Los genes de las madres pueden influir en el peso de los hijos, incluso sin que se transmitan genéticamente

Un estudio de la University College de Londres revela que la genética de la madre puede influir más que la del padre en el sobrepeso de los hijos, como resultado de un fenómeno conocido como «crianza genética».

Por Enrique Coperías

El peso de la madre influye en la obesidad infantil incluso sin genes heredados, por el efecto de la «nutrición genética», según un nuevo estudio.

El peso de la madre influye en la obesidad infantil incluso sin genes heredados, por el efecto de la «nutrición genética», según un nuevo estudio. Foto: Ivan Radulovich

La obesidad infantil sigue siendo uno de los grandes retos de salud pública del siglo XXI. No solo por su impacto en la salud física y mental de millones de menores, sino también por su tendencia ascendente, que preocupa a médicos, investigadores y autoridades sanitarias.

En el España, por ejemplo, el exceso de peso en menores sigue siendo alarmante: entre el 36 % y 40 % de los niños de seis a nueve años presentan sobrepeso u obesidad, según el estudio ALADINO entre 2019 y 2023. A pesar de una ligera mejora desde 2019, España continúa entre los países de la Unión Europea con más obesidad infantil, con un 20,2 % de sobrepeso y un 15,9 % de obesidad en escolares

Y la pregunta sigue en el aire: ¿por qué algunos niños desarrollan obesidad y otros no, incluso dentro de la misma familia?

Qué es la nutrición genética y por qué importa

Un estudio liderado por investigadores del University College de Londres (UCL), recientemente publicado en la revista PLOS Genetics, ofrece una respuesta más matizada de lo que se creía. Utilizando una muestra de 2.621 familias británicas del Millennium Cohort Study, el equipo de investigadores ha descubierto que el peso de la madre influye en el de los hijos más allá de los genes heredados directamente, mientras que el del padre no muestra ese efecto una vez se controla la herencia genética.

El hallazgo apunta a un fenómeno conocido como nutrición genética o covarianza pasiva genes-ambiente por el cual los genes de los padres pueden influir en sus hijos no solo a través del ADN que les transmiten, sino que también moldean el entorno familiar y prenatal, afectando a comportamientos, a hábitos y a condiciones de crianza.

La idea de que «lo que se hereda no se hurta» se queda corta cuando hablamos de peso corporal. El índice de masa corporal (IMC) es un rasgo muy heredable, con estudios que estiman que entre un 47% y un 90% de su variación se debe a factores genéticos. Sin embargo, los hijos no solo reciben una copia de la mitad del genoma de cada progenitor: también crecen en un entorno marcado por las costumbres, las rutinas y la biología de quienes los crían.

La hipótesis del desarrollo por sobrealimentación

En el caso de la madre, este entorno incluye también los nueve meses de embarazo, donde la alimentación, la salud metabólica y el peso pueden programar la fisiología del feto de forma duradera.

Este es el núcleo de la hipótesis del desarrollo por sobrealimentación, que plantea que un exceso de nutrientes y ciertos cambios hormonales en el útero pueden predisponer a la obesidad futura del hijo.

Pero ¿cómo aislar lo que es pura herencia genética de lo que es influencia ambiental moldeada por esos mismos genes? Ahí es donde entra la técnica epidemiológica conocida de aleatorización mendeliana aplicada a tríos familiaresmadre, padre e hijo—, que permite separar los efectos de los genes heredados de los de los genes no heredados, pero que sí influyen indirectamente en el desarrollo del niño.

Según la hipótesis del desarrollo por sobrealimentación, n exceso de nutrientes y ciertos cambios hormonales en el útero pueden predisponer a la obesidad futura del hijo.

