Cómo cambiar nuestra dieta puede ayudar a frenar el cambio climático

Un estudio científico pone cifras a una intuición incómoda: casi la mitad de la población mundial come de una forma incompatible con los límites climáticos del planeta. Cambiar lo que ponemos en el plato podría ser una de las palancas más eficaces —y desiguales— para frenar el calentamiento global.

Por Enrique Coperías

El consumo elevado de carne —especialmente entre los grupos con más ingresos— concentra una parte desproporcionada de las emisiones del sistema alimentario, según el estudio.

La dieta también calienta el planeta. El consumo elevado de carne —especialmente entre los grupos con más ingresos— concentra una parte desproporcionada de las emisiones del sistema alimentario, según el estudio, que muestra cómo cambiar lo que comemos puede ser clave para frenar el cambio climático sin agravar el hambre. Crédito: IA-Gemini-©RexMolon Producciones

La lucha contra el cambio climático suele imaginarse como una batalla que se libra en centrales térmicas, fábricas, carreteras o aeropuertos. Pero cada día, tres veces al día, todos participamos en otro frente decisivo: la alimentación.

Un nuevo estudio científico pone cifras precisas a una intuición cada vez más extendida: cambiar la dieta —y, sobre todo, cómo producimos los alimentos y quién come qué— puede marcar la diferencia entre cumplir o no los objetivos climáticos del Acuerdo de París.

La investigación, publicada en la revista Environmental Research: Food Systems, concluye que las emisiones de gases de efecto invernadero asociadas a la dieta de unos 2.700 millones de personas ya superan el límite individual compatible con evitar que el calentamiento global rebase los dos grados centígrados. En otras palabras: casi la mitad de la población mundial come de una manera que, si se generalizara, haría imposible frenar el cambio climático.

El trabajo, firmado por los investigadores Juan Diego Martínez y Navin Ramankutty, del Instituto de Recursos, Medioambiente y Sostenibilidad, en la Universidad de Columbia Británica, (Canadá) no se limita a repetir una idea conocida —que el sistema alimentario es un gran emisor de gases de efecto invernadero—, sino que entra en un terreno mucho menos explorado: la desigualdad climática. ¿Quién emite realmente cuando hablamos de la huella climática de la comida? ¿Son los países, las personas, los ricos, los pobres? Y, sobre todo, ¿quién debería cambiar su dieta primero?

El sistema alimentario como gran emisor de gases de efecto invernadero

La producción de alimentos, su transformación y su distribución es responsable de entre el 26% y el 34% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero. Es decir, cerca de un tercio del problema climático está relacionado con cómo alimentamos a la población mundial, que no deja de crecer. Al mismo tiempo, más de 600 millones de personas siguen pasando hambre.

👉 Alimentar mejor a todo el mundo sin sobrepasar los límites del planeta es uno de los grandes dilemas del siglo XXI.

La paradoja es clara: el sistema alimentario mundial emite demasiado y, aun así, no cumple su función básica de garantizar una nutrición adecuada para todos. Pero esas emisiones no están repartidas de manera uniforme. Hay personas que apenas contribuyen al problema y otras que lo hacen en exceso.

Hasta ahora, la mayoría de los estudios se habían centrado en comparar emisiones por países. El nuevo estudio va un paso más allá y analiza qué ocurre dentro de cada país, separando a la población en grupos de ingresos.

🗣️ «La mitad de nosotros a nivel mundial y al menos el 90% de los canadienses necesitamos cambiar nuestra alimentación para prevenir un calentamiento planetario grave —dice Diego Martínez en un comunicado de la Universidad de Columbia Británica. Y añade—: Esa cifra es conservadora, ya que utilizamos datos de 2012. Desde entonces, tanto las emisiones como la población mundial han aumentado. De cara a 2050, descubrimos que el 90% de nosotros necesitaremos cambiar nuestra alimentación»

«Analizamos datos de 112 países, que representan el 99% de las emisiones de gases de efecto invernadero relacionadas con los alimentos a nivel mundial, y dividimos la población de cada país en diez grupos de ingresos —comenta Diego Martínez—. Calculamos un presupuesto de emisiones alimentarias para cada persona combinando las emisiones del consumo de alimentos, la producción mundial de alimentos y las cadenas de suministro, y comparamos estas emisiones con el total que el mundo puede permitirse si queremos mantener un calentamiento por debajo de los 2 °C».

El gráfico compara la huella climática de la dieta del 10% más rico y del 10% más pobre en varios países que, en conjunto, representan el 60% de la población mundial, y muestra contrastes extremos

Las emisiones asociadas a la alimentación varían enormemente según el nivel de ingresos. El gráfico compara la huella climática de la dieta del 10% más rico y del 10% más pobre en varios países que, en conjunto, representan el 60% de la población mundial, y muestra contrastes extremos: desde Zambia, con las emisiones más bajas, hasta la República Centroafricana, donde la diferencia entre ricos y pobres es la mayor, mientras que en lugares como Taiwán la brecha es mínima. Cortesía: Juan Diego Martínez y Navin Ramankutty

Desigualdad climática: quién contamina más al comer

El resultado es una radiografía global de la desigualdad climática asociada a la alimentación. Según el análisis, el 15% de la población mundial con dietas más contaminantes es responsable del 30% de las emisiones del sistema alimentario. Esa cifra es equivalente a la que genera el 50% de la población con dietas de baja huella de carbono.

