Cómo el estrés materno «reprograma» el desarrollo del bebé: lo que la ciencia sabe en 2025

El útero no es solo cuna de vida, también es memoria biológica. Nuevas evidencias muestran cómo el estrés materno deja huellas químicas en el cerebro del bebé que pueden acompañarlo durante toda la vida.

Por Enrique Coperías

Una revisión científica revela cómo el estrés materno durante el embarazo deja huellas biológicas y emocionales en el cerebro del bebé.

Una revisión científica revela cómo el estrés materno durante el embarazo deja huellas biológicas y emocionales en el cerebro del bebé. Imagen generada con IA-Gemini

El embarazo no es solo una aventura biológica: también es una negociación emocional entre el cuerpo y la mente. Durante nueve meses, el organismo de la mujer embarazada sostiene una compleja conversación química con el feto, en la que hormonas, neurotransmisores y señales inmunológicas transmiten información sobre el entorno.

Entre ellas, el cortisol —la hormona del estrés— es un mensajero privilegiado. Cuando el estrés psicológico se vuelve crónico, esa comunicación puede dejar huellas que acompañarán al niño toda la vida. Así lo detalla una revisión publicada en la revista Pediatric Discovery que compila una década de investigaciones sobre cómo el estrés materno programa el desarrollo infantil antes del nacimiento.

El trabajo, liderado por la neurocientífica Divya Tadanki y su equipo del Instituto Tecnológico de Georgia, en Estados Unidos, describe un entramado de mecanismos biológicos, epigenéticos y sociales que explican por qué la ansiedad, la pobreza o los desastres naturales pueden traducirse en bajo peso al nacer, alteraciones cognitivas o una mayor vulnerabilidad emocional.

🗣️ «El estrés materno no es solo una experiencia emocional, sino una señal fisiológica que modela directamente el cerebro en desarrollo —explica Tadanki, autora principal de la revisión, en un comunicado de la Universidad Médica de Chongqing. Y añade—: Nuestro análisis muestra que el momento, la intensidad y el tipo de exposición al estrés pueden dejar huellas moleculares en el feto, algunas de las cuales persisten a lo largo de la vida».

Reconocer estos efectos exige, según Tadanki, un apoyo sistémico: atención a la salud mental, acceso equitativo a los servicios prenatales y políticas que protejan a las mujeres embarazadas, especialmente en tiempos de crisis.

La ruta biológica del estrés: del cerebro materno al feto

Todo empieza en una pequeña región del cerebro llamada hipotálamo. Ante una amenaza —real o percibida—, el organismo activa el eje hipotálamo-hipófisis-adrenal (HPA), un circuito hormonal que libera cortisol para preparar al cuerpo para la acción. En una mujer embarazada, ese torrente químico no se detiene en la frontera del cordón umbilical. A través de la placenta, parte de ese cortisol llega al feto, donde puede modificar la maduración de órganos clave como el encéfalo.

En condiciones normales, una enzima llamada 11β-hidroxiesteroide deshidrogenasa-2 actúa como filtro, ya que inactiva buena parte del cortisol que cruza la placenta. Pero cuando el estrés es intenso o sostenido, este escudo se debilita. El resultado es una exposición fetal a niveles elevados de glucocorticoides que puede:

✅ Alterar el crecimiento.

✅ Reducir el peso al nacer .

✅ Adelantar el parto.

Programación fetal y huella epigenética

En el cerebro fetal, el exceso de cortisol modifica la expresión génica mediante procesos epigenéticos, como la metilación del ADN, que regulan la sensibilidad futura al estrés.

Recordemos que la metilación del ADN es uno de los principales mecanismos epigenéticos mediante los cuales el entorno regula la actividad de los genes sin alterar la secuencia genética. Consiste en la adición de pequeños grupos químicos —llamados metilos— a determinadas zonas del ADN, lo que actúa como un interruptor biológico: puede apagar o encender genes según las condiciones ambientales. Estas alteraciones no cambian el código genético, pero sí la manera en que se interpreta, dejando una huella molecular que puede persistir durante toda la vida.

