Descubren que las mantas gigantes descienden a profundidades abisales para orientarse en el océano
Las reinas del océano guardaban un secreto en las profundidades: se zambullen más de 1.200 metros no para cazar, sino para orientarse y crear mapas mentales del océano. Así lo demuestra un estudio internacional que reescribe lo que sabemos sobre estos gigantes marinos.
Por Enrique Coperías
Una manta oceánica, el pez raya más grande del planeta, capaz de superar los siete metros de envergadura. Durante años, su costumbre de desaparecer en las profundidades del océano desconcertó a los científicos. Foto de Elianne Dipp
Las mantas oceánicas —las rayas más grandes del planeta, capaces de medir más de siete metros de envergadura— han desconcertado a los científicos por su capacidad de desaparecer en las profundidades del océano. Se sabía que a veces descendían más allá de los 1.000 metros, pero nadie había logrado entender por qué.
Ahora, un estudio internacional sugiere una explicación sorprendente: estas criaturas podrían estar realizando inmersiones extremas para mapear mentalmente el océano, utilizando las variaciones de temperatura, oxígeno e incluso el campo magnético terrestre para orientarse en sus viajes de miles de kilómetros.
El trabajo, liderado por Calvin Beale, ecólogo marino de la Universidad Murdoch, en Australia, y publicado en Frontiers in Marine Science, analizó más de 46.000 inmersiones registradas por etiquetas satelitales instaladas en veinticuatro mantas oceánicas (Mobula birostris) en Indonesia, Perú y Nueva Zelanda. Ocho de esos dispositivos fueron recuperados, lo que permitió obtener datos de alta resolución: un tesoro para los biólogos marinos, que pocas veces logran seguir con tanto detalle los movimientos de un animal tan esquivo.
El misterio de las inmersiones abisales
Las mantas oceánicas viven a caballo entre dos mundos. Suelen moverse en aguas superficiales tropicales o en torno a zonas de afloramiento ricas en plancton, pero también son capaces de cruzar océanos enteros. Se habían documentado desplazamientos de más de 1.800 kilómetros y buceos de hasta 1.200 metros, pero hasta ahora no estaba claro qué las empujaba a esas profundidades extremas donde la luz desaparece, la presión se multiplica y la temperatura cae a menos de cinco grados.
El equipo de Beale revisó casi 47.000 inmersiones, de las cuales solo 79 superaron los 500 metros —las llamadas inmersiones extremas— y once fueron registradas con el máximo nivel de detalle gracias a las etiquetas recuperadas. Aunque infrecuentes, estas bajadas seguían un patrón muy consistente: una rápida caída en vertical, a veces a casi tres metros por segundo, seguida de breves pausas horizontales (steps) a distintas profundidades, una ascensión más lenta y escalonada, y un largo periodo de descanso en la superficie antes y después de la inmersión. En contraste con los buceos de alimentación, no había fase de fondo ni movimientos oscilatorios que sugirieran la persecución de presas.
“Hemos demostrado que, mar adentro, las mantas oceánicas son capaces de sumergirse a profundidades superiores a los 1.200 metros, mucho más de lo que se pensaba hasta ahora —explica Beale. Y añade—: Estas inmersiones, que van acompañadas de un aumento en el desplazamiento horizontal posterior, podrían desempeñar un papel importante al ayudar a las mantas a recopilar información sobre su entorno y a orientarse a través del océano abierto”
«Es una tarea bastante complicada intentar localizar un pequeño objeto gris que flota, con una corta antena, entre las olas y rodeado de otros restos marinos y basura”, comenta Beale, en referencia a la recuperación de las etiquetas satelitales utilizadas en el estudio.
En palabras del biólogo, «estas no son inmersiones para comer. Todo indica que las mantas están haciendo algo más: tal vez explorando el entorno para orientarse».
Por qué las mantas se sumergen tan profundo: orientación, no caza
El estudio descarta la hipótesis del forrajeo —buscar alimento en capas profundas— por varias razones. En primer lugar, las mantas descendían mucho más allá de la llamada capa de dispersión profunda, donde se agrupa el zooplancton que sirve de comida a muchos animales pelágicos.
