Los últimos dinosaurios de Nuevo México prosperaron hasta el cataclismo final
Nuevas dataciones en el suroeste de Estados Unidos revelan que los dinosaurios vivieron su mejor momento justo antes del impacto del asteroide que acabó con ellos. Un estudio en Science reescribe el capítulo final de su historia.
Por Enrique Coperías
Recreación del ecosistema del suroeste de Norteamérica hace 66 millones de años, en la cCuenca de San Juan (Nuevo México). En primer plano, un grupo de hadrosaurios lambeosaurinos se desplaza por la ribera de un río bajo la mirada de un joven Alamosaurus, mientras un pequeño mamífero observa desde un tronco. En el cielo, una línea luminosa anuncia el asteroide que pondrá fin al reinado de los dinosaurios. Imagen generada con DALL-E
Uno de los debates clásicos entre los dinosaurólogos es si los dinosaurios desaparecieron de forma repentina cuando un asteroide impactó contra la Tierra hace 66 millones de años o si ya se encontraban en decadencia.
El registro fósil conocido, concentrado sobre todo en el norte de Estados Unidos y Canadá, parecía apoyar una visión de ocaso progresivo: hacia el final del Cretácico, las grandes bestias habrían ido perdiendo diversidad, confinadas a unas pocas especies antes de sucumbir. Pero un nuevo estudio publicado en la prestigiosa revista Science cambia radicalmente esa narrativa.
Investigadores de Estados Unidos, Reino Unido, España y Finlandia han demostrado que en el suroeste de Norteamérica, en concreto, lo que hoy es Nuevo México, los dinosaurios prosperaron hasta los últimos cientos de miles de años antes del cataclismo. Sus ecosistemas, lejos de estar empobrecidos, eran ricos y variados, con especies que vivían en entornos distintos a los de sus contemporáneos del norte. El hallazgo sugiere que los dinosaurios no murieron lentamente: estaban en plena forma cuando el cielo se desplomó sobre ellos.
El tesoro fósil de la cuenca de San Juan
El estudio, liderado por Andrew Flynn, de la Universidad Estatal de Nuevo México y del Smithsonian, en Estados Unidos, junto con el célebre paleontólogo Stephen Brusatte, de la Universidad de Edimburgo, en el Reino Unido, revisa a fondo una capa de roca poco conocida: la Naashoibito Member de la formación Ojo Álamo, en la cuenca de San Juan, en el noroeste de Nuevo México.
Durante años, su edad exacta fue objeto de disputa. Algunos la situaban varios millones de años antes del final del Cretácico; otros, incluso, en el inicio del Paleoceno, ya después de la repentina extinción masiva de tres cuartas partes de las especies de plantas y animales de la Tierra. La confusión impedía saber si los fósiles encontrados allí —restos de hadrosaurios, ceratópsidos y el gigantesco sauropodo Alamosaurus— correspondían a los últimos dinosaurios vivos o a supervivientes imaginarios.
Flynn y su equipo aplicaron técnicas modernas de datación radiométrica, mediante el isótopo argón-argón en cristales de sanidina, combinadas con estudios de magnetoestratigrafía, los registros del campo magnético terrestre impresos en las rocas. El resultado es inequívoco, y sostiene que el Naashoibito Member tiene entre 66,9 y 66,4 millones de años, lo que lo sitúa a menos de 400.000 años del impacto del asteroide de Chicxulub, en el noroeste de la península de Yucatán (México). Es decir, esos dinosaurios vivieron hasta prácticamente el final.
En el norte, el «Tyrannosaurus rex»; en el sur, el enorme «Alamosaurus»
«Durante mucho tiempo, el sur del continente Laramidia (ahora el oeste de América del Norte) fue un agujero en el mapa— explican los autores del estudio—. Ahora sabemos que allí también existían comunidades prósperas de dinosaurios justo antes del golpe final».
«Los dinosaurios Naashoibito vivieron al mismo tiempo que las famosas especies de Hell Creek en Montana y las Dakotas —dice Daniel Peppe, profesor de Geociencias en la Universidad Baylor. Y añade—: No estaban en declive, sino que eran comunidades vibrantes y diversas».
El hallazgo tiene implicaciones más amplias que una simple fecha. Según los autores, las faunas del Cretácico tardío no eran homogéneas: el continente occidental de América del Norte (entonces dividido por un mar interior) estaba compuesto por bioprovincias distintas, separadas por gradientes de temperatura y relieve. En el norte, en lo que hoy son Montana y las Dakotas, predominaban los hadrosaurios de pico ancho y los tiranosaurios, como Tyrannosaurus rex; en el sur, zonas más cálidas y áridas daban cobijo a otros linajes, como los lambeosaurinos (Lambeosaurinae) y el enorme Alamosaurus.
Una explosión de diversidad de dinosaurios
Durante décadas se asumió que esa diferenciación regional, muy marcada en épocas anteriores, como el Campaniense, se había desvanecido al final del Cretácico, dejando un panorama más uniforme y empobrecido. Pero el nuevo trabajo demuestra que la diversidad seguía siendo alta y que las diferencias ecológicas entre regiones persistieron hasta el final.
Lejos de un mundo monótono y en declive, el último acto de los dinosaurios fue una explosión de variedad biológica.
Para llegar a esa conclusión, los investigadores analizaron conjuntos de fósiles de vertebrados terrestres de todo el oeste de Norteamérica, tanto de dinosaurios como de mamíferos y otros grupos, y aplicaron métodos de ecología estadística moderna. Su análisis identificó dos bioprovincias principales durante los últimos millones de años del Cretácico y también después, ya en el Paleoceno.
