Qué nos dice el ADN antiguo sobre el origen de las enfermedades infecciosas

Los huesos de nuestros antepasados esconden algo más que historia: guardan el rastro genético de las enfermedades que moldearon civilizaciones. Un estudio sin precedentes revela cómo virus y bacterias han acompañado al ser humano desde hace 37.000 años.

Por Enrique Coperías

Gracias a avanzadas técnicas de ADN antiguo, el equipo de científicos logró detectar material genético de 214 microbios patógenos conocidos en restos óseos de más de 1.300 individuos prehistóricos .

Gracias a avanzadas técnicas de ADN antiguo, el equipo de científicos logró detectar material genético de 214 microbios patógenos conocidos en restos óseos de más de 1.300 individuos prehistóricos de distintos puntos del continente eurasiático. Cortesía: National Cancer Institute

Un equipo internacional de científicos ha trazado por primera vez un mapa detallado del surgimiento y la propagación de agentes patógenos humanos en Eurasia durante los últimos 37.000 años.

El estudio, liderado por el profesor Eske Willerslev, de las universidades de Copenhague y Cambridge, ha sido publicado en la revista Nature y representa el mayor esfuerzo científico hasta la fecha para entender el impacto de las enfermedades infecciosas en la historia de la humanidad.

El hallazgo no solo permite reconstruir cómo han evolucionado y migrado virus, bacterias y parásitos en conexión con los cambios sociales y ambientales del pasado, sino que también ofrece una poderosa herramienta para anticiparnos a futuros riesgos de enfermedades emergentes y nuevas pandemias.

Gracias a avanzadas técnicas de ADN antiguo, el equipo de Willerslev logró detectar material genético de 214 agentes patógenos conocidos en más de 1.300 individuos prehistóricos de distintos puntos del continente eurasiático.

Un archivo genético guardado en huesos y dientes

Este monumental estudio se basa en el análisis de ADN microbiano antiguo extraído de dientes y huesos humanos datados entre hace 37.000 y 500 años. Los restos provienen de regiones tan diversas como Europa Occidental, Asia Central, Siberia y el sudeste asiático, y abarcan desde el Paleolítico superior hasta épocas medievales.

Mediante una técnica de secuenciación masiva, el equipo examinó más de ¡405.000 millones de fragmentos genéticos!, y logró identificar más de 5.400 secuencias microbianas únicas. De ellas, más de 3.300 correspondían a microbios humanos conocidos, algunos de los cuales jamás habían sido identificados en restos antiguos.

«Este es el mayor mapa espacio-temporal de agentes patógenos antiguos jamás creado —afirma Martin Sikora, genetista y primer autor del estudio. Y añade—: Nos permite visualizar cómo ciertas enfermedades infecciosas acompañaron —y a veces precedieron— a grandes transformaciones culturales como la agricultura, la domesticación de animales y las migraciones a gran escala».

La domesticación de animales disparó las zoonosis

Uno de los hallazgos más relevantes del estudio es la aparición de las primeras enfermedades zoonóticas —es decir, infecciones transmitidas de animales a humanos, ya sea de forma directa o mediante un véctor— hace aproximadamente 6.500 años. Estas enfermedades, similares en mecanismo a pandemias modernas como la de la covid-19, se volvieron mucho más frecuentes y diversas a partir de hace 5.000 años, coincidiendo con el auge de la ganadería, el comercio de larga distancia y el crecimiento de asentamientos humanos permanentes.

«Siempre hemos sospechado que el paso de una vida nómada a otra sedentaria, centrada en la agricultura y la cría de animales, cambió radicalmente la relación de los seres humanos con las enfermedades. Ahora tenemos pruebas genéticas directas de que eso ocurrió», señala Willerslev.

El estudio sugiere que esta transición no solo incrementó el riesgo de infección, sino que pudo haber desencadenado colapsos poblacionales, acelerado de esta manera la migración de pueblos enteros y generado presiones evolutivas sobre el sistema inmunológico humano.

Migraciones y epidemias: cómo se expandieron las enfermedades por Eurasia

El análisis genético revela que las migraciones masivas, como la de los pueblos pastoriles procedentes de la estepa póntica —una vasta llanura herbácea situada al norte del mar Negro, que abarca partes de Ucrania, Rusia y Kazajistán— actuaron como vectores de transmisión de nuevas enfermedades.

Estas sociedades pastoriles, que se desplazaron hacia Europa hace unos 5.000 años, introdujeron consigo nuevas cepas de agentes patógenos, como la peste (Yersinia pestis) y el virus de la hepatitis B.

El caso de la peste resulta paradigmático. Se identificaron 42 casos antiguos —35 de ellos inéditos— en individuos que vivieron entre hace 5.700 y 200 años. Algunas cepas anteriores a las pandemias medievales no poseían aún adaptaciones clave para la transmisión por pulgas, lo que sugiere que la enfermedad se propagaba por otras vías. Aun así, ya causaba brotes locales significativos, como demuestran varios enterramientos colectivos donde múltiples individuos estaban infectados.

