¿Demasiado tiempo frente a la pantalla demasiado pronto? Científicos relacionan la exposición de los bebés a las pantallas con cambios cerebrales y ansiedad en la adolescencia

Cada vez más bebés crecen entre vídeos, dibujos y móviles que sustituyen a los gestos y voces del entorno. Ahora, la ciencia empieza a desvelar el peaje que ese paisaje digital podría cobrar en su salud emocional futura.

Por Enrique Coperías

Un seguimiento de más de una década sugiere que la exposición a pantallas durante los dos primeros años de vida podría alterar el desarrollo de redes cerebrales clave. Ese cambio temprano se asocia, años después, con una mayor vulnerabilidad a la ansiedad adolescente. Foto: Karola G.

¿Qué ocurre en el cerebro de un bebé expuesto a las pantallas de móviles, tabletas, ordenadores o teñevisores? ¿Puede esa exposición temprana a pantallas caminar silenciosamente durante años para emerger tiempo después en forma de ansiedad adolescente?

Un estudio científico longitudinal realizado en Singapur apunta a que la respuesta podría ser un rotundo sí: el trabajo identifica una cadena de efectos que comienza en los dos primeros años de vida, modifica el modo en que se conectan ciertas redes cerebrales en la infancia, altera la toma de decisiones en la niñez y desemboca, años más tarde, en mayores síntomas de ansiedad.

La investigación —una de las primeras en seguir durante más de una década a los mismos niños mediante neuroimagen, evaluaciones psicológicas y cuestionarios familiares— ofrece una posible explicación biológica a una preocupación creciente: el impacto del uso precoz de pantallas en bebés y en el desarrollo infantil contemporáneo. «Los bebés de hoy están expuestos desde muy temprano, a menudo muy por encima de las recomendaciones», recuerdan los autores del estudio, publicado en la revista eBioMedicine.

Según los datos del trabajo, liderado por el profesor Tan Ai Peng y su equipo del Instituto A*STAR para el Desarrollo Humano y el Potencial (A*STAR IHDP) y la Facultad de Medicina Yong Loo Lin de la Universidad Nacional de Singapur (NUS), los niños del estudio ya acumulaban más de una hora diaria frente a pantallas al cumplir el primer año y más de dos horas al segundo, niveles muy superiores a las pautas de organismos como la Organización Mundial de la Salud (OMS), que recomienda evitar por completo el uso de pantallas antes de los dos años.

Qué hizo diferente este estudio: trece años siguiendo a los mismos niños

Para seguir las huellas neurológicas de la exposición infantil a pantallas, los investigadores analizaron a 168 menores del conocido proyecto GUSTO, un estudio longitudinal que recoge datos desde el embarazo. Entre los 4,5 y los 7,5 años de edad, los niños se sometieron a resonancias magnéticas de difusión, una técnica que permite observar la arquitectura de las conexiones cerebrales.

A los 8,5 años, los niños realizaron el Cambridge Gambling Task, una prueba sobre toma de decisiones y comportamiento cognitivo. Y a los trece años respondieron al MASC, una escala ampliamente utilizada para identificar síntomas de ansiedad juvenil.

La clave del ensayo no estuvo solo en mirar el cerebro, sino en observar cómo este cambiaba con el tiempo. Los investigadores se fijaron en la evolución de siete grandes redes corticales, y encontraron una señal persistente: cuanto mayor era el uso de pantallas en la etapa de bebé, más rápido disminuía la integración entre la red visual y la red de control cognitivo durante la infancia.

En palabras más simples: esas dos autopistas neuronales, responsables de procesar lo que vemos y modular lo que hacemos, parecían madurar demasiado deprisa, lo que reducía su comunicación interna a un ritmo más acelerado de lo habitual. El hallazgo sugiere una forma de sobrerreacción del cableado cerebral ante un entorno sensorial hiperestimulante, como podría ser el continuo flujo audiovisual de móviles, tabletas y televisión en bebés.

Lo que parece una ayuda cotidiana —poner una pantalla para calmar o entretener a un pequeño— podría tener efectos más duraderos de lo que imaginamos. Un estudio conecta ese hábito temprano con cambios cerebrales ligados a la ansiedad años después.

Lo que parece una ayuda cotidiana —poner una pantalla para calmar o entretener a un pequeño— podría tener efectos más duraderos de lo que imaginamos. Un estudio conecta ese hábito temprano con cambios cerebrales ligados a la ansiedad años después. Foto: Frank Ching

Del cerebro al comportamiento: decisiones más lentas, ansiedad mayor

Pero ¿qué consecuencias tiene esa aceleración silenciosa? El estudio identifica una pista en la niñez media, cuando los participantes completan la tarea de apuestas del Cambridge: los niños de ambos sexos cuya integración visual-cognitiva evolucionó más deprisa tienden a tardar más tiempo en tomar decisiones. No se trata de equivocarse más o apostar peor, sino de dudar más antes de actuar.

Ese retraso en la deliberación cognitiva no es, por sí mismo, patológico. Pero el análisis muestra que esa mayor latencia se asocia con más ansiedad en la adolescencia, formandoasí una cadena que empieza en las pantallas infantiles y culmina varios años después en síntomas como preocupación excesiva, nerviosismo y tensión física.

