Cuando el cerebro aprende a olvidar: describen por primera vez las señales cerebrales asociadas al olvido de recuerdos desagradables
Un grupo internacional de neurocientíficos ha identificado, con registros cerebrales directos en pacientes, cómo el cerebro genera nuevas huellas de seguridad para «apagar» el miedo. El hallazgo abre la puerta a tratamientos más efectivos contra la ansiedad, las fobias y el estrés postraumático.
Por Enrique Coperías
Olvidar no siempre es un fallo de la memoria: a veces es la clave para seguir adelante. Un nuevo estudio muestra, gracias a registros cerebrales directos en pacientes, cómo el cerebro aprende a apagar los recuerdos de miedo y transformar la amenaza en seguridad. Foto: Europeana
Olvidar no es un fallo de la memoria: en muchas ocasiones, es un mecanismo de supervivencia. Poder soltar el peso de un recuerdo desagradable, como una experiencia traumática o un miedo irracional, puede marcar la diferencia entre una vida paralizada por la ansiedad y una existencia más libre. Pero ¿qué ocurre en el cerebro cuando aprendemos a dejar de asociar un estímulo con el miedo?
Un nuevo estudio científico publicado en la revista Nature Human Behaviour arroja luz inédita sobre este proceso, al analizar directamente la actividad cerebral de distintas regiones cerebrales en pacientes con epilepsia a quienes se les habían implantado electrodos intracraneales con fines médicos.
La investigación, liderada por un consorcio internacional de neurocientíficos de la Universidad Autónoma de Barcelona, en España, la Universidad Ruhr de Bochum, en Alemania, y el Instituto del Cerebro de París, en Francia, ofrece una visión privilegiada de la llamada extinción del miedo: el proceso por el cual el cerebro humano aprende que una señal antes peligrosa ya no supone una amenaza.
Las señales electrofisiológicas asociadas al olvido
Lejos de borrar la huella original, este aprendizaje construye una nueva memoria de seguridad que compite con la del miedo. Y como podemos leer en el artículo científico, el equilibrio entre ambas depende de un fino engranaje de oscilaciones eléctricas y representaciones contextuales distribuidas por varias áreas cerebrales.
El equipo de neurocientíficos describe por primera vez las señales electrofisiológicas asociadas al olvido de recuerdos de experiencias que producen aversión en seres humanos. Para logralo, utilizaron una técnica reciente que permite estudiar las características de la memoria llamada análisis de similitud representacional (RSA, por su sigla en inglés), que proporciona información sobre cómo las regiones cerebrales representan la información.
«La técnica permite alcanzar una comprensión más detallada y mecanicista de las memorias episódicas, y superar los enfoques tradicionales basados únicamente en la activación cerebral», explica el investigador del Departamento de Psicología Básica, Evolutiva y de la Educación de la UAB Daniel Pacheco-Estefan, primer autor del artículo.
¿Cómo se estudia el miedo en el laboratorio?
Para desentrañar los mecanismos neurológicos de la extinción del miedo, los investigadores recurrieron a un paradigma clásico: el condicionamiento del miedo. Durante la fase de adquisición, los participantes —49 pacientes con epilepsia— veían imágenes de tres objetos eléctricos neutros (un secador de pelo, un ventilador y una tostadora). Dos de ellos, en concreto, los llamados estímulos condicionados positivos o CS+, aparecían emparejados con un sonido desagradable (un grito), mientras que el tercero (CS−) nunca lo hacía.
Al cabo de unas cuantas repeticiones, los pacientes aprendían a asociar los objetos CS+ con la amenaza.
En la fase de extinción, sin embargo, una de esas asociaciones se rompía: uno de los CS+ dejaba de ir acompañado del grito, mientras que el otro se mantenía igual. Así, se generaban tres categorías de estímulos:
✅ CS++: siempre amenazantes.
✅ CS+−: antes amenazantes, ahora seguros.
✅ CS−−: siempre seguros.
A lo largo del experimento, los pacientes debían calificar el grado de amenaza de cada estímulo. Mientras tanto, los electrodos implantados en regiones concretas del encéfalo, como la amígdala, el hipocampo, la corteza prefrontal lateral y la corteza temporal medial, registraban su actividad neuronal con una precisión temporal milimétrica.
El lenguaje eléctrico del olvido
Uno de los hallazgos más llamativos de este experimento fue la aparición de una señal clara de seguridad en la amígdala, la región tradicionalmente asociada al procesamiento del miedo.
Durante la extinción, las oscilaciones theta (de 4 a 8 hercios) eran más intensas cuando los pacientes veían estímulos seguros (CS−−) en comparación con los amenazantes (CS+). En otras palabras, la amígdala emitía un suspiro eléctrico que distinguía entre lo inofensivo y lo peligroso.
«Este resultado concuerda con investigaciones previas que han identificado un rasgo representacional generalizado para los recuerdos desagradables, que favorece su reaparición como intrusiones involuntarias y descontextualizadas en sujetos que han vivido experiencias traumáticas», destaca Pacheco-Estefan.
Este patrón refuerza la idea de que la extinción del miedo no borra el recuerdo traumático, sino que genera un nuevo rastro neural que se apoya en frecuencias específicas para señalar la seguridad. Algo así como un semáforo que cambia de rojo a verde, pero sin desmontar el poste original.
La extinción del miedo no elimina el recuerdo traumático: crea un nuevo rastro en el cerebro que señala la seguridad, como un semáforo que pasa de rojo a verde sin borrar la huella original. Foto: Daniil Zameshaev
Memorias que se estabilizan y contextos que marcan la diferencia
Otro fenómeno observado fue la llamada estabilidad de los ítems. Durante la extinción, las representaciones neuronales de los estímulos que antes daban miedo (CS+) se volvían más consistentes tanto en la amígdala como en la corteza temporal medial. Esto significa que el cerebro estaba consolidando una nueva identidad para esos estímulos: ya no eran peligrosos, sino familiares y previsibles.
