Los mil millones de años más aburridos de la Tierra fueron los más divertidos para la vida compleja

Durante un largo periodo de calma geológica, la Tierra ajustó sus propios mecanismos de equilibrio: menos volcanes, más oxígeno y océanos templados. Aquellos mil millones de años «aburridos» fueron, en realidad, el ensayo silencioso que permitió el nacimiento de la vida compleja.

Por Enrique Coperías

Los cambios en la configuración de los continentes y la disminución del vulcanismo durante los llamados mil millones de años aburridos transformaron el planeta para acoger a los eucariotas.

Los cambios en la configuración de los continentes y la disminución del vulcanismo durante los llamados mil millones de años aburridos transformaron el planeta: surgieron océanos oxigenados y climas templados, ingredientes esenciales para el origen de los primeros organismos eucariotas, las células con núcleo de las que descendemos todos los seres multicelulares.

Durante un largo y aparentemente monótono intervalo de la historia de la Tierra, hace entre 1.800 y 800 millones de años, el planeta pareció entrar en una especie de letargo. Los geólogos lo llaman el mil millones aburrido o el Proterozoico medio, un tiempo geológico sin grandes glaciaciones, sin extinciones masivas ni proliferaciones espectaculares de vida.

Pero bajo esa calma superficial, la maquinaria tectónica del planeta estaba moldeando de forma silenciosa las condiciones que, millones de años después, permitirían la explosión de la vida compleja.

Un nuevo estudio liderado por R. Dietmar Müller, del grupo EarthByte de la Universidad de Sídney, en Australia, revela que aquella estabilidad no fue tan aburrida como sugiere el apodo. Según el trabajo, publicado en la revista Earth and Planetary Science Letters, los cambios en la configuración de los continentes y la disminución del vulcanismo durante ese periodo crearon océanos oxigenados y climas templados, ingredientes esenciales para el surgimiento de los primeros organismos eucariotas, esto es, las células con núcleo de las que descendemos todos los seres multicelulares.

«Nuestro enfoque muestra cómo la tectónica de placas ha contribuido a dar forma a la habitabilidad de la Tierra —explica Müller, autor principal del estudio. Y añade—: Ofrece una nueva manera de pensar sobre cómo la tectónica, el clima y la vida han coevolucionado a lo largo del tiempo profundo».

Un planeta templado bajo un Sol débil: equilibrio de CO₂ y oxígeno

Hace 1.800 millones de años, el Sol brillaba de un 10% a un 15% menos que hoy. Aun así, la Tierra mantenía un clima cálido y sin hielos, gracias a una atmósfera cargada de dióxido de carbono (CO₂). La concentración de este gas era entre 25 y 45 veces superior a la actual, según los análisis de antiguos suelos fósiles.

Aquella atmósfera espesa mantenía el planeta templado, pero también limitaba la expansión del oxígeno y, por tanto, de la vida compleja.

En aquel mundo dominado por microorganismos, bacterias y arqueas que prosperaban en mares poco oxigenados y cargados de sulfuros, comenzaron a aparecer los primeros eucariotas, células con orgánulos internos que abrían el camino a una evolución biológica más sofisticada. Pero la gran pregunta seguía sin respuesta: ¿qué permitió que la Tierra dejara atrás ese estado primitivo y preparara el terreno para la biodiversidad?

Tectónica y carbono: los hilos invisibles del cambio geológico

El equipo de Müller ha buscado la respuesta en las profundidades de la geología. Para ello, ha combinado un modelo tectónico de los últimos 1.800 millones de años, que incluye los movimientos, colisiones y fracturas de las placas continentales, con un modelo termodinámico del ciclo del carbono. Su objetivo: no era otro que reconstruir cómo variaron las emisiones volcánicas, el almacenamiento de carbono en el fondo oceánico y la química del mar a lo largo de ese periodo.

Los resultados apuntan a una conexión directa entre la dinámica de las placas tectónicas y la evolución del clima y la vida. La ruptura del supercontinente Nuna, también conocido como Columbia, hace unos 1.460 millones de años dio inicio a una etapa de dispersión continental que duró cientos de millones de años. Durante ese tiempo, la longitud total de los márgenes pasivos —las zonas costeras estables donde los continentes se encuentran con los océanos— se duplicó hasta alcanzar unos 130.000 kilómetros, una cifra comparable a la de hoy.

