Optimismo y cerebro: por qué los optimistas imaginan el futuro de forma parecida

Cuando las personas optimistas piensan en el futuro, sus cerebros muestran patrones similares. Por el contrario, los pesimistas tienen formas más individuales de visualizar lo que vendrá. Así lo demuestra un reciente estudio neurocientífico japonés, que sugiere que el optimismo no solo es un rasgo emocional, sino también una forma compartida de pensar.

Por Enrique Coperías

Una investigación publicada en la revista PNAS revela que las personas optimistas tienen patrones de actividad cerebral compartidos cuando piensan en el futuro.

Una investigación publicada en la revista PNAS revela que las personas optimistas tienen patrones de actividad cerebral compartidos cuando piensan en el futuro. Foto: Eddie Kopp

¿Qué tienen en común los optimistas? Más de lo que imaginamos. Según un reciente estudio japonés publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), las personas optimistas no solo comparten una actitud positiva frente al futuro, sino que también lo visualizan de forma similar a nivel cerebral.

En cambio, los pesimistas tienden a tener visiones del futuro mucho más individualizadas y únicas.

Este hallazgo, liderado por el psicólogo Kuniaki Yanagisawa, de la Universidad de Kobe, no solo arroja luz sobre cómo se construye la esperanza en el cerebro, sino que también podría ofrecer pistas sobre por qué las personas optimistas tienden a tener relaciones sociales más satisfactorias y redes interpersonales más amplias.

En palabras del propio Yanagisawa, «lo más sorprendente de este estudio es que la noción abstracta de “pensar igual’ se hizo visible, literalmente, como patrones de actividad cerebral».

Un estudio interdisciplinar con tecnología fMRI

La investigación, que combinó herramientas de la psicología social y la neurociencia cognitiva, analizó la actividad cerebral de 87 adultos casados mientras imaginaban diversos escenarios futuros. Los participantes, cuidadosamente seleccionados para representar un amplio espectro de niveles de optimismo y pesimismo, fueron expuestos a descripciones de eventos positivos, negativos y neutros.

Algunos de estos eventos estaban relacionados con la propia persona, y otros con su pareja sentimental. Durante el proceso, su actividad cerebral fue monitorizada mediante resonancia magnética funcional (fMRI). Esta es una técnica de neuroimagen que mide la actividad cerebral detectando los cambios en el flujo sanguíneo: cuanto más activa está una región del encéfalo, más oxígeno necesita, y la fMRI capta esas variaciones para mostrar qué áreas se encienden durante una determinada tarea.

Los investigadores querían comprobar si la conocida tendencia de las personas optimistas a conectar mejor socialmente podría tener un correlato neurológico.

«Estudios recientes han demostrado que los cerebros de las personas socialmente influyentes reaccionan a los estímulos de forma similar —explica Yanagisawa. Y añade—: Así que puede ser que las personas que comparten una actitud similar hacia el futuro también lo visualicen de forma parecida en sus cerebros y que esto les facilite comprender las perspectivas de los demás».

El principio de Anna Karénina aplicado al cerebro

La respuesta fue un rotundo sí. Utilizando un análisis avanzado conocido como análisis de similitud representacional intersujeto (IS-RSA, por sus siglas en inglés), el equipo descubrió que las personas con altos niveles de optimismo mostraban patrones de activación muy similares en una región clave del cerebro: la corteza prefrontal medial. Esta está asociada a los pensamientos autorreferenciales —aquellos que tienen que ver con uno mismo— y las emociones.

Por el contrario, los cerebros de las personas menos optimistas revelaron una mayor diversidad: sus patrones de pensamiento eran más únicos, menos alineados con los del resto.

De ahí que los autores bautizaran su hipótesis con una referencia literaria: inspirados por la célebre frase de Anna Karénina de Tolstói «Todas las familias felices se parecen; cada familia infeliz lo es a su manera» concluyeron que «los optimistas se parecen entre sí, pero cada pesimista imagina el futuro a su manera».

Los sesos de los optimistas distingue mejor lo positivo de lo negativo

Además de constatar esa convergencia neural entre optimistas, el estudio fue más allá. Aplicando un segundo tipo de análisis llamado INDSCAL (análisis multidimensional de escala de diferencias individuales), los investigadores identificaron dos grandes dimensiones en la representación mental del futuro:

✅ La basada en la valencia emocional, esto es, positivo frente a negativo.

✅ La sustentada en el referente del evento: si este ocurría a uno mismo o a la pareja.

Y aquí es donde surgió otro hallazgo revelador: los optimistas diferenciaban claramente entre lo positivo y lo negativo. Es decir, sus cerebros representaban estos dos tipos de eventos con una separación emocional más marcada. En cambio, los pesimistas tendían a aplanar esa diferencia: lo bueno y lo malo se difuminaban más en sus representaciones internas.

¿Qué significa esto desde la psicología?

Este patrón no implica que los optimistas reinterpreten los eventos negativos como menos malos.

«El optimismo no consiste en ver lo negativo como algo positivo, sino en procesar los escenarios negativos de forma más abstracta y distante, lo cual ayuda a amortiguar su impacto emocional. En cambio, los eventos positivos son imaginados de manera más vívida y concreta», afirma Yanagisawa.

Este estilo cognitivo puede explicar por qué el optimismo actúa como un amortiguador emocional frente al estrés, tal como lo habían sugerido estudios previos. Visualizar el futuro con una clara distinción emocional puede ayudar a prepararse mejor y a evitar quedar atrapado en visiones negativas.

“Estar en la misma onda” no es solo una metáfora: los cerebros de las personas optimistas podrían, literalmente, compartir una visión común del futuro, explica el psicólogo Kuniaki Yanagisawa

“Estar en la misma onda” no es solo una metáfora: los cerebros de las personas optimistas podrían, literalmente, compartir una visión común del futuro, explica el psicólogo Kuniaki Yanagisawa. Foto: Ball Park Brand

Por qué los optimistas tienen más vínculos sociales

Una de las implicancias más sugerentes de la investigación es su posible relación con las dinámicas sociales. Yanagisawa lo resume así: «La sensación cotidiana de “estar en la misma onda” con alguien no es solo una metáfora. Los cerebros de las personas optimistas podrían, en un sentido literal, compartir un concepto común del futuro».

Esto no solo explica por qué los optimistas suelen ser percibidos como más atractivos y agradables, sino también por qué suelen tener redes sociales más extensas y satisfactorias. Si dos personas atesoran visiones cerebrales similares del futuro, es más probable que se entiendan, se conecten y compartan expectativas y emociones.

De hecho, en estudios previos, ya se había observado que personas con rasgos positivos tienden a mostrar convergencia neural. Ahora, este trabajo extiende esa idea al terreno del pensamiento futuro: imaginar lo que está por venir también puede tener una base compartida en el cerebro, al menos entre quienes se sienten esperanzados.

Hacia una comprensión más profunda de la soledad

Yanagisawa no oculta que su interés va más allá de la curiosidad científica. Su meta última es entender por qué algunas personas experimentan soledad y qué factores permiten una comunicación más profunda entre individuos. Para él, este estudio representa un primer paso: «Creo que entender cómo emerge esta realidad compartida es fundamental para avanzar hacia una sociedad donde las personas puedan comunicarse mejor».

En este sentido, la investigación plantea nuevas preguntas intrigantes: ¿Nacemos con estas estructuras neuronales compartidas o se desarrollan con el tiempo, a través de la experiencia y el diálogo? ¿Podría un entrenamiento mental o emocional, como la meditación, la terapia psicológica e incluso ciertas intervenciones educativas, cambiar la forma en que representamos el futuro en el cerebro?

Aunque el estudio no responde directamente a estas preguntas, abre una puerta prometedora para futuras investigaciones. También pone de manifiesto que la forma en que pensamos sobre el futuro no es un simple ejercicio intelectual, sino un proceso íntimamente vinculado a nuestras emociones, relaciones y estructuras cerebrales más profundas.

Así se midió la similitud cerebral

Desde un punto de vista técnico, el trabajo destaca por la calidad de su diseño experimental. Participaron en total 87 personas adultas, divididas en dos estudios. A cada una se le pidió que imaginara una serie de eventos durante diez segundos, algunos positivos, como hacer un viaje soñado, otros negativos, como ser despedido del trabajo; y otros neutros, como entregar un currículum en una compañía. Algunos eventos se referían a sí mismos, y otros a su pareja sentimental.

Tras cada estímulo, los participantes descansaban y se repetía el proceso. Todo esto se registraba mientras permanecían en el escáner cerebral de fMRI. Los datos se analizaron mediante técnicas multivariadas de patrones neuronales y métodos estadísticos avanzados que permiten detectar similitudes cerebrales entre sujetos más allá de los promedios globales.

Los investigadores descartaron que las similitudes observadas entre optimistas se debieran a simples niveles de activación cerebral: sus análisis mostraron que los patrones compartidos iban más allá de cuánto se activaba una región, y reflejaban el cómo se representaba cognitivamente el evento.

En un mundo fragmentado, imaginar el futuro no es un acto individual, sino profundamente social: las personas optimistas, a diferencia de las pesimistas, comparten una sintaxis emocional que da forma a cómo piensan lo que está por venir.

En un mundo fragmentado, imaginar el futuro no es un acto individual, sino profundamente social: las personas optimistas, a diferencia de las pesimistas, comparten una sintaxis emocional que da forma a cómo piensan lo que está por venir. Imagen generada con Copilot

Optimismo y neurociencia personalizada: un enfoque emergente

Finalmente, los autores proponen que la combinación de la IS-RSA y el INDSCAL podría marcar un cambio de paradigma en la neurociencia: en lugar de centrarse en grandes promedios poblacionales, este enfoque permite analizar diferencias individuales finas, pero significativas.

Así, se avanza hacia una neurociencia personalizada, que no solo identifica dónde ocurren los procesos mentales, sino cómo difieren entre las personas.

Este tipo de enfoque podría tener aplicaciones en psicología clínica, por ejemplo, para entender cómo las personas con depresión o ansiedad construyen mentalmente su futuro y cómo eso afecta su comportamiento, salud o capacidad de conectar con otros.

Imaginar el futuro como puente social

En un mundo cada vez más fragmentado, este estudio nos recuerda algo esencial: imaginar el futuro no es un acto aislado, sino profundamente social. Las personas optimistas, más allá de su actitud, parecen compartir una sintaxis emocional que estructura sus pensamientos sobre lo que vendrá.

«Y esa similitud podría ser la base de una mayor conexión con los demás», concluye Yanagisawa.

La buena noticia es que, si bien algunos pueden nacer con una predisposición a la esperanza, la neurociencia nos está mostrando que los pensamientos también se entrenan. Quizá, en un futuro no tan lejano, aprenderemos a visualizar lo que viene con más claridad, más optimismo y, sobre todo, más en sintonía con los demás. ▪️

Anterior
Anterior

Una filóloga descifra un fragmento de un antiguo mito sumerio de hace 4.400 años

Siguiente
Siguiente

¿Pueden dos fármacos contra el cáncer ser la clave para tratar el alzhéimer?