Un caso paleontológico de «muerte absurda»: peces del Jurásico mueren asfixiados tras tragar restos de cefalópodos
Un equipo alemán documenta cómo pequeños peces del Jurásico sucumbieron al tragar restos flotantes de belemnites, unos cefalópodos similares a los calamares. El estudio recuerda de forma inquietante a las muertes actuales por ingestión de plásticos en el mar.
Por Enrique Coperías
Ejemplares de Tharsis con un belemnite alojado en la boca y atravesando el aparato branquial, procedentes del archipiélago de Solnhofen (Baviera, Alemania). (a) Ejemplar de la colección de J. Geppert, originario de las cuencas de Eichstätt o Solnhofen (Cortesía: J. Geppert, publicada con su autorización). (b) Ejemplar de la colección de S. Schäfer, procedente de la cuenca de Eichstätt (Cortesía: S. Schäfer, publicada con su autorización).
Hace unos 150 millones de años, en las tranquilas aguas de un mar tropical poco profundo que cubría lo que hoy es el sur de Alemania, un pequeño pez nadaba despreocupadamente entre bancos de algas y esponjas flotantes. De apenas diez centímetros, el animal, del género extinto Tharsis, tenía una dentadura diminuta, poco apta para la caza, y se alimentaba succionando pequeños organismos en suspensión.
Sin embargo, una confusión letal lo llevaría a una muerte absurda: intentó alimentarse de lo que creía ser una presa, pero acabó asfixiado por un cadáver flotante de belemnite, un pariente jurásico de los calamares actuales.
Así lo documenta un estudio reciente publicado en la revista Scientific Reports y que firman los paleontólogos Martin Ebert y Martina Kölbl-Ebert, del Departamento de Ciencias de la Tierra de la Universidad Ludwig-Maximilian de Múnich, en Alemania.
Un error mortal
Los autores analizaron varios fósiles excepcionales procedentes de los yacimientos de caliza litográfica de Solnhofen y Eichstätt —célebres por conservar con increíble detalle todo tipo de animales del Jurásico, desde peces y reptiles hasta el famoso Archaeopteryx, considerado una de las primeras aves— y descubrieron en al menos cuatro ejemplares de Tharsis un patrón sorprendente: restos de belemnite encajados en la boca y atravesados en las branquias, como un cóctel mortal.
La escena resulta impactante: un pez fósil muerto con un cuerpo extraño saliendo por la cabeza. Pero lo más llamativo es que la víctima no trataba de devorar a su presa. «La morfología de Tharsis y el contenido estomacal analizado en cientos de ejemplares sugieren que era un microcarnívoro, no un depredador de belemnites, unas presas demasiado grandes para él», explica Kölbl-Ebert. Entonces, ¿qué ocurrió?
La respuesta apunta a una trampa accidental provocada por una coincidencia de forma, tamaño y comportamiento alimenticio. Los belemnites, unos cefalópodos con un esqueleto interno alargado y puntiagudo llamado rostrum, eran comunes en los mares del Jurásico, pero raramente vivían en los fondos anóxicos de la región de Solnhofen.
Los ejemplares hallados allí llegaron probablemente flotando tras morir en mar abierto, arrastrados por corrientes. Muchos aún conservaban el freno de flotación: el frágil fragmocono, una cámara de gas que les permitía regular la flotabilidad. Y lo más importante: con el paso del tiempo, estos restos se cubrían de algas y bacterias, desarrollando así biofilms que los peces como Tharsis solían chupar para obtener alimento.
Fósil completo de belemnite, que incluye las partes blandas. Arriba, a la derecha, ilustración de estos cefalópodos.
Un paralelismo inquietante con los océanos actuales
«Es una situación análoga a la de los peces actuales que mueren por ingerir plásticos marinos cubiertos de biofilm, que son confundidos con presas comestibles», apuntan los autores. El paralelismo no es casual. Estudios recientes han demostrado que los plásticos flotantes recubiertos de algas emiten olores similares a los de presas naturales, lo que engaña a los peces.
