La realidad virtual hace sentir a los hombres en primera persona el acoso verbal «callejero» que sufren las mujeres

Meterse, aunque sea virtualmente, en la piel de una mujer acosada con frases que parecen inofensivas deja poco margen para la indiferencia. Un experimento con realidad virtual revela cómo la rabia, el asco y el miedo aparecen allí donde muchos hombres nunca habían mirado.

Por Enrique Coperías

Treinta y seis hombres jóvenes, de unos veinticuatro años de media, participaron en una experiencia de realidad virtual en la que encarnaron a una mujer para vivir en primera persona situaciones de acoso verbal callejero.

Treinta y seis hombres jóvenes, de unos veinticuatro años de media, participaron en una experiencia de realidad virtual en la que encarnaron a una mujer para vivir en primera persona situaciones de acoso verbal callejero. Crédito: University of Bologna

«¿Por qué no me regalas una sonrisa?». La frase, apenas susurrada desde la boca de un avatar masculino en un andén de metro virtual, bastó para que un grupo de jóvenes sintiera un nudo en el estómago.

No estaban allí como ellos mismos, sino encarnados en el cuerpo de una mujer joven que espera sola al próximo tren. Y bastaron unos minutos para que emociones como la rabia, la repugnancia e incluso el miedo afloraran con intensidad inesperada.

Un equipo de investigadores de la Universidad de Bolonia, la Universidad de Messina y el Instituto de Ciencias y Tecnologías Cognitivas del Consejo Nacional de Investigación italiano (CNR-ISTC) ha desarrollado una experiencia inmersiva que permite a hombres jóvenes vivir en primera persona el acoso verbal callejero —el llamado catcalling— desde la perspectiva de una mujer.

Su hipótesis era sencilla y contundente: ponerte en los zapatos —literalmente— de quien lo sufre puede cambiar tu forma de pensar. Y sus resultados apuntan justamente en esa dirección.

«Utilizamos tecnologías de realidad virtual inmersiva para ofrecer a los participantes una experiencia directa del acoso verbal en un contexto cotidiano», explica la investigadora Chiara Lucifora, primera autora del estudio.

En la segunda escena, el avatar femenino llegaba a una estación de metro, donde varios personajes masculinos interactuaban con ella simulando situaciones de acoso verbal.

En la segunda escena, el avatar femenino llegaba a una estación de metro, donde varios personajes masculinos interactuaban con ella simulando situaciones de acoso verbal. Crédito: University of Bologna

Unas frases que no tienen nada de «inocentes»

Hay que decir que el catcalling no es una anécdota aislada, sino una experiencia prácticamente universal entre las mujeres: el 98% afirma haberlo sufrido alguna vez y el 80% lo vive cada mes, según un estudio reciente del Departamento de Psicología de la Universidad de Córdoba con más de doscientas participantes. Estas cifras, recogidas en España por primera vez con esta amplitud, muestran que las conductas que muchas veces se presentan como piropos o frases inocentes son, en realidad, una forma de violencia reconocida por la ONU desde 2013, con clara carga sexual y orientadas a degradar, humillar o intimidar a quien las recibe. Y ocurren en cualquier espacio público o semipúblico: calles, parques, centros comerciales, cines… incluso pasillos universitarios y oficinas.

El impacto psicológico es profundo y sostenido en el tiempo. Las investigadoras responsables del estudio identifican una relación directa entre la frecuencia del acoso y síntomas como ansiedad, miedo a la violación y disminución de la autoestima, además de estrategias de evitación que restringen la movilidad y condicionan la vida cotidiana de las mujeres.

«El acoso callejero actúa como un mecanismo de control que limita la libertad de movimiento y refuerza la subordinación», señalan Ana M. Contreras Merino, Naima Z. Farhane Medina y Rosario Castillo Mayén, autoras del estudio español. Una situación que convive con avances legislativos y una aparente igualdad formal, generando lo que las autoras denominan una burbuja de la igualdad: la distancia entre lo que dicen las normas y lo que ocurre realmente en las calles.