Según la hipótesis del desarrollo por sobrealimentación, n exceso de nutrientes y ciertos cambios hormonales en el útero pueden predisponer a la obesidad futura del hijo. Foto: Camila Cordeiro

Metodología: 17años siguiendo a familias del Millennium Cohort Study

El equipo de la UCL analizó familias con datos genéticos completos y medidas repetidas del peso y la altura de los hijos en seis edades clave: tres, cinco, siete, once, catorce y decisiete años. El índice de masa corporal parental se obtuvo mediante autoinforme cuando los hijos tenían nueve meses de edad, y se complementó con medidas objetivas de los menores y con indicadores más específicos de adiposidad, como porcentaje de grasa, masa libre de grasa y relación cintura-altura.

La dieta infantil se evaluó mediante cuestionarios a padres (en la infancia) o a los propios jóvenes (en la adolescencia), y se les preguntó por la frecuencia de consumo de fruta, verdura, comida rápida, bebidas azucaradas o edulcoradas. Aunque se reconoce que este tipo de datos autodeclarados tienen limitaciones, permitieron construir un índice global de dieta saludable para cada edad.

La clave fue comparar dos enfoques diferentes:

✅ Modelos fenotípicos estándar, que correlacionan el IMC de los padres con el de los hijos sin considerar la genética.

✅ Modelos genéticamente informados, que usan índices poligénicos (PGI) para aislar los efectos de los genes heredados y estimar el peso de los genes no heredados en la relación parental-hijos. Recordemos que los PGI son una puntuación genética que estima la predisposición de una persona a un rasgo o enfermedad combinando el efecto de miles de variantes genéticas detectadas en su ADN. En otras palabras, es como sumar muchos pequeños empujones genéticos para ver si, en conjunto, aumentan o reducen el riesgo de algo, por ejemplo, tener un IMC más alto.

Resultados: el peso materno importa más allá de los genes

En los análisis convencionales, tanto el IMC de la madre como el del padre se asociaban de manera similar con el de los hijos, y esa relación se intensificaba con la edad. A los diecisiete años, cada punto extra de IMC en la madre o el padre se correspondía con unos 0,25-0,29 puntos más en el hijo.

Sin embargo, cuando los investigadores descontaron del análisis el efecto de los genes heredados directamente por el hijo, la situación cambió: solo el peso de la madre seguía influyendo en el del hijo, mientras que la aparente influencia del padre desaparecía. Esto sugiere que el vínculo inicial se debía en realidad a la genética compartida y no a un efecto ambiental propio.

Nutrición genética: el entorno moldeado por la madre

Estos resultados encajan con el concepto de nutrición genética, en el que los genes de la madre, aunque no se transmitan al hijo, influyen en su peso al modelar el entorno en que crece. Por ejemplo, un gen que predispone a la madre a tener un mayor índice de masa corporal puede también llevarla a desarrollar ciertos hábitos alimentarios o metabólicos que, a su vez, afectan a la salud infantil.

«Las madres parecen influir en el peso de sus hijos más allá de los genes que les transmiten. Nuestros hallazgos sugieren que la genética materna es clave para moldear el entorno en que se desarrolla el niño, influyendo así indirectamente en su IMC.», dice el doctor Liam Wright, autor principal del estudio.

En palabras de Wright, «no se trata de culpar a las madres, sino de reconocer que apoyar su salud puede marcar una diferencia significativa en la de sus hijos a largo plazo. Intervenciones dirigidas a reducir el IMC materno, especialmente durante el embarazo, podrían reducir el impacto intergeneracional de la obesidad».

Peso al nacer y entorno intrauterino

El estudio también mostró que las madres con mayor IMC solían tener hijos adolescentes con hábitos alimentarios menos saludables, y que esta relación se mantenía incluso cuando se descontaba el efecto de los genes heredados. A los catorce y diecisiete años, estos jóvenes consumían más comida ultraprocesada y bebidas azucaradas, y menos fruta.

En cuanto al peso al nacer, solo el IMC materno mostró una asociación consistente, lo que refuerza la hipótesis de un efecto intrauterino. La influencia paterna en este aspecto fue nula.

