¿Saben los elefantes cuándo los estamos mirando?

Un nuevo estudio demuestra que los elefantes, al menos los asiáticos, reconocen cuándo los humanos les prestan atención. Para lograrlo no se fijan solo en nuestra cara o en nuestro cuerpo, sino en la combinación de ambas señales.

Por Enrique Coperías

Los elefantes asiáticos (Elephas maximus), con sus largas trompas y sus orejas batientes, no solo dependen del oído y del olfato: también son capaces de reconocer señales visuales en su comunicación con los humanos.

Los elefantes asiáticos (Elephas maximus), con sus largas trompas y sus orejas batientes, no solo dependen del oído y del olfato: también son capaces de reconocer señales visuales en su comunicación con los humanos. Foto: Paul Kapischka

La escena podría parecer cotidiana en un campamento de elefantes en el norte de Tailandia: una cuidadora coloca un trozo de mango en una bandeja, llama a una hembra asiática de más de tres toneladas y espera.

El animal, tras mover el tronco en dirección al premio, decide si insistir o no según la postura de la humana. Pero detrás de este gesto aparentemente trivial late una pregunta que lleva décadas intrigando a etólogos y psicólogos comparativos: ¿pueden los elefantes saber cuándo los estamos mirando?

Un equipo internacional de investigadores de la Universidad de Kioto, la Universidad de Chiang Mai y el Hunter College de Nueva York ha publicado en la revista Scientific Reports un trabajo que ofrece una respuesta clara: los elefantes asiáticos (Elephas maximus) son capaces de reconocer la atención visual de los seres humanos, pero lo hacen de una manera particular. No basta con que vean la cara de una persona ni únicamente la orientación del cuerpo. Necesitan ambas señales combinadas para interpretar que alguien está disponible para comunicarse con ellos.

«El hallazgo nos muestra que los elefantes no responden a la cara o al cuerpo de manera independiente, sino mediante la combinación de ambos», explica Hoi-Lam Jim, investigadora de la Universidad de Kioto y primera autora del estudio.

Sin lugar a dudas, este descubrimiento supone un paso adelante en el conocimiento de la cognición animal de estos mamíferos gigantes, y los sitúa junto a los grandes simios en la lista de especies capaces de inferir cuándo un interlocutor les presta atención. En un momento en que la conservación del elefante asiático atraviesa serias dificultades —con apenas 50.000 ejemplares en estado salvaje frente a los 400.000 de su primo africano—, este tipo de estudios no sólo ilumina su mente, sino también nuestra relación con ellos.

Un elefante participa en una prueba en la que el cuerpo y la cara de la persona están orientados hacia el animal.

Un elefante participa en una prueba en la que el cuerpo y la cara de la persona están orientados hacia el animal. Cortesía: KyotoU / Hoi-Lam Jim.

Elefantes, unos gigantes sociales

Los elefantes han fascinado durante siglos a naturalistas y viajeros por su tamaño, su longevidad y su aparente sabiduría. No es casual que culturas de Asia y África les atribuyeran cualidades casi humanas: memoria, lealtad, capacidad de duelo. En las últimas décadas, la ciencia ha comenzado a demostrar que muchas de esas intuiciones culturales tenían una base real.

Se sabe, por ejemplo, que los elefantes reconocen su reflejo en un espejo —un signo de autoconciencia que comparten con pocas especies—, que cooperan para resolver problemas y que pueden mostrar conductas de duelo cuando muere un miembro de su grupo. Son animales de sociedades complejas, en las que las hembras forman clanes matrilineales estables y los machos se dispersan al llegar a la madurez. En este contexto, la comunicación es vital: trompetazos, vibraciones de baja frecuencia que recorren el suelo, contactos con la trompa y también gestos visuales.

Sin embargo, a diferencia de los primates o las aves rapaces, los elefantes no dependen principalmente de la vista. Su cerebro dedica mucho más espacio al olfato y al oído, sentidos cruciales para orientarse en selvas y sabanas. De ahí la pregunta central del estudio: ¿hasta qué punto son sensibles a señales visuales humanas, como la dirección del cuerpo o el rostro?

Del chimpancé al paquidermo: antecedentes de investigación

Hasta ahora, la mayor parte de las investigaciones sobre atención visual en animales se habían centrado en los primates. Diversos experimentos habían mostrado que chimpancés, bonobos u orangutanes gesticulan más cuando un humano los mira, y mucho menos si está de espaldas o con la cara girada.

Estos resultados llevaron a algunos psicólogos a proponer una jerarquía de señales: el cuerpo indicaría disposición a interactuar, mientras que la cara revelaría el estado atencional del otro.

En 2014, un trabajo pionero demostró que los elefantes africanos también pueden reconocer estas señales. Faltaba saber si los elefantes asiáticos, separados evolutivamente de sus parientes hace entre cinco y siete millones de años, compartían la misma habilidad. El nuevo estudio de Jim, Shinya Yamamoto y Joshua Plotnik viene a cubrir ese vacío.

El experimento en Tailandia: mango y paciencia

El equipo trabajó con diez hembras de entre 11 y 61 años, todas residentes en el campamento del Golden Triangle Asian Elephant Foundation, en Chiang Rai (Tailandia). Acostumbradas al contacto humano, las elefantas participaron de manera voluntaria en las pruebas, siempre acompañadas por su mahout o cuidador.

