El ADN rescatado del ejército de Napoleón desvela las bacterias que ayudaron a su derrota en Rusia

Dos siglos después, los dientes de los soldados de Napoleón cuentan su historia: la ciencia ha encontrado en ellos las bacterias que contribuyeron, junto al hambre, el frío y el cansancio, al desastre de la Grande Armée durante la retirada de Rusia.

Por Enrique Coperías

La retirada de Napoleón de Moscú marcó el final de su ambición imperial. El temido General Invierno no fue la única causa del desastre: el hambre, las enfermedades y el caos precipitaron la ruina de la Grande Armée.

La retirada de Napoleón de Moscú marcó el final de su ambición imperial. El temido General Invierno no fue la única causa del desastre: el hambre, las enfermedades y el caos precipitaron la ruina de la Grande Armée. Crédito: Pintura al óleo sobre lienzo de Adolph Northen, 1851 / Tratamiento digital: IA (ChatGPT)

Durante más de dos siglos, los historiadores han debatido qué mató realmente al ejército de Napoleón en su desastrosa retirada de Rusia en el invierno de 1812. ¿Fue el hambre, el frío o una epidemia de tifus?

Ahora, un equipo internacional de científicos del Instituto Pasteur liderado por el microbiólogo Nicolás Rascovan aporta una respuesta inesperada: los culpables no fueron los sospechosos habituales, sino dos bacterias patógenas olvidadas: la Salmonella enterica Paratyphi C y la Borrelia recurrentis. La primera provoca la fiebre paratifoidea y la segunda, la fiebre recurrente, transmitida por piojos.

El estudio, publicado en la revista Current Biology, utiliza las herramientas más avanzadas de la paleogenómica —el análisis de ADN antiguo— para leer las huellas genéticas de las enfermedades infecciosas que asolaron a los soldados del emperador francés. Sus resultados reescriben uno de los capítulos más dramáticos de la historia militar europea.

La retirada de 1812: entre la nieve y los microbios

En junio de 1812, Napoleón Bonaparte cruzó el río Niemen al frente de un ejército gigantesco —entre medio millón y 600.000 hombres— decidido a someter al Imperio ruso. Pero la llamada Grande Armée nunca volvió a ser la misma. Tras conquistar una Moscú incendiada y vacía, el emperador emprendió una retirada infernal hacia el oeste. Entre octubre y diciembre de aquel año, su ejército fue aniquilado: más de 300.000 hombres murieron.

Durante generaciones, se culpó al invierno ruso y al acoso de las tropas zaristas. Sin embargo, los testimonios médicos y de oficiales de la época apuntaban ya a otro enemigo invisible.

En sus memorias, el doctor J. R. L. de Kirckhoff, testigo de la retirada, describía soldados aquejados de «fiebres, diarreas, disenterías e ictericias». La mayoría de los historiadores asumió que se trataba de tifus, una infección transmitida por piojos que había diezmado ejércitos desde hacía siglos. Pero nunca se había podido demostrar con certeza.

Paleogenómica y ADN antiguo: ciencia forense del pasado

Para resolver el misterio, el equipo de Rascovan analizó restos humanos recuperados en un enorme enterramiento colectivo descubierto en 2002 en Vilna (Lituania). Allí yacen miles de soldados franceses muertos durante la retirada. De trece de ellos, los investigadores extrajeron ADN de la pulpa dental —una de las pocas estructuras capaces de conservar material genético durante siglos— y lo sometieron a secuenciación masiva,. De este modo lograron generar cerca de 20 millones de fragmentos genéticos por muestra.

El análisis bioinformático, basado en algoritmos capaces de distinguir microorganismos entre miles de especies, reveló señales inequívocas de Salmonella enterica Paratyphi C en cuatro individuos, y de Borrelia recurrentis, en dos. Por el contrario, no se hallaron rastros de Rickettsia prowazekii ni de Bartonella quintana, los agentes patógenos asociados de forma tradicional al tifus y a la fiebre de las trincheras, respectivamente

🗣️ «Resulta muy emocionante poder utilizar una tecnología actual para detectar y diagnosticar algo que permaneció enterrado durante doscientos años», afirma Rascovan.

