Cómo los niños aprenden a entender las emociones: de los rostros al razonamiento
Nuestros pequeños no solo ven emociones, las aprenden. Entre gestos y experiencias, el cerebro del niño pasa de leer caras a razonar sentimientos con sorprendente sofisticación.
Por Enrique Coperías
El nuevo estudio redefine nuestra comprensión del desarrollo emocional infantil: demuestra que los niños no nacen sabiendo interpretar emociones, sino que aprenden gradualmente a hacerlo, evolucionando de observar expresiones faciales a comprender el significado emocional que hay detrás de ellas. Foto: Janko Ferlič
¿Cómo aprenden los niños a entender las emociones ajenas? Hasta hace poco, la respuesta más habitual apuntaba a los gestos faciales: una sonrisa, una ceja fruncida, un puchero.
Sin embargo, una nueva investigación publicada en la revista Nature Communications muestra que el desarrollo emocional infantil va mucho más allá de la simple lectura de expresiones. El estudio, liderado por investigadores de la Universidad de Pekín, en China, y la Universidad de Wisconsin–Madison, en Estados Unidos, concluye que con el paso de los años, los niños sustituyen el análisis visual de los rostros por un conocimiento conceptual más profundo sobre las emociones.
El hallazgo no solo cuestiona décadas de teorías sobre la inteligencia emocional en la infancia, sino que también apunta a una nueva forma de comprender cómo nos volvemos emocionalmente competentes. De los cinco a los diez años, la forma en que los niños interpretan lo que sienten los demás cambia de manera notable: dejan de apoyarse únicamente en lo que ven y empiezan a basarse en lo que saben.
Más allá de los gestos
Desde la psicología clásica, se ha asumido que el reconocimiento emocional en los niños parte de un análisis de gestos: una especie de lectura instintiva del rostro humano. Pero esta visión ha sido puesta en duda por teorías recientes que ponen el foco en el papel de la experiencia social, la cultura y el lenguaje.
«El rostro no lo dice todo», resumen los autores Shuran Huang, Seth D. Pollak y Wanze Xie. Para entender realmente qué siente alguien, hay que saber quién es, qué está pasando y cómo se siente uno mismo en situaciones parecidas.
Y ese conocimiento no viene de serie: se construye. De ahí que el objetivo del estudio fuera descubrir cuándo y cómo los niños hacen esa transición de lo perceptivo a lo conceptual.
Cómo se investigó la evolución emocional en los niños
Para abordar esta cuestión, el equipo diseñó una investigación con tres experimentos complementarios aplicados a 152 niños de entre 5 y 10 años, comparando sus resultados con los de 41 adultos jóvenes:
✅ Estudio 1: percepción facial. Se utilizó una técnica de EEG conocida como FPVS (Fast Periodic Visual Stimulation) para observar cómo reacciona el cerebro a rostros que cambian de expresión rápidamente. Incluso los niños más pequeños respondieron bien a las diferencias entre rostros de alegría, miedo o tristeza.
✅ Estudio 2: conocimiento conceptual de emociones. Se pidió a los niños que valoraran cómo estaban relacionados términos como llorar o temblar con emociones del tipo miedo o ira. Así se midió su estructura conceptual emocional.
✅ Estudio 3: evaluación de juicios emocionales. Se usaron dos tareas: una de clasificación y otra de emparejamiento. Los niños debían asignar expresiones faciales a escenarios emocionales, como un lobo asustando a alguien, o relacionar emociones similares entre diferentes rostros.
El cambio clave: de lo visual a lo conceptual
El hallazgo central de los tres estudios es cristalino: aunque los niños de cinco años ya pueden distinguir entre expresiones faciales básicas, a medida que crecen, su capacidad de interpretación emocional no mejora por ver mejor los gestos, sino por entender mejor el significado de las emociones.
La clave está en la transición de lo visual a lo conceptual. A los cinco o seis años, el cerebro ya muestra una reacción clara ante cambios de expresiones en una secuencia rápida de imágenes. Incluso son capaces de diferenciar emociones negativas entre sí, como tristeza y enfado. Pero el estudio observó que esa habilidad no mejora mucho con la edad.
Lo que sí cambia es la forma en que los niños organizan sus conocimientos emocionales. Por ejemplo, a los cinco años consideran que el miedo y la tristeza están poco relacionados, pero a los diez ya los ven como emociones más próximas. El conocimiento conceptual emocional se vuelve más sofisticado, más interconectado y menos superficial.