La desigualdad no se explica solo por la riqueza. Aunque los ingresos influyen, entran en juego otros factores. Estos son los principales:

✅ Las preferencias culturales

✅ El tipo de alimentos disponible.

Las prácticas agrícolas.

✅ El comercio internacional

✅ Las enormes diferencias en el acceso a la comida dentro de un mismo país.

Así, una persona rica en un país pobre puede tener una huella climática alimentaria mayor que una persona de ingresos medios en un país industrializado. El caso más extremo que detecta el estudio es el del 10% más rico de la República Centroafricana, cuyas emisiones alimentarias superan incluso a las de sectores acomodados de países desarrollados, debido a una producción de carne altamente intensiva en emisiones.

🗣️ «Los debates sobre volar menos, conducir vehículos eléctricos y comprar menos artículos de lujo son válidos: necesitamos reducir las emisiones como sea posible —dice Diego Martínez. Y precisa—: Sin embargo, las emisiones de los alimentos no son solo un problema para los más ricos: todos necesitamos comer, así que todos podemos contribuir al cambio. Para quienes vuelan con frecuencia y comen mucha carne de vaca, no se trata de una u otra opción: intenten reducir ambas».

Por qué la carne tiene un impacto desproporcionado

Si hay un patrón claro es el papel desproporcionado de los alimentos de origen animal. La carne, los lácteos y sus derivados concentran una parte muy elevada de las emisiones de CO₂, especialmente en las dietas de los grupos con mayores ingresos.

En los países ricos —y entre las élites económicas de los países pobres— el consumo de carne es mucho mayor. Y no toda la carne es igual: la carne de vacuno tiene una huella de carbono muy superior a la del pollo, las legumbres o los cereales.

El estudio confirma que reducir el consumo de carne, sobre todo de carne roja, es una de las formas más eficaces de reducir las emisiones asociadas a la dieta, pero introduce un matiz clave: no todo el mundo debe reducir por igual.

El presupuesto climático de la alimentación

Para saber quién debería cambiar y cuánto, los autores utilizan el concepto de presupuesto climático para la alimentación. Para cumplir el objetivo de no superar los dos grados, el sistema alimentario mundial no debería emitir más de cinco gigatoneladas de CO₂ al año.

Traducido a escala individual, eso implica una huella alimentaria anual de unas 1,2 toneladas de CO₂ por persona. En 2012, la media mundial ya estaba por encima de ese límite. El problema es la distribución desigual de las emisiones.

Ese año, unos 2.700 millones de personas superaban ese umbral. Mirando a 2050, el presupuesto individual bajaría a 0,5 toneladas de CO₂, un nivel que hoy supera el 91% de la población mundial.

Lo que comemos y cuánto comemos no impacta igual en el clima. El gráfico compara las emisiones asociadas a la dieta y el acceso a calorías del 10% más rico y del 10% más pobre en varios países que representan el 60% de la población mundial, y muestra fuertes desigualdades entre países y grupos sociales: desde Zambia, con las emisiones más bajas, hasta la República Centroafricana, donde la brecha es mayor, mientras que en lugares como Taiwán las diferencias son mucho más reducidas. Cortesía: Juan Diego Martínez y Navin Ramankutty

Reducir emisiones sin dejar atrás a los más vulnerables

El estudio demuestra que reducir la huella climática del sistema alimentario es compatible con mejorar la nutrición de quienes hoy no comen lo suficiente.

Permitir que las personas con dietas insuficientes mejoren su alimentación apenas afecta al esfuerzo que deben hacer los grandes emisores.

El mensaje no deja lugar a la duda, y no es otro que garantizar el derecho a la alimentación es compatible con los objetivos climáticos, siempre que quienes más emiten asuman una mayor responsabilidad climática.

Por qué casi todos tendremos que comer distinto

A diferencia de sectores como la aviación o el transporte privado, la alimentación es universal. Todo el mundo come. Por eso, el estudio subraya que, a largo plazo, casi toda la humanidad tendrá que modificar su dieta.

No significa que todos deban ser vegetarianos, pero sí avanzar hacia dietas sostenibles, con más alimentos vegetales, menos carne roja y sistemas agrícolas sostenibles.

El estudio no aborda otros impactos como el uso del agua, la pérdida de biodiversidad o el bienestar animal, pero deja una idea clave para el debate climático: no basta con producir mejor, también hay que consumir de otra manera.

🗣️ «Vota con tu tenedor. Este es un primer paso para exigir un cambio a tus líderes políticos. Cuanto más hablemos de nuestros propios cambios alimentarios y de lo que nos importa, más empezarán los políticos a preocuparse por políticas que generen cambios positivos en nuestros sistemas alimentarios», concluye Diego Martínez.

En un mundo donde el cambio climático amenaza la seguridad alimentaria, la pregunta ya no es solo qué comemos, sino quién puede permitirse cambiar su dieta. La respuesta es que quienes más contribuyen al problema tienen también más capacidad para ayudar a salvar el planeta. ▪️

  • Información facilitada por la Universidad de Columbia Británica

  • Fuente: Juan Diego Martinez and Navin Ramankutty. Dietary GHG emissions from 2.7 billion people already exceed the personal carbon footprint needed to achieve the 2 °C climate goal. Environmental Research Food Systems (2025). DOI: 10.1088/2976-601X/ae10c0

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