Fosa común en Vilna (Lituania) con restos de miles de soldados del Ejército Imperial Francés, víctimas del hambre, el frío y las enfermedades durante la retirada de Rusia

Fosa común en Vilna (Lituania) con restos de miles de soldados del Ejército Imperial Francés, víctimas del hambre, el frío y las enfermedades durante la retirada de Rusia. Cortesía: Michel Signoli / Aix-Marseille Université, CNRS, EFS

En su opinión, la paleogenómica está transformando la manera en que entendemos la historia de las epidemias: «Acceder a los datos genómicos de los agentes patógenos que circularon en poblaciones históricas nos ayuda a comprender cómo evolucionaron, se propagaron y desaparecieron las enfermedades infecciosas a lo largo del tiempo, así como a identificar los contextos sociales o ambientales que influyeron en esos procesos. Esta información nos aporta conocimientos muy valiosos para comprender mejor y combatir las enfermedades infecciosas en la actualidad».

La comida contaminada que mató al ejército de Napoleón

La fiebre paratifoidea es una infección intestinal transmitida por alimentos o agua contaminados con heces. Provoca fiebre alta, diarrea, vómitos, dolores abdominales y debilidad extrema. En el siglo XIX era endémica en Europa, aunque su diagnóstico se confundía fácilmente con el de tifus o la disentería. La descripción que hizo el doctor Kirckhoff de soldados bebiendo el jugo de remolachas encurtidasburaki kwaszone— recogidas en barriles por las aldeas lituanas encaja perfectamente con un brote de salmonelosis: alimentos conservados en salmuera y contaminados.

«Es muy posible que los soldados, agotados y hambrientos, se intoxicasen al consumir estos productos fermentados contaminados por heces», señala el estudio. Esa vía de contagio habría propagado la infección rápidamente en los campamentos improvisados y las filas de un ejército sin higiene ni víveres.

El segundo agente patógeno identificado, la bacteria Borrelia recurrentis, causa una enfermedad transmitida por piojos corporales. Se caracteriza por episodios de fiebre alta que aparecen y desaparecen cada pocos días, acompañados de fuertes dolores musculares y un estado de debilidad que puede ser letal en condiciones extremas. Aunque menos mortal que el tifus, habría contribuido a agravar el colapso físico de los soldados.

Validación científica: ADN auténtico, no contaminación

Para confirmar que las bacterias detectadas no eran contaminación moderna, los investigadores aplicaron un riguroso protocolo de autenticación basado en los patrones de degradación del ADN antiguo. Los fragmentos bacterianos, de apenas entre cuarenta y sesenta pares de bases, mostraban las típicas firmas de daño químico acumulado durante siglos, lo que certifica su origen histórico.

Mediante análisis filogenéticosárboles evolutivos basados en comparaciones genómicas—, los científicos situaron las cepas de Salmonella dentro de la variedad Paratyphi C, una línea que ya circulaba en Europa desde la Edad Media. Curiosamente, algunas cepas antiguas recuperadas en enterramientos del siglo XVI en Alemania o del XIV en Inglaterra son casi idénticas.

La Borrelia encontrada en Vilna, por su parte, se situó en una rama evolutiva antigua, emparentada con cepas medievales detectadas en Inglaterra y Escandinavia. Eso sugiere que ambos agentes patógenos llevaban siglos afectando a poblaciones europeas y que seguían circulando en el continente en tiempos napoleónicos.

«Esto demuestra el poder de la tecnología del ADN antiguo para desentrañar la historia de las enfermedades infecciosas, algo que no podríamos reconstruir solo con muestras modernas», señala Rascovan.

Hambre, frío y microbios: la tormenta perfecta

Los autores del estudio insisten en que ni la fiebre paratifoidea ni la fiebre recurrente explican por sí solas la magnitud de la tragedia. «No hay una única causa —señala Rascovan. Fue la combinación del hambre, el frío, la fatiga y múltiples infecciones simultáneas lo que llevó a la catástrofe».