La corteza prefrontal lateral, por su parte, mostró un papel crucial en la codificación del contexto. Esta región lograba diferenciar si un estímulo aparecía en un entorno de miedo o de seguridad, y esa representación contextual se coordinaba con la amígdala en cuestión de milisegundos.
De hecho, el análisis temporal reveló que la corteza prefrontal lateral solía adelantarse, lo que sugiere que actúa como directora de orquesta que prepara a la amígdala para interpretar la señal correcta.
Cuando el contexto hace que vuelva el miedo
La parte más delicada del hallazgo tiene que ver con la renovación del miedo. Los científicos comprobaron que, en las pruebas posteriores, los pacientes que habían mostrado una codificación muy específica del contexto en la corteza prefrontal eran también los más propensos a reactivar las memorias de miedo, en lugar de las de seguridad. Dicho de otro modo: si el cerebro había aprendido que un estímulo era seguro solo en un contexto muy particular, fuera de ese escenario tendía a reaparecer el temor original.
Para Pacheco-Estefan, «este hallazgo tiene implicaciones relevantes para comprender por qué vuelven los recuerdos de miedo que ya se han extinguido, una vez los pacientes están fuera del contexto terapéutico». «Parece que los recuerdos de extinción se almacenan como recuerdos de episodios únicos: para el paciente, la situación segura puede considerarse como una excepción que es poco probable que se repita», añade Nikolai Axmacher, investigador de la Universidad del Ruhr y coordinador del trabajo.
Este fenómeno coincide con lo que se observa en clínica: las terapias de exposición contra las fobias o el trastorno de estrés postraumático funcionan mejor cuando se generalizan a múltiples contextos, y no solo al entorno controlado de la consulta psicológica. De lo contrario, el paciente puede sentirse seguro únicamente en el espacio terapéutico, pero volver a experimentar miedo al enfrentarse al estímulo en la vida real.
Competencia entre recuerdos: el tira y afloja del cerebro
El estudio aporta también evidencia de que las memorias de miedo y de extinción no se borran mutuamente, sino que compiten en tiempo real. En la corteza temporal medial, las señales eléctricas fluctuaban en función de cuál de las dos memorias dominaba en cada momento.
Así, la sensación subjetiva de seguridad de los pacientes se correlacionaba con la fuerza de reinstalación de la memoria de extinción frente a la del miedo.
Es como si dos narradores lucharan por contar la misma historia desde perspectivas opuestas: uno repite que el estímulo es peligroso, el otro insiste en que ya no lo es. El desenlace depende de la coordinación neuronal entre regiones frontales (encargadas del control ejecutivo) y regiones emocionales (como la amígdala y el lóbulo temporal).
Implicaciones clínicas y terapéuticas
Más allá de su valor académico, estos resultados científicos ofrecen claves valiosas para la psicología clínica. Los trastornos de ansiedad y el estrés postraumático suelen caracterizarse por déficits en el aprendizaje de extinción: el miedo persiste incluso cuando ya no tiene sentido.
Comprender qué señales cerebrales marcan la seguridad y cómo se consolidan los recuerdos de extinción podría ayudar a diseñar tratamientos personalizados.
Por ejemplo, la detección de oscilaciones theta en la amígdala podría servir como biomarcador de progreso en las terapias de exposición. Asimismo, las técnicas psicológicas que favorezcan una codificación menos dependiente del contexto —como variar los entornos durante la terapia o emplear realidad virtual inmersiva— podrían reducir la probabilidad de recaída.
Aprender a olvidar es un proceso activo
Tanto Pacheco-Estefan como el resto de los autores del ensayo son cautelosos al interpretar los resultados. La muestra se compuso de pacientes con epilepsia, cuyos perfiles de memoria pueden diferir de los de la población general. Además, el estímulo aversivo usado —un grito— es menos intenso que los choques eléctricos empleados en experimentos con animales o voluntarios sanos. Sin embargo, el hecho de que los patrones de aprendizaje y extinción se ajustaran a lo esperado respalda la validez del modelo.
De cara al futuro, el equipo propone profundizar en la interacción entre oscilaciones theta y gamma, explorar cómo se coordinan múltiples contextos en el cerebro humano y trasladar estos conocimientos a intervenciones clínicas concretas.
Este estudio pionero, que combina registros intracraneales de alta resolución con un paradigma de condicionamiento del miedo, revela, entre otras cosas que:
✅ La amígdala emite un patrón eléctrico de seguridad durante la extinción.
✅ El cerebro estabiliza las representaciones neuronales de los estímulos que dejan de dar miedo.
✅ La corteza prefrontal lateral codifica el contexto y modula la amígdala.
✅ Una codificación demasiado específica del contexto favorece la reaparición del miedo.
✅ Miedo y extinción coexisten como memorias en competencia, que se activan según las circunstancias.
En definitiva, aprender a olvidar es mucho más que un acto pasivo: es un proceso activo en el que distintas regiones del cerebro negocian constantemente qué historia contar. La de la amenaza o la de la seguridad. Entender este diálogo neuronal abre la puerta a terapias más sólidas contra los recuerdos traumáticos que duelen.▪️
Información facilitada por la Universidad Autónomo de Barcelona
Fuente: Pacheco-Estefan, D., Bouyeure, A., Jacob, G. et al. Representational dynamics during extinction of fear memories in the human brain. Nature Human Behavior (2025). DOI: https://doi.org/10.1038/s41562-025-02268-5