.655 meses (unos 134 años) que servía como mecanismo de corrección a largo plazo. Con una combinación de cuatro reajustes a los 358 meses por cada uno a los 223, el sistema mantenía su precisión astronómica durante siglos.

Matemáticas sin números arábigos

El estudio se apoya también en una fascinante reconstrucción de la matemática maya. El lingüista y astrónomo estadounidense Floyd Lounsbury, en los años 70, había propuesto que los mayas utilizaban la relación 1447 días por cada 49 lunaciones, una aproximación casi perfecta al mes sinódico de 29,5306 días.

Justeson y Lowry confirman ahora que este era su modelo de referencia lunar: un sistema que permitía calcular los meses lunares con un error de apenas dos segundos por ciclo.

Sobre esa base, los sabios mayas construyeron tablas de correspondencia entre días, meses y los números sagrados del Tzolk’in. Cada 405 meses, es decir, cada 11.960 días, las fases de la Luna volvían a alinearse casi exactamente con las posiciones del calendario ritual. El resultado era un gigantesco engranaje astronómico y simbólico en el que los números sagrados (260, 365, 1447) servían al mismo tiempo para adivinar el destino y para anticipar el próximo eclipse solar.

Tabla de eclipses del Códice de Dresde. Los recuadros discontinuos delimitan las secuencias de seis o siete estaciones previstas para eclipses solares, separadas por pasajes jeroglíficos sin numerales. Adaptado del estudio de John Justeson (2025). Cortesía: John Justeson, Justin Lowry

El código del 88: la estructura del tiempo

Uno de los patrones más intrigantes identificados por los autores es el de los intervalos de 88 meses entre eclipses emparentados. Ese número, múltiplo de los ciclos de 260 días, parece haber servido de columna vertebral del sistema de predicción.

La tabla del Códice de Dresde se organiza, en efecto, en tres grandes series de fechas separadas por 88 meses, que abarcan los 55 eclipses posibles. Cada grupo, según Justeson y Lowry, representaba una “familia” de eclipses, y las pequeñas desviaciones de uno u otro mes eran anotadas y corregidas en la siguiente versión del calendario maya.

Esta estructura tripartita también se refleja en la propia disposición visual del códice: las series de fechas están enmarcadas entre figuras mitológicas y glifos mayas de dioses del eclipse, que quizá simbolizaban la oscuridad momentánea del Sol y la Luna. La precisión del diseño es tal que los autores comparan la tabla con una auténtica computadora de predicción astronómica, capaz de señalar las fechas críticas dentro de un margen de error inferior a un día.

Un reloj de 11.960 días: la precisión del tiempo maya

Los mayas medían los eclipses en bloques de 11.959 o 11.960 días, una diferencia ínfima que refleja tanto su exactitud como su flexibilidad. La versión conservada en el Códice de Dresde, también conocido como Codex Dresdensis, pertenece al ciclo de 11.959 días, pero los registros muestran que el modelo estándar era el de 11.960 días.

Ese ajuste de un solo día se introdujo, según los investigadores, de manera liberada para alinear el final del ciclo con el inicio del siguiente, del mismo modo que en nuestro calendario moderno añadimos un día bisiesto cada cuatro años.

Los errores detectados en la copia del códice, como la omisión de un punto o una barra en la notación vigesimal, confirman que el texto fue copiado de una versión anterior, quizá varias generaciones más antigua. Esto refuerza la idea de una tradición científica acumulativa, en la que cada generación de ah k’in heredaba la tabla, la comparaba con los eclipses observados y la reajustaba con precisión milimétrica.

De la observación empírica al modelo científico

Los autores identifican al menos veintiuna posibles secuencias históricas de tablas de eclipses coherentes entre sí, de las cuales dieciséis podrían haber existido incluso antes de que se registrara el primer calendario lunar maya en el siglo IV.

Los eclipses documentados entre los años 356 y 1150 muestran que las tablas funcionaban no como pronósticos estáticos, sino como modelos dinámicos de predicción astronómica, capaces de incorporar nueva información sin perder la sincronía.

En sus reconstrucciones, Justeson y Lowry sitúan el origen del modelo definitivo en el norte de Yucatán, quizá en ciudades como Chichén Itzá, Uxmal o Cozumel, entre los años 1083 y 1116 d.C. En esos siglos, los mayas del Posclásico habrían refinado su conocimiento astronómico hasta elaborar la versión que conocemos hoy en el Códice de Dresde, el mismo que siglos después maravillaría a los eruditos europeos por su exactitud.

Eclipse solar parcial fotografiado desde el espacio por el satélite de observación del Sol Proba-2 de la ESA, en agosto de 2018.

Eclipse solar parcial fotografiado desde el espacio por el satélite de observación del Sol Proba-2 de la ESA, en agosto de 2018. Los astrónomos mayas lograron anticipar todos los eclipses solares observables en su territorio desde unos dos siglos después del inicio de su calendario lunar —hacia el 350 d. C.— hasta la época del Códice de Dresde, más de 700 años después. Cortesía: ESA/Royal Observatory of Belgium

Un legado de precisión y asombro

El estudio desmonta la vieja idea de que el Códice de Dresde fuera una simple guía ritual o una recopilación de augurios. Es, más bien, la culminación de una ciencia empírica mesoamericana, basada en la observación sistemática del cielo y la manipulación abstracta del tiempo.

Sin telescopios ni notación algebraica, los astrónomos mayas fueron capaces de identificar los ciclos del Sol y la Luna con una precisión comparable a la de los astrónomos modernos.

Justeson y Lowry concluyen que los guardianes del día mayas lograron anticipar todos los eclipses solares observables en su territorio desde unos dos siglos después del inicio de su calendario lunar —hacia el 350 d. C.— hasta la época del Códice de Dresde, más de 700 años después. Cada nueva tabla era un reajuste de la anterior, mantenido por generaciones de especialistas en calendarios y astronomía que combinaban matemática, religión y observación celeste en un mismo arte sagrado.

Cuando el cielo obedecía a los números

El trabajo de Justeson y Lowry no solo reescribe la historia de la astronomía maya: también muestra cómo una civilización preindustrial pudo convertir el firmamento en un sistema predecible.

Los mayas entendieron los ciclos del cielo y descubrieron que el caos aparente tenía su propio compás, un compás que podía escribirse con puntos y barras en una hoja de papel amate.

Hoy, nueve siglos después, su reloj celeste sigue funcionando en las páginas del Códice de Dresde: una demostración de que la ciencia y la observación astronómica —como el Sol durante un eclipse solar total— pueden desaparecer por un instante, pero nunca dejan de volver. ▪️

  • Fuente: John Justeson, Justin Lowry. The design and reconstructible history of the Mayan eclipse table of the Dresden Codex. Science Advances (2025). DOI:10.1126/sciadv.adt9039

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