El peso del contexto
«Una misma expresión puede significar cosas distintas según el contexto», recuerda Huang. Los niños aprenden que una sonrisa no siempre indica felicidad y que una cara de enfado puede ser fingida, justificada o incluso deseable según la situación.
Ese aprendizaje no depende de ver más caras, sino de acumular experiencia social, de hablar sobre emociones, de ver cómo reaccionan los demás en situaciones cotidianas.
Esa es precisamente la diferencia entre un sistema basado en lo perceptivo y otro conceptual. El primero identifica lo que ve, el segundo interpreta lo que significa. Por eso, la comprensión emocional madura exige desarrollar marcos conceptuales más amplios que incluyan lenguaje, cultura y experiencia.
El hallazgo más relevante fue que los niños más pequeños se apoyan sobre todo en señales visuales (gestos faciales), mientras que a medida que crecen, confían más en lo que saben sobre las emociones, su contexto y significado. Imagen generada con DALL-E
Del rostro al razonamiento
En el análisis de los datos, los investigadores comprobaron que la capacidad de discriminar gestos faciales predice mejor la comprensión emocional en los niños más pequeños, mientras que el conocimiento conceptual es un mejor predictor en los mayores.
De hecho, en adultos, solo el conocimiento conceptual sirve para anticipar cómo interpretarán una emoción.
Este cambio progresivo encaja con teorías como la del modelo de emoción construida. Propuesto por la psicóloga Lisa Feldman Barrett, sostiene que las emociones no son reacciones automáticas universales, sino experiencias mentales que se construyen activamente a partir de tres elementos:
Sensaciones corporales (valencia, activación física, etc.).
Experiencias pasadas (memoria, aprendizaje cultural).
Conocimiento conceptual y lenguaje emocional.
Según este modelo, no sentimos ira porque algo nos enfada de forma directa, sino porque nuestro cerebro interpreta señales internas y externas usando conceptos aprendidos, como esto es enfado. Por eso, las emociones pueden variar entre culturas, situaciones e individuos. que defiende que la emoción no se descubre, sino que se construye a partir de señales físicas, contexto social y aprendizaje.
Por qué es importante diferenciar entre emociones negativas
Una observación llamativa del estudio es que, aunque los niños mayores tienden a diferenciar mejor entre emociones negativas como el enfado y la tristeza, también las consideran más similares entre sí desde un punto de vista conceptual.
Esto se debe a que comprenden mejor las situaciones complejas donde varias emociones pueden coexistir: por ejemplo, sentir miedo y enfado al mismo tiempo.
Este doble fenómeno —mayor diferenciación en la conducta y mayor similitud conceptual— sugiere que el desarrollo emocional no es lineal ni homogéneo. Más bien se trata de una sofisticación progresiva en varios niveles.
Aplicaciones educativas y sociales
Los resultados tienen implicaciones claras para la educación emocional. Si el desarrollo emocional depende más del conocimiento conceptual que de la lectura de rostros, entonces estrategias educativas centradas solo en enseñar a leer caras podrían quedarse cortas.
En cambio, fomentar el lenguaje emocional, la conversación sobre sentimientos, la lectura de literatura emocionalmente rica o la educación en valores culturales sobre las emociones puede ser mucho más eficaz para que los niños desarrollen una inteligencia emocional robusta.
Además, comprender cómo evoluciona la percepción de emociones puede ser clave en el diagnóstico precoz de trastornos del neurodesarrollo, como el autismo, donde los patrones de lectura emocional son diferentes.
Entender emociones no es ver caras, es construir significado
La investigación tiene sus límites: se trata de un estudio transversal, no longitudinal, por lo que no puede rastrear los cambios individuales a lo largo del tiempo. Además, las imágenes usadas eran estáticas y los contextos, simplificados. Los autores reconocen que el siguiente paso será estudiar cómo los niños procesan emociones en entornos naturales, con imágenes dinámicas y múltiples categorías emocionales.
Pero aun con esas limitaciones, el trabajo abre una nueva ventana a la mente infantil. Enseñar emociones no es enseñar a mirar, sino a pensar. Y cuanto antes comencemos a enriquecer el universo emocional de los pequeños, más preparados estarán para vivir en sociedad, relacionarse con los demás y comprenderse a sí mismos. ▪️
Información facilitada por la Universidad de Pekín
Fuente: Huang, S., Pollak, S.D. & Xie, W. Conceptual knowledge increasingly supports emotion understanding as perceptual contribution declines with age. Nature Communications (2025). DOI: https://doi.org/10.1038/s41467-025-62210-1