«Las alteraciones epigenéticas observadas en el gen NR3C1, que coordina la síntesis de los receptores de glucocorticoides, son un ejemplo de cómo el ambiente emocional de la madre puede reescribir el manual genético del hijo» explica el estudio. Este fenómeno, conocido como programación fetal, actúa como una forma biológica de memoria: el cuerpo del bebé aprende a vivir en un mundo estresante antes incluso de nacer.

Los estudios de neuroimagen muestran que el estrés y la ansiedad materna pueden dejar su huella en el cerebro del bebé, modificando los pliegues de la corteza, la superficie donde se asienta el pensamiento.

Los estudios de neuroimagen muestran que el estrés y la ansiedad materna pueden dejar su huella en el cerebro del bebé, modificando los pliegues de la corteza, la superficie donde se asienta el pensamiento. Foto: Volodymyr Hryshchenko

Un cerebro moldeado por las emociones de la madre

Las imágenes de resonancia magnética prenatal y neonatal han revelado cómo ese estrés se imprime en la anatomía del cerebro. En bebés de madres con altos niveles de ansiedad, los investigadores hallaron una reducción en el volumen del hipocampo izquierdo —una región clave para la memoria y el aprendizaje— y alteraciones en la conectividad de la amígdala, centro del procesamiento emocional.

Curiosamente, las microestructuras de la amígdala parecen mantenerse intactas, pero sus conexiones con la corteza prefrontal y otras áreas del cerebro cambian, lo que podría traducirse en dificultades para regular las emociones.

La exposición a distintos tipos de estrés produce efectos diferentes. La ansiedad materna se asocia con un aumento de la girificación, los pliegues de la corteza cerebral, un rasgo también observado en trastornos como el autismo. En cambio, la depresión se relaciona con alteraciones metabólicas que afectan a la coordinación motora del bebé. Los niños prematuros, además, muestran mayor sensibilidad a estas modificaciones, lo que sugiere que la madurez del cerebro al nacer condiciona su vulnerabilidad.

Aun así, la ciencia no ofrece un veredicto unánime. Algunos estudios no encuentran diferencias cognitivas significativas entre los hijos de madres estresadas y los del grupo control; otros, incluso, apuntan a ligeras mejoras en la atención o la adaptación.

🗣️ «La relación entre estrés y desarrollo cognitivo no es lineal ni simple —admite Tadanki. Y lo explica—: Depende del momento del embarazo, del tipo de estrés, del apoyo social y hasta del sexo del bebé».

Lecciones de desastres naturales y conflictos

El artículo revisa varios episodios históricos que sirvieron de experimentos naturales para estudiar el impacto del estrés colectivo sobre el embarazo: ✅ Uno de los más célebres es Project Ice Storm, que analizó a mujeres embarazadas durante la gran tormenta de hielo que paralizó Canadá en 1998. Los hijos de las madres que más estrés sufrieron nacieron con menor peso y mostraron, a los treinta meses, dificultades de atención y resolución de problemas. El efecto fue más pronunciado cuando la exposición ocurrió en el primer trimestre.

✅ Un patrón similar se observó tras el terremoto de Chile de 2010, uno de los más potentes del siglo. Los fetos expuestos en las primeras semanas de gestación presentaron cabezas más pequeñas y retrasos motores posteriores.

✅ En Iowa, las inundaciones de 2008 ofrecieron otra oportunidad de observación: allí, la prolongación del desastre —más que su intensidad— se asoció con un mayor riesgo de parto prematuro y un sistema inmunitario más débil en los recién nacidos.

Los investigadores hablan de una auténtica ventana de vulnerabilidad en el tercer trimestre, cuando el cerebro y los sistemas hormonales afinan sus últimas conexiones.

La huella de las guerras y el trauma intergeneracional

Más allá de los desastres naturales, los conflictos bélicos y las crisis humanitarias dejan marcas aún más profundas. En la República Democrática del Congo, un estudio citado por Tadanki documentó cambios epigenéticos en el ADN de madres y bebés expuestos a la violencia del genocidio. Las mujeres que vivieron episodios de guerra, violaciones o desplazamientos presentaban mayores niveles de metilación del ADN, un signo de envejecimiento celular acelerado, y sus hijos mostraban retrasos en el desarrollo motor y del lenguaje.