Además, las pausas observadas no se parecían al típico comportamiento de alimentación, en el que las mantas giran sobre sí mismas para engullir plancton, sino a momentos de reconocimiento del entorno.
La pista definitiva vino de los datos ambientales. Los investigadores comprobaron que esas pausas horizontales se producían a menudo en capas con mayor concentración de oxígeno disuelto, justo por encima de zonas pobres en oxígeno y bajo la termoclina. Es decir, las mantas parecían detenerse en las fronteras de diferentes masas de agua, donde cambian gradualmente las condiciones físicas y químicas del océano.
«Podrían estar usando esas transiciones para recopilar información sobre la estructura del agua, algo así como tomar lecturas ambientales para saber dónde están», explican los autores en Frontiers in Marine Science.
Capaces de viajar miles de kilómetros y descender más de un kilómetro bajo el mar, las mantas oceánicas desafían la oscuridad y la presión extrema de las profundidades. Sobre estas líneas, un ejemplar de Mobula birostris en la Isla Socorro (México). Cortesía: Stevelaycock21
Tiburones, tortugas, atunes y focas también lo hacen
La idea no es tan descabellada. Muchos animales marinos, como tiburones, tortugas, atunes y focas, realizan descensos puntuales que se han asociado a la navegación marina y la calibración del campo magnético. En el caso de las mantas, que carecen de puntos de referencia visuales en mar abierto, bucear a varios centenares de metros podría ofrecerles una suerte de radiografía vertical del océano que les ayude a decidir si seguir avanzando, cambiar de rumbo o permanecer en una zona concreta.
Tras estas inmersiones, las etiquetas registraban a menudo aumentos drásticos en la distancia recorrida: en las 72 horas siguientes podían desplazarse más de 200 kilómetros.
«Al descender y muestrear estas señales, podrían construir un mapa mental que les ayude a orientarse a través de vastas extensiones del océano abierto, aparentemente sin rasgos distintivos —explicó Beale. Y añade—: Tomar muestras a grandes profundidades podría ser ventajoso porque, allí abajo, el entorno marino es más estable y predecible que en la superficie».
Cómo crean «mapas mentales» del océano
Beale y sus colegas sugieren que estas maniobras funcionan como sondeos tridimensionales. Al descender rápidamente y luego ascender despacio, las mantas recopilan datos sensoriales —temperatura, salinidad, oxígeno o quizás señales geomagnéticas— que podrían integrarse en un mapa mental del océano. Es un comportamiento costoso, tanto en energía como en riesgo: a 1.000 metros la presión supera las 100 atmósferas y el frío puede ralentizar su metabolismo. Pero, según el estudio, esa inversión tendría un retorno valioso en forma de orientación y eficiencia migratoria.
El patrón también parece vinculado al tipo de hábitat marino. Las inmersiones más profundas se observaron en las mantas neozelandesas, que abandonan la plataforma continental durante el invierno austral y viajan hacia aguas tropicales cerca de Fiyi o Tonga. En Indonesia y Perú, donde los animales permanecen en zonas más costeras, los buceos extremos fueron mucho más raros.
Cuanto más se alejaban del borde del talud continental, mayor era la probabilidad de una inmersión profunda, lo que refuerza la idea de que estas se producen en mar abierto, donde faltan referencias externas.
Termorregulación y resistencia: el precio de explorar el abismo
Sumergirse a más de un kilómetro de profundidad supone también un desafío fisiológico. A esas temperaturas (4 ºC–6 ºC), las mantas —que no tienen mecanismos de calentamiento interno como los tiburones mako o las rayas chilenas (Mobula tarapacana)— pierden calor con rapidez.
Por eso, antes de cada inmersión, los animales pasan largos periodos en la superficie, posiblemente calentándose al sol, y tras el ascenso vuelven a hacerlo, tal vez para recuperar la temperatura corporal y los niveles de oxígeno. Esas pausas podrían ser una forma de termorregulación conductual, una estrategia que también utilizan especies como los tiburones azules o los atunes.
