¿Por qué la momificación de la cultura Chinchorro pudo ser una forma de terapia artística?
En el desierto más seco del planeta, una cultura ancestral convirtió el dolor en creación. Las momias Chinchorro podrían revelar el arte más antiguo nacido del duelo.
Por Enrique Coperías
Mujer adulta momificada al estilo negro Chinchorro: el daño en el hombro derecho deja al descubierto la arcilla gris y las cañas utilizadas para remodelar el cuerpo desde el interior. Cortesía: Bernardo Arriaza / DOI:10.1017/S095977432510022X
En una estrecha franja entre el Pacífico y el desierto más árido del mundo, la muerte no separaba a lo vivos de los fallecidos, sino que los unía aún más. Así lo creyó, hace más de 7.000 años, la cultura Chinchorro, una sociedad de pescadores y cazadores recolectores que se asentó en la costa de la actual región de Arica y Parinacota, en el norte de Chile.
Allí, en un paisaje de sal, viento, mar y sequedad extrema, estas comunidades desarrollaron una de las prácticas mortuorias más antiguas, complejas y visualmente potentes de la historia humana: la momificación artificial. Y una nueva línea interpretativa, sostenida por investigaciones recientes, propone que ese minucioso trabajo sobre los cuerpos fue mucho más que un ritual funerario: pudo ser también una forma temprana de terapia artística para procesar el duelo.
La cultura Chinchorro, reconocida por la UNESCO como Patrimonio Mundial, precede en miles de años a las momias egipcias. Pero mientras la imaginación popular vincula la momificación con faraones, estatus gigantes y jerarquía, el caso Chinchorro revela otro motor cultural: la necesidad de sobrellevar la pérdida. Las momias chinchorras —bebés, niños, mujeres y hombres— no son inertes; parecen estar todavía con nosotros: miran, respiran colores, reaparecen en la memoria colectiva. En ellas, el ritual se confunde con la artesanía; el dolor, con la estética; y el recuerdo, con la supervivencia simbólica.
La muerte como espacio creativo
La propuesta central que recorre el estudio científico, publicado en el Cambridge Archaeological Journal por el antropólogo físico Bernardo Arriaza, académico del Instituto de Alta Investigación de la Universidad de Tarapacá y director del Centro de Gestión Chinchorro, en Chile, señala que la compleja preparación de los cuerpos —descarnados, modelados con arcilla gris, rellenados con palos y fibras vegetales, y recubiertos con pigmentos intensos— no surgió por casualidad ni por necesidad higiénica .
Más bien, habría sido una respuesta emocional a un drama recurrente: la altísima mortalidad infantil, agravada por intoxicación de arsénico en el agua de algunos valles costeros. Las pérdidas frecuentes de fetos, neonatos y bebés habrían impulsado a las comunidades a buscar formas de aferrarse a los hijos que no pudieron ver crecer.
Modelar sus cuerpos pudo convertirse en un modo de hacer presente lo ausente, de dar continuidad simbólica a vidas truncadas. en palabras de Arriaza, «el cuerpo transformado se convirtió en un lienzo para expresar emociones y en un lugar donde estos pueblos antiguos pudieron encontrar sanación emocional y consuelo. Veneraban a sus difuntos como iconos visuales».
La idea encuentra eco en teorías contemporáneas sobre el duelo. Arriaza recuerda en su artículo que el arte permite canalizar y externalizar el dolor emocional, contribuyendo así al proceso de curación. Si hoy existen talleres terapéuticos de arte y duelo, hace miles de años los Chinchorro levantaban auténticas esculturas humanas para transitar la misma herida.
Ilustraciones en acuarela de momias infantiles Chinchorro: a la izquierda, un cuerpo preparado con el característico estilo rojo; a la derecha, un ejemplo del estilo vendado, ambos con colores vivos que acentúan su presencia simbólica. Cortesía: Bernardo Arriaza / DOI:10.1017/S095977432510022X
Un taller colectivo para reparar el mundo
El artículo describe con detalle el proceso técnico: extracción de órganos, reconstrucción del volumen corporal, aplicación de arcillas, colocación de pelucas hechas con cabello humano, pintura con minerales negros (manganeso) o rojos (hematita). Pero la clave está en la dimensión comunitaria: no fue obra de especialistas aislados, sino una tarea compartida, transmitida y perfeccionada durante siglos.
La momificación de los chinchorros sería entonces una obra colectiva con fuerte carga emocional, dice el estudio. Una suerte de performance funeraria en la que la materia —piedra, arcilla, cabello, color— servía de puente entre los vivos y los muertos.
Además, las momias no se enterraban y olvidaban: muchas se mantuvieron en espacios cercanos a los asentamientos, expuestas, retocadas con el tiempo, como si continuaran participando de la vida cotidiana. Arriaza menciona que el cuerpo preparado era a la vez objeto y sujeto, en el límite justo donde un retrato deja de ser representación para convertirse en presencia.