Esa expansión de los márgenes continentales creó extensas plataformas poco profundas bañadas por mares templados y cada vez más oxigenados: auténticos viveros evolutivos para los primeros eucariotas. «Los márgenes pasivos ofrecieron hábitats estables durante cientos de millones de años, justo cuando las condiciones químicas del océano se volvían más favorables para la respiración aeróbica», explica Müller.

🗣️ «Nuestro trabajo revela que los procesos del interior profundo de la Tierra —en particular la fragmentación del antiguo supercontinente Nuna— desencadenaron una cadena de acontecimientos que redujo las emisiones volcánicas de dióxido de carbono (CO₂) y amplió los hábitats marinos someros donde evolucionaron los primeros eucariotas», añade el investigador australiano.

Sobre estas líneas, célula del epitelio humano. Hace entre 1.800 y 800 millones de años la Tierra pareció entrar en una especie de letargo geológico que propició la aparición de las células eucariotas.

Sobre estas líneas, célula del epitelio humano. Hace entre 1.800 y 800 millones de años la Tierra pareció entrar en una especie de letargo geológico que propició la aparición de las células eucariotas. Cortesía: Dr. Jennifer Waters / Wake Forest University

Menos volcanes, más oxígeno: el pulmón del planeta

El trabajo identifica otro cambio crucial: la disminución sostenida de la actividad volcánica y del CO₂ emitido por el interior del planeta. A medida que Nuna se fragmentaba, el número y la extensión de las zonas de subducción —donde una placa se hunde bajo otra y libera gases— se redujeron a la mitad. En consecuencia, las emisiones de dióxido de carbono y gases reductores, como el metano (CH₄), el hidrógeno (H₂) y el sulfuro de hidrógeno (H₂S), cayeron de forma drástica.

Entre los 1.600 y 1.000 millones de años atrás, el flujo de carbono procedente del interior terrestre pasó de unos 30 millones de toneladas anuales a apenas 10 millones, el nivel más bajo del eón Proterozoico. Esa disminución significó un menor efecto invernadero, un planeta ligeramente más frío y, paradójicamente, más propicio para la oxigenación. Con menos gases volcánicos que consumieran oxígeno y menos carbono en la atmósfera, el equilibrio químico se desplazó hacia condiciones más oxidantes.

«Este doble efecto —una menor liberación volcánica de carbono y un mayor almacenamiento geológico de carbono— enfrió el clima de la Tierra y modificó la química oceánica, creando las condiciones adecuadas para la evolución de formas de vida más complejas», apunta la coautora Adriana Dutkiewicz, también de la Universidad de Sídney.

Los investigadores sugieren que esta desgasificación silenciosa pudo facilitar la acumulación de oxígeno en los mares y la atmósfera, creando un entorno más hospitalario para los organismos que respiraban oxígeno. No fue un cambio repentino, sino un proceso de millones de años que preparó el terreno para lo que más tarde sería la llamada oxigenación neoproterozoica, ocurrida tras los 800 millones de años.

Los primeros pasos de la vida compleja: los eucariotas y la expansión de los mares

Los fósiles eucariotas más antiguos datan de hace unos 1.650 millones de años, pero los primeros restos inequívocos de eucariotas modernos aparecen hacia los 1.050 millones de años. Esa cronología coincide de manera sorprendente con el máximo desarrollo de las plataformas continentales y el periodo de menor emisión volcánica identificado por el modelo.

Para Müller y sus colegas, no se trata de una simple coincidencia. La diversificación de los eucariotas habría sido impulsada por la combinación de mares oxigenados, temperaturas moderadas y amplias zonas costeras donde la vida podía prosperar. «La fragmentación continental tras la ruptura de Nuna creó nichos ecológicos estables y conectados, que habrían favorecido la expansión de los organismos aeróbicos», señalan los autores

«Creemos que estas vastas plataformas continentales y mares poco profundos fueron incubadoras ecológicas cruciales —afirma Juraj Farkaš, de la Universidad de Adelaida. Y sostiene—: Proporcionaron entornos marinos estables, con niveles elevados de nutrientes y oxígeno, esenciales para que formas de vida más complejas pudieran evolucionar y diversificarse en nuestro planeta».

El estudio ofrece así una nueva narrativa del mil millones aburrido: un periodo no de estancamiento, sino de maduración geológica. Durante ese tienmpo, la Tierra ajustó lentamente sus termostatos internos —el CO₂, la tectónica y la química marina— hasta alcanzar un equilibrio que permitió el salto a la complejidad biológica.