Del espejo al andén: un viaje sensorial

La experiencia en realidad virtual diseñada por Lucifora y su equipo se desarrolló en dos fases:

1️⃣ Los participantes, 36 hombres de unos veinticuatro años de media, se vieron reflejados en un espejo con el cuerpo de un avatar femenino: piernas desnudas, vestido corto, zapatos altos. No se trata solo de verlo; el sistema está pensado para que el movimiento corporal del usuario coincida con el de la figura virtual, favoreciendo la sensación de ser esa persona, un fenómeno conocido como virtual embodiment o encarnación virtual.

2️⃣ Después, la escena cambia: una estación de metro semivacía, de estética nocturna, donde aguardan tres hombres virtuales. Se acercan, uno por uno, con frases extraídas de estudios sociológicos y prensa italiana sobre acoso verbal: ¿Dónde vas tan sola?, ¿Eres real?, Venga, regálame una sonrisa. Nada excesivamente explícito ni amenazante —y precisamente por eso tan reconocible.

El grupo de control escuchó preguntas neutras —¿Sabes dónde está el baño?, ¿Qué hora es?—, pero en un entorno igualmente incómodo: un metro desierto con desconocidos invadiendo el espacio personal.

Rabia y asco: emociones con carga moral

¿Funcionó? Según las mediciones posteriores, sí. Los hombres que vivieron el acoso desde el avatar femenino reportaron niveles significativamente más altos de ira y repugnancia que el grupo de control. Ambas emociones se consideran clave en el juicio moral: nos permiten identificar comportamientos intolerables y reaccionar ante ellos.

🗣️ «Los resultados muestran que someterse a esta experiencia inmersiva provoca intensos sentimientos de ira y asco, estrechamente relacionados con la desaprobación moral», nos confirma Lucifora.

La rabia, señalan los autores, puede ser un motor para el cambio de conducta; y el asco, una brújula moral que marca los límites de lo aceptable. Estudios previos muestran que una menor sensibilidad al asco moral correlaciona con comportamientos agresivos. Que estas emociones aparecieran tras la simulación sugiere que una inmersión así podría impulsar reflexión crítica en quienes, quizá sin ser conscientes, trivializan el acoso callejero a la mujer.

«El asco es una emoción clave que impulsa el rechazo de conductas percibidas como violentas o degradantes, mientras que la ira puede entenderse como un motor para cambiar situaciones percibidas como injustas —explica la investigadora. Y añade—: Experimentar estas emociones puede, por tanto, generar una mayor sensibilidad moral, haciendo más evidente la naturaleza dañina de los comportamientos violentos».

En la primera escena, el avatar femenino se encontraba en su dormitorio, de pie frente al espejo, preparándose para salir a una fiesta.

En la primera escena, el avatar femenino se encontraba en su dormitorio, de pie frente al espejo, preparándose para salir a una fiesta. Crédito: University of Bologna

Cuando el cuerpo virtual es tu cuerpo

Las emociones más intensas aparecieron en quienes declararon sentirse más dentro del avatar femenino. Cuanto mayor era su sensación de identidad corporal con la figura virtual, es decir, cuanto más vivían el cuerpo de la mujer como propio, mayor era su reacción emocional, especialmente su miedo.

Ese miedo, sin embargo, no fue exclusivo del acoso. Incluso en el grupo de control, la simple situación —estar sola en un espacio semioscuro, con desconocidos que invaden tu intimidad sensorial— generó inquietud. El estudio lo resume de forma elocuente: la experiencia de ser una mujer en un entorno público nocturno «es inherentemente generadora de miedo, con o sin acoso directo».

Quizá ahí reside parte de la enseñanza: hay emociones estructurales, ligadas a condiciones sociales que muchas mujeres viven a diario, y que para gran parte de los hombres pasan desapercibidas.

Más allá de las palabras: un rastreo de lo implícito

El equipo cruzó los datos emocionales con análisis computacionales del lenguaje utilizado por los participantes al describir sus reacciones. Con una herramienta basada en inteligencia artificial (IA) pudieron mapear no solo lo que expresaron explícitamente, sino los patrones implícitos de su discurso: evitación de la mirada, estrategias de distanciamiento, sensación de vulnerabilidad, necesidad de protección del espacio físico.

Uno de los testimonios recogidos revela esa tensión:

👉«Sentí la necesidad de alejarme, aunque al principio me acerqué por curiosidad. Luego solo quería estar lejos de ellos y esperar el tren sin cruzar las miradas».

