¿Los superdinosaurios carnívoros daban mordidas aplastantes? No todos, afirma un estudio

No todos los dinosaurios gigantes cazaban igual. Paleobiólogos descubren que, mientras el Tyrannosaurus rex trituraba los huesos de las presas con dentelladas de cocodrilo, los espinosaurios y los alosaurios preferían cortar y desgarrar. Unos y otro siguieron rutas evolutivas muy distintas para convertirse en los amos de la Era Secundaria.

Por Enrique Coperías

Cráneos y mordidas de tres superdinosaurios diferentes: el Allosaurus, el Megalosaurus y el Tyrannosaurus.

Cráneos y mordidas de tres superdinosaurios diferentes: el Allosaurus, el Megalosaurus y el Tyrannosaurus. Cortesía: Rowe and Rayfield, Current Biology

En el imaginario popular, todos los dinosaurios carnívoros gigantes son más o menos iguales: bestias de mandíbulas devastadoras capaces de triturar huesos como si fueran ramas secas.

Sin embargo, un nuevo estudio revela que, aunque muchos compartían el mismo escenario como depredadores de élite, no todos jugaban con las mismas reglas. Publicada en Current Biology, la investigación del paleobiólogo Andre J. Rowe y la paleobióloga Emily J. Rayfield, de la Universidad de Bristol, en el Reino Unido, demuestra que estos colosos prehistóricos siguieron caminos evolutivos distintos en lo que respecta al diseño del cráneo y las estrategias de alimentación.

El hallazgo, que combina análisis biomecánicos en 3D y una amplia muestra de especies, muestra que mientras el Tyrannosaurus rex estaba optimizado para morder rápido y fuerte, como un cocodrilo moderno, otros gigantes bípedos, incluidos los espinosáuridos y los alosáuridos, apostaron por mordidas menos potentes, más adecuadas para cortar y desgarrar la carne.

«Los dinosaurios carnívoros tomaron caminos muy distintos al convertirse en gigantes, tanto en la biomecánica de la alimentación como en posibles comportamientos —explica Rowe—. Los tiranosaurios evolucionaron cráneos diseñados para la fuerza y las mordidas aplastantes, mientras que otros linajes tenían cráneos comparativamente más débiles pero más especializados, lo que sugiere una diversidad de estrategias incluso en tamaños enormes. En otras palabras, no había un único mejor diseño de cráneo para ser un depredador gigante: varios funcionaban igual de bien».

Tres linajes, tres formas de dominar el ecosistema

Los protagonistas de esta historia pertenecen a tres grandes ramas de terópodos que alcanzaron una talla colosal de forma independiente:

✅ Megalosauroideos (Spinosaurus, Suchomimus).

✅ Alosauroideos (Allosaurus, Giganotosaurus, Acrocanthosaurus).

✅ Tiranosauroideos (Tyrannosaurus rex, Daspletosaurus, Alioramus).

Pese a compartir el estatus de superdepredadores, sus morfologías craneales eran muy distintas. Los espinosáuridos, por ejemplo, desarrollaron hocicos largos y estrechos, asociados en parte a la captura de presas acuáticas. Por su parte, los alosaurios lucían cráneos más ligeros y flexibles, con adaptaciones para amplias aperturas mandibulares. Y, por supuesto, el Tyranoosaurus rex y sus parientes culminaron la tendencia hacia cabezas profundas y robustas, con inserciones musculares poderosas.

En la película Parque Jurásico, dirigida por el cineasta estadounidense Steven Spielberg en 1993, el Tirannosaurus rex aparece como un dinosaurio capaz de triturar un con su mordida.

En la película Parque Jurásico, dirigida por el cineasta estadounidense Steven Spielberg en 1993, el Tirannosaurus rex aparece como un dinosaurio capaz de triturar un con su mordida.

Objetivo del estudio: biomecánica, bipedalismo y estrategias de caza

Rowe confiesa que desde siempre le han fascinado estos depredadores gigantes. Para él, son un modelo ideal para responder a preguntas básicas sobre biomecánica y ecología delos grandes carnívoros prehistóricos. En este trabajo, junto a Rayfield, quiso averiguar hasta qué punto el hecho de ser bípedos condicionó la mecánica de sus cráneos y sus técnicas de caza.

