La fosa común de Mursa destapa los orígenes diversos de los soldados del Imperio romano
En el fondo de un pozo romano, siete hombres caídos guardaron durante siglos el secreto de sus orígenes. Hoy, la ciencia reconstruye sus vidas y su lugar en el convulso corazón del Imperio.
Por Enrique Coperías
Imagen conceptual de un soldado romano contemplando los esqueletos de compañeros de batalla que murieron años atrás y que fueron arrojados a un pozo, en Mursa, una ciudad romana situada en Panonia, en la actual Osijek, al este de Croacia. Imagen generada con DALL-E
En el corazón de Osijek, una ciudad croata levantada sobre las ruinas de la antigua colonia romana de Mursa, un hallazgo fortuito ha abierto una ventana inesperada al lado más crudo del Imperio romano.
Durante unas excavaciones arqueológicas preventivas en 2011, los arqueólogos locales encontraron un pozo romano reutilizado como fosa común. En su interior, siete esqueletos masculinos, perfectamente articulados, yacían apilados a distintas alturas. Más de 1.700 años después, un equipo internacional de investigadores ha desentrañado su historia mediante un análisis que combina arqueología, antropología física, química isotópica y ADN antiguo.
El resultado es un retrato fascinante de un grupo de hombres que, todo apunta, a que fueron soldados romanos caídos en una de las crisis más sangrientas del siglo III.
El estudio, publicado en la revista PLOS ONE, sitúa el enterramiento en torno al año 260 d. C., cuando el Imperio se hallaba sumido en un periodo de guerras civiles, invasiones y epidemias conocido como la Crisis del siglo III, que empezó con el asesinato del emperador Alejandro Severo, en el año 235, por parte de sus propias tropas, y concluyó tras las victorias militares de Aureliano y el ascenso de Diocleciano al trono del Imperio romano, en el año 284.
Durante aquella crisis, Mursa era una ciudad estratégica en la provincia de Panonia Inferior, a orillas del Danubio, y escenario de importantes batallas por el poder imperial. Una de ellas, la librada entre el emperador Galieno y el usurpador Ingenuo, podría haber dejado tras de sí esta fosa olvidada.
Siete hombres y un pozo
El pozo arqueológico, de dos metros de diámetro y tres de profundidad, fue excavado originalmente para abastecer de agua al asentamiento. Cuando perdió su función, se convirtió en un improvisado depósito de cadáveres.
Los siete esqueletos estaban completos y conservaban su posición anatómica, lo que indica que los cuerpos fueron arrojados al pozo poco después de morir. Una moneda romana hallada entre los restos, acuñada durante el breve reinado del emperador Hostiliano en el año 251, confirma la cronología.
Los análisis de radiocarbono realizados en Alemania y Hungría apuntan al periodo comprendido entre el 240 d. C y el 340 d. C., lo que coincide con el marco histórico de la batalla de Mursa en el año 260. «Todo indica que fue un único episodio de enterramiento, no un uso prolongado», explican los autores, dirigidos por el bioantropólogo Mario Novak, del Instituto de Investigación Antropológica de Zagreb.
Cuerpos curtidos y heridas de guerra
El examen osteológico de los restos revela que los siete individuos eran varones adultos, de entre dieciocho y cincuenta años, de complexión robusta y estatura notable: en promedio, 1,72 metros, por encima de la media de la época. Su morfología y sus lesiones crónicas —marcadas inserciones musculares, desgaste vertebral, fracturas curadas— delatan una vida de esfuerzo físico constante, compatible con la de soldados profesionales. «Todo en sus esqueletos grita entrenamiento, disciplina y carga física extrema», señala Novak.
👉 Tres de ellos muestran además heridas de combate. Uno tenía un profundo corte en el brazo izquierdo y una estocada que perforó el esternón, compatible con el impacto de una lanza o una flecha. Otro presentaba un tajo limpio en una costilla y una herida punzante en la pelvis, infligida posiblemente por una espada o una pica. Un tercero tenía fracturas costales sin curar y marcas de golpes contundentes en el cráneo.
Estas lesiones, muchas sin señales de cicatrización, prueban que murieron violentamente, probablemente en combate cuerpo a cuerpo.
Los investigadores también hallaron signos de infecciones respiratorias en todos los esqueletos, evidenciadas por inflamaciones óseas en la cara interna de las costillas. Podrían deberse a enfermedades comunes entre soldados acuartelados en condiciones duras: tuberculosis, neumonía o pleuritis.
Una dieta modesta, pero compartida
El análisis de isótopos estables de carbono y nitrógeno en el colágeno de los huesos aporta pistas sobre la alimentación de los hombres de Mursa. Sus valores son sorprendentemente homogéneos: una dieta mixta basada en cereales C₃ y C₄, con un consumo moderado de proteína animal terrestre y muy escaso aporte marino.
En otras palabras, comían pan, legumbres, verduras y algo de carne, pero poco pescado. El perfil isotópico encaja con los registros históricos sobre la dieta del ejército romano: raciones de trigo complementadas con carne salada, legumbres y vino.