Ciudadanos de Tournai entierran a víctimas de la peste negra. Miniatura de Pierart dou Tielt, sobre el año 1353.

El legado invisible: fiebre recurrente, lepra y sífilis

La investigación también documenta otros microbios patógenos históricos, algunos de ellos olvidados por la narrativa popular. Tal es el caso de la fiebre recurrente, transmitida por piojos y causada por la bacteria Borrelia recurrentis, que aparece en 34 individuos de distintas épocas y regiones. Esta enfermedad, con tasas de mortalidad del 10% al 40%, fue común en contextos de hacinamiento e higiene deficiente.

Por su parte, la lepra (Mycobacterium leprae) fue detectada en siete individuos, todos posteriores al 1.500 a. C., lo que sugiere una aparición relativamente tardía. Sorprendentemente, su expansión podría estar vinculada al comercio de pieles de ardilla, un animal conocido por ser portador natural del germen en épocas medievales.

Además, la sífilis y otras formas de treponematosis se encontraron en contextos recientes, como dos casos en Borneo y uno en Dinamarca, lo que expande su geografía histórica conocida.

El drama de las coinfecciones

Los investigadores también identificaron quince casos de coinfección, donde un mismo individuo presentaba ADN de dos o más agentes patógenos. Un caso impactante es el de un vikingo noruego infectado simultáneamente con el virus de la viruela y la bacteria de la lepra. Otro ejemplo es el de un cazador mesolítico de Rusia con signos tanto de difteria como de Helicobacter pylori.

Estas combinaciones aumentaban la mortalidad y probablemente favorecían la rápida evolución de los microorganismos patógenos.

«Las coinfecciones eran una carga sanitaria importante, y probablemente más comunes de lo que podemos detectar hoy con ADN antiguo», indica Sikora.

Un mapa para la medicina del futuro

La presión selectiva ejercida por las enfermedades infecciosas ha dejado huellas profundas en el genoma humano. Por ejemplo, algunas variantes genéticas asociadas hoy con enfermedades autoinmunes surgieron como adaptaciones defensivas frente a agentes patógenos antiguos.

El estudio refuerza esta hipótesis al mostrar que ciertas adaptaciones en genes inmunitarios se generalizaron en Europa tras las migraciones esteparias de hace 5.000 años, coincidiendo con olas epidémicas de origen zoonótico.

En palabras de Sikora, más allá del interés histórico, este trabajo tiene importantes implicaciones para la salud pública moderna. Conocer cómo los patógenos han evolucionado, migrado y mutado permite prever sus futuros comportamientos.

«Las mutaciones que fueron exitosas en el pasado probablemente vuelvan a aparecer —advierte Willerslev—. Esto es vital para el desarrollo de nuevas vacunas o para ajustar las actuales frente a posibles variantes resistentes».

Asimismo, los datos obtenidos podrían utilizarse para probar la eficacia de vacunas actuales frente a linajes antiguos o emergentes, una línea de trabajo que gana relevancia en un mundo interconectado y expuesto a constantes saltos zoonóticos.

La covid-19 es la última pandemia que ha asolado a la humanidad.

La covid-19 es la última pandemia que ha asolado a la humanidad. Inicialmente fue llamada neumonía de Wuhan, puesto que los primeros casos fueron identificados en diciembre de 2019 en la ciudad china de Wuhan. La OMS ha informado de más de 7 millones de muertes por covid-19 en 234 países hasta finales de 2024. Foto: Taylor Brandon

Limitaciones y desafíos

Aunque el estudio representa un avance enorme, no está exento de limitaciones. La mayoría de las muestras proceden de dientes o huesos, lo que dificulta detectar infecciones localizadas o aquellas con baja carga sanguínea.

Además, no se analizaron virus de ARN, como los de la gripe y el sarampión, debido a su escasa estabilidad a lo largo del tiempo.

Tampoco es posible, por ahora, identificar con certeza el origen geográfico exacto de algunos microbios patógenos, ni descartar por completo contaminaciones ambientales, como el llamado necrobioma que coloniza los cuerpos tras la muerte.

Cuando el pasado explica el presente

Este ambicioso estudio representa un punto de inflexión en la paleoepidemiología, ya que ofrece pruebas sólidas de que el surgimiento de nuevas formas de vida —como el sedentarismo, la cría de animales y las migraciones masivas— estuvo íntimamente ligado al aumento de la carga infecciosa humana.

Las enfermedades no solo han sido pasajeras, sino agentes activos en la historia de la humanidad. Han cambiado el curso de poblaciones, acelerado procesos de selección genética y, en más de una ocasión, reescribiendo los mapas de poder y cultura. Con herramientas como el ADN antiguo, ahora podemos reconstruir esta historia oculta.

Y al hacerlo, aprendemos algo crucial: las pandemias del pasado no son capítulos cerrados, sino advertencias vivas. En un mundo globalizado, con creciente contacto entre especies, el estudio del pasado puede ser una brújula para navegar los desafíos sanitarios del futuro.▪️

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