No existe hoy ningún equivalente vivo a un dinosaurio carnívoro bípedo de ocho o diez toneladas. El último de ellos desapareció en la extinción masiva del Cretácico final. Por eso, estudiar sus restos ofrece una oportunidad única para asomarse a una forma de vida desaparecida.

Los investigadores partieron de una premisa conocida: aunque algunos depredadores alcanzaron tamaños similares, lo hicieron en distintas épocas y continentes, con formas craneales muy diferentes. Esto planteaba una pregunta: ¿eran sus cráneos funcionalmente parecidos bajo el capó o escondían profundas diferencias biomecánicas que revelaran estrategias de caza divergentes?

Escaneando el pasado

Para responderla, Rowe y Rayfield analizaron dieciocho especies de terópodos, desde criaturas pequeñas como los Raptorex hasta gigantes como el Giganotosaurus y el Spinosaurus. Usaron tecnologías de imagen, como la tomografía computarizada (CT) y el escaneado superficial, para crear modelos digitales de alta resolución.

A partir de ahí, la pareja de paleobiólogos aplicó análisis de elementos finitos (FEA), una técnica de ingeniería que simula cómo las estructuras responden a cargas y tensiones.

El objetivo no era otro que cuantificar el rendimiento alimenticio y medir la fuerza de mordida, así como el estrés craneal que esta provocaba en cráneos y mandíbulas. Este enfoque les permitió probar tres hipótesis:

1️⃣ Que el aumento de tamaño redujera el estrés gracias a la geometría ósea.

2️⃣ Que los tiranosauroideos mostraran tensiones más altas por sus potentes músculos y mordidas.

3️⃣ Que, al escalar todos los cráneos al mismo tamaño, los más pequeños fueran relativamente más frágiles.

Dos caminos evolutivos para cazar como gigante

Los resultados confirmaron que había un claro choque de estilos evolutivos. En efecto, los tiranosaurios, incluido el Tyrannosaurus rex, estaban optimizados para generar fuerzas de mordida muy potentes, lo que implicaba aceptar niveles de tensión craneal más elevados. En cambio, otros gigantes, como el Giganotosaurus y el Spinosaurus, presentaban patrones de tensión que sugerían mordidas más ligeras y estrategias basadas en cortes y desgarros.

«En algunos otros gigantes, como el Giganotosaurus, calculamos patrones de estrés que indicaban una mordida relativamente ligera —comenta Rowe—. Esto demuestra cómo la evolución puede producir múltiples soluciones para la vida como un gran bípedo carnívoro».

El análisis también reveló que el estrés craneal no aumentaba de manera uniforme con el tamaño corporal. Algunos terópodos pequeños, por su mayor volumen muscular y fuerza relativa de mordida, soportaban más tensión que especies mucho mayores. Dicho de otro modo: ser un depredador bípedo gigante no significaba automáticamente ser un triturador de huesos.

Recreación artística de un enfrentamiento entre dos titanes: un Tyrannosaurus rex y un Dakotaraptor.

Recreación artística de un enfrentamiento entre dos titanes: un Tyrannosaurus rex y un Dakotaraptor. Imagen generada con Copilot

Cocodrilos y dragones de Komodo

La comparación con animales actuales ayuda a imaginar cómo cazaban. Rowe establece un paralelismo sugerente: «Suelo comparar al Allosaurus con un dragón de Komodo moderno en cuanto a su forma de alimentarse —afirma el experto— Por el contrario, los grandes cráneos de los tiranosaurios estaban optimizados como los cocodrilos modernos, con una gran fuerza de mordida que aplastaba a sus presas».

En palabras de Rowe, «esta diversidad biomecánica sugiere que los ecosistemas del Mesozoico podían albergar un abanico más amplio de depredadores gigantes de lo que a veces se piensa».

De ser así, habría menos competencia directa y más especialización: unos centrados en aplastar y consumir huesos, otros en infligir cortes profundos y desgarrar carne.