El modelo estadístico revela, precisamente, una mediación en cascada:

👉 Uso de pantallas en la infancia → Cambios en redes cerebrales → Decisiones más lentas → Ansiedad adolescente.

Un camino completo que los autores califican de plausible, pero que, recuerdan, no constituye una prueba definitiva de causalidad.

¿Por qué las pantallas podrían modificar el desarrollo cerebral temprano?

¿Por qué la exposición a pantallas podría acelerar la reorganización de redes visuales y de control cognitivo? La hipótesis principal apunta a la sobrecarga sensorial en edad muy precoz: los bebés no solo observan imágenes, sino que las reciben ya montadas, editadas, brillantes, vertiginosas, con poco espacio para la pausa o la interpretación.

🗣️ «Cuando el sistema nervioso en formación recibe estímulos visuales intensos y constantes, puede reorganizarse más rápido para adaptarse», explican los investigadores.

Ese ajuste acelerado podría dar lugar a una maduración prematura de circuitos cerebrales, lo que más tarde afectaría a funciones complejas como la regulación emocional y la tolerancia a la incertidumbre.

«La maduración acelerada se produce cuando ciertas redes cerebrales se desarrollan demasiado rápido, a menudo en respuesta a la adversidad u otros estímulos —explica el doctor Huang Pei, primer autor del estudio. Y añade—: Durante el desarrollo normal, las redes cerebrales se especializan de forma gradual con el tiempo. Sin embargo, en los niños con una alta exposición a las pantallas, las redes que controlan la visión y la cognición se especializan más rápido, antes de que hayan desarrollado las conexiones eficientes necesarias para el pensamiento complejo. Esto puede limitar la flexibilidad y la resiliencia, lo que hace que el niño sea menos capaz de adaptarse más adelante en la vida».

Otros estudios ya habían observado efectos de las pantallas en la materia blanca, en el grosor cortical o en el desarrollo del lenguaje; este trabajo añade un elemento estructural más profundo: la topología de las redes cerebrales, el patrón con el que se conectan entre sí los nodos del cerebro.

Menos pantallas y más distracciones al aire libre, proponen los autores del estudio.

Menos pantallas y más distracciones al aire libre, proponen los autores del estudio. Foto: Giu Vicente

Pantallas y crianza: el elefante en la habitación

El estudio también admite sus límites. Entre ellos, uno que los propios autores subrayan: el papel desplazado de la interacción familiar en la primera infancia. Si un bebé pasa más tiempo frente a una pantalla, inevitablemente pasa menos tiempo observando gestos humanos, lenguaje emocional y juego simbólico, ingredientes fundamentales para el desarrollo sensorial y cognitivo.

Otras piezas que podrían completar el puzle aún faltan: el tipo de contenido, el contexto de uso, el acompañamiento adulto, la calidad del sueño infantil.

Pero esas incógnitas no diluyen la señal principal: la asociación aparece temprano, se mantiene en el tiempo y culmina en la adolescencia, lejos del momento en que las pantallas hicieron su entrada en la vida familiar.

Una llamada preventiva, no alarmista

Los investigadores son cuidadosos en sus conclusiones. No se trata de afirmar que toda exposición a pantallas hará que todos los niños desarrollen ansiedad. Pero el mensaje sí habla con claridad: los primeros dos años de vida son una ventana crítica del neurodesarrollo, y limitar las pantallas en esa etapa podría actuar como una inversión en salud mental futura.

«Cada hora cuenta — resume Peng—. No solo por lo que las pantallas aportan, sino por lo que desplazan».

En un mundo donde los dispositivos son al mismo tiempo herramienta laboral, canal de ocio, cuna digital y niñera tecnológica, la tarea no es sencilla. Pero este estudio aporta munición científica a algo que muchos padres intuyen: la mejor aplicación para un bebé sigue siendo otra persona.

¿Qué podemos hacer como sociedad?

Los especialistas consultados coinciden en tres líneas de acción:

1️⃣ Retrasar la primera exposición a pantallas: mantener los dispositivos fuera del alcance durante los dos primeros años.

2️⃣ Priorizar la interacción humana temprana: leer, conversar, cantar, jugar en el suelo.

3️⃣ Educar desde la evidencia científica: trasladar estos resultados a pediatría, escuelas infantiles y programas de apoyo parental.

🗣️ «Esta investigación nos ofrece una explicación biológica de por qué es fundamental limitar el tiempo frente a la pantalla durante los dos primeros años. Pero también destaca la importancia de la implicación de los padres, ya que demuestra que las actividades entre padres e hijos, como leer juntos, pueden marcar una diferencia real», afirma Peng.

En última instancia, el hallazgo no demoniza la tecnología, sino que recuerda algo básico: el cerebro humano tarda años en aprender a manejar la avalancha informativa para la que hoy lo entrenamos desde la cuna.

Los autores planean ahora explorar si intervenciones tempranas en estimulación sensorial y crianza podrían mitigar los efectos observados. Si se confirma, la exposición temprana a pantallas podría convertirse en uno de los pocos factores de riesgo de ansiedad infantil modificables desde los primeros meses de vida.

Y en una época donde la salud mental juvenil se ha convertido en una preocupación internacional, cada pista para prevenir vale su peso en oro.▪️

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