El diseño era sencillo en apariencia, aunque complejo en sus matices. La experimentadora colocaba un trozo de mango en una bandeja fuera del alcance del animal y adoptaba una de cinco posiciones:

  1. Cuerpo y cara hacia el elefante.

  2. Cuerpo hacia, pero cara girada.

  3. Cuerpo de espaldas, cara girada.

  4. Cuerpo de espaldas, pero cara hacia.

  5. Ausencia de persona (condición de control).

Durante veinte segundos, el animal podía gesticular con la trompa o la cabeza en señal de petición. Pasado ese tiempo, recibía la fruta independientemente de su comportamiento, para evitar frustración.

Los investigadores registraron más de doscientos ensayos en vídeo y analizaron cada gesto, desde un simple movimiento de trompa hasta un cabeceo. Los resultados fueron claros: los elefantes pedían comida con más insistencia sólo cuando tanto el cuerpo como la cara de la cuidadora estaban orientados hacia ellos. Ni la presencia física de la persona, ni el cuerpo solo, ni el rostro por separado eran suficientes.

«Nos sorprendió descubrir que los elefantes no gesticulaban simplemente porque hubiera un humano presente —reconoce Jim—. Cuando no había nadie, los elefantes gesticulaban como si hubiera una persona allí, de espaldas. Esto demuestra que los elefantes son sensibles a la orientación corporal, pero que no responden a la mera presencia de un humano».

Condiciones experimentales con distintas orientaciones de cuerpo y cabeza del experimentador, junto a la condición de control.

Condiciones experimentales con distintas orientaciones de cuerpo y cabeza del experimentador, junto a la condición de control. Ilustraciones de Hoi-Lam Jim.

Interpretación de resultados

«En otras palabras: no les basta con notar que alguien les mira; necesitan que todo el cuerpo esté alineado en su dirección para entender que hay atención real», resume la investigadora.

Esto contrasta con algunos experimentos en primates, en los que la cara podía ser suficiente para desencadenar conductas de petición. Los autores sugieren dos posibles explicaciones:

✅ Los rostros humanos, tan distintos a los de los elefantes, resulten poco informativos para ellos.

✅ Durante toda su vida en cautividad, los elefantes han aprendido que una persona que se acerca de frente y con la cara orientada es la que les dará comida.

Además, dado que la visión de los proboscidios no es particularmente aguda, el cuerpo —mucho más grande y fácil de distinguir a distancia que un rostro— puede ser un indicio más fiable.

Implicaciones evolutivas y de conservación

El estudio no se limita a describir un detalle curioso de la interacción entre humanos y elefantes. Aporta pistas sobre la evolución de la cognición social en especies muy alejadas de nosotros.

«Que tanto simios como elefantes sean sensibles a la atención del otro sugiere un caso de evolución convergente: dos linajes separados por decenas de millones de años han desarrollado soluciones parecidas a problemas sociales similares», explica el equipo en Scientific Reports.

También tiene implicaciones prácticas. En contextos de conservación y manejo de elefantes, comprender cómo interpretan nuestras señales puede mejorar el bienestar de los animales y la seguridad de los cuidadores. Saber que los elefantes necesitan señales corporales claras para entender que los atendemos puede ayudar a diseñar protocolos de interacción más efectivos.

En el medio salvaje, la capacidad de leer la orientación corporal humana podría servirles para discriminar entre amenazas. Estudios previos mostraron que los elefantes africanos reaccionan de forma distinta al olor de ropa usada por distintos grupos étnicos, o al timbre de voz de hombres frente a mujeres. Reconocer de lejos si una persona viene de frente o de espaldas puede añadir una capa más a su radar de supervivencia.

El nuevo estudio publicado en Scientific Reports revela que estos mamíferos pueden detectar cuándo una persona les presta atención, siempre que coincidan dos pistas: la orientación de la cara y del cuerpo.

El nuevo estudio publicado en Scientific Reports revela que estos mamíferos pueden detectar cuándo una persona les presta atención, siempre que coincidan dos pistas: la orientación de la cara y del cuerpo. Foto: Mauro Lima

Limitaciones y preguntas abiertas

Como todo experimento, este también tiene limitaciones. La muestra fue pequeña (diez animales), todas hembras y todas habituadas a la presencia humana. Es posible que los elefantes salvajes, menos acostumbrados a interactuar con personas, procesen estas señales de manera diferente.

Tampoco se controló un detalle importante: en el diseño, la cuidadora sólo entregaba el mango cuando estaba de frente al animal, lo que podría reforzar la asociación «cuerpo-hacia-comida».

Los autores reconocen además que no pudieron incluir una condición intermedia —el cuerpo de lado— que en estudios previos con africanos arrojó información valiosa. Futuras investigaciones, señalan, deberán afinar estos matices y comparar de manera sistemática a las distintas especies de elefantes.

Un espejo entre especies

Pese a esas limitaciones, el trabajo aporta una idea poderosa: los elefantes, al igual que los grandes simios, están atentos a nuestra atención. Pero lo hacen a su manera, con un sistema perceptivo adaptado a su biología y a su experiencia. En cierto modo, es un recordatorio de que la comunicación animal no es unidireccional: así como nosotros intentamos leer sus señales —un barrito, una trompa en alto, un empuje suave—, ellos tratan de descifrar las nuestras.

«En tiempos en que la relación entre humanos y elefantes oscila entre el conflicto (por la destrucción de hábitats y los choques con agricultores) y la fascinación turística, entender que estos gigantes saben cuándo los miramos añade una capa ética», concluye el equipo investigador.

La ciencia avanza, paso a paso, a base de experimentos con bandejas de mango y paciencia en campos vallados. Pero lo que está en juego es mucho más que un dato curioso: se trata de comprender hasta dónde llega la mente de los elefantes, y qué nos dice eso sobre la evolución de la inteligencia, la comunicación y, en última instancia, sobre nuestra responsabilidad hacia ellos. ▪️

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