Los dinosaurios mantuvieron una marcada provincialidad hasta el final de sus días, mientras que los mamíferos —aún minoritarios entonces— se volvieron más cosmopolitas justo antes de la extinción y volvieron a diversificarse regionalmente después del cataclismo.
El impacto de Chicxulub y el final abrupto del Cretácico
Los modelos ecológicos indican que el factor determinante de esas diferencias no era la latitud en sí, sino la temperatura. En las zonas más cálidas del sur prosperaban los grandes saurópodos de cuello largo, adaptados a ambientes secos; en las regiones templadas del norte, los hadrosaurios herbívoros dominaban los paisajes pantanosos. «La provincialidad no dependía tanto de una barrera física como de un gradiente climático —escriben los autores—. El clima fue el principal motor de la diversidad regional durante los últimos días del Cretácico».
Este escenario cuestiona la hipótesis de que los dinosaurios ya estaban condenados antes del impacto. Si sus ecosistemas mantenían una estructura compleja y una alta diversidad, es improbable que se encontraran en declive. Por el contrario, el estudio respalda la visión de una extinción abrupta y catastrófica, causada directamente por el impacto del asteroide que formó el cráter de Chicxulub.
🗣️ «Lo que muestra nuestra nueva investigación es que los dinosaurios no estaban desapareciendo cuando se acercaba la extinción masiva. Les iba bien, estaban prosperando, y fue el impacto del asteroide lo que parece haberlos aniquilado —subraya Flynn. Y continúa—: Esto contradice la idea, mantenida durante mucho tiempo, de que hubo un declive prolongado en la diversidad de los dinosaurios que los hizo más propensos a extinguirse».
«El registro de Nuevo México nos muestra que los dinosaurios seguían prosperando —resume Flynn—. No estaban extinguiéndose lentamente; su mundo desapareció de golpe».
El mamífero primitivo Ectoconus, uno de los primeros placentarios tras la extinción de los dinosaurios, daba a luz crías vivas y bien desarrolladas. Vivió durante el Paleoceno inferior en América del Norte. Ilustración de Beth Zaiken.
Después del asteroide llega la era de los mamíferos
Tras la catástrofe, el paisaje biológico cambió por completo. Las capas superiores de la secuencia de la cuenca de San Juan revelan cómo, apenas unos cientos de miles de años después, los mamíferos se diversificaron explosivamente. Los investigadores identifican en la Formación Nacimiento, que cubre las rocas del Naashoibit, las primeras faunas del Paleoceno temprano, datadas unos 300.000 años después del impacto. Allí aparecen ya los mamíferos del llamado Puercan 2, antepasados de muchos linajes modernos, que en poco tiempo evolucionaron en tamaño y variedad de dietas.
«Los mamíferos supervivientes conservaron las mismas bioprovincias del norte y del sur. Los mamíferos del norte y del sur eran muy diferentes entre sí, algo distinto a lo que ocurrió en otras extinciones masivas, donde todo parece volverse mucho más uniforme», explica Flynn.
El contraste con los dinosaurios no podría ser mayor: una desaparición súbita seguida de una recuperación veloz. Mientras que tras la gran extinción del Pérmico —250 millones de años antes— la biosfera tardó millones de años en recomponerse, la vida terrestre se reorganizó rápidamente después del evento del Cretácico. Los mamíferos ocuparon los nichos vacíos en cuestión de unos pocos cientos de milenios, marcando el inicio de una nueva era.
Laboratorio natural de la transición entre dos mundos
El estudio también pone en valor el papel de Nuevo México como laboratorio natural de la transición entre dos mundos. Hasta ahora, la mayor parte de la información sobre el final del Cretácico procedía de la Formación Hell Creek, en el norte, famosa por sus fósiles de Tyrannosaurus rex y Triceratops. Pero la comparación entre ambas regiones revela que el sur de Laramidia no era un remanso marginal, sino un ecosistema tan complejo como el septentrional.
Los autores señalan que, en conjunto, los datos de Norteamérica, Europa y Sudamérica apuntan a un mismo patrón: los dinosaurios siguieron diversificándose hasta el último tramo del Cretácico, con especies adaptadas a distintos climas y paisajes. El golpe del asteroide fue, literalmente, el final de una era dorada, no el desenlace de un declive.
En el contexto actual de crisis climática y pérdida de biodiversidad, la historia tiene una resonancia inquietante. Los dinosaurios, pese a su éxito y capacidad de adaptación, no pudieron sobrevivir a un cambio ambiental súbito y global. Su desaparición abrió el camino a los mamíferos —y, eventualmente, a nosotros—, pero también recuerda la fragilidad de los equilibrios ecológicos.
«Cada gran extinción reconfigura la vida en la Tierra —escriben los autores—. La del final del Cretácico fue una de las más rápidas y transformadoras. Nos enseña que incluso los ecosistemas más ricos pueden desaparecer en un instante».
Con este trabajo, los paleontólogos no solo datan con precisión los últimos días de los dinosaurios en el suroeste de Norteamérica, sino que también devuelven a esas criaturas su vitalidad perdida. Hasta el último momento, en los ríos y llanuras de Nuevo México, los dinosaurios seguían reinando. ▪️
Información facilitada por la Universidad Baylor
Fuente: Andrew G. Flynn et al. Late-surviving New Mexican dinosaurs illuminate high end-Cretaceous diversity and provinciality. Science (2025). DOI:10.1126/science.adw3282