En el caso jurásico, el rostrum liso y puntiagudo del belemnite, con su forma de botella y superficie resbaladiza, pudo inducir al pez a succionarlo sin sospechar que era demasiado grande para tragarlo. El resultado: el rostrum entró hasta alojarse en la cavidad bucal, y el fragmocono, más ancho, quedó atascado. Incapaz de expulsarlo ni por la boca ni por las branquias, el pez murió por asfixia.
Los autores documentan cuatro casos concretos de Tharsis con belemnites encajados en sus fauces, localizados en museos y colecciones privadas de Alemania y Estados Unidos. En todos, el patrón se repite: el rostrum entró por la boca con la punta trasera por delante —algo lógico dada su orientación en el agua— y atravesó la cavidad hasta salir por las branquias.
En uno de los casos, incluso se observa una ostra adherida al fragmocono, lo que indica que el belemnite llevaba tiempo flotando antes del encuentro fatal. Es decir, el animal ya estaba muerto y colonizado por bivalvos que se fijaban a objetos a la deriva, como una especie de fauna del plástico jurásica.
El pez «Tharsis»: una víctima accidental del diseño natural
¿Por qué no pudo el pez escupir la «tapa letal»? La explicación radica en la anatomía de los peces fósiles. El diámetro máximo del rostrum es de unos 10 mm, justo en el umbral de lo que un Tharsis joven podía tragar. El problema surgía cuando llegaba el fragmocono, más ancho. El pez ya no podía seguir ni retroceder.
Además, al no tener dientes adecuados para cortar ni mecanismos para escupir como ciertos peces modernos, quedó atrapado. En un intento desesperado, es posible que el pez intentara expulsar el objeto por las branquias, lo que explicaría su extraña posición final.
Este fenómeno de «muerte por belemnite» no había sido documentado antes. Casos de presas atascadas en la boca de peces fósiles existen, pero suelen corresponder a intentos de depredación real —como peces medio devorados—, no a accidentes con cadáveres flotantes. Aquí, el elemento clave es la forma y flotabilidad del belemnite, que lo convirtió en una trampa inadvertida.
Detalle del cuerpo anterior de un ejemplar de Tharsis con un belemnite alojado en la boca y atravesando el aparato branquial (CM4876), procedente de Solnhofen (Baviera, Alemania). (a) Losa principal. (b) Contralosa. Cortesía: M. Ebert
Lo que nos enseñan los fósiles sobre los errores del pasado… y del presente
«Es un ejemplo extraordinario de cómo los fósiles del Jurásico pueden aportar interacciones tróficas insospechadas», apunta Martin Ebert. Más allá del hallazgo puntual, el estudio abre una ventana al comportamiento de especies extintas, y revela detalles sutiles como es el caso de errores fatales en la búsqueda de alimento. También recuerda que el mar, incluso hace millones de años, ya escondía riesgos invisibles entre los objetos flotantes.
El paralelismo con el presente es inevitable, como ya se ha mencionado. Hoy, más de 700 especies marinas —incluidos peces, tortugas y aves— se ven afectadas por la ingestión de plásticos. En muchos casos, la muerte llega por asfixia o bloqueo digestivo tras confundir el plástico con comida. El caso de Tharsis y el belemnite añade una perspectiva inquietante: incluso sin el Homo sapiens, el mar podía engañar a sus habitantes con trampas letales. La diferencia es que hoy esas trampas las fabricamos nosotros.
Los fósiles de Solnhofen, gracias a su exquisita conservación, permiten reconstruir no solo especies extinguidas, sino escenas de la vida —y muerte— del Jurásico con una precisión casi cinematográfica. Este caso, en el que un pez se ahoga por succionar lo que creía ser alimento pero resultó ser un palo mortal, añade un episodio más a esa historia de tragedias naturales que, gracias a la ciencia, aún podemos leer en las rocas.▪️
Fuente: Ebert, M., Kölbl-Ebert, M. Jurassic fish choking on floating belemnites. Scientific Reports (2025). DOI: https://doi.org/10.1038/s41598-025-00163-7