Un asteroide cargado de aminoácidos ofrece nuevas pistas sobre el origen de la vida en la Tierra

Las muestras prístinas del asteroide Bennu, traídas por la misión OSIRIS-REx, han ofrecido una inesperada abundancia de aminoácidos y bases nucleicas del ADN. Los hallazgos reescriben el papel de los asteroides como posibles sembradores de los primeros ingredientes de la vida en la Tierra.

Por Enrique Coperías

Vista cenital de uno de los contenedores con rocas y polvo del asteroide Bennu, con la escala del instrumental marcada en centímetros.

Vista cenital de uno de los contenedores con rocas y polvo del asteroide Bennu, con la escala del instrumental marcada en centímetros. Cortesía: NASA Johnson Space Center / Erika Blumenfeld y Joseph Aebersold

Cuando la cápsula de la misión OSIRIS-REx aterrizó en el desierto de Utah el 24 de septiembre de 2023, los científicos sabían que tenían entre manos algo excepcional: el material más prístino jamás traído a la Tierra desde un asteroide. Pero no podían imaginar hasta qué punto. Dos años después, el análisis detallado de esas diminutas rocas polvorientas de Bennu revela un retrato químico sorprendentemente complejo de los procesos que pudieron anteceder al nacimiento de la vida.

Recodemos que la misión OSIRIS-REx, lanzada por la NASA en 2016, tenía un objetivo tan simple de enunciar como complejo de ejecutar: viajar hasta el asteroide Bennu, cartografiarlo con un detalle sin precedentes y recoger una muestra de su superficie sin contaminarla. Tras un viaje de más de siete años y una maniobra milimétrica para tocar el asteroide durante apenas unos segundos, la nave logró encapsular fragmentos de su regolito y emprender el regreso a casa. Era la primera vez que Estados Unidos conseguía traer a la Tierra material de un asteroide, y las expectativas sobre lo que pudiera contener eran enormes.

Ahora, un estudio publicado en la revista PNAS y liderado por Ángel Mojarro y el equipo de Química Orgánica del Goddard Space Flight Center de la NASA acaba de confirmar lo que muchos sospechaban pero nadie había demostrado con tanta claridad: los asteroides no solo transportaban agua y moléculas prebióticas, sino un verdadero arsenal de compuestos orgánicos esenciales, entre ellos quince aminoácidos, varios de ellos esenciales para la biología terrestre, y las cinco bases nitrogenadas del ADN y el ARN, esto es, las letras con las que está escrita la vida.

Entre todas las piezas halladas, destaca una joya inesperada: el aminoácido triptófano, nunca antes detectado en meteoritos o muestras extraterrestres.

El hallazgo, dicen los autores, no solo amplía el inventario químico del Sistema Solar primitivo, sino que obliga a reescribir algunos capítulos clave sobre cómo pudieron surgir las primeras rutas metabólicas en nuestro planeta.

Bennu, un laboratorio del pasado intacto

El valor del asteroide Bennu, de unos 490 metros de diámetro, reside en su pureza. A diferencia de los meteoritos que llegan a la superficie terrestre, contaminados por procesos atmosféricos o microbios, las muestras de OSIRIS-REx fueron recogidas directamente en el espacio y almacenadas con un cuidado extremo desde el primer instante.

El artículo —y las imágenes asociadas de cromatogramas y espectros— describe cómo el equipo trituró y analizó cuatro tipos de partículas distintas: un agregado de polvo fino y tres piedras diferenciadas, bautizadas por su aspecto como angular, hummocky (de superficie rugosa) y mottled (moteada). Cada una de ellas corresponde a categorías de rocas que la nave ya había identificado en la superficie de Bennu mediante teledetección.

Lo primero que reveló el estudio es que no todas las rocas de Bennu son iguales, ni en estructura mineral ni en su firma orgánica. Las diferencias químicas entre ellas muestran que el asteroide fue en el pasado un cuerpo mucho mayor, rico en agua líquida y sometido a múltiples episodios de alteración acuosa. En esas reacciones, en un entorno alcalino y cargado de amoniaco, surgió la compleja mezcla de moléculas que hoy analizamos.

Bennu, de 525 metros de diámetro, y Ryugu, de un kilómetro, comparten la misma silueta en forma de peonza y densidades similares.