Negro funeral, rojo vida
Si una imagen resume el misterio Chinchorro son sus colores. El negro primero; el rojo después. Sin duda alguna, los pigmentos que aplicaban no fueron un mero barniz, sino que constituyeron un lenguaje:
✅ Negro para la muerte y la transición.
✅ Rojo para la vida, la fuerza vital y la esperanza.
Los colores no colocaban un punto final, sino un guion entre dos mundos.
En los periodos más tempranos predominó el estilo negro, que se caracterizó por modelados finos bajo capas oscuras de manganeso. Hacia los 4.500 años antes del presente, el estilo rojo comenzó a imponerse: cuerpos rellenos y pintados con hematita rojiza, rostros ennegrecidos, pelucas largas, una estética más llamativa y externa. La lectura simbólica propone que la cultura pasó de un luto hacia adentro a uno hacia afuera, de la intimidad del dolor al despliegue identitario .
La transición de negro a rojo también puede leerse como una metáfora del propio duelo: cuando el dolor crudo se transforma en memoria compartida, cuando la ausencia deja de paralizar y empieza a organizar comunidad.
Momia masculina adulta elaborada con el estilo negro Chinchorro: la pérdida parcial del revestimiento exterior deja a la vista la arcilla gris que modelaba el cuerpo, revelando la técnica interna de preparación. Cortesía: Bernardo Arriaza / DOI:10.1017/S095977432510022X
¿Quién hacía las momias? Una hipótesis con rostro de mujer
Una idea sugerente atraviesa el artículo de arriba a abajo: el papel protagonista de las mujeres en los primeros momentos de esta tradición.
Dado que los cuerpos preparados más antiguos pertenecen a recién nacidos, fetos o bebés muy pequeños, los investigadores plantean que las madres pudieron ser las primeras impulsoras de la técnica, motivadas por el choque emocional de la pérdida .
Más tarde, ya en el periodo rojo, la visibilidad y monumentalidad del rito podría haber atraído también a los hombres como agentes principales. Pero la raíz, según esta hipótesis, es femenina: el dolor de una madre transformado en creación colectiva.
El arte que enferma
Hay, sin embargo, una ironía trágica. El pigmento negro que da identidad a muchas momias Chinchorro proviene del manganeso, un mineral tóxico.
El estudio señala que más del 80% de los cuerpos analizados contiene niveles internos de manganeso elevados, indicio de exposición prolongada durante su manipulación. Y los efectos son conocidos: temblores, rigidez, cambios de humor, alucinaciones, síntomas similares al Parkinson.
Podemos imaginar a generaciones de chinchorros —artistas involuntarios— inhalando polvo negro mientras pintaban para sanar, sin saber que ese mismo polvo erosionaba lentamente sus cuerpos.
Cabe pues preguntarse si pudo este veneno silencioso contribuir al declive de la tradición. El trabajo plantea la siguiente posibilidad: el arte que consuela, pero también destruye.
Escultura moderna inspirada en las momias Chinchorro en la caleta Camarones: la figura, visible de frente y por detrás, reinterpreta la estética funeraria ancestral y lleva inscrita en su parte posterior la afirmación de que las momias Chinchorro son las obras funerarias más antiguas de América, reflejando cómo su legado sigue vivo en la identidad regional. Cortesía: Bernardo Arriaza / DOI:10.1017/S095977432510022X
Muertos que siguen hablando
El arte Chinchorro no desapareció: se transformó. Hoy sus momias son parte del relato identitario de Arica. Hay esculturas públicas, murales, cómics, performances y hasta canciones inspiradas en ellas.
Una escultura reciente erigida en la caleta Camarones, pertenece a la escultora regional Paola Pimentel, reproduce una figura momificada mirando al océano, como un guardián petrificado de la memoria. En su espalda puede leerse: «Las momias Chinchorro son las primeras obras de arte mortuorio de América».
Los cuerpos que hace miles de años buscaron permanecer cerca para mitigar el dolor lo han logrado con creces: siguen ahí, interpelando a la ciencia, al arte y a los habitantes de la región.
Cuando la arqueología toca el corazón
El trabajo plantea una pregunta que desborda la disciplina: ¿puede el arte salvarnos de la muerte, o solo enseñarnos a convivir con ella?
Los Chinchorro, sin tener escritura, respondieron con manos, minerales y lágrimas. Transformaron cadáveres en imágenes vivas, en artefactos de duelo capaces de contener emociones demasiado grandes para ser pronunciadas. Sus momias son la evidencia de que, desde tiempos remotos, necesitamos crear para no desaparecer.
Y tal vez esa sea la mayor enseñanza de esta cultura, escondida entre arcilla y arena: la muerte duele, sí. Pero cuando se hace arte con ella, también une.▪️
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Fuente: Arriaza B. The Artistic Nature of the Chinchorro Mummies and the Archaeology of Grief. Cambridge Archaeological Journal (2025). DOI: 10.1017/S095977432510022X