«La homogeneidad en los valores indica que compartían un mismo régimen alimentario, probablemente el de una unidad militar romana», subraya el estudio. Uno de los individuos, sin embargo, presenta una leve desviación hacia una mayor ingesta de plantas C₄, lo que podría reflejar un origen geográfico diferente o un cambio reciente en su dieta.
El pozo romano SU 233/234 durante las distintas fases de excavación, en el que se localizaron los cuerpos de siete hombres. En la imagen se aprecia la posición de los esqueletos identificados como SK 2, SK 3 y SK 4 (A), y SK 5 y SK 7 (B), pertenecientes a un posible grupo de soldados romanos caídos durante la Crisis del siglo III en la antigua ciudad de Mursa (actual Osijek, Croacia). Cortesía: PLOS One (2025). DOI: 10.1371/journal.pone.0333440
ADN de un ejército imperial
El análisis genético realizado en la Universidad de Tubinga y el Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Leipzig, en Alemania,pone sobre la mesa una sorpresa aún mayor. Ninguno de los hombres compartía continuidad genética con la población local de la Edad del Hierro, lo que significa que no eran nativos de la región.
En cambio, su ascendencia genética era extremadamente diversa: uno tenía raíces en el norte o centro de Europa (probablemente de la actual Dinamarca o Polonia), otro mostraba vínculos con las estepas del este de Europa y un tercero se acercaba genéticamente a las poblaciones del Mediterráneo oriental, como Grecia y Anatolia. El cuarto se situaba entre los grupos del norte y el este europeos.
Los investigadores interpretan esta mezcla como reflejo del carácter multicultural del ejército romano en el siglo III. Ante la necesidad de tropas, Roma reclutaba o incorporaba contingentes de distintos orígenes: sármatas, germanos, tracios, galos.
«La diversidad genética de los individuos del pozo encaja con un destacamento militar compuesto por reclutas procedentes de varias regiones del Imperio o incluso de más allá de sus fronteras», afirma Cosimo Posth, coautor del estudio y especialista en arqueogenética.
Este hallazgo coincide con fuentes históricas que describen cómo, tras las guerras en el Danubio, los pueblos derrotados eran integrados como tropas auxiliares romanas. Algunos de los soldados de Mursa podrían ser descendientes de guerreros sármatas enrolados por Roma, hipótesis que la genética no descarta.
Entre dos batallas
Los textos antiguos mencionan dos grandes enfrentamientos en Mursa: el primero, en el año 260, entre Galieno e Ingenuo; el segundo, casi un siglo después, en el año 351, entre Constancio II y Magnencio.
Las dataciones sitúan la fosa del pozo en torno al primero. Las fuentes cuentan que, tras su victoria, Galieno no mostró clemencia con los partidarios del usurpador: muchos fueron ejecutados y sus cuerpos abandonados. Los investigadores plantean que los hombres de la fosa pudieron ser víctimas de la batalla de Mursa o soldados caídos cuyos cuerpos fueron desechados sin ceremonia.
También contemplan una alternativa: que murieran en los ataques que los pueblos vecinos, como sármatas y cuados, lanzaron contra Panonia ese mismo año, aprovechando el caos posterior a la batalla. En cualquiera de los casos, su final fue violento y apresurado. Arrojados a un pozo y cubiertos de tierra, desaparecieron de la memoria colectiva hasta que la ciencia los rescató diecisiete siglos después.
Un microcosmos del Imperio
El hallazgo de Mursa no solo documenta un episodio de violencia, sino también la amplitud geográfica y étnica del Imperio romano en su momento de crisis. En una misma fosa, el ADN reúne linajes del norte europeo, del Mediterráneo oriental y de las estepas, soldados que combatían bajo el mismo estandarte pero procedían de mundos muy distintos. Su dieta, sus heridas y su estatura hablan de disciplina militar; su genética, de un imperio construido sobre la diversidad.
«Estos siete hombres encarnan la globalización del ejército romano —resume Novak— Son la prueba tangible de cómo Roma integraba a gentes de los lugares más remotos, transformándolos en parte de su maquinaria militar».
El estudio de la fosa común de Mursa, fruto de una colaboración entre instituciones de Croacia, Alemania y Eslovenia, demuestra el poder del enfoque interdisciplinar. Gracias a la combinación de dataciones radiocarbónicas, análisis osteológicos, isotópicos y genéticos, los investigadores han podido reconstruir una historia completa a partir de un puñado de huesos.
Y, sobre todo, han devuelto identidad a quienes la historia había reducido a un número. Aquellos siete cuerpos, arrojados sin honra a un pozo, vuelven ahora a hablar: de la violencia, la movilidad y la diversidad que marcaron el ocaso del Imperio romano.▪️
Fuente: Mario Novak, Orhan Efe Yavuz, Mario Carić, Slavica Filipović, Cosimo Posth. Multidisciplinary study of human remains from the 3rd century mass grave in the Roman city of Mursa, Croatia. PLOS One (2025). DOI: https://doi.org/10.1371/journal.pone.0333440