Bennu (izquierda), de 525 metros de diámetro, y Ryugu, de un kilómetro, comparten la misma silueta en forma de peonza y densidades similares. Pero su contenido en agua los diferencia: mientras Bennu muestra abundantes materiales hidratados, Ryugu aparece sorprendentemente seco pese a su juventud geológica, estimada en solo 100 millones de años. Cortesía: ESA

Aromas del origen: la música orgánica de Bennu

Las primeras pistas vinieron de una técnica conocida como pirólisis, utilizada para descomponer las moléculas mediante calor extremo. El patrón resultante es inequívoco: Bennu contiene una mezcla densa y variada de hidrocarburos aromáticos, similares a los que se encuentran en los meteoritos carbonáceos más ricos en agua, como los de tipo CI1 y CM1.

La presencia abundante de naftalenos y fenantrenos altamente alquilados —representados en los gráficos del estudio— apunta a que el material sufrió transformaciones químicas en presencia de agua, ya que este tipo de compuestos es extremadamente sensible a la alteración acuosa. Una de las piedras, la llamada mottled, muestra incluso signos de haber pasado por episodios particularmente intensos, con una firma que recuerda a los fragmentos más alterados del meteorito Tagish Lake. Este cayó en enero de 2000 en el área del lago Tagish, al noroeste de la Columbia Británica, en Canadá.

Estas señales coinciden con lo que ha mostrado el análisis mineralógico del resto del equipo de OSIRIS-REx: Bennu está repleto de filosilicatos, carbonatos, magnetita y sulfatos, todos ellos productos típicos de un entorno húmedo y alcalino. El asteroide, en definitiva, fue una vez un mundo activo, con agua moviéndose por sus grietas internas y favoreciendo la formación de moléculas orgánicas.

Un catálogo de aminoácidos cada vez más cercano al de la vida

El verdadero salto cualitativo del estudio está en el inventario de moléculas solubles. Tras someter las muestras a un tratamiento químico que permite derivatizar —técnica utilizada en química que consiste en transformar un compuesto químico en un producto que posee una estructura química similar, llamado derivatizado— los compuestos orgánicos para hacerlos visibles al espectrómetro de masas, el equipo identificó quince de los vinte aminoácidos esenciales para la vida.

Entre ellos se encuentran la alanina, la glicina, la valina, la leucina, la metionina, la fenilalanina, la treonina, la serina y la tirosina. Una colección notable, más diversa que la aislada de la mayoría de meteoritos analizados hasta ahora. Y entonces está el triptófano, uno de los aminoácidos que nuestro cuerpo no puede fabricar por sí mismo y que participa en la síntesis de proteínas y de otras moléculas clave como la serotonina y la melatonina.

La detección del triptófano es tenue, pero consistente, y aparece en varias réplicas del análisis del material en polvo. Nunca antes se había hallado este aminoácido en un cuerpo extraterrestre. Esto puede deberse, sugieren los autores, a que el triptófano es especialmente frágil y tal vez se destruye durante la abrasión atmosférica que sufren los meteoritos antes de aterrizar. Si es así, solo las misiones de retorno de muestras permitirán encontrarlo, una pista clave para evaluar su presencia en otros mundos.

Además de los aminoácidos, se detectaron también compuestos no proteicos, como la β-alanina y el γ-aminobutírico, así como nucleobases alternativas y varios isómeros. El catálogo casi podría confundirse con el contenido de un tubo de ensayo en un laboratorio de química prebiótica.

Cinco letras para la vida: ADN y ARN en un asteroide

Aún más decisivo es que Bennu contiene uracilo, timina, adenina, citosina y guanina, las cinco bases nucléicas o letras bioquímicas que componen el ADN y ARN. Esto se observa con claridad en los cromatogramas publicados en el artículo, donde los picos correspondientes a las formas sililadas de estas moléculas emergen nítidos sobre el ruido del fondo.

Estos compuestos pudieron formarse por varios mecanismos:

Síntesis en hielos interestelares irradiados por luz UV.

Reacciones prebióticas con amoníaco y formaldehído, similares a la llamada reacción de formosa, una contracción de formaldehído y aldosa. Descubierta por Aleksandr Bútlerov en 1861, esta reacción​ involucra la formación de azúcares a partir del formaldehído.

✅ Pudieron derivar de moléculas complejas presentes en el material original del que se formó el Sistema Solar.

De una forma u otra, su presencia demuestra que los ladrillos esenciales de la genética se forman con relativa facilidad en entornos extraterrestres.

Sobre estas líneas, Ángel Mojarro, geoquímico orgánico en el Laboratorio Analítico de Astrobiología del Centro de Vuelo Espacial Goddard de la NASA y coautor del análisis de las muestras del asteroide Bennu.