Algo similar ocurre en Gaza, donde las sucesivas guerras han convertido el embarazo en un proceso atravesado por el miedo. «El cortisol y otras sustancias del estrés atraviesan la placenta, generando una especie de eco biológico del trauma», describe el artículo.

Esa transmisión del sufrimiento se conoce como trauma intergeneracional, y también se ha documentado en descendientes de supervivientes del Holocausto o del 11-S. Los mecanismos son múltiples —hormonales, epigenéticos y emocionales—, pero el resultado se repite: niños más vulnerables a la ansiedad, la depresión y el trastorno de estrés postraumático.

El papel de la desigualdad en la salud materna

No todos los embarazos estresantes tienen las mismas consecuencias. La revisión subraya que los efectos biológicos del estrés se amplifican en contextos de pobreza, discriminación o falta de apoyo social. En regiones con sistemas de salud frágiles, las mujeres embarazadas suelen carecer de atención prenatal adecuada, lo que agrava los riesgos.

Tadanki y su equipo analizan los datos del sistema OASIS del estado de Georgia (Estados Unidos), que muestran una relación indirecta entre la disponibilidad de cuidados médicos y la reducción de la mortalidad fetal e infantil entre 2013 y 2023. Aunque no se puede hablar de causalidad, los autores advierten de que «más cuidados prenatales implican mejores resultados para madres y bebés».

Los investigadores insisten en que abordar el estrés materno no puede limitarse a recetar yoga o meditación. «Es un problema estructural, no individual», sostienen. El acceso desigual a vivienda, empleo o servicios sanitarios, la violencia de género y la precariedad económica son fuentes de estrés tan potentes como un trauma psicológico. Combatirlas es, en última instancia, una política de salud pública.

En Gaza, donde las sucesivas guerras han convertido el embarazo en un proceso atravesado por el miedo, el estrés de las madres atraviesa la placenta para llegar al feto y generar una especie de eco biológico del trauma, según los autores del estudio.

En Gaza, donde las sucesivas guerras han convertido el embarazo en un proceso atravesado por el miedo, el estrés de las madres atraviesa la placenta para llegar al feto y generar una especie de eco biológico del trauma, según los autores del estudio. Foto: Mohammed Ibrahim

El legado invisible del cortisol

Las consecuencias del estrés prenatal no terminan con el parto. El eje HPA del bebé —su propio sistema de respuesta al estrés— puede quedar hiperactivado, haciendo que responda de forma exagerada a estímulos menores.

En la edad adulta, esa hipersensibilidad se ha vinculado a trastornos como la ansiedad, la depresión o incluso la esquizofrenia. Experimentos con animales muestran que basta una sola exposición a un pseudovirus durante la gestación para alterar permanentemente la química cerebral de la descendencia.

En humanos, los hijos de madres con altos niveles de ansiedad durante la gestación presentan más problemas de atención, hiperactividad o regulación emocional. Un estudio citado por la revisión señala que los niños de cuatro años cuyas madres reportaron ansiedad en la semana 32 del embarazo eran el doble de propensos a mostrar dificultades conductuales. En algunos casos, las diferencias se mantenían hasta los trece años. Todo apunta, dicen los autores, a un proceso de programación intrauterina que condiciona la biología del estrés desde la cuna.

Cómo romper el ciclo del estrés materno

Si el estrés se hereda, también puede interrumpirse. La revisión propone estrategias para reducir la carga emocional durante el embarazo: desde programas de apoyo comunitario y terapia cognitivo-conductual hasta intervenciones basadas en mindfulness.

Estas prácticas, respaldadas por estudios clínicos, reducen los niveles de cortisol y mejoran la regulación emocional tanto en la madre como en el bebé. Pero los autores van más allá: reclaman políticas públicas que reconozcan el estrés materno como un problema social y sanitario.«Garantizar permisos de maternidad pagados, vivienda asequible y atención prenatal universal es invertir en la salud de las próximas generaciones», concluyen.

Tadanki y sus colegas cierran su revisión con un mensaje que trasciende la biología: el útero no es una cápsula aislada del mundo. En cada embarazo se reflejan las tensiones, desigualdades y esperanzas de una sociedad. Cuidar la salud mental de las madres, recuerdan, es cuidar el futuro de todos. ▪️

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