¿Por qué el cerebro humano madura más lentamente que el de otros primates? La clave evolutiva de nuestra inteligencia
Tardamos décadas en convertirnos plenamente en quienes somos. Ese retraso no es un defecto evolutivo, sino el precio —y el motor— de nuestra inteligencia: un cerebro que se hace a fuego lento para aprender más, adaptarse mejor y pensar más lejos que cualquier otro primate.
Por Enrique Coperías
Mientras un bebé humano explora y aprende construyendo una torre de bloques, un macaco observa desde el fondo: una metáfora visual del hallazgo central del estudio —la infancia prolongada del ser humano permite que el cerebro desarrolle sus conexiones más lentamente, extendiendo el aprendizaje y la plasticidad mucho más allá que en otros primates. Crédito: IA-DALL-E-©RexMolón Producciones
¿Por qué los seres humanos tardamos tantos años en convertirnos en nosotros mismos? ¿Por qué nuestra infancia se prolonga más que la de cualquier otro primate, incluso después de haber nacido con cerebros relativamente grandes?
Una nueva investigación publicada en Nature Neuroscience y liderada por investigadores de la Universidad Normal de Pekín (China) arroja luz sobre una de las claves que nos hacen humanos: el desarrollo lento y prolongado de nuestra corteza prefrontal, la región que gobierna funciones tan reconociblemente humanas como planificar, aprender de la experiencia, controlar impulsos, imaginar futuros o desarrollar lenguaje.
La respuesta, según un extenso estudio comparativo entre más de 1,8 millones de células humanas y de macaco analizadas a lo largo del desarrollo, desde el útero hasta la edad adulta, está en la coreografía temporal de nuestras neuronas y células gliales, en las que el cerebro humano despliega un maratón celular donde otros primates corren un esprint.
Nuestro cerebro tarda más en cablearse, más en formar sinapsis, más en podar conexiones y más en reforzar su red con mielina. Y ese más es lo que hace posible la plasticidad cognitiva que caracteriza a nuestra especie.
La corteza prefrontal humana no termina de madurar hasta bien entrada la veintena, mientras que la del macaco está esencialmente lista en torno a los cuatro años. «Los humanos tenemos una infancia extraordinariamente prolongada», concluye el estudio.
Qué revela el nuevo atlas celular del desarrollo cerebral
Hasta ahora, gran parte de lo que sabíamos sobre el desarrollo cerebral comparado entre humanos y otros primates se centraba en fases prenatales o adultas. Esta investigación ocupa el enorme vacío entre ambos extremos: la infancia y la adolescencia, el periodo en el que emergen capacidades como la autorregulación, el lenguaje complejo o la memoria episódica.
El equipo construyó un atlas tridimensional de células de la corteza prefrontal (PFC) humana y de macaco, combinando tres tecnologías punteras:
✅ Secuenciación de ARN a nivel de núcleo para saber qué genes se activan.
✅ ATAC-seq para identificar qué regiones del genoma están accesibles.
✅ Transcriptómica espacial para localizar cada célula en su entorno original.
El resultado es una radiografía evolutiva de las células que construyen nuestro pensamiento, asegura Qian Wu, investigadora de la Universidad Normal de Pekín y coautora del estudio.
Uno de los hallazgos más llamativos es la alineación temporal entre especies: a partir de los patrones de expresión génica, los autores predicen que el cerebro humano al nacer es equivalente al de un macaco semanas antes de su nacimiento, y que un macaco de cuatro años presenta una madurez similar a la de un humano cercano a la edad adulta. Ese desfase temporal se traduce en más tiempo para aprender, pero también una vulnerabilidad más prolongada.
Por qué las neuronas humanas necesitan más tiempo
La investigación identifica 94 subtipos neuronales con distribuciones espacio-temporales específicas. Varias poblaciones de neuronas excitadoras en capas II y III, cruciales para integrar señales entre distintas áreas del cerebro, permanecen en migración y reorganización más allá de los tres primeros años de vida. En macacos, estos mismos subtipos se estabilizan antes y muestran una menor diversificación.
Entre los genes más implicados destaca el MEF2C, un regulador maestro de la formación sináptica cuya actividad es especialmente intensa en nuestra especie. Sus dianas génicas se asocian con procesos como la regulación de la sinapsis, el aprendizaje y la plasticidad sináptica, lo que refuerza la hipótesis de que la prolongación del periodo sináptico facilita aprendizajes complejos únicos en nuestra especie.
Las diferencias no son meramente funcionales: resultan visibles. Por ejemplo, las proteínas sinápticas VAMP2 y PSD95 muestran una densidad mucho mayor en humanos, y su disminución gradual —una señal de la poda de conexiones neuronales— ocurre más tarde y más bruscamente que en macacos.
Esta ventana extendida permite probar, ajustar, descartar y reforzar circuitos neuronales durante toda la infancia y buena parte de la adolescencia.