Sobre estas líneas, Ángel Mojarro, geoquímico orgánico en el Laboratorio Analítico de Astrobiología del Centro de Vuelo Espacial Goddard de la NASA y coautor del análisis de las muestras del asteroide Bennu. Cortesía: NASA

Un mosaico químico que cuenta la historia interna de un asteroide

La comparación entre las diferentes rocas indica que cada una vivió una historia distinta dentro del antiguo cuerpo progenitor de Bennu. Las muestras angular y hummocky parecen compartir una etapa de alteración acuosa similar, posiblemente el gran episodio hidratante que convirtió parte del cuerpo original en un enorme depósito de filosilicatos.

La muestra mottled, en cambio, sufrió un tratamiento más extremo: está cargada de carbonatos y fosfatos, que solo se forman en etapas finales de evaporación de fluidos. Su firma orgánica, más pobre en aminoácidos y más enriquecida en compuestos muy alterados, indica que pasó por al menos un segundo episodio de circulación de agua, tal vez cuando el cuerpo mayor se fragmentó en el asteroide que hoy conocemos.

Bennu, explican los autores en PNAS, es un montón de escombros reagrupados tras la destrucción de un cuerpo mayor. Ese proceso mezcló materiales de capas profundas y superficiales, creando un rompecabezas que hoy los científicos intentan recomponer.

¿Pudo un asteroide sembrar la vida en la Tierra?

La pregunta pues es inevitable. No se trata de imaginar que Bennu —o uno de sus ancestros— trajo la vida a la Tierra, sino de algo más sutil. En la Tierra primitiva, sometida a impactos constantes y con una atmósfera muy distinta a la actual, estos cuerpos habrían aportado compuestos orgánicos complejos, muchos de ellos difíciles de sintetizar de forma abiótica en la superficie del planeta.

El estudio recuerda que nuestro registro geológico es deficiente: casi no conservamos rocas anteriores a los 4.000 millones de años. Los asteroides como Bennu son cápsulas del tiempo que suplen esa ausencia.

Gracias a ellos sabemos ahora que el catálogo prebiótico disponible en el Sistema Solar era impresionante: aminoácidos, nucleobases, hidrocarburos aromáticos, moléculas nitrogenadas, sulfúricas y oxigenadas… materia prima suficiente para dar lugar a sistemas químicos cada vez más complejos.

Todo esto no prueba cómo surgió la vida, pero acota el escenario. No partimos de la nada: la Tierra recibió, desde muy pronto, una lluvia constante de moléculas prebióticas que podían participar en reacciones energéticas, formar membranas primitivas o unirse para generar polímeros.

El brazo robótico de OSIRIS-REx recogió en octubre de 2020 un fragmento del asteroide Bennu durante una maniobra de apenas unos segundos, la primera recolección de muestras de este tipo realizada por la NASA.

El brazo robótico de OSIRIS-REx recogió en octubre de 2020 un fragmento del asteroide Bennu durante una maniobra de apenas unos segundos, la primera recolección de muestras de este tipo realizada por la NASA. Cortesía: NASA / Goddard / University of Arizona

Un universo químico más rico de lo imaginado

El descubrimiento del triptófano tiene incluso una consecuencia filosófica: no podemos considerar este aminoácido como un indicador inequívoco de vida. Si aparece en un planeta o una luna lejana, podría haber sido fabricado sin intervención biológica, como parece sugerir Bennu.

Las próximas misiones, incluida OSIRIS-APEX —dirigida al asteroide Apophis— o las futuras exploraciones de Encélado y Europa, aprovecharán las técnicas desarrolladas para Bennu. Cada una podría ampliar todavía más nuestro inventario cosmológico de moléculas prebióticas.

Mientras tanto, Bennu sigue hablándonos desde sus granos microscópicos: nuestro origen pudo surgir a partir de procesos químicos naturales presentes en todo el Sistema Solar.

Un pequeño asteroide oscuro, de apenas medio kilómetro de diámetro, nos recuerda que la vida quizá no surgió contra todo pronóstico, sino en un cosmos sorprendentemente predispuesto a sembrar sus semillas. ▪️

  • Fuente: A. Mojarro, J. C. Aponte, J. P. Dworkin, J. E. Elsila, D. P. Glavin, H. C. Connolly & D. S. Lauretta. Prebiotic organic compounds in samples of asteroid Bennu indicate heterogeneous aqueous alteration. PNAS (2025). DOI: 2,https://doi.org/10.1073/pnas.2512461122(2025).

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