Las condiciones de la retirada de Rusiatemperaturas de hasta 30 grados bajo cero, escasez de alimentos, hacinamiento y falta de higiene— crearon el escenario perfecto para la propagación de cualquier agente infeccioso.

En esos meses, un simple brote de diarrea podía ser mortal. Los soldados debilitados por la fiebre y el hambre caían uno tras otro en los caminos helados de Lituania y Bielorrusia. De los 600.000 hombres que cruzaron la frontera rusa, apenas regresaron 30.000.

Cráneo de un soldado del ejército de Napoleón junto a un botón de su uniforme hallado en el enterramiento de Vilna.

Cráneo de un soldado del ejército de Napoleón junto a un botón de su uniforme hallado en el enterramiento de Vilna. Cortesía: Michel Signoli / Aix-Marseille Université

Reescribir la historia con ADN

El hallazgo no solo arroja luz sobre un episodio histórico, sino que demuestra el poder de la genómica para resolver enigmas del pasado. La paleogenómica ha permitido en los últimos años identificar las bacterias de la peste negra, la viruela vikinga o la lepra medieval. Ahora se aplica al estudio de las guerras modernas.

🗣️ «Cada diente antiguo es una cápsula del tiempo —resume Rascovan—. Nos permite acceder directamente a los patógenos que convivieron con el ser humano en un momento concreto de la historia».

Pero no es tarea sencilla. “En la mayoría de los restos humanos antiguos, el ADN de los agentes patógenos está extremadamente fragmentado y solo se conserva en cantidades muy pequeñas, lo que dificulta enormemente obtener genomas completos —añade el investigador—. Y continúa—: Por eso necesitamos métodos capaces de identificar de forma inequívoca los agentes infecciosos a partir de estas señales débiles, e incluso, en algunos casos, determinar su linaje, para explorar la diversidad patogénica del pasado».

El método empleado por su equipo —una combinación de secuenciación masiva, filtrado metagenómico y verificación filogenética— se considera hoy uno de los protocolos más exigentes para trabajar con ADN degradado. La validación de lecturas mediante algoritmos de probabilidad y comparación con bases de datos genómicas minimiza el riesgo de falsos positivos.

«Gracias a esta aproximación, podemos identificar bacterias incluso con cantidades minúsculas de ADN», explica Julien Fumey, bioinformático del Instituto Pasteur y coautor del trabajo.

Implicaciones actuales y futuras

Más allá del interés histórico, el estudio recuerda la fragilidad de los ejércitos ante las enfermedades infecciosas. Las enfermedades intestinales y transmitidas por piojos continuaron causando estragos en los campos de batalla hasta bien entrado el siglo XX. Solo la mejora de la higiene, los antibióticos y las vacunas puso fin a esas epidemias recurrentes.

Para los investigadores, este trabajo es solo el comienzo. Los restos analizados representan una pequeña fracción de los más de 3.000 esqueletos hallados en Vilna.

«Queremos ampliar el estudio a decenas de individuos más para entender qué combinación de patógenos circulaba realmente —afirma Rascovan—. Es probable que coexistieran varios brotes simultáneos, algo común en contextos de guerra y hambre».

Los enemigos microscópicos de la Grande Armée

El nuevo retrato que emerge del invierno de 1812 es más complejo y humano. A la devastación del frío y las balas se sumaron los enemigos invisibles: bacterias transmitidas por alimentos contaminados y piojos, actuando sobre cuerpos exhaustos. La imagen romántica del ejército destruido por la nieve se completa ahora con la de una epidemia silenciosa que viajó con ellos en su propia piel y en sus víveres.

«Estos resultados no quitan dramatismo a la historia —dice Rascovan. Y concluye—: Al contrario: la hacen más real. Nos recuerdan que, detrás de las grandes epopeyas, siempre están las enfermedades que acompañan al ser humano».

Más de doscientos años después, el ADN de aquellos soldados helados en las estepas rusas ha empezado a hablar. Y lo que cuenta no es una historia de gloria militar, sino de vulnerabilidad biológica: la de un ejército derrotado no solo por el invierno, sino por microbios que también hicieron su guerra.▪️

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