Las mantas parecen compensar su falta de motor térmico con eficiencia y planificación. Sus descensos son tan rápidos que minimizan el tiempo expuestas al frío. Los investigadores creen que podrían incluso cerrar parcialmente las branquias para reducir el intercambio de calor, un comportamiento documentado en tiburones martillo que les permite mantener la temperatura interna durante las bajadas. Al ascender, lo hacen de manera más pausada, quizás para reoxigenarse de forma gradual y evitar desequilibrios metabólicos.
Un comportamiento costoso pero crucial para migrar
El modelo estadístico del estudio mostró que las inmersiones extremas son más probables cuando las mantas se encuentran lejos de la plataforma continental y después recorren grandes distancias, mientras que disminuyen con el mal tiempo o cuando la productividad del agua —indicada por el nivel de clorofila— es alta. En otras palabras, no bajan al abismo para alimentarse, sino cuando se disponen a viajar o cuando necesitan orientarse en mar abierto.
«El océano abierto es un desierto líquido sin señales visuales —explica Beale—. Estas inmersiones pueden proporcionar información crucial sobre el entorno, ayudando a las mantas a decidir en qué dirección moverse o si permanecer en una zona productiva».
En palabras de este ecólogo marino, «comprender la naturaleza y la función de las inmersiones profundas ayuda a explicar cómo los animales cruzan océanos inmensos, aparentemente vacíos, y conectan ecosistemas separados por miles de kilómetros».
El hallazgo cambia la forma de entender a estos gigantes marinos. Hasta ahora se pensaba que sus descensos eran un subproducto del comportamiento de caza o una simple respuesta fisiológica. Pero los datos apuntan a un uso cognitivo y exploratorio del océano, un tipo de curiosidad ecológica que se había atribuido sobre todo a mamíferos marinos inteligentes, como los delfines y las focas.
En sus descensos abisales, las mantas oceánicas leen el lenguaje invisible del mar —temperatura, oxígeno, magnetismo— para encontrar su rumbo en la inmensidad. Foto de Emma Li
Ecos de un cerebro grande
Las mantas oceánicas son peces cartilaginosos, pero poseen el cerebro más grande (en proporción al cuerpo) de todos los peces conocidos. Se sabe que pueden reconocer a individuos y mostrar comportamientos sociales complejos.
Si realmente utilizan inmersiones profundas para construir mapas mentales del océano, eso las situaría en una categoría cognitiva mucho más sofisticada de lo que se creía. «Este tipo de navegación tridimensional implicaría una integración sensorial muy avanzada —apunta Beale. Y añade—: Nuestro estudio pone de relieve hasta qué punto las especies migratorias dependen tanto de los hábitats costeros como de los oceánicos, y subraya la necesidad de una cooperación internacional para su protección».
Por otro lado, como señala Beale, «también nos recuerda que el océano profundo, que regula el clima de la Tierra y sostiene las pesquerías globales, sigue siendo poco conocido, pero es de vital importancia».
Una ventana al abismo: lo que las mantas nos enseñan del océano profundo
El estudio de Beale y su equipo abre una nueva perspectiva sobre el comportamiento de los grandes habitantes del océano. En lugar de simples alas que se deslizan por la superficie en busca de plancton, las mantas emergen como navegantes de precisión, capaces de lanzarse al abismo para orientarse en un espacio sin fronteras.
En esas bajadas vertiginosas podrían estar descifrando el relieve invisible del océano: un paisaje hecho de gradientes de temperatura, oxígeno y magnetismo que sólo ellas saben leer.
«Cada inmersión es como un sondeo vertical del mar. Y cada una de ellas puede ser la clave para comprender cómo estos animales recorren miles de kilómetros en un mundo donde no hay caminos», concluyen los autores.▪️
Información facilitada por Frontiers
Fuente: Calvin S. Beale et al. Deep diving behaviour in oceanic manta rays and its potential function. Frontiers in Marine Science (2025).DOI: https://doi.org/10.3389/fmars.2025.1630451