La infancia, una obra en construcción
Los investigadores estructuran la infancia humana en siete ventanas temporales que encapsulan hitos celulares clave:
| Ventana | Edad humana aproximada | Procesos principales del desarrollo cerebral |
|---|---|---|
| Ventana I | 0–1 años | Formación sináptica intensa; establecimiento inicial de circuitos neuronales. |
| Ventanas II–III | 1–5 años | Poda sináptica masiva; muerte celular programada; refinamiento temprano de redes. |
| Ventanas III–IV | 4–11 años | Incremento de actividad neuronal; desarrollo funcional de circuitos; consolidación del aprendizaje. |
| Ventanas V–VII | 12–25 años | Mielinización progresiva; maduración de funciones ejecutivas; refinamiento cognitivo y emocional. |
Esta estructura temporal explica por qué los niños parecen aprender con una fluidez pasmosa, por qué los adolescentes son particularmente moldeables y por qué la madurez cognitiva no llega hasta casi los 25.
Las células gliales, las escuderas silenciosas que marcan la diferencia
Si las neuronas son protagonistas del relato, las células gliales son las directoras de escena. Recordemos que las células gliales son las células de soporte del sistema nervioso: no transmiten señales como las neuronas, pero las alimentan, protegen, organizan, limpian y ayudan a formar y mantener las conexiones.
Pues bien, el estudio confirma que los humanos mantienen activas poblaciones de progenitores astrocitarios y oligodendrogliales —células madre del cerebro que pueden transformarse en astrocitos u oligodendrocitos, respectivamente— durante muchos más años, algo que no sucede en macacos.
Estos progenitores permiten remodelar circuitos neuronales de manera sostenida. En este sentido, dos hallazgos destacan especialmente:
1️⃣ La generación de astrocitos en humanos continúa con fuerza hasta los primeros años de adolescencia, facilitando procesos como la poda sináptica, el soporte metabólico y la arquitectura de la red neuronal. La proteína CD44, muy presente en progenitores astrogliales humanos, regula esta proliferación prolongada.
2️⃣ Los oligodendrocitos, responsables de la mielina— siguen madurando y proliferando hasta la adultez, expandiéndose desde la sustancia blanca hacia la sustancia gris mucho más tarde que en macacos.
Esto significa más tiempo para reforzar conexiones neuronales que sustentan funciones como la memoria de trabajo o la toma de decisiones.
Células gliales. Cortesía: Dr. Nancy Kedersha / ImmunoGen, Inc. / https://www.nikonsmallworld.com/
Inteligencia prolongada, riesgo prolongado
El desarrollo extendido del cerebro humano no es gratis. El estudio identifica ventanas de susceptibilidad en las que aumentan las probabilidades de alteraciones cerebrales asociadas con trastornos del neurodesarrollo y trastornos neuropsiquiátricos.
Los genes vinculados al autismo, el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH) o la esquizofrenia aparecen enriquecidos en poblaciones neuronales y gliales humanas que experimentan cambios tardíos, especialmente en capas profundas de la corteza prefrontal. Entre los reguladores clave destacan el FOXP1, el FOXP2, el CUX1 y el CUX2, genes directamente implicados en lenguaje y funciones ejecutivas y cuya alteración se ha relacionado con patologías cognitivas.
👉 Este solapamiento señala un dilema evolutivo: las mismas características que nos dotan de pensamiento complejo nos hacen más vulnerables durante más tiempo.
¿Qué nos hace humanos? Tiempo
La conclusión del estudio no es solo biológica: también filosófica. La diferencia más profunda entre nuestro cerebro y el de otros primates no es solo cuánto crece, sino cuánto tarda en ser. El desarrollo lento:
✅ Amplifica la plasticidad.
✅Extiende la educación neuronal.
✅ Multiplica las oportunidades para aprender del entorno.
✅ Encadena el destino del cerebro al contexto social.
En otras palabras, tardamos más en madurar porque nuestra mente se fabrica en diálogo constante con el mundo: con la cultura, el lenguaje, la música, la convivencia, el juego, la escuela, el conflicto y el afecto.
La infancia como invención evolutiva
Hace más de un siglo, el biólogo suizo Adolf Portmann ya propuso que los humanos nacemos «prematuros» para permitir que el cerebro se adapte al entorno cultural. Esta nueva investigación no solo respalda esa intuición, sino que la desciende al nivel de genes, células y circuitos neuronales.
Nuestro cerebro, parece, no está programado para acabar pronto, sino para empezar despacio.
La infancia —esa larga y frágil estación en la que se ensaya quiénes seremos— no es un retraso evolutivo, sino la estrategia que nos permitió convertir la biología en cultura. Y por eso, quizá, no hay nada más humano que tardar en hacerse humano.▪️
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Fuente: Zhang, J., Li, M., Wang, M. et al. Single-cell spatiotemporal transcriptomic and chromatin accessibility profiling in developing postnatal human and macaque prefrontal cortex. Nature Neuroscience (2025). DOI: https://doi.org/10.1038/s41593-025-02150-7

