Genética y depresión: cómo el riesgo hereditario modifica el cerebro antes de que surjan los síntomas

¿Y si tu cerebro ya hablara de depresión antes de que tú lo sepas? Un estudio pionero revela cómo la carga genética puede alterar las respuestas cerebrales a recompensas y castigos, incluso antes de que aparezcan los primeros síntomas.

Por Enrique Coperías

Un estudio de Yale muestra cómo el riesgo genético de depresión afecta la actividad cerebral frente a recompensas y castigos, incluso en personas sin síntomas.

Un estudio de Yale muestra cómo el riesgo genético de depresión afecta la actividad cerebral frente a recompensas y castigos, incluso en personas sin síntomas. Foto: Francisco Gonzalez

La depresión, uno de los trastornos mentales más comunes del mundo, afecta a millones de personas y suele venir acompañada de una profunda falta de motivación, una incapacidad para disfrutar de la vida, una dificultad para tomar decisiones y un sentimiento de vacío persistente.

Pero ¿y si parte de esa vulnerabilidad estuviera escrita en nuestros genes? ¿Y si el cerebro ya comenzara a hablar del riesgo de depresión antes incluso de que los síntomas aparezcan?

Un nuevo estudio científico publicado en la revista Biological Psychiatry: Cognitive Neuroscience and Neuroimaging ofrece respuestas a estas preguntas desde una perspectiva innovadora. Investigadores de la Universidad de Yale, en Estados Unidos, exploraron cómo el riesgo genético de la depresión, evaluado a través de puntuaciones de riesgo poligénico (PRS, por sus siglas en inglés), se manifiesta en el funcionamiento cerebral de adultos jóvenes, incluso en ausencia de síntomas clínicos.

Hay que decir que el riesgo poligénico de depresión es una estimación estadística que combina cientos de variantes genéticas para calcular la probabilidad hereditaria de desarrollar este trastorno del ánimo. Cuanto mayor es la puntuación, mayor es la vulnerabilidad genética de una persona.

Los nuevos hallazgos no solo confirman que los cerebros de quienes tienen mayor vulnerabilidad genética responden de forma diferente ante las recompensas y los castigos, sino que además muestran diferencias entre hombres y mujeres. Esta investigación, pionera en su campo, abre nuevas vías para la detección precoz de la depresión y plantea nuevas posibilidades para diseñar tratamientos personalizados.

Genes, decisiones y emociones: el corazón del estudio

El equipo liderado por el doctor Chiang-Shan R. Li y la doctora Yu Chen reunió los datos de casi novecientas personas sanas, con edades comprendidas entre los 22 y 35 años, que formaban parte del ambicioso proyecto Human Connectome.

Este banco de datos incluye imágenes cerebrales, información genética y evaluaciones psicológicas de gemelos, mellizos y hermanos nacidos en diferentes partos. Una muestra ideal para estudiar cómo el ADN influye en el encéfalo, al margen de factores ambientales inmediatos.

Los participantes realizaron una tarea de apuestas mientras sus seseras eran escaneadas con resonancia magnética funcional (fMRI), una técnica de neuroimagen que permite observar la actividad del cerebro en tiempo real mediante la medición de los cambios en el flujo sanguíneo asociados a la actividad neuronal.

Durante el juego, los voluntarios podían ganar o perder dinero, lo que permitía analizar cómo sus cerebros reaccionaban frente a situaciones de recompensa o penalización. Paralelamente, se evaluó su riesgo genético de padecer depresión a través de la citada puntuación PRS basada en más de ocho millones de variantes genéticas previamente asociadas al trastorno en estudios genéticos globales.

Menor respuesta cerebral ante recompensas y castigos

Los resultados fueron contundentes: los participantes con una mayor puntuación PRS mostraban una actividad cerebral reducida en múltiples áreas durante la recepción de recompensas o sanciones. En particular, las regiones frontal, parietal y occipital , vinculadas todas ellas a la atención, la percepción visual y la toma de decisiones, mostraron una activación menor.

«La gente con mayor riesgo genético de depresión presentaba menos actividad en regiones del cerebro relacionadas con la atención y la toma de decisiones, como las cortezas frontal, parietal y occipital», recalca el doctor Li, investigador principal del estudio y profesor en los departamentos de Psiquiatría y Neurociencia de la Universidad de Yale.

Un hallazgo especialmente llamativo fue el comportamiento de la corteza cingulada posterior, una zona importante en el procesamiento emocional. Esta región mostró una activación reducida específicamente en respuesta a castigos, pero no a recompensas, lo que podría reflejar una alteración en cómo las personas con alta vulnerabilidad genética procesan experiencias negativas.

«La corteza cingulada posterior parece estar especialmente relacionada con el castigo y no con la recompensa. Esta especificidad plantea preguntas interesantes sobre su rol en la regulación emocional y el desarrollo de la depresión», dice el doctor Li en un comunicado de Yale.

«Nuestros resultados respaldan la idea de que existen rutas neurobiológicas específicas según el sexo en el desarrollo de la depresión»,  dice la doctora Chen.

«Nuestros resultados respaldan la idea de que existen rutas neurobiológicas específicas según el sexo en el desarrollo de la depresión», dice la doctora Chen, coautora del estudio. Estas diferencias también podrían ayudar a entender por qué ellas tienden a presentar tasas más altas de depresión. Foto: Sydney Latham

La huella silenciosa del riesgo genético

Sorprendentemente, los investigadores no encontraron correlaciones significativas entre la actividad cerebral y los síntomas actuales de depresión, medidos a través de cuestionarios clínicos. Esto no significa que los síntomas no importen, sino que el riesgo genético parece dejar una huella silenciosa, previa al desarrollo del trastorno.