Por otro lado, al analizar los índices poligénicos, los investigadores estimaron que los efectos indirectos de la genética materna representaban entre un 20% y un 50% de los efectos genéticos directos en el IMC infantil. En los padres, los efectos indirectos fueron mínimos o inexistentes.

Este hallazgo sugiere que, al menos en este contexto, el peso materno desempeña un papel activo y sostenido en la configuración del riesgo de obesidad en sus hijos, mientras que el del padre parece depender casi por completo de la herencia genética.

Implicaciones para la salud pública y prevención

Los autores de este trabajo coinciden en afirmar que estos resultados tienen relevancia directa para el diseño de estrategias contra la obesidad infantil. Apoyar la salud y el peso adecuados de las madres, especialmente en edad fértil y durante el embarazo, podría tener beneficios que se transmitan a la siguiente generación.

Esto no significa que el papel del padre en la crianza sea irrelevante. De hecho, Wright señala que en contextos con mayor igualdad en el reparto de cuidados podría observarse una influencia ambiental paterna más fuerte.

Sin embargo, el índice de masa corporal paterno como tal no parece ser un factor causal importante en el peso infantil.

El estudio concluye que el peso materno puede influir en el de los hijos incluso sin transmitir genes, mientras que el peso paterno se explica sobre todo por la herencia genética directa.

El estudio concluye que el peso materno puede influir en el de los hijos incluso sin transmitir genes, mientras que el peso paterno se explica sobre todo por la herencia genética directa. La nutrición genética emerge como un factor clave en la transmisión intergeneracional de la obesidad. Foto: Kawê Rodrigues

Limitaciones del estudio y próximos pasos

Wright y sus colegas reconoce varias limitaciones en su investigación, y destacan estas tres:

El peso de los padres se midió por autoinforme, lo que tiende a subestimar el IMC.

La dieta se evaluó con pocas preguntas y de forma autodeclarada, lo que reduce la precisión.

El tamaño de la muestra con datos genéticos completos fue limitado, y hubo pérdida de participantes a lo largo del proyecto, más frecuente entre quienes tenían mayor IMC.

Aun así, el estudio se beneficia de datos longitudinales, mediciones objetivas en los hijos y el uso de métodos genéticamente informados que evitan sobrestimar los efectos ambientales.

Futuros trabajos podrían incluir mediciones más detalladas de dieta y actividad física, explorar otros rasgos parentales como la educación o la salud mental, y analizar si el patrón se repite en sociedades con diferentes roles de género o políticas de cuidado.

Una mirada genética y ambiental combinada

En palabras de Wright, este estudio aporta una visión más fina y compleja sobre la transmisión intergeneracional de la obesidad:

El peso materno influye en el de los hijos incluso cuando se elimina el efecto de los genes heredados.

El peso paterno, en cambio, parece influir solo a través de la herencia genética directa.

La nutrición genética materna puede actuar a través de factores prenatales y de crianza, afectando tanto al peso como a los hábitos alimentarios de los hijos.

En un momento en que la obesidad infantil sigue en niveles preocupantes, la investigación refuerza la importancia de intervenciones que apoyen la salud de las madres, con beneficios que podrían sentirse no solo en ellas, sino también en las próximas generaciones.

O, como lo resume el doctor Wright: «Si queremos reducir las tasas de obesidad en el futuro, debemos empezar antes del nacimiento. Apoyar la salud materna puede ser una inversión de alto impacto para el bienestar de sus hijos». ▪️

  • Información facilitada por la UCL

  • Fuente: Liam Wrigh, Gemma Shireby, Tim T. Morris, Neil M. Davies, David Bann. The Association Between Parental BMI and Offspring Adiposity: A Genetically Informed Analysis of Trios. medRxiv (2025). DOI: https://doi.org/10.1101/2024.03.07.24303912

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