Es una frase breve, pero refleja múltiples dimensiones: vulnerabilidad física, gestión del espacio, temor a provocar... y, en el trasfondo, un cierto cálculo moral sobre cómo actuar para minimizar riesgos.

Una pedagogía para la empatía

La investigación se suma a una corriente en auge que explora si la realidad virtual puede fomentar empatía y corregir sesgos sociales. Tras encarnar avatares racializados, por ejemplo, se han observado disminuciones en prejuicios implícitos; al vivir el rol de víctimas de violencia doméstica, los hombres implicados han mostrado mayor sensibilidad ante señales de miedo.

Lo novedoso aquí es el foco: el acoso verbal cotidiano, ese gesto o frase aparentemente inocua que muchas mujeres escuchan cada semana —y que muchos hombres siguen justificando como meros piropos.

Los autores no afirman que su simulación cure comportamientos, ni que una experiencia breve transforme actitudes de forma automática. Pero sí sugieren que este tipo de intervención puede ser una herramienta valiosa en programas educativos y clínicos, especialmente con jóvenes, donde la reflexión emocional aún está en formación.

El experimento también pone de manifiesto una paradoja

Los participantes con niveles más altos de androginia, aquellos que declaraban identificarse con rasgos femeninos y masculinos por igual, mostraron una menor capacidad de sentir el cuerpo femenino virtual como propio.

O sea, quienes ya tienen perspectivas de género más flexibles no necesariamente se sumergen más en el avatar. En cambio, quienes tienden a verse más cerca del ideal masculino tradicional fueron quienes más intensamente vivieron la encarnación en lo femenino.

Esto abre una pregunta interesante: ¿justo aquellos que más necesitan esta vivencia —porque menos conectan con la identidad femenina— son quienes más se benefician del efecto inmersivo? El estudio no lo afirma de forma concluyente, pero sugiere una dirección prometedora.

La activación cerebral de las principales áreas implicadas en situaciones de acoso verbal callejero se agrupadas en cuatro marcos: seguridad (A), emocional (B), social y cognitivo.

La activación cerebral de las principales áreas implicadas en situaciones de acoso verbal callejero se agrupadas en cuatro marcos: seguridad (A), emocional (B), social y cognitivo. Las regiones cerebrales centrales aparecen en la parte superior y las regiones de apoyo en la inferior. Cortesía: Science Reports

¿Y ahora qué?

El equipo de trabajo plantea usos concretos: talleres educativos, formación en seguridad urbana, programas de rehabilitación para agresores. La realidad virtual tiene una ventaja clave: permite experimentar sin poner a nadie en riesgo, y detener la simulación si la angustia se vuelve excesiva. «Cualquier experiencia de acoso real es una vulneración —apuntan los autores—. La simulación ofrece la perspectiva emocional sin exponer a nadie al daño real».

🗣️ «En conjunto, estos resultados muestran que la realidad virtual puede ser una herramienta eficaz para aumentar la sensibilidad emocional tanto en contextos clínicos como educativos —dice Lucifora. Y concluye—: En contextos clínicos, esta técnica podría utilizarse para potenciar la empatía y la conciencia emocional en personas que ejercen acoso, mientras que en entornos educativos podría ayudar a mostrar el impacto negativo del acoso al permitir que las personas experimenten en primera persona la angustia emocional causada por estos comportamientos».

Por ahora, su simulación es de laboratorio, y queda por ver si la emoción momentánea se traduce en cambios conductuales sostenidos. Pero abre una posibilidad seductora: ¿y si lo que falta para cambiar actitudes no son sermones, sino experiencias?

Como si fuera real, aunque sepamos que no lo es

Los investigadores constatan que, al terminar, muchos participantes estaban callados, tensos, reflexivos. Uno de ellos escribió:

👉«No sabía qué hacer. Me enfadé. Pero también sentí miedo. No quiero que nadie me haga sentir así».

En esas últimas palabras —«no quiero que nadie me haga sentir así»— está, quizá, el germen del cambio. No porque resuma toda la complejidad del fenómeno, sino porque revela algo más simple: para entender de verdad, a veces hay que sentir.

Y pocas tecnologías actuales nos permiten sentir en piel ajena como la realidad virtual.▪️

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