Paradójicamente, la clave de la evolución no fue la violencia geológica, sino su ausencia. En el Proterozoico medio, la Tierra atravesó una etapa de quietud orogénica

Paradójicamente, la clave de la evolución no fue la violencia geológica, sino su ausencia. En el Proterozoico medio, la Tierra atravesó una etapa de quietud orogénica, con pocas colisiones continentales y montañas bajas: una calma prolongada que redujo el vulcanismo, estabilizó el clima y evitó oscilaciones extremas. Imagen generada con DALL-E

Un planeta menos tóxico y más habitable

La reducción del vulcanismo no solo afectó al clima y al CO₂, sino también a la composición química del océano. Con menos emisiones de gases reductores, como el citado sulfuro de hidrógeno, las aguas marinas se volvieron menos tóxicas. En la era anterior, los mares eran a menudo sulfurosos y letales para muchas formas de vida; al disminuir esas emisiones, los ecosistemas costeros pudieron albergar organismos más sofisticados.

Además, la menor inyección de metano e hidrógeno redujo la capacidad del sistema océano-atmósfera de consumir oxígeno. «Menos gases reductores significa un entorno químicamente más estable y oxidante», explica Müller. En ese nuevo equilibrio, la fotosíntesis —realizada por microorganismos similares a las cianobacterias actuales— pudo acumular oxígeno de forma más eficiente en la atmósfera y en los océanos superficiales.

Los indicios geoquímicos respaldan esa interpretación: a partir de los 1.100 millones de años aparecen señales de oxigenación intermitente en mares poco profundos, detectadas mediante isótopos de molibdeno, uranio y azufre. Esa oxigenación localizada habría permitido la expansión de los eucariotas aeróbicos, precursores de plantas y animales.

La calma tectónica que hizo posible la vida

Paradójicamente, la clave de la evolución no fue la violencia geológica, sino su ausencia. Los autores destacan que entre 1.800 y 800 millones de años la Tierra vivió una etapa de quietud orogénica: pocas colisiones continentales, montañas bajas y un relieve estable.

Esa calma redujo tanto el vulcanismo como la erosión intensa, estabilizando el clima y evitando oscilaciones extremas de temperatura o química oceánica.

«Fue una época sin catástrofes globales, sin glaciaciones planetarias ni eventos volcánicos masivos. Esa estabilidad permitió que la vida evolucionara lentamente pero con seguridad», resume Dutkiewicz. En cierto modo, el planeta estaba afinando sus mecanismos de regulación, lo que haría posible más tarde la proliferación de organismos pluricelulares.

Una visión unificada de la Tierra viva y los procesos profundos

El modelo de Müller y su equipo integra la tectónica de placas, el ciclo del carbono y la evolución biológica en una misma narrativa. Al cuantificar los flujos de carbono desde y hacia el interior terrestre, los investigadores muestran cómo los procesos geológicos profundos influyen en la habitabilidad planetaria.

«La Tierra no es solo un escenario para la vida: es un sistema vivo en sí misma, donde las rocas, los océanos y la atmósfera están acoplados», escriben los autores.

La investigación también ofrece una herramienta para entender otros mundos. Si la evolución de la vida compleja depende de un equilibrio prolongado entre vulcanismo, tectónica y clima, entonces los exoplanetas con placas móviles y periodos de relativa calma podrían ser los candidatos más prometedores para albergar organismos avanzados.

El legado del «mundo tranquilo»

Al concluir su análisis, los científicos no dudan en reivindicar el valor del mil millones aburridos. Lejos de ser un paréntesis sin interés, fue una fase de experimentación geológica que configuró los fundamentos del planeta habitable que conocemos.

La reducción del vulcanismo, la expansión de los mares someros y la lenta oxigenación del océano fueron los ingredientes que, combinados, desencadenaron la revolución biológica posterior.

«Sin aquella larga calma, quizá la vida compleja nunca habría surgido —resume Müller. Y concluye—: Fue el susurro prolongado de la Tierra, no su rugido, el que hizo posible que el planeta se convirtiera en un mundo vivo». ▪️

  • Información facilitada por la Universidad de Sídney

  • Fuente: R. Dietmar Müller, Adriana Dutkiewicz, Juraj Farkaš, Stefan Loehr, Andrew S. Merdith. Mid-Proterozoic expansion of passive margins and reduction in volcanic outgassing supported marine oxygenation and eukaryogenesis. Earth and Planetary Science Letters (2025). DOI: https://doi.org/10.1016/j.epsl.2025.119683.

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