Lo que dicen los números

En los modelos a tamaño real, especies como Herrerasaurus ischigualastensis mostraban las tensiones más altas, sobre todo en la parte posterior del cráneo. Los grandes tetanuros no tiranosauroideos, caso del Acrocanthosaurus y el Suchomimus— distribuían mejor las fuerzas, con menores niveles de estrés.

Al escalar todos los cráneos al mismo tamaño, los pequeños seguían siendo los más estresados mecánicamente, mientras que el Tyrannosaurus rex mantenía cifras comparables a las de otros gigantes, pero con un poder de mordida incomparable.

En las mandíbulas, el patrón variaba: en los tiranosaurios, el estrés mandibular aumentaba con el tamaño; en otros grandes tetanuros, tendía a disminuir. Esto podría reflejar diferencias en la forma de atacar y sujetar a las presas: mordidas punzantes y tirantes en tiranosaurios frente a cortes amplios y repetidos en alosaurios y megalosaurios.

Recreación artística del dinosaurio recientemente descubierto Acheroraptor temertyorum, que vivió en la misma época que el Tyrannosaurus rex y el Triceratops.

Recreación artística del dinosaurio recientemente descubierto Acheroraptor temertyorum, que vivió en la misma época que el Tyrannosaurus rex y el Triceratops. Era carnívoro bípedo, emplumado, con una cola larga y rígida y una garra extendida en forma de hoz en cada pie que se doblaba al caminar y que usaba para sujetar a las presas. Ilustración: Julius Csotonyi

Factores más allá de la caza

Aunque el cráneo es clave para alimentarse, también cumple otras funciones: albergar órganos sensoriales, servir de anclaje a ornamentaciones como crestas y hasta desempeñar roles en la exhibición o el cortejo.

Esto explica por qué la correlación entre tamaño y tensión es más clara en las mandíbulas, más directamente adaptadas a la función de la alimentación.

En cuanto a la ornamentación craneal, no parece que afectara demasiado al rendimiento mecánico. Taxones con crestas, como el Dilophosaurus, mostraban niveles de tensión comparables a los de especies similares sin adornos.

Ecología y convivencia

El estudio sugiere que estas diferencias biomecánicas podían facilitar la convivencia de varios depredadores gigantes en un mismo ecosistema. Al ocupar nichos diferentes, reducían la competencia directa.

Así, mientras un Tyrannosaurus rex podía perseguir o emboscar a un gran herbívoro para aplastarlo de un solo mordisco, un espinosáurido podía centrarse en peces grandes o presas menos armadas, y un alosaurio podía desgarrar a una víctima para luego dejar que se desangrara.

Estas estrategias de caza también respondían a presiones ecológicas concretas: en el Cretácico tardío, los tiranosaurios convivían con presas muy móviles y rivales, como eran los cocodrilianos gigantes, lo que pudo empujarlos a perfeccionar sus capacidades de trituración.

Más de una receta para el éxito

La principal lección del trabajo de Rowe y Rayfield es que no había una sola forma de ser un superdepredador gigante. Algunos apostaron por la fuerza bruta y aceptaron tensiones altas; otros buscaron un diseño más equilibrado y flexible. Ambos caminos podían conducir al éxito evolutivo, siempre que se adaptaran a las presiones del entorno.

«Esta diversidad funcional nos recuerda que la evolución no es una carrera hacia un único diseño óptimo —sentencia Rowe. Y concluye—: En la naturaleza, a menudo hay varias soluciones que funcionan igual de bien, dependiendo del contexto ecológico”.

Al final, lo que hoy nos parece un grupo homogéneo de monstruos dentados era, en realidad, un mosaico de especialistas que, cada uno a su manera, reinó en un mundo prehistórico ya desaparecido. ▪️

  • Información facilitada por Cell Press

  • Fuente: Rowe, Andre J. et al. Carnivorous dinosaur lineages adopt different skull performances at gigantic size. Current Biology (2025). DOI: 10.1016/j.cub.2025.06.051

Anterior
Anterior

¿Quieres perder peso? Vigila los alimentos ultraprocesados, aconseja un nuevo estudio

Siguiente
Siguiente

Células madre reprogramadas: el futuro de la inmunoterapia personalizada contra el cáncer