«La clave está en que estos jóvenes aún no estaban deprimidos clínicamente. Y sin embargo, sus cerebros ya reaccionaban de manera distinta frente a premios y pérdidas. Es una señal clara de que el riesgo genético puede alterar el procesamiento emocional antes de que alguien se sienta mal”, comentó la doctora Chen.

En otras palabras, el estudio señala la existencia de biomarcadores cerebrales tempranos que podrían utilizarse para predecir quién está en riesgo de desarrollar depresión en el futuro. Esta detección precoz abre la posibilidad de intervenciones preventivas más personalizadas.

¿Qué papel juega el sexo biológico? Diferencias entre hombres y mujeres

Otro aspecto crucial de la investigación fue el análisis de las diferencias entre sexos. Aunque hombres y mujeres compartían algunas alteraciones en áreas como el giro lingual —una región visual implicada en el procesamiento emocional—, también se observaron patrones específicos:

En los hombres, por ejemplo, la relación entre el PRS y la activación cerebral fue más fuerte en regiones visuales, como el surco calcarino y la corteza cuneiforme, tanto durante las recompensas como los castigos.

En las mujeres, aunque también se detectaron asociaciones, estas fueron menos marcadas y más dispersas.

«Las respuestas cerebrales dependientes del sexo sugieren que podría haber rutas neurobiológicas distintas en cómo el riesgo genético lleva a la depresión. Esto es especialmente relevante en un momento en que el campo avanza hacia una atención en salud mental más personalizada», sostiene la doctora Chen.

Estas diferencias también podrían ayudar a entender por qué las mujeres tienden a presentar tasas más altas de depresión, mientras que los hombres podrían ser más vulnerables a otras manifestaciones o factores de riesgo.

Por qué son importantes las regiones visuales en la depresión

Uno de los hallazgos más intrigantes del estudio fue, según los autores, que muchas de las diferencias cerebrales relacionadas con el riesgo poligénico se ubicaban en zonas visuales y sensoriales, como el giro lingual, el giro fusiforme y la corteza occipital.

Aunque tradicionalmente estas regiones no son las protagonistas en los modelos de procesamiento emocional, estudios recientes han mostrado que también juegan un papel nada desdeñable en la percepción de estímulos emocionales.

Estas zonas ayudan a dar valor emocional a lo que vemos y sentimos. Si su actividad está disminuida, como en las personas con mayor PRS, eso podría explicar una menor sensibilidad a lo placentero o lo desagradable, un rasgo común en los cuadros depresivos.

Hacia una salud mental más amplia y preventiva

Desde la comunidad científica, el estudio ha sido recibido como un aporte significativo. El doctor Cameron S. Carter, editor en jefe de la revista que publicó el artículo, resume así su relevancia:

«El enfoque del estudio en individuos que aún no han sido diagnosticados con depresión allana el camino hacia una mejor comprensión de cómo la predisposición genética interactúa con la función cerebral. Esto abre nuevas vías para la detección precoz y las terapias dirigidas».

En un momento en que la salud mental es una prioridad global, y donde el acceso a diagnósticos y tratamientos sigue siendo desigual, poder detectar señales tempranas desde el cerebro representa una oportunidad valiosa. Aun si las diferencias cerebrales observadas son sutiles y no permiten predecir con certeza el desarrollo de la enfermedad en una persona individual, sí ofrecen información crucial sobre los mecanismos biológicos de la depresión.

La mirada también revela cómo sentimos. Regiones visuales del cerebro, como el giro lingual y el fusiforme, procesan el valor emocional de lo que vemos.

La mirada también revela cómo sentimos. Regiones visuales del cerebro, como el giro lingual y el fusiforme, procesan el valor emocional de lo que vemos. Una menor activación en estas áreas puede traducirse en una percepción emocional más apagada. Foto: Jose A.Thompson

Limitaciones y pasos futuros

Los propios autores reconocen algunas limitaciones del estudio. Por ejemplo, el diseño no permitía distinguir entre la anticipación y la recepción de recompensas o castigos, como sí lo hacen otras tareas más complejas. Tampoco se evaluaron en profundidad factores ambientales como el estrés crónico, los traumas infantiles o el apoyo social, que también influyen en el desarrollo de la depresión.

Además, dado que los participantes eran adultos jóvenes sanos, los hallazgos deben replicarse en poblaciones clínicas para entender si estos marcadores cerebrales se mantienen o se transforman cuando los síntomas aparecen.

Aun así, el estudio representa un paso importante. Muestra que el cerebro ya está hablando, incluso cuando la persona aún no se siente triste. Y que, si aprendemos a escuchar esas señales, podríamos prevenir que el dolor emocional llegue a instalarse por completo.

Lo que el cerebro revela antes de que duela

Como asegura el doctor Li, la depresión no aparece de un día para otro. Se construye lentamente, en una interacción compleja entre genes, cerebro y entorno.

Este estudio revela que nuestros cerebros ya muestran señales del riesgo de desarrollar depresión, incluso antes de que podamos ponerle un nombre a lo que sentimos.

Identificar estos marcadores cerebrales tempranos no solo es un logro científico; también es un paso hacia una salud mental más proactiva, personalizada y humana. Porque, quizá, al entender mejor cómo el cerebro responde a la vida —a sus premios y castigos—, podamos evitar que algunos de nosotros nos perdamos en la tristeza sin retorno.▪️

  • Información facilitada por Elsevier

  • Fuente: Yu Chen, Huey-Ting Li, Xingguang Luo, Guangfei Li, Jaime S. Ide, Chiang-Shan R. Li. Polygenic Risks for Depression and Neural Responses to Reward and Punishment in Young Adults. Biological Psychiatry: Cognitive Neuroscience and Neuroimaging (2025). DOI: https://doi.org/10.1016/j.bpsc.2025.05.008

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