Bailar para entender y aliviar la depresión: cuando el cuerpo se convierte en terapia

En lugar de hablar de su tristeza, siete mujeres la bailaron en compañía de un grupo de investigadores de Finlandia. Así descubrieron que el movimiento puede convertirse en un camino hacia la esperanza y la comprensión profunda de la depresión.

Por Enrique Coperías

Bailar reactiva los circuitos sensoriales y emocionales del cerebro, especialmente la ínsula, vinculada a la autopercepción corporal. Según la investigadora Hanna Pohjola, moverse junto a otros favorece la empatía y el equilibrio emocional.

Bailar reactiva los circuitos sensoriales y emocionales del cerebro, especialmente la ínsula, vinculada a la autopercepción corporal. Según la investigadora Hanna Pohjola, moverse junto a otros favorece la empatía y el equilibrio emocional. Foto: ketan rajput

La depresión es, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), una de las grandes pandemias silenciosas del siglo XXI. Afecta a más de 350 millones de personas en el mundo y se ha convertido en una de las principales causas de discapacidad global.

Los tratamientos más extendidos, como la psicoterapia y fármacos andidepresivos, resultan eficaces solo parcialmente. En los últimos años, la ciencia ha empezado a mirar hacia otras formas de terapia complementaria, entre ellas el arte. En ese cruce entre el cuerpo, la emoción y la creatividad, la danza emerge como un lenguaje que puede decir lo que las palabras no alcanzan.

Un estudio liderado por la investigadora finlandesa Hanna Pohjola, de la Universidad de Finlandia Oriental, ha explorado precisamente eso: cómo bailar puede ayudar a comprender y aliviar la depresión. El trabajo, publicado en la revista Narrative Works, combina arte, psicología y neurociencia para analizar la experiencia de siete mujeres jóvenes diagnosticadas con depresión leve o moderada que participaron en un proceso de creación coreográfica basado en el método de narrativa orientada al futuro: una técnica que invita a imaginar el propio futuro deseado y escribir sobre él como si ya se hubiese vivido.

Un estudio pionero: bailar para sanar

En esta versión bailada del método, las participantes no solo escribieron cartas desde ese futuro imaginado: también lo bailaron, improvisando movimientos que encarnaban sus deseos y esperanzas. A través de seis sesiones de danza por videoconferencia y tres encuentros coreográficos (uno de ellos registrado con captura de movimiento en 3D), el proyecto se convirtió en una suerte de laboratorio corporal de autoconocimiento.

El resultado, según las autoras, fue sorprendente, ya que el baile permitió a las jóvenes conectar con sus emociones, resignificar su experiencia depresiva y vislumbrar un futuro más habitable. Los efectos, aunque preliminares, apuntan a que la danza puede ser una herramienta terapéutica de bajo umbral, accesible y amigable para la juventud.

🗣️ «La depresión es un importante problema de salud pública y existe una necesidad urgente de métodos de tratamiento complementarios. Ya contamos con pruebas sólidas sobre los beneficios de este tipo de tratamientos, como, por ejemplo, el ejercicio físico —explica Tommi Tolmunen, profesor de Psiquiatría Adolescente en la Universidad de Finlandia Oriental y coautor del estudio. Y añade—: La inclusión de elementos expresivos, como los que se encuentran en la danza, podría hacer que el ejercicio físico resultara especialmente atractivo para muchas personas».

Cuerpo, emoción y narrativa: el poder de lo no verbal

Pohjola y su equipo parten de una constatación: muchas personas con depresión sienten que pierden conexión consigo mismas y con los demás. «Bailar —escribe la autora— es una forma de reconectar el cuerpo con el mundo». En lugar de narrar su historia con palabras, las participantes la contaron con movimientos. La investigación no se limitó a observar si mejoraban los síntomas, sino que trató de comprender cómo el cuerpo, al moverse, produce significado.

En las cartas escritas tras el proceso emergieron cuatro grandes temas:

1️⃣ Amor, autoestima y autorrealización.

2️⃣ El trípode de la serenidad mental: vivir el presente, soltar el pasado y confiar en el futuro.

3️⃣ El apoyo entre iguales en momentos decisivos.

4️⃣ La apertura hacia el futuro.

El tono de las cartas fue, en palabras de las investigadoras, «pacífico y amoroso». Las jóvenes se dirigían a sí mismas en términos de afecto: «Querida mía», «Te quiero», «Recuerda que mereces espacio»... Algunas descubrieron el valor de defender su propio bienestar frente a las expectativas ajenas. Otras describieron trabajos o proyectos que las hacían sentir útiles y creativas. En casi todas, el amor —propio y hacia los demás— aparecía como una fuerza reparadora.

La coreografía del futuro: «Minuina»

El proceso se organizó en tres fases: clases de danza contemporánea enfocadas en la conciencia corporal y la improvisación; una sesión de narrative futuring, que es como se conoce en inglés a este método, danzada y escrita; y la creación colectiva de una coreografía final, grabada mediante tecnología de captura de movimiento.

Durante los ensayos, cada participante transformó su carta en movimientos: gestos que expresaban dejar atrás el pasado, encontrar raíces, poner límites o abrirse al mundo. La pieza resultante, titulada Minuina, que en finés puede traducirse como Siendo yo o Siendo nosotras—, condensó esa búsqueda compartida de autenticidad.

Aunque el proyecto no fue planteado como terapia, muchas de las mujeres lo vivieron así. En las cartas de reflexión, varias contaron que la danza se convirtió en un refugio semanal: «Cuando mi mente no paraba, las clases me enseñaron a quedarme quieta un momento», escribió una de ellas. Otra relató que «los movimientos dirigían la mente hacia el placer, no hacia la preocupación».

El grupo, pese a reunirse en formato híbrido, generó una intensa sensación de comunidad. «Nunca había participado en algo donde pudiera hablar con otras personas que entendieran lo que siento», explicó una de las jóvenes. Esa red de apoyo mutuo, creada al compás de los cuerpos en movimiento, se reveló tan importante como la propia danza.

Del relato íntimo a la acción

El estudio se apoya en la teoría del modelo de circulación narrativa desarrollado por la psicóloga Vilma Hänninen en 2004, que distingue entre narrativas internas—la historia que uno se cuenta a sí mismo— y narrativas vividas —cómo esa historia se traduce en acciones cotidianas—. En este experimento, el baile funcionó como un puente entre ambas: lo imaginado se volvió tangible, lo deseado empezó a vivirse.

En las cartas finales, varias participantes contaron que ya habían empezado a aplicar lo aprendido. Una escribió que utilizaba el método de futurar para prepararse ante situaciones difíciles, imaginando un desenlace positivo. Otra descubrió que su malestar se debía a haber dejado de lado aquello que la hacía sentir viva: «He comprendido que necesito reservar espacio para mí, aunque el día a día no me lo permita».

En conjunto, las jóvenes parecían haber comprendido las raíces de su depresión —la comparación constante con los demás, la falta de autoestima o de sentido— y, sobre todo, que podían transformarlas. Algunas hablaban de haber empezado a hacer cambios reales: apuntarse a clases, buscar trabajo en su campo, o simplemente permitirse disfrutar sin culpa.

🗣️ «La depresión puede afectar a la interocepción, es decir, a la manera en que percibimos las sensaciones internas del cuerpo —explica Pohjola—. Las alteraciones de la interocepción son frecuentes en la depresión, la ansiedad o la alexitimia, por ejemplo. Además, la experiencia del propio cuerpo puede ser negativa de muchas maneras».

Para las participantes, según Pohjola, «esto abrió un camino hacia la autorrealización: involucrarse en actividades significativas que aportan alegría y satisfacción, y experimentar un sentido de propósito».

El estudio finlandés difumina los límites entre arte y ciencia: la danza deja de ser mero entretenimiento para convertirse en una herramienta de autoconocimiento, conexión social y bienestar mental.. Foto: Vitaly Gariev

Ciencia, arte y neurocuerpo

Más allá del relato personal, Pohjola interpreta los resultados desde la neurociencia. Bailar —dice— reactiva los circuitos sensoriales y emocionales del cerebro, en especial la ínsula, una región implicada en la percepción interna del cuerpo (interocepción). Las personas con depresión suelen mostrar alteraciones en esa percepción: se sienten desconectadas de sus sensaciones. La danza, al aumentar la conciencia corporal, podría ayudar a restablecer ese equilibrio interno.

Además, el movimiento compartido genera lo que la autora denomina intersubjetividad cinestésica: una empatía física, una comunicación sin palabras que fortalece el sentido de pertenencia. Verse y ser vistas bailando, explican las participantes, les permitió reconocerse a sí mismas «sin máscaras».

El equipo finlandés sostiene que la danza actúa como una forma de «narrativa encarnada». No sustituye a la psicoterapia ni a la medicación, pero puede complementarlas de manera eficaz. Al igual que escribir un diario o hablar con un terapeuta, bailar permite reelaborar la historia propia, solo que desde el cuerpo.

Implicaciones para la salud mental y la prevención

El estudio, pequeño y cualitativo, no pretende ofrecer conclusiones universales. Pero sus autoras creen que abre un camino prometedor para la salud mental juvenil. «Nuestros hallazgos sugieren que la conciencia del cuerpo y las narrativas encarnadas del futuro deseado pueden mejorar el estado de ánimo a corto plazo», resume Pohjola.

En un sistema sanitario saturado, donde los jóvenes tienen dificultades para acceder a terapias, programas de este tipo podrían ofrecer una alternativa multimodal y de bajo coste. No hace falta experiencia previa: basta con moverse, escuchar el cuerpo y compartir la experiencia.

El trabajo también desmonta el prejuicio de que el arte es solo entretenimiento. En este caso, la danza se convierte en un instrumento de autoconocimiento y prevención, un espacio donde la vulnerabilidad se transforma en creatividad.

Las investigadoras subrayan que la clave no está en la perfección técnica, sino en bailar «como uno es», algo que el título Minuina resume con precisión. Esa autenticidad, aseguran, es lo que hace posible sanar: ser testigo de la propia historia, con el cuerpo como narrador.

Un movimiento hacia el futuro

Al finalizar el proyecto, las participantes expresaron gratitud y esperanza. Varias reconocieron que la depresión, paradójicamente, había sido el punto de partida para ese encuentro transformador.

«Lo que creamos juntas refleja todo lo que cuesta contar con palabras» escribió una de ellas. Otra apuntó: «Ahora siento que mi futuro no es solo posible, sino real. Y ese ancla también sostiene mi presente».

En tiempos de crisis global —climática, social, emocional—, el estudio de Pohjola ofrece un mensaje que va más allá de la clínica: imaginar y bailar el futuro puede ser, en sí mismo, un